viernes, 23 de noviembre de 2012

Zoco catalán


Siempre te puedes encontrar en la ciudad con alguna persona-rencilla del pasado. Veros a lo lejos por una misma calle estrecha, y notar la aproximación como un duelo del oeste, con viento que fluye del desafío y todo, sangre que se pone más fría y se detiene en el cruce, pero las piernas siempre pasan y las pistolas tiemblan, exhalan pero no se sacan. Eso sí, uno cree dejar una estela de mofeta envenenada e inflamada tras de sí, que no es más que su rastro imaginado de vanidad.

El gótico de Escudellers-Avinyó y todo su ramaje de calles, por la mañana es resacoso y marroquí, calles regadas, peregrinos erráticos, turistas despistados, gente deambulando sin norte fijo por el zoco. Siempre ha sido feucho, oscuro y lóbrego, y ahora es guarida de extranjeros del primer y tercer mundos, juntos. Un encanto truculento, ibérico, algo progre y carterista a la vez, periférico de la Plaça Reial y tantas otras cosas. Los locales venimos a beber de cieneuristas a sus tascas, testigos de tajas burras, o cenamos en algún restaurante de corte alternativo y colorista, que es la tendencia de este zoco.

Soy pakistaní, magrebí, vivo en Barcelona, dónde voy a vivir habiendo Medina, y asequible. Si vivo en un ensanche, en esos espacios abiertos, por donde se cuela la incertidumbre del progreso, la niebla de lo caucásico, el vaivén de las máquinas anónimas, me pierdo.
Es diáfano, atractivo como un canto de sirena espacial y vírgen, pero me resulta un lugar vacío, falto de toda la historia escrita y tallada. Un lugar demasiado expuesto, a la intemperie de todo.

El gótico es mi zoco mediterráneo, un trasplante aceptado sin olor a especias, es como entrar en una puerta del tiempo algo avanzada, con el océano de la modernidad rompiendo en las Ramblas. Tropezones turistas, e indígenas catalanes siempre con prisas, pero este zoco viejo y húmedo, olvidadizo, lleno de sábanas colgando, es nuestra segunda patria ya colonizada.

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