jueves, 29 de noviembre de 2012

Orgullo clasista


La verdad es que con la edad uno se vuelve más clasista. Ser barcelonista o madridista parece algo lícito y necesario, pero la asunción de pertenencia a un estrato está mal vista. Luego es impepinable que perteneces a una clase, incluso a una casta si eres un poco rarete, pese a que hoy en día casi nadie lleva uniforme de casta y las distancias no son latifundistas.

No me gusta lo clasista, y es de mal gusto mentarlo. Sí que estoy muy de acuerdo en una taxonomía basada en Clases de madre. La verdadera potencialidad de la vida, más allá de la riqueza, está en el sembrado y la supervivencia cuando se es una criatura violable y moldeable. No todas las madres son iguales. Dejémoslo ahí.

Un estupendo médico humanista como Rof Carballo, hasta sostiene que la urdimbre afectiva materna es el principal vector que desarrolla la inteligencia esbozada en los genes. Quien no guarda un recuerdo en paz de su infancia ya traspasada, es un zarzal adulto que se escuece y araña todavía.

Esto de los padres no es más que un terreno, donde la semilla agarra o perece yerma. Después nuestros pies seguirán envueltos de por vida por unas telerañas, que son las raíces. Nos seguirán a los confines de nuestras vidas.
No entiendo la ignorancia común de nuestros árboles genealógicos, no comprendo esta tradición yoista e individualista que se cree protagonista seccionado de una saga, una personalidad nueva y renacida, tan libre, tan capaz, tan emigrante de sus antepasados, tan americana.

Creo que así, el único marcador de clase que existe es la generosidad recibida - explicación muy lógica por otra parte -, y eso ya es una lotería, es cuestión de suerte. Cada uno guarda ese legado, batería íntima, en las entrañas, por humildad o por vergüenza. Ésa es mi teoría de las clases de gente. Las chonis y pijos de logopeda, o los tertulianos con títulos, no orbitan más que una vida desarrollista cada cual a su manera.

¿Y yo? Yo soy el hijo de una carnicera a los 14 años, que nunca me enseñó un ápice de tecnología o humanidades académicas. Hijo de una incubadora 13 años, atendido en lo que a mi parecer es una corte real, como una semilla monitorizada noche y día con la última tecnología afectiva, en unas condiciones adversas y catastróficas condonadas con su entrega. Toda mi obra lleva su rostro detrás.

2 comentarios:

carmen dijo...

Todos somos igualmente diferentes.

Cada día me acuerdo más de mi padre y de mi madre. Eso lo llevo dentro y como me dijeron ayer, en el brillo de mis ojos....

Me alegra que tú tengas también tu tesoro de generosidad en el banco de tus adentros

Jordi Santamaria dijo...

Gran imagen para el legado la del banco de los adentros, sí señora

[y tu empeñada con tu chequera de concordia, qué fondos, qué derroche ;) ]