domingo, 31 de marzo de 2013

Parque de la Ciudadela, sábado de abril a las 16:30 de la tarde


En el parque de la Ciudadela nunca faltan las tribus. En alguna parte de la ciudad se renuevan las cepas de malabaristas, saltimbanquis, equilibristas, y acuden las nuevas generaciones. Creo en el regeneracionismo circense de parque urbano.

Ya es primavera y el parque es Woodstock, una playa de césped desenfadada y hippy. Lorenzo pone el sol y los parterres están atestados de gentes. Hay un perfume cannábico de fondo, y parece que en la entrada los funcionarios del parque reparten unas guitarras, o salen de los árboles de este parque libertario. Los perros, bondadosos, con pelaje de domingo, asisten a los conciertos, son un civil más de la ciudad, a veces se van a dar una vuelta vagabunda y regresan.
Los turistas cruzan el parque y se quedan, vuelven a sus países y cuentan lo ahippiada, libre y parquense que es Barcelona, qué encantadora, qué cercana. Y no saben que barceloneses hay bien pocos, que aquí piden pasaportes y pasamos el medio centenar, que esto es la onu de sábado, una excepción barcelonesa.

El parque parece un campo de batalla lúdico, cada cual a su menester, dos cientas historias privadas corriendo paralelas y descalzas. Tertulias, ligoteo furtivo, baños de sol, tribalismo, tarde echada y pasarratos. Hay un resol, una neblina de esplanada luminosa y una atmósfera de laxitud, permisividad, relajación herbal.
Hay cocacolafantacerveza, suecas al horno, argentinos rapsodas, funambulistas de cuerda, mods despistados, subsaharianos en festivo, hurones de paseo, hindús dándole al cricket, futboleros frustrados, eslovacas vendiendo repostería, drogas de viejo, libros desclasificados... un gran desván cosmopolita y rupestre.
Sí los hay locales, barceloneses de mayor o menor antigüedad que resuelven el fin de semana yendo como hábito al parque con mayúsculas, donde todo es posible aunque adormecido, ensiestado de sábado tarde.

Es temporada alta, álgida, en este lugar de la ciudad. Poco a poco oscurece y la tarde reclama un desenlace, una resolución que la naturaleza siempre facilita con su pasar sintomático.
Al siguiente sábado regreso, en manada, con refrigerios, estupefacientes, niños, tambor, y perro.

Un centre alternatiu per Barcelona


No se entiende por qué la Barcelona majestuosa alrededor de Correos no es populosa ni centro neurálgico. La Via Laietana allí, enfila la calle más solemne de Barcelona, más digna y capitalina.
El boulevard más celebrado de la ciudad podría ser todo el frente marítimo hasta las Ramblas, arteria comercial, ribera litoral poblada de cafeterías, en una imaginaria plaza cataluña desplazada, y auténtica pegada al mar.

La zona noble de Reina Cristina bien sería sede de clases pudientes junto a este centro imaginado que no existe. Barcelona creció de espaldas al mar fusionada con él, y el centro trepó calles, barrios arriba, empujado por la salubridad y el cerco a la expansión natural de la ciudad.

Esta zona baja de la ciudad tan olvidada y señorial a la vez, barriga adormecida de la capital con decenas de edificios institucionales migrados de importancias. Que se prolonga por la espalda del Borne, la estación de Francia mastodóntica, el Paris litoral del Paseo Picasso e Isabel II, el Pla de Palau, el parque de la Ciudadela preñado de infancia. Podía estar aquí el centro de la ciudad de una Barcelona otra, aún más mediterránea, totalmente portuaria y ribereña en su esencia. Un epicentro menos difuso que el hormigueo de Plaza Catalunya, más triunfal y menos laberíntico de represión. Un centro menos céntrico, lógico y pragmático que el actual, ya menos barroco de Historia, y lleno de casualidad.

Estas calles tienen hechuras capitalinas, bien podían los políticos coger sus bártulos de boli y papel, sus almacenes de humo, y mudarse ligeros y fáciles a este llano. Así nos harían pasear por aquí entre mar y sol para hacer trámites y burocracia.
Este lugar espacioso y de época, área sobrada y de presente inmerecido, alberga mucha capitalidad vaciada. Por aquí, entre tanto edificio oficial olvidado, rezuma a vida no vivida.

sábado, 30 de marzo de 2013

Los días del mono bobo


Las palomas han ido esta mañana de cielo dudoso y sábado de Pasión a la playa. Se acurrucan y parecen esperar a que el cosmos se decida. Las veo hinchadas en su aposento de arena, adormecidas, ponedoras. Tienen el día tonto. Las palomas no quieren volar hoy. Están en huelga climática, en parón meteorológico. Han venido a parar ociosas a la playa. Ejercen su derecho vindicativo frente el desvarío del día tonto, porque a veces un día amanece y su atmósfera toda ella, nubes, viento, luz, no es más que eso, un día tonto hecho ambiente. Con los días tontos nos alineamos enseguida, el tonto que llevamos dentro es facilón facilón.

El día tonto es gris, tapado, de temperatura agradable, opaco, embotado. Es de esos que el sol está todo el día retenido, a punto de salir sin hacerlo. Es día de la duda climática, sol pero no, frío pero sí, lluvia no lo sé. Aire de interrogación atmosférico. Como si nuestros sensores básicos e iniciales al salir a la calle bailasen de off a on estropeados, y de allí ya todo el sistema no acabase de arrancar.

Los días tontos son muy de Semana Santa. Pseudovacaciones. Fe en los tiempos soleados. Medio planes. Falta de decisiones donde un día tonto se enrosca e invade como una niebla paralizante.
Después, habitantes tontos, nos damos cuenta que las palomas, la duda del clima, y el aire suspendido, no es más que el tiempo de espera a una tormenta que ya cala nuestro cabello. La cosa es aún más retonta y boba para el mamífero pensante. Tenía un lapso de tiempo aprovechable antes del calabobos, pero nos embotamos y aletargamos como palomas en nuestro desperdicio de tiempo. Ellas descansan calibradas y sabias antes de todo su jaleo pugilístico con la lluvia. Nosotros tecnológicos, caemos en la finta del clima, descalibrados. Son los días del mono bobo.

viernes, 29 de marzo de 2013

El pasado según Jordi Santamaria


Entramos en la bahía de semana santa, a punto de llegar a amarre. Autocares de pájaros llegan a nuestras costas a veranear, sus huellas ya se ven en las dunas de la playa.

Caigo en la cuenta que ando descapitalizándome, casi ya dos años sin vivir en la capital tras más de una treintena en ella. Poco a poco se apaga el eco de esos años - el pasado como torrente fantasma de hábito poblando el presente - y ya no estoy de paso tras mi mudanza, sino que enraizo nueva patria, empiezo a ser un colono más en el delta de este río. A su vez la capital pasa de centro a satélite, a patio trasero.

"El pasado como torrente fantasma de hábito poblando el presente ", es lo mismo que decir que el presente nunca es puro, o más radicalizado, que el presente no existe.

Siempre va con meses de retraso, se actualiza cuando el pasado apaga su influencia y entonces se redefine, se convierte ya en presente (pero interpretado y pasado).
Aquí todo es a tiempo corrido.

Digamos que las cosas se actualizan, de forma similar a la tecnología, todo es una sucesión de versiones, incluso teniendo diferentes nombres. La tecnología es quizás la rama más lúcida de la cultura, nítida al menos.
La tal Priscila novia nuestra, no sería más que el dos punto cero, punto cuatro, de lo mismo, de nuestra serie llámalo "amor", que tiene unos nodos indiferenciados pese a que ellos chillan su singularidad de forma acuciante.

A veces inaguramos presentes con pompa, bandas de música y autoridades. Episodios que creemos novísimos y otros. Pero el asistente más populoso de esas inaguraciones es el Pasado disfrazado que no vemos. Nos olvidamos que el pasado es siempre nuestro séquito, incluso en las grandes inaguraciones de épocas y etapas. Del pasado no hay que huir porque es infactible, poco a poco va difuminándose y cae como una cola mudada, al mismo tiempo que se almibara.

Todo este proceso de desvanecimiento del pasado va acompañado de una fermentación emotiva que lo dulcifica. Cuando pierde su vigencia, cuando son sólo recuerdos, parece que tengan condición de muertos y se les tiene nostalgia. Gozan de un halo de cariño de otro mundo, un aura memorable, un altar perdido donde ya no volverán. De ahí lo de "cualquier tiempo pasado siempre fue mejor". El presente por actual siempre tiene su aspecto metálico, su qué de herramienta, su azul, su frescura de animal vivo y modernidad, el bloqueo de cualquier memoria por su desgranar continuo, y la incorruptiblidad de unos ojos que ven frente al laboratorio de edición del pasado. El pasado se almibara siempre. Recordar, evocar, es entonces glucémico.

Alineación del inconsciente


El daemon a veces se despierta más tarde que yo, a los duendes no les van las madrugadas de panadero. Lo noto porque pone discos sugerentes en mi cabeza, música incidental.

El inconsciente puede estar alineado o no con la trayectoria vital que surcamos. Hay veces que sopla a favor, otras que se constituye como un peñón impenetrable que bloqueará siempre nuestro camino pretendido. Este niño sabio que es el inconsciente, tiene una paciencia limitada. Es egoísmo puro y razonable, tanto como que es garante de la supervivencia. Nunca aprendió idioma ni código alguno, e irrumpe con sus patas pulsionales sobre la mesa reclamando, exigiendo con una punzada nuestros derechos biológicos.

Lleva la verdad de la especie, que es más fuerte que cualquier verdad inventada y pintada sobre ella. La verdad también visceral, de los páncreas y bazos que es la verdad que nos acaba sepultando. La verdad sexual que es el frontispicio de nuestra conducta para lo bueno y para lo malo.

Sus formas son impulsivas y brutas como un niño, su procedencia y depósito son sabiduría inminente. Es paradójico como lo trascendental, esas lechugas agazapadas que llevan una bomba dentro. Porque la cultura es una gran carpa desplegada en medio de la naturaleza que explica el mundo a la vez que lo tapa, una gran frase que vacila y a veces se equivoca. El biberón cultural luego, nos extravía un poco y nos reprime nuestros destinos naturales.
Hasta que un inconsciente herido sangra y empieza una revolución dolorosa.

lunes, 25 de marzo de 2013

Mi pequeña guerra biológica


Ya pregoné aquí que ciertos pinares me envenenaban. Ahora ya sé más, la taumatopeína es la sustancia alergénica utilizada por la oruga hirsuta de los pinos en su despliegue estratégico como arma biológica. Cada pelillo invisible de los cientos que desprende cada oruga, visto al microscopio es como un tallo repleto de arpones, algo diseñado con muy mala leche, ya que aparte se comporta como esas ampollas de farmacia que al clavarse la punta inoculan la sustancia urticante y edematosa. Una arma en miniatura excepcionalmente precisa. Ayer, marzo era una atmósfera dantesca de millares de microarpones errantes con veneno suspendido. Un baile de veneno en microcápsulas como una lluvia mortífera.

Y yo, vulnerable a esa pandemia venenosa en el aire, asno de mí, me pongo a cortar el césped y batir las capas de microarpones posados. Pasear con una batidora creando un remolino por la parte baja de la escena contaminada, recirculando los pelillos asesinos. Y por si no fuera suficiente imbecibilidad, recoger la masa segada con las manos.
Tras huir a sesenta kilómetros del foco, tomar comprimidos antihistamínicos y aplicarme pomadas con corticoides, hoy amanezco convalesciente aún, llagado, con los ojos hinchados de sparring vallecano malo, cincuenta pústulas en cada mano, la nuca sin un milímetro de epidermis sana y un picor como rutina de vida.
Las manos con microarpones clavados se convierten en mano de rey Midas del veneno, que todo lo que tocan lo irritan.

Así que lección aprendida de como la naturaleza orquesta sus armas biológicas, de cuán asediada es esa casa de veraneos por tierra, mar y aire, y de que las soluciones pasan por vestirme de apicultor o de mascota animal universitaria, todo el cuerpo tapado y la ropa después lavada, aparte de fumigar al final del verano con un bacilo asesino de esas larvas, así como poner trampas con feromonas para atrapar en verano, las mariposas mutantes que en su día fueron orugas homicidas. Vaya guerra.

domingo, 24 de marzo de 2013

Sábanas sábados boste-zos


Los sabados no despiden apenas olor a productividad. Uno se contagia de la festividad común y se mimetiza de trabajo caído. Son amarillos y sabaneros. El escritor tiene siete domingos, una semana laboral en que el ocio puede campar y colonizar cualquier instante sin ataduras, y la creatividad debe imponerle su dictadura página a página. Y así se te podría ir la vida sin terminar libro alguno hasta los setenta, de despiste en despiste. El artista es el autónomo elevado al cuadrado, sin proveedores ni clientes, ni llamada de teléfono alguna, que son las espuelas de todo trabajador. Se cortan las comunicaciones con todo el mundo, se trabaja en una cueva, y a veces las temperaturas de la inspiración se dan a bajo cero. El único proveedor es el acervo lingüístico, ni más ni menos, el idioma que puebla invisible la cabeza. Como mucho algún escritor muerto inocula lenguaje desde libros viejos. Y los clientes, no son más que un teórico coro de lectores sin rostro, imaginados, igual de etéreos, en esta profesión donde todo es vaporoso y espectral.
Así que el guión de los días, su esqueleto de rutinas, debe ser levantado de cero, no anda prefabricado como el de todo el mundo, los que visten de paisano y no de batín. Me hunden los sabados sin guión alguno, porque te cubres los laborables prevenido, pero a veces para el sábado no habías cocinado planes y te pillan en vacío de rutinas cuando el resto de gente huele a quedada, trámite y excursión.

¿Qué sabadea las mañanas? La presencia indiscutible de Alba, tras su ausencia oficial de los laborables, y su alta en los sábados y domingos. Ella rige el presente, cerca de la omnipresencia, y desnaturaliza la misma mañana de lunes a viernes, la transmuta repleta de niñez. Sabadea la atmósfera de sonido, más poblada de criaturas vecinales que no trabajan. Y la tele, que con Alba se presta más al encendido, da la esencia óntica al sábado, lo constata y lo cierra, con sus programas de arrastre, resacoides. Si se sale a la calle, el día también sabadea con la proliferación de cascos hormiga de bici, con los niños y los padres bajo él, libres del trabajo y como hormigueando el espacio de la tregua.

Pero las custodias compartidas dan niños intermitentes y familias alternas. Este sábado no toca, y tampoco es un día ocioso recorrido de niño. La pareja construye bodas los sábados y para mí es un laborable con el pie ya cambiado. Es un día suelto, soltero, sin resaca por en medio ni juerga reciente. A las 15 h cojo un libro y lo hago laborable, tras vacilar cuatro horas la identidad de los días. Gajes de la libertad, desmedida, de artesano anónimo de la imaginación.

viernes, 22 de marzo de 2013

Fundamentos


Cuando estás 5, 8 años con alguien conyugalmente hablando,
te sueles adaptar, compatibilizar, como hace el titanio con el cuerpo. Te injertas en horarios, reacciones y expectativas. Cuajáis. A base de no parar de remover, de mezclarte.

Llega un momento que "ya va solo". Se sigue pedaleando, pero el músculo está aprendido. Se han levantado cinco, ocho pisos del edificio, donde vives, que fallar a la socia arquitecta es como fallarte el suelo. Porque tu suelo es lo más parecido a la importancia creciente y ya axiomática, de tu cómplice en esta vida. Fallarte el suelo, o cortarse un brazo, seccionarte una parte de ti mismo.

A Moni le dicen que lleva 20 años caminando mal, y por eso su malestar cervical. O sea, que de niños nos enseñaban a como alcanzar el cielo y lo sobrenatural, pero va y no te enseñan a caminar. Los fisioterapeutas resulta que son los que nos redimen, la verdad necesita fisioterapia, y después gloria. Menos mal que siempre hemos honrado más la bata de un galeno y la doctrina médica, que esa moral de la Iglesia que nos saltábamos. A las consultas no hemos dejado de acudir, ya sólo queman en hogueras mediáticas a los abortistas, se pueden matar adultos parias de Mesopotamia, pero no mierdecillas de engendros celulares, fruto de una noche de alcohol y desfase, porque los zigotos están repletos de vida. Hijos de una hiena, religiosos de pasarela, parad ya de echarle vuestra lejía para volver blanco lo fácil, lo expuesto, limpiaros toda la mierda de lujo vaticano, derechista, y pijo, que lleváis dentro para vuestro exclusivo regocijo. Sois ricos y sometedores, maltratadores psicológicos.

Kobero y yo


La constatación del clima no es más que un relato particular de una zona temperada suave, que discrepa y no identifica a los fenómenos atmosféricos de otras latitudes. Exactamente igual que todos los fenómenos sociales, íntimos o políticos, que vive el escaso radio de un escritor. Completamente similar a lo que viene haciendo la poesía a lo largo de los siglos, intentar universalizar los cotos privados del poeta.

Es un tratado de las cuatro transiciones, lo que realmente importa a las cuencas de nuestros ojos sobre el río del paisaje: la eclosión primaveral, el sumidero invernal, el apagamiento otoñal, y la celebración veraniega. Heráclito, aunque vertiginoso, tenía razón. Fue el primer ideólogo de izquierdas.

Se ha roto una cañería, que perfuma de hez todo el bosque. Un contraolor a cadáver irrumpe en mi paseo con el perro. Sigo el hedor y veo en la cuneta del sendero un gato muerto, tal vez enfermo y anegado por las lluvias. A Kobe la muerte le enlentece, la olió seguro antes que yo, y pasa como en un desfile de luto, cauto, sin detenerse, apercibido de la descomposición animal, de la destrucción de su carne metafórica. El perfume de la muerte le produce un hondo respeto. Pasado el olor, reanuda su marcha de jovenzuelo trotador.

Kobe empieza a comportarse como un perro andaluz. Es un ser anda-luz cuando el invierno termina y busca el sol para estirarse y bañarse en sus rayos. Allí yace en la mañana hasta que se cansa y pasa dentro de la casa.
Hacemos de un perro fiero maduro, un peluche. La vida de un perro adulto sin cautividad seguro que distaría mucho de las monerías y carantoñas que les dedicamos. Cómo seria la vida amazona y silvestre de Kobe.
Nos compenetramos más. Nos hemos adaptado. Casi cinco años de convivencia y ya nos conocemos. Lo miro roer un hueso de churrasco, aburrirse luego esperando el paseo, ... y comprendo que nadie aspira de verdad a ser inmortal. Pensamiento críptico que poco a poco se desarrollará y dejará de parecer sólo un título.
Mientras escribo cada mañana recién levantado en el sofá, es un clásico que él esté entrometido bajo mis piernas y la manta, en su madriguera corporal.
Y nuestros abuelos llamaban de usted a los padres, y nosotros tratamos de tú a nuestro perro. Voy a por el té.

Sobre el lamento (regeneración vs. amputación)


Ante la adversidad, uno puede lamentarse o callarse. Digamos que son las dos reacciones clásicas a las dificultades más o menos trágicas. Un polo llorón, cascarrabias, quejumbroso, y otro extremo que opta por cero verbalización, hacer nula extensión de lo explícito de la desgracia.

Y si nos fijamos en nuestra conducta, es probable que tengamos dos tipos de respuesta - quejica o estoica - según la magnitud de la tragedia. Se suele dar en personas perfeccionistas un lamento común por cosas pequeñas, fallos sin importancia trascendente, fustigaciones de la exigencia, son personas de compleja satisfacción. En cambio, cuando lo desafortunado se ceba, y el descalabro irrumpe estrepitosamente, ese espíritu de hormiga constructiva de toda la vida, entiende que lamentarse sólo retrasa y agranda la destrucción, y se vuelca en volver a montar grano a grano ese hormiguero masacrado. No hay espacio para el consuelo, se da un resorte robótico y eficaz de criatura determinada. Hay regeneración.

Otros caracteres son más plañideros. Ante las simas rompen a llorar y levantan otro muro de las lamentaciones. Se desahogan pintando lo tenebroso de la situación, mapeando la tragedia, y perfilando algo exageradamente los obstáculos. Buscan la muleta social, porque derrumbarse provoca el apoyo de los otros automáticamente, aunque no se llegue a los extremos de una viuda que apenas se sostiene en pie en un funeral - imagen de la fractura del alma.
Ir de luto en un problema gordo, es aceptar la amputación. Si ante una adversidad que pone en duda tu victoria sobre ella dada su complejidad, eres tú el que duda y no la objetividad, de ese empate se pasa enseguida a la derrota.
Vomitar la situación, quejarse al árbitro del destino, plañir, hundirse, lamentarse en definitiva, son los síntomas de autoprotección que certifican la derrota. Tenemos todos mecanismos de defensa bien desplegados, para clamar luego las injusticias cósmicas que se ceban con nosotros, basta construir la teoría de nuestra vida que justifica nuestras limitaciones. Eso sí, la mediocridad está llena de llorones. Aceptar el consuelo, lamentarse, te implanta e injerta en la nueva situación desfavorecida, sin darte cuenta. Ya lo has digerido, ya lo has aceptado, ya has perdido.

jueves, 21 de marzo de 2013

Soledario

Deserto "Diario de un cazador" de Delibes, por ese idioma recio de pueblo como un pan grotesco, duro y amargo. Cicuta literaria.

Ayer se resbaló un día otoñal, en retroproyección, porque mentaba el ocaso en un día cerrado, oscuro y nubero. Los campos primaverales no cierran por otoñeces. En una parcela se ve un campo masacrado tras la cosecha, en pleno desorden. En las restantes, el fulgor de los vegetales no se suspende. Unos mercenarios de la fruta toman el bocadillo de medio día, antes de arrebatarle todo a la siguiente parcela. Yo paso a veinte metros por mi raíl de vida, por la franja intermedia de los poco ricos y los poco pobres, prosigo mi devenir palaciego a sus ojos. Compruebo que hoy comerán, y portearán toneladas de carga deslomados, para luego dormir en un piso frío con diez más que huelen mucho como ellos. A los de mi extensa franja intermedia se nos olvida la desgracia de no tener donde caerte muerto, azuzados por la promoción a estadios mayores. Dejamos la desgracia de ser africano aparte en el plato, y nos llenamos la boca con la palabra crisis. Después todas las lechugas del mundo que comemos, han pasado por sus manos ya inexistentes, borradas. Es nuestra explotación de clase media, el ahh se siente por haber nacido en tan mal sitio, nuestro conservadurismo trepa y amnésico.

Luego el día se rompe con un sol forzudo de abril que esfuma las nubes, la primavera es reversible, como el otoño, el año tiene pasadizos de espaciotiempo fortuitos. Los mercenarios alcanzan el reúma, pero a esas horas del día ya ni me importa, nos olvidamos, yo sigo mi raíl abundante y palaciego, y me seguiré lamentando de leves pérdidas de comfort como un comemierda. Soy un europeo habituado, un civilizado de pleno, un residente del primer mundo. A mí las neurosis y los decrementos, las angustias de escoger entre 30 pizzas y no alcanzar el último smartphone. Soy una criatura sofisticada y estúpida, como tú

miércoles, 20 de marzo de 2013

Clic al me frustra


Los contribuyentes, solemos poner a relucir nuestros logros, exitosos y certificados según nuestra propia vara de medir, antes que airear nuestras miserias. Veáse Facebook y todo lo que ha contribuido a la autoestima de cartón piedra.

Nadie exterioriza su caravana de frustraciones interminables. Están todas debajo del sofá como si hubieran desaparecido.
Yo probablemente moriré sin vivir temporadas en muchos sitios. En Grecia, y tampoco habré conseguido hablar griego. No residiré en Estados Unidos, ni quizás llegue a hacer ni un road trip. Ni tendré una experiencia africana, ancestral, precaria, aventurera, humanitaria. No viviré en Amsterdam, ni patearé una serie de lugares perdidos como Kazastán. No veranearé en Irlanda ni tendré casa allí. No seré argentino, ni de adopción.
Tampoco seré catedrático rascahuevos de Filosofía, ni promocionaré una vuelta a los psicodélicos como solución cultural específica, no colonizaré la ciencia como profesión y seguiré desterrado de la bioquímica, continuaré siendo un don nadie en el ámbito cultural hasta los 36, o hasta los 76. Ni conocí a Pepe Rubianes, y probablemente no trate ni a David Trueba, ni a Sánchez-Arévalo, ni a Oliver Sacks ni a la viuda de Umbral. Ni me follaré todo lo que me señale un dedo designador de harenes semanales. Ni mensuales. Ni anuales. Pero la gente cuando acaba su período laboral y empieza vacaciones, se pone a aplaudir y a soltar frases en coro, como pone fotos escaparatistas aplaudiéndose y celebrando su absoluta y llana mediocridad almacenada. Y a base de este pedalear se segrega autoestima lechosa, mientras las paredes macizas de toda la vida esperan más implacables.

El ser humano tiene una asombrosa capacidad para conformarse con su pequeña parcela. Soñar es gratis, y luego a aquel chaval desgarbado que chutaba piedras, hoy la vida le ofrece una fábrica de sueños por chutar bien el balón. La existencia canónica es errática, caprichosa y algo lotera.

Histamina


El invierno ya ha capitulado, se fue con el frío a otra parte. Hay quien vive la realidad por chasquidos de prensa o por lemas de tienda, para ellos hoy ya es primavera.

La primavera es tránsito, una mesada larga de paseo exterior, sin detenerse, a tiempo ordinario. En verano los niños cuelgan carteras, los mayores dejan de trabajar y van desnudos, el tiempo se descarga.

La piel. La primavera saca del anonimato a la piel. En invierno duerme entre edredones, atolondrada. Llega la primavera y vuelve a ser pantalla, antena, mejilla del mundo en nosotros.
Es la estación álgida para la vida, cuando se descorcha la flora y fauna y nos salpica la piel. Aparece ese fenómeno esotérico que son las alergias, afecciones irracionales por un polvo vegetal, una molécula caprichosa, cuando somos víctimas de las taras de la evolución, que en una esquina no se cerró bien, o un adn patinó al replicarse. Mucho queda por investigar en el campo de las alergias, no pueden tener tanto poder y tan poca explicación a la vez.

A mí me sucede con las orugas de los pinos, esas que hacen unos nidos alienígenas, neblinosos de laboratorio, capullos de pequeños monstruos. Se supone que "soy alérgico". No me sirve. Leí que es una cuestión mecánica, urticante, física. Estos gusanos de satán son peludos, hirsutos, de pelo ortiga. Son unas criaturas, unos cilindros reptantes, a quien la naturaleza rodeó de una pelusa urticante infinita que pierden constantemente y proyectan en todas direcciones. Son armas de irritación masiva. Una cámara de infrarrojos "alergénica" descubriría un mapa apocalíptico en una pineda, con millones de pelos urticantes flotando en el aire. Cada uno produce un habón, que clama rascarse y esto a la vez extiende el habón, multiplica el picor y desespera más. Llega otro pelo invisible, produce el habón, multiplica el picor y...
Dejémonos de nombres pantalla, esto es veneno.

martes, 19 de marzo de 2013

Pesadumbres cósmicas


Diez de la mañana en el balcón, soy el único habitante de esta comunidad de cuarenta apartamentos. Que reside quieta, fantasma, martilleada ahora por los pájaros, rallada por el scalextric de la autovía instalado apenas a veinte metros.

Es un tiempo congelado, puro, completamente virgen, un martes destripado, marqués, de ama de casa. El tiempo cósmico siempre es frío, fresco, colgandero, de hiperespacio o calle desierta, un tiempo donde no se ha apuntado nadie, un vaciado.
Espacio con aspiración de metafísico, porque no le queda nadie más, sólo las propias estructuras y vigas de la realidad. También riela la acuciante pregunta de la salud existencial de uno, siempre cuestionable, como criatura aplastable entre los blisters de sus expectativas y su insignificancia cósmica. Uno se libra del vacío de las horas, narrando esta primavera concreta y única, removiendo lenguaje y construyendo bisutería lingüística, ingiriendo y cargándose de lecciones previas, cocinando aquí, recogiendo allá, construyendo lo familiar, peleándome por unos dineros, zampando un poco de televisión.

El Jordi filosófico es una especie pesada y brumosa de mí, de infancia religiosa, época conductista de premios, en una era que nos tallaban para el Bien. La parte apolínea bien criada. Luego está la incorrección, la irreverencia, la rebelión del inconsciente en el cercado, abriéndose cada verano, cada ocasión que cesaba la ceremonia oficial de la corrección. Un cachorro es un juguete que se juega vitalista, una rebelión lúdica. Nacemos lúdicos. Nunca he perdido el picante, ni en las estribaciones hegelianas ni en los valles complacientes. Nada dicta cátedra, lo sagrado empieza a fermentarse nada más encumbrarse.
En estas mi historia, es la de un pasatiempo más, ese avanzar al vacío entreteniéndose, entre-teniéndose, y despistar al tiempo, al cosmos, y a su puta madre. Llegar a viejo, que no es poco, como una chamarilería existencial repleta de detalles y sonidos.

Las décadas


Escribir unas memorias sobre los ochenta, tiene el riesgo de ser visto una colección de evocaciones más de la pila o de caer en lo trillado por el recuerdo audiovisual. No son los míticos sesenta, americanos, porque California era multicolor y España tiraba de gris. No es esa década con mensaje, revolucionaria, que ante la curva triunfal del progreso hizo el amago de romperlo todo, la última aparición sagrada de los psiquedélicos en la historia.

Los ochenta fueron para nosotros la esplanada democrática, una década ingenua, de progreso chato. Sociedad con poros abiertos y perfusión americana, dónde todo estaba por definirse y parecía que el desenlace histórico quería ser bondadoso, calados todos de la corrección y piedad de la pintura católica. Nunca el poder fáctico está atado, queda en el aire, faltan los flecos definitorios de intereses económicos difusos, geopolíticas, motivaciones electorales, las estéticas de la época... al final el mundo al que apuntaban los ochenta se cumplió técnicamente pero no continuó su interior pardillo. La ingenuidad de los ochenta se fue perdiendo con más progreso, su inocencia se fue evaporando. Los noventa son un refinamiento, un estilismo y maqueamiento progresivo de los ochenta. Pero a la vez que se depuran los rudimentarios ochenta, se añaden gramos de soberbia semestral a la cosa. Nos pasa como todo aquel que mejora su presencia y estilismo hasta cotas orgullosas, que le acaba dando un valor a esa potencia, desplazando otras. Amén del juego acomodaticio que representa el progreso, correr hasta la nueva tecnología atractiva y dejar el reguero de obsolescencia que va quedando atrás. Esa rampa en los noventa empieza a empinarse, y en los dos miles es vertiginosa, hasta la pared de nuestros días.

Los ochenta no son tan modernos, sólo su germen inocente, y por eso se les tiene cariño. Son ingenuos, rudimentarios, sin ser cutres (creo yo por la perfusión americana). Pienso que con las décadas basta un proceso de maduración para que el cariño se pose en ellas, aparte de haber sido el reino de la infancia de la persona. Los noventa todavía no han fermentado lo suficiente, o su generación infantil no ha tomado la voz cantante.
Para mí los ignotos setenta no me llaman, me parecen ese híbrido entre los sesenta y los ochenta de difícil digestión estética, con ese coloramen marrón arena tan parecido al cartón, esos pantalones lauren postigo ceñidos y de pata ancha en un flaco, coronado todo con unas greñas lobeznas que duele recordar.
No hay década aislada, sino que todas están atravesadas y contienen pasadizos secretos. Rememorarlas tiene su gracia a la luz del mayor número de épocas posible. El tiempo ordinario cobra destellos de diamante cuando las miradas le llegan de lugares remotos y familiaridades insospechadas, y caes en la cuenta que cualquier cosa es pariente del todo.

lunes, 18 de marzo de 2013

Ésteañocuandocáe


Hay mañanas que te levantas alcornoque, embotado, con una cabeza menor. Detrás siempre están los cambios en las rutinas obrados, en este caso los males de las barbacoas de los domingos. La desmesura proteínica del arsenal de carne, el remojo del vino de porrón, el ahumado a la carne propia gestionando esas brasas, son un giro suficientemente dramático para el fluir de la semana. Los chorizos se me han subido a la cabeza. No hay nada menos literario que un chorizo naranja embutido y aceitoso, durmiendo en un plato.

Aquí es cuando algunos escritores se toman optalidones, cubatas mañaneros y prozacs en vena, de momento hacemos con el té. Buscamos que el organillo, ese instrumento de carromato del lírico, continúe dando vueltas. Que los engranajes de la máquina primitiva de la nominación avancen sus dientes a poder ser, aburrida y perpetuamente.
En estos amaneceres bobos, notas que en el terrado ni hay organillo, ni duendes, ni gracia, te sale una mente seca de profesor de autoescuela o anestesista, pero la cabeza tiene una naturaleza de cemento donde no es posible la fundición licuosa de la creatividad.
Como ante un auditorio presa de los nervios, la única manera de proceder es sacando los nervios afuera, en exposición verbal, porque los nervios son criaturas interiores que crecen en el anonimato y perecen cuando se les nombra. El cemento intelectual, sordo, mendrugo, empieza a derretirse también con la mirada, porque las neuronas siempre prefieren antes que seguir durmiendo, ir a unas gradas a ver la parábola lírica de la fundición del cemento. Ellas son muy curiosas, incluso la de los animales políticos y/o financieros. Una célula muscular es estoica y de derechas, las neuronas llevan greñas dendríticas, fuman porros endógenos y tienen tarifa vitalicia 4G.

Nos queda una semana civil de rutina antes de la paradiña primaveral de los cinco días ésos, que cada año cambian, abril arriba, marzo abajo, y que tienen el cansado nombre de semanasanta, o ¿esteañocuandocae?. Es mucho mejor el segundo nombre, lo define más. Lo que importa es qué tiempo hará, quién pringará comprando billetes a tropemil euros, quién volverá con la tez de rojo subido al trabajo, qué pastelería levantará la Sagrada Familia a tamaño real en chocolate de una vez.
Podríamos rebelarnos y parar este juego a los dados con el calendario. Señores, estos cinco días de asueto que nos dan, nos los cobramos un lunes aquí, un viernes allá, bien puestecitos en el calendario, será por santos, y me dejan de agitar el año por motivos sagrados, que no llevamos túnica ni hemos reservado plaza en el más allá.

sábado, 16 de marzo de 2013

El gigante americano


Como niño de los ochenta, nacido un 77, sólo existió un tal Ronald Reagan, como jefe de ese país grandilocuente que salía en las noticias. La historia percibida de los Estados Unidos no alcanza a Carter, Nixon, y pilla de refilón reemitido a Starsky y Hutch. Recuerdo la ilusión que hacía el águila y el diseño de los Ángeles 84, en esa presentación olímpica al mundo de un país. No establecí la comparación - no daba para metáforas históricas - con nuestra naranja obesa con botas y la performance en general, de nuestros mundiales dos años antes. El look memorizado del estadio angelino y los juegos, sí que me han concordado años más tarde con toda la estética californiana, tan hispanamente escondida de huesos y tan anglosajona de cara y piel.

Aquella realidad estadounidense tan vanguardista, que demostraba un avance-retraso de un cuarto de siglo, poco a poco iba a ir siendo percibida a retazos. Estaba nuestro baloncesto algo neandertal, en un continente de malos peluqueros. Con jugadores que parecían estar diseñados con articulaciones peores, y empresas textiles que nada tenían que hacer con los equipamientos maqueados de Oregón y Michigan. Vestimentas traperas en pista, y bares palilleros donde tomar luego el café, frente a esas madrugadas "cerca de las estrellas".

Mientras Steve Jobs y Bill Gates revolucionaban el cinemascope y las gramolas, nosotros enfilábamos una transición democrática años ochenta arriba, sin tener pajolera idea sobre qué se cocía en la vanguardia del mundo. La tecnología era para nosotros un señor con gafas trajeado y luciente, de película en blanco y negro, que entendía las instrucciones del telefunken, y te vendía un electrodoméstico desde su puesto de sabio de la electrónica. Así de lerdos fuimos.

De aquellla latitud "espabilada", desde donde se inundaba nuestro ocio con series, películas y cine casi monopolísticamente, y se empezaba a romanizar un planeta, también venía ese maná maravilloso, que entraba por los ojos, suerte de futuro comestible, que era la santa trinidad de hamburguesa completa, cartón rojo de patatas y bebida, cuando aparecía mágicamente anunciada en el dorso de una tarjeta de bus. En tu cumpleaños y a final de curso, podías ir con tu mejor amigo y las madres a merendar.

A la romanización del siglo XX llegamos indefensos. Las empresas publicitarias de USA lo tenían bien fácil. De hecho, cuando murió Franco se descorchó mucho champagne metafórico en empresas del resto del mundo libre. Bastaba poner una foto de un menú de McDonald's al uso, para clavarnos el anzuelo de un cuarto de siglo irremediablemente. Era la abundancia, era el exotismo, era la vanguardia de los embalajes y cartones, la mera vestimenta de unas comidas.

A los niños de entonces no se nos remarcaba la procedencia estadounidense de nuestras vivencias infantiles, pero tal vez podríamos haber apartado lo americano de lo nuestro con una clasificación entre lo trepidante y lo artesano, lo excitante y lo pasable. Éramos hijos de una dictadura retrasados frente al mundo libre de todo el siglo.

jueves, 14 de marzo de 2013

Las Final Four domésticas


En estas cuatro paredes de mi habitación se jugaron finales gloriosas. Con unos calcetines doblados haciendo de cuero, mucho juego de tórax y hombros, y una canasta mínima colgada del armario, los hermanos S. se creyeron negros, epis y centellas de la NBA. Nunca los partidos fueron tan inmediatos, palmeando para afuera tiros del aro, recogiendo el calcetín rebotado del techo, y alargando un paso a la línea de 3.25, marcarse un buzzer beater cuando no existía esa palabra.

Los otros hitos deportivos de la habitación giraban en torno al balompié. Esta vez cogía un rol más de banquillos. Se disputaban mundialitos, europeos, copas del universo, entre mis muñecos, la mayoría pitufos o figuras de los dibujos animados, en partidos dos contra dos, portero y todocampista. El cuero era una canica. Siempre ganaba el equipo que yo quería pero nunca se notaba apenas [aquí se podría derivar un test de personalidad para niños]. Tenía un campo pintado en la moqueta, pero todos los niños del mundo sabemos que la gracia de un campo está en las porterías, nada estimula más que unas porterías bien paridas, con postes, nada de montones de tierra o zapatos. Si tiene red, ya es posible fantasear con el éxtasis de inflamar la red con un gol, nada de goles huecos que perforan el aire, un gol tan visible y terminado como aquellos.

Así que buscaba las patas de los aparadores, los zócalos de las columnas, todo lo que pudiese hacer tangibles escuadrazos y tiros ajustados. Siempre he sido un tensionista.

Día monzónico


Se dio una salida nula de la primavera. Una lluvia fondista, que cruzó el día sin descanso, dejó anegado el entorno. Hubo un holocausto de larvas primerizas; una masacre hindú de flores, alfombrando senderos; un gatillazo enfangado de polen; y una extensión de garantía del verdor luminiscente hasta mayo. Una de esas fintas para los campesinos a medio salir de boxes. La primavera no es más que una criatura moteada de lluvias y claros, un arremangarse intermitente.

Hay uno o dos días monzónicos como ayer al año. Días con todas las flores dispuestas que caen con la marea y montan una floristería en la calle. La India es ese país de flores sueltas, omnipresentes, colgantes. Esa marea monzónica es la misma que invade la religión con un remolino de color. La misma que da los batidos caribeños de son, colorido y melaza. Son países zumo, a las frutas también les pasa como a las flores que inundan las calles de pulpa. La lluvia como maná.

Aquí el termostato europeo impide esa proliferación exhuberante y estila las cabezas frías, sin guaguancó.
El término primavera nunca me ha gustado, muy lumínico, italianizante, siamés de los rollitos. Siempre me ha resultado una exaltación que no me la creo, un refrigerio del verano, que es a lo que hemos venido a este mundo.
Las estaciones en la ciudad son una mera cuestión de vestuario y terrazas. Es un destierro firmado, la historia de la naturaleza se acaba donde empieza un rellano. Después el tiempo nos altera como mamíferos y traccionamos mejor nuestra vida sin asfalto. Vivir en el campo es una reconquista.

Por la puertecita de atrás de mi casa, se accede a una salita de 6 hectáreas, donde los aviones no paran de rascar el cielo y está deshabitada de humanos. Sólo respiran las lechugas, silban las tomateras, duermen las zanahorias y se aburren las higueras. Surcas sus caminos y te apartas del mundo, una cita contigo mismo, testificada por vegetales que escuchan. Una salita separada del mundo por los halcones de acero que la velan, un territorio suspendido, entre paréntesis continuos. Un oasis vegetal poblado de agricultura que no tiene orejas ni se le rasgan los sentidos.

Anatomía de una habitación I


A las habitaciones, una luz tamizada parece paralizarlas, detenerles el tiempo.
Silenciosamente, me cuelo en la mía, mi habitáculo de la infancia hasta los 30 años, y la recorro con la mirada.
Cuantas capas ha tenido esta habitación. Papel de pared del pueblo de los pitufos, suelo enmoquetado con un campo de fútbol hecho con cinta de embalar. Son las capas de realidad esfumada que la memoria proyecta en tantas partes de la ciudad, porque todos vemos una película emocional dentro diferente a las cosas.

El armario rojo de madera laminada sí que es un cuarentón, bien podría escribirse mi biografía. Es el único que ha resistido la obsolescencia decorativa. En sus cajones zapateros hay un friso de pegatinas ochenteras aún legibles. Son 13 cromos panini del mundial 86, con un Platini de pelo lacio, los equipos de Escocia, Canadá e Iraq, una foto de la ciudad de Puebla.
Eloy Olaya marró un penal luego.

La luz ha quemado y decolorado una de sus puertas, la otra sigue morena. Una puesta de sol enmarcada, también se ha velado y ahora pasaría como una ilustración de un libro de religión de los ochenta, que nos pintaba lo celestial como una naturaleza pastel y decolorada, lo máximo que daban las imprentas, los presupuestos, y la imaginación piadosa de la época. La luz, es ese inocente y aplaudido fenómeno ceremonioso, que se carga los colores sibilinamente como causa melanomas. Aún no hemos criminalizado a la luz, todo se andará.

Cuando anochecía, en esta alcoba la luz siempre la han dado un par de florescentes, tartamudos en muchas ocasiones.
Aquí hubo dos camas, una que salía como una pasarela levadiza de la pared. Y se me daba la mano, aquella presencia física necesitada de un cachorro, ante la nave cósmica y metafísica que suscitaba la oscuridad. Aquí ha soñado demás gente, materia espiritual de la que sólo queda un rumorcillo en cuarto plano.

Las camas nunca supieron encontrar su lugar en esta habitación. Hasta cinco ensayos históricos puedo recordar. Uno de los mayores errores de mis padres fue situar un lecho pegado a la ventana. Una ventana que perdía, que siempre se le colaba aire. Fui un niño abonado al resfriado y a la tos de perro. Hoy en día soy un experto domador de costipados y corrientes de aire, me zafo de todas aleccionado. La cama, traumática, buscó lugar después siempre dudando.
(continuará)

miércoles, 13 de marzo de 2013

Las posaderas de la primavera


Mariposa Technicolor, canción desaforada de Fito Paéz, se cuela por mi cabeza a las sietes de la mañana. Se está produciendo la implacable concatenación de sucesos primaverales. El coche con las ventanas tapizadas de polen. El maratón de insectos saliendo de las huevas. Los campos luciferan, una luz más candente se ha posado en ellos, que los está empezando a dorar. Las nubes son flamantes y han mutado a gigantes, nubes nodriza ocupando los costados del cielo. El alfombrado verde luce sin saber que empieza a despedirse, con medio pie en la tostadora. Y ya se van las tardes breves interruptas, las tardes sumidas en un apagón precoz. Aparece una hora blanda en la tarde [19h], una hora nueva que no estaba en el invierno, en que se posa la escritura.

Ayer era una tarde en que se nos pudría la mejor temporada de la historia, en que una enfermedad fulminante pillada un anochecer en San Siro aniquilaba una vida plena. Lo de este Barça es una historia de virtuosismo, una década gloriosa del arte deportivo. Más allá de todos los títulos de sus capítulos, una veintena, importa el abultado número de páginas y párrafos de celebración del fútbol. Este Barça merece ser también un fenómeno literario. Como Andrés Iniesta ayer certifica, que es futbolista y artista, y que un proyector con driblings suyos en un museo es pertinente.

Era una tarde de convocar a los espíritus. Hacía falta un Camp Nou brujo. Estábamos por ir de luto, bien negros, con ánimo plañidero tras las losas de Inter y Chelsea. Esperábamos un partido en el matadero.

Después basta un clic y un clac para descerrejar toda la ciudadela maciza del Milan, un leve toque y un sutil disparo, para limpiar las telarañas del fortín. Luego, el reincidente, el repetidor de excelencia, volvió a transmitir. Nuestro dios del fútbol nacido en Rosario.
Se asfixió al Milán.
Y a un Jordi Alba de tartán, se le pasó una pelota mientras mutaba de velocista a futbolista, tambaleándose, pasado de frenada, en el minuto 90, y se recompuso en un segundo para definir un pase de la muerte a gol.

Ya todos fantaseamos con otra Copa de Europa, tras 6, seis, semifinales seguidas, y no se nos ha arrancado prematuramente este frenesí triunfal de la fantasía.


lunes, 11 de marzo de 2013

La misa ventrílocua


Hay una imagen que resulta muy profana, y no es porqué sí. Una misa dada por una cura ventrílocuo, que sostiene un muñeco, ungido o no, y alterna sus plegarias con las intervenciones del muñeco.

Es un cachondeo hiriente para el feligrés. Ridiculiza mucho la reunión eclesiástica. Pero es que toca la fibra de todo el entramado sustentado en la fe. Hay un eco de verdad en el acto cómico del sacerdote ventrílocuo. Al fin y al cabo, un creyente reproduce la voz de Dios en su cabeza, crea una instancia psíquica, un personaje distinto a él, una entidad que le observa, le escucha, y a veces le habla interpretándole la realidad. Todo lacrado por la seriedad y lo sagrado.

Cuando aparece la imagen irreverente de un ventrílocuo de la fe, cuando Dios es un muñeco, y los asistentes en los bancos siguen sentados en la imaginación, se resquebraja plásticamente su pilar biográfico de apoyo. Es ofensivo, potente, revelador. Es una representación gráfica, una caricatura plausible de sus invenciones, de sus prótesis mentales para caminar por el mundo. Dios podría existir o no existir, lenguaje elevado; Dios podría ser un muñeco que se hace en unos talleres de las afueras y lo pinta un primo segundo, lenguaje del día a día. Podría darse una aberración psíquica de inventarse una entidad invisible a la que se habla, y los curas un día llegarían a actuar de ventrílocuos con éxito.

Mirarse en un espejo sugerente puede provocar violentarse, romperlo, y agredir por la supervivencia psíquica, antes que aceptar según que minusvalías. A la teología sólo le queda un sino, resistir.

Chollas


Gente de chollas. Las chollas, greñas, o melenas. Hay palabras que engloban la sonoridad de una época vivida, especie de títulos generacionales.
Palabras noventeras, vocablos de una década, léxico cargado de tiempo. Chollas es intraducible. Chollas es meridional, fricativa y palatal. El italiano o el griego tal vez puedan emular su físico, pero sería mucha casualidad que también existiera un término greñudo con sonoridad y empaque parecido a chollas.

Chollas es prima de la familia de coños, zotes, pachorra, cejudo, porrón. Palabras pesadas y sonoras que no flotan en el lenguaje, palabras zanjafrases, que por sonar más, ocupan más significación, la familia contundente del vocabulario.
Hay una forma percutora de ganarse al lector con estos golpetazos léxicos, a base de empaque. Cada texto no es más que una canción, y el estilo contundente, de defensa vasco, utiliza el español heavy para ganar adeptos. Le gusta el marmitako Don Camilo? Toma-claro.

Greñas apunta, melenas lista, chollas retrata o caricaturiza. Es el extremo de esta progresión coloquial, es casi jerga juvenil.
Aprovecho el tirabuzón de pelo para linkear esta reflexión greñuda con la que me he topado:
http://blogs.publico.es/antonio-banos/332/las-grenas-en-espana/

Paco Montesdeoca


Lunes ocho de la mañana. Reanudo mi profesión de narrador del clima, meteorólogo a posteriori, comentarista atmosférico. El tiempo nos coarta, como la emboscada mundo gris de la semana pasada. La legislatura del invierno expira. En los atardeceres de febrero el frío ya dudaba y se colaba una luz caramelosa, ámbar del calor contenido a lo lejos. En los primeros días de marzo las tardes eran blandas. Ahora los pájaros reciben tímidamente a la primaveran, sus gorjeos parecen frenarse buscando confirmaciones, es su canción interrogante de marzo.
Son los últimos días de la exposición para ver los cuadros lesivos del frío en la naturaleza. Ya se ha dado el pistoletazo del tiempo de mangas de camisa, clausurando el período chaquetero. Sentimos la suavidad atmosférica del que le han cambiado las sábanas del clima, agradables y nuevas hasta que no se noten por el uso. El mar está de vuelta, solventadas sus corrientes nórdicas y su aspecto de bestia fiera, vuelve a ser un mar peinado.
La naturaleza se despierta como una marabunta de seres vivos. Cientos de miles de huevos de insectos, anónimos del invierno, cobran realidad día tras día y aparece la infantería articulada de la naturaleza. Estamos a poco de que la sangre se altere, que la producción de melatonina se reajuste, cambiándonos la conducta unos días. Estaremos extraños. Seremos menos oseznos y más gacelas, antes de ser lagartos y lagartas de verano.

sábado, 9 de marzo de 2013

Te regalo una start-up


Una de las planificaciones clásicas de los cabezas de familia es hacer un montoncito de euros para la época universitaria de los hijos. Más en Estados Unidos donde la universidad es más costosa que en Europa.

Aquí, los padres avispados verán que cada vez tiene más sentido hacer un montoncito, pero para la primera start-up del hijo aplicado. Aportar parte de ese capital, para la empresa que tras unos buenos estudios le posibilite una vida autónoma e independiente. No tiene por qué tratarse de proyectos multinacionales y grandes corporaciones. Pero facilita militar en ese hemisferio otro de los que son sus propios jefes y brújulas, frente al club del toque de queda del lunes a las nueve de la mañana. Se juega en otra liga de los límites, y el club de los madrugones siempre espera por si acaso.

Es un buen regalo. Más que un legado casual en que se acumulan cucharillas de café de plata y desfases temporales en forma de objeto. Incluso mejor que un dinero caliente heredado, dinero ya huérfano, que viene a ser un regalo plantado sin envoltorio ni límites, y que necesita reposar para encontrarle el sentido. Porque eso de que es nuestro, necesita un tránsito cabal. Dinero que no hemos sudado y que bien podía tener otros destinos que no llegaron a cumplirse. A veces hay que dejar que el dinero venza su laconismo numérico y nos hable.

Pero esa dotación post-universitaria en vida de los padres, es de los mejores regalos que se me ocurren para unos hijos. Regalo inteligente y cambiavidas. Un pasaporte para escapar de nuestro imperio de la titulitis vasalla.

jueves, 7 de marzo de 2013

Resolución


Estamos a miércoles y seguimos sin cielo, permanece la tapia blanca ahí arriba. Es un cielo desgraciado e inglés. Continuamos bajo un cerco climático en una semana pésima de cielos.

[tres horas más tarde...]
La bienal de lluvias ha terminado. Irrumpe al fin un sol ominoso. Llega del otro lado de las cosas, arrollando. Su presencia esta tarde se reverbera en todas las piezas del mosaico mojado que es el mundo, cegador y reivindicativo. Ha amanecido de tarde, invasor, por la retaguarda de la tormenta extinguida.
El mediterráneo son los párvulos de lo climático, aquí las borrascas se experimentan tres días, y aparece el sol inagural como si nada.

El libro preñado de Umbral que leo me ha puesto en recirculación literaria. La web Umbralistas ya está en marcha, y poco a poco iré convocando a criaturas de ese reino. Mi investigación sobre los superdotados en la facultad, prosigue. Pero hoy me he enterado que hay que hacer un simulacro de investigación, oiga usted, yo no hago simulacros joder. Alterno también con una biografía del vagamundo Cernuda, a la que seguirá la de Alberti. En esas estamos, venga va, esto ya tiene tamaño y peso de post, empaquetao




miércoles, 6 de marzo de 2013

La reproducción sexual de los artistas


La creatividad también puede tener su clasificación dualista. Ya la apuntaba Nietzsche en su genialoide "El nacimiento de la tragedia", con la distinción entre arte apolíneo y arte dionisíaco. Mientras leo "Las palabras de la tribu" de Umbral, me viene a la mente una dualidad entre los creadores. Habría una producción artística de tipología correcta, mansa, precisa, ordenada, minuciosa, apolínea, que reproduce fielmente el mundo, tal que una miniatura o maqueta de cristal tallado. Esa porcelana de la realidad también es arte, y es graciosa la miniatura que se obtiene, de difícil factura, y útil como maqueta.
Pondríamos allí a Azorín, Muñoz Molina, buena parte del novelismo actual, el paradigma de la psicología cognitiva, la filosofía de Popper, una Canon D400...
Frente a otra producción artística o creativa de tipo volcánico, orgánica, plástica, bebediza del caos, violenta, de inspiración barroca, dionisíaca, tal que acaba produciendo no una figura mineral, sino un engendro vivo, una criatura o animal pequeño injertado entre la realidad y su representación. No pretenden ser observadores ni deduccionistas, sino químicos, la creatividad cultural llevada a sus últimas consecuencias. Sin ninguna premisa inconsciente, ni límites ni márgenes en sus investigaciones, descienden al caos y ascienden ya con otra realidad nueva, o que sabe a ello. Visten ropas y utensilios de espeleólogos, mientras que los porcelanistas van de paisano y usan tecnologías.
Aparte unos operan sobre una materia intelectualoide, suponen una realidad racional, tan inteligente como ellos, mientras que los dionisíacos tienen en cuenta sin desdeñar toda la parte sentimental, emocional, errática y caótica de la realidad, e intentan desennudar estas tensiones, desembozar nuestras desembocaduras. No ven la realidad tan racional, ni limitada a su propia inteligencia, no buscan una reproducción fidedigna y pretenciosa de tal complejidad, sino obtener una criatura, un vástago personal de ella, que es la manera propia de reproducirse la naturaleza, una recombinación que apunte, que desvele, que tenga la misma voz pero siempre unos ojos otros. Buscan tener una hija con la realidad, asumiendo que nunca podrán alcanzar a poseer las dimensiones inabarcables de la realidad.
No hace falta decir con qué tipología comulgo ni qué tipo de arte pretendo.

martes, 5 de marzo de 2013

Cielo barcelonés 5 de marzo


El tiempo ya ha desprendido el capítulo que ayer se reprimía. El acto de la lluvia. Voraz, invasor. La gran capota inaguraba un festival semanal de las aguas, ayer montaban la carpa. Hoy hay niebla a media vista, y todo está chupido. En cualquier caso mejor al cielo inhabilitado de ayer, blanco, opresivo, reductor. Ahora es un cielo transitivo, no una enorme pared que nos encierra. Bóveda comunicativa, canal de aguas, matizada de brumas, difuminada en la tierra. Solventable con un chip británico.

Barcelona y yo


Para volver de la ciudad a mi casa en coche tengo dos opciones: la ruta del coche de caballos o la ronda corbuseriana.
Casi siempre cojo el cinturón, opto por la celeridad, la inmediatez, el trámite de ir o volver. Pero en este día melancólico, seguí la Meridiana hasta donde nace en su tramo atípico, junto a nuestro central park. Allí prosigue la avenida de los borrachos, flanqueando la acera del frente del parque. Aduana nocturna entre los bares de poblenou y el born, por donde hemos paseado ebrios en bici pública, declarando el equipaje más ligero de la vida.

Ya en avenida Picasso, vale la pena reducir la velocidad a la de los carruajes, y admirar esa Barcelona de época, los soportales catedralicios de comercio, esa arquitectura de la dignidad, que rezuma ética. Frente marítimo y primero de Barcelona, señorial, logrado y robusto. Siempre en su gris azul. Paris litoral.
Testimonio de una época contemporánea a la que supera.

Circulo esta tarde apagada y triste por el lomo litoral de la ciudad, hoy vulnerable, sorprendida, indefensa de melancolía. Me dirijo a la siguiente entrada al cinturón, pero en el último momento me alío con el día y sigo su ruta bucólica, como ayudándole a no sumirse en lo gris, en el cielo ya casi blanco de la nada. Tiro para Montjuïc y me paro en el arcén, con la ciudad yaciente panza arriba, para escribir esta internada que campanea ahora a despedida. Un día, de aquí cinco o quince años, me iré de Barcelona y esta tarde aparecerá como un videoclip en la memoria. Porque a veces te entregas a un editado de escenas sin saber muy bien por qué, pero estás almacenando la cara más límpida de una persona, una ciudad, un paisaje, que inconscientemente quieres que tenga el mejor metraje posible en tu memoria.

lunes, 4 de marzo de 2013

La mañana poética de todo el mundo


Los días de cielo encapotado, son días que parecen haber sellado sus párpados y se desentienden de toda generosidad o inspiración. La capota de la lucidez está cerrada y no mana más que espesura.

Yo sigo en esta época convalesciente, tullido de profesión, recién inagurada. Me debato, pacíficamente. Me dejo debatir por los días, hoy con aroma espeso.
Me he trajinado antes de comer una matinal de la generación del 27 a ojos de Umbral, alternando sus artículos con biografías de los poetas. Cuánto poeta, ocho poetas célebres y cero prosistas. Como el último estertor de poesía oficial en la Historia hispana, antes de extinguirse. Ocho poetas como ocho mariscales eunucos, telón folclórico y vano de una cruenta guerra civil. Sismo de poesía en la historia oficial tal vez pretencioso y precozmente fósil.

Creo que la poesía ha comido de aspiraciones rancias como la religión, ha compartido cierta sintonía de espíritu, y eso se nota en la estética que ha desprendido la tradición poética. Se nota una misma esquelatura de declamación simbolista de la magnitud, la luz, el esplendor, lo frugal de la naturaleza, infestando a priori la expresión poética común, con todo el 27 bien mullido. Así como casi no se hace teatro en que no se actúe histriónico de voz, la poesía universal está inundada de cliché declamatorio. La poesía afectada, la poesía afectada de sí, no tiene ningún sentido, oh mundo, no utiliza el lenguaje neutro y limpio no caricaturizado, y desafortunadamente acaba en los cerros de úbeda, en meras estampas paisajísticas, como unas postales nerviosas.


Ser poeta, ser nonagenario

Poesía no es más que el arte de la brevedad, de la dosis ideal. La peluquería del lenguaje cuando va de gala. El tratado químico de un idioma. Pero el 99 % de los declarados poetas son alquimistas, brujos de la lírica, matasanos de la singularidad.
Un poema sólo es bueno cuando acaba memorizado por una comunidad, lo demás es amateur, y la poesía y lo amateur van de la mano compulsivamente.


sábado, 2 de marzo de 2013

La marginación religiosa de las Humanidades


Recuerdo el trato secundario y anecdótico que se daba a las Letras en el colegio religioso al que fui, frente a la tierra prometida de las Ciencias. Se colocaba de profesor de Literatura a algún buenazo religioso desubicado, a algún civil que hacía de comodín malo dando cualquier materia. Total eran Letras, parecía que hasta los alumnos teníamos que percibir la mala calidad del hemisferio humanístico a escoger, no fuera a ser que cayéramos en esas trivialidades que parafrasean lo que la religión ya suelta cátedra. Un chiste propagado varias generaciones era el "eres tonto o eres de ciencias" o "si vales vales, y si no Letras".

Y así no vale. Hay trampa. No sólo se preocupaban en que los dogmas quedasen bien impresos en nuestra conciencia, coartando nuestra vida íntima y succionando nuestra libertad, en ese "siglo XX de los zombis religiosos". También querían escoger por nosotros, hacer la pinza completa a nuestras vidas, ser latifundistas de cada alma. Un poco aliados con el patrón, con el que paga, una vara oculta nos dirigía como ovejas dóciles al cercado del progreso técnico. El arte era molesto por profano, porque osaba celebrarse a veces sin la cara de Dios, y no se podía correr ese riesgo. La inseguridad y la neurosis del carbonero.

Así que había una política general, heredada y renovable, en marginar a las Letras porque revolucionan el espíritu. Las ciencias lo hacen más señores sectarios, pero torpemente no se las identificaba como peligro de herejía por esa mediatez que traen, falta de literalidad, esa careta de ecuaciones y microscopios que suponen otros idiomas ajenos al de la liturgia. Aparte de que los profesores, hasta el de plástica, eran cribados según su fe como civiles.
La literatura podía pecar con alevosía, al primer renglón, era una disciplina libre y directa, se podía dar cuenta a la mínima de las correas llagadas del feligrés, podía bloquear ese masoquismo desencadenado.
Así que dos cerrojos en los calabozos, el de lo bobo y el de lo inútil, harían presas a las Letras en las cavernas, y así existiría sólo un hemisferio con porvenir en ese monopolio de las humanidades que es la teología.
También participaba lo amarrategui de la Iglesia, ese conservadurismo rancio que iba a lo seguro y cerrado, aconsejando el mundo laboral de las ciencias como una abuela que cree que su nieto es impedido. Ese cultivar el espíritu, de abuela y de pueblo, de hacer chicos sanotes que hacen mucho deporte, y en el que alguien podría apuntar venas homosexuales de motivación inconsciente. Prefiero seguir pensando en aquello de la formación polifacética y la metáfora deportiva como educación, no seremos tan rompedores.

El lado bueno es que aquí estamos, algo cojos y neuróticos, pero otros. Con todo el cariño de aquellas gentes de bien, que estaban más perdidas que nosotros pese a que creían que la verdad respondía a sus botones y mandos. Nunca pasarán por un tribunal de conciencia a causa de todo ese armatoste de prótesis psicológicas que cargan, ni nadie les denunciará por maltratar la verdad. Pero irónicamente, desde las Letras, desde la libertad, esa denuncia cívica si es posible y sí erosiona la conciencia ortopédica con sólo acabar de leer estos renglones.

viernes, 1 de marzo de 2013

La tormenta imperfecta


Donde vivo no hay empalizadas, ni manzanas de edificios, y el viento tiene campo libre para declamar con su soplido, volverse pesado, llegar a ser amenazante.
Antes las tormentas podían provocar miedo. Se iba la luz, tronaba apocalíptica la oscuridad, se oía una humedad negra y en trance, aunque yo despegaba apenas un metro del suelo. Los fabricantes de velas no proveían a tiendas de decoración, ni añadían vainilla a la cera. La vela hacía aparecer una cara aceitosa, y eso aportaba la atmósfera fantasmal y espiritista a la experiencia de tormenta. Las abuelas, tañidas de tormentas, eran el tótem de serenidad, la referencia a seguir cuando el tiempo atmosférico explotaba en ira rodeando a la casa.
Después, salíamos a buscar caracoles, las criaturas violentadas por el vendaval que salían al paso de su infantil depredador. Esta actividad se ha perdido, le digo a mi sobrino consolero de ir a buscar caracoles tras el aguacero, y consigo que inagure en mi espalda su primer uso del término drogado, precursor de estupefaciente.

La ciudad, en la tregua del diluvio, es de charol. El campo, un cuadro mullido, subido de rocío. En el mediterráneo la lluvia es algo anecdótico, pero con una vis histriónica. Ciclícamente pasa de la desaparición al drama, de total falta de protagonismo a un hacerse notar fatalista.
El mar, es un animal de manicomio plenamente transtornado, desatado, un primo virulento de sí. La playa es una factura de este mar invasor.
Las tormentas de verano, allá por el fin de agosto, eran un síntoma de su fin de pantalón largo. Días azules, exóticos de grises, auténticos parones del devenir del verano, como una pascua otoñal y pasajera que sabíamos que tendría su día.
La tormenta es agua esparcida, el mundo licuado que queda después, un incesto entre el mar y el cielo. El paisaje sería más azul que por falta de luz se vive grisáceo, como un mar apagado. La lluvia licua al mundo y lo hace menos sólido, le da categoría semilíquida, de humor. Y el humor apagado, sin luz, azuloscurocasinegro, es el ámbito de la melancolía. Lo lluvioso nos conecta como un hilo ambiente de alta fidelidad, con lo melancólico. Es su escenario natural. Después nos intentamos sacudir de su cueva paisajística y que no nos cale. En Inglaterra lo tienen más difícil. Las gotas siguen cayendo.