lunes, 22 de diciembre de 2014

Imaginación ochenta


Algo que fuimos en los ochenta desapareció para siempre. Me refiero a ciertos contenidos de la imaginación. Cuando eres niño preimaginas muchas realidades, de igual forma que un viajero preimagina el destino antes de partir. Aquel contenido mental donde hervían fantasías poco a poco se fue evaporando a medida que la realidad lo contrastaba.

Recuerdo por ejemplo, el concepto de pantano que se me formó en la imaginación, por influencia tal vez de cómics, dibujos e interpretaciones del momento. Un pantano me lo imaginaba invariablemente como un manglar nórdico, un lugar cenagoso, oscuro y frío, entre árboles y con un agua turbia muy densa. Es decir, un paraje más bien fantástico y excepcional a los pantanos que después he conocido. Curiosamente esta idea es una metáfora de la época, pues los ochenta tenían de ciénaga de la modernidad, de turbulencia, y el futuro deparó más definición, transparencia, y pantanos y ambientes más cristalinos.

Quién no recuerda ese "triste y sola, sola se queda la escuela, triste y llorosa...", que también forma parte de esa imaginería ruda, recia y amarga de aquellos tiempos. Ponérsela a un niño hoy en día parece una acción temeraria. Una canción que encajaba con el frío de una tarde estoica de los ochenta, escuchada por un aprendiz del vivir. Canción lírica, azul y galaica, con tempo de enterramiento, pero tremendamente sincera con su tiempo sin ningún kilo de edulcoramiento, sola con las alas de la verdad. La canción fluía y se nos colaba adentro toda esa agua pesimista, realista y azul, en una tristeza simulada que de alguna manera nos vacunaba.

viernes, 28 de noviembre de 2014

La propiocepción de la infancia


Nuestra niñez va tomando un cariz distante con la edad. La infancia de uno no deja de ser una plataforma continental que se aleja. La propia vida es como un cuerpo estirado para el recuerdo, y las terminaciones nerviosas a la lejana infancia van perdiendo esa sensibilidad. Pasa de ser algo propio a una época paralela cuando teníamos otra forma metamórfica. 
Puede que al producir nosotros niños y éstos poblar nuestra vida, se nos mude la piel que nos quedaba de la niñez, que al vivir en la otra orilla del mar nos desvinculemos de todo protagonismo remoto cuando éramos como ellos, y que nos vayamos olvidando de aquella condición.
La infancia, como reservorio emocional de querencias e identidades, queda recubierta por una capa más dura de lejanías y paternidad, por lo que aumenta unos grados su indiferencia.

Está en boga la industria minera de recuerdos, de mano de los autores de "Yo fui a Egb". Evito sus twits cada vez más, porque cada uno es como un jarabe, y nos están empachando. La evocación de la infancia es algo denso y dulcificado tal que un jarabe de la memoria, la toma de ese jarabe emocional cada dos horas todos los días del año está entre embafar y algo cruel. La sistematización de la nostalgia se parece a la deforestación de la espontaniedad, embarcar al pasado siempre fue algo fortuito e improvisado, una de las dimensiones mágicas de la vida. Compré el libro y no lo leí, lo acumulé. Evocar la infancia pertenece a un orbitar más exterior de nuestro día a día. La nostalgia no entiende de almanaques indexados, ni le gustan las invasiones masivas, sesudas y exhaustivas de los viejos tiempos, que de repente tienen más fuelle que el futuro. Más bien la nostalgia vibra un sábado cualquiera en un mercadillo de las afueras cuando descubre un envase de las galletas preferidas de la niñez, y lo compra, y lo guarda en un armario, y de vez en cuando ese objeto sale y regresa, y todo es más natural y menos profuso. 

jueves, 13 de noviembre de 2014

El lenguaje o aquel dispositivo llevado desde los tres años


Umbral fue columnista o lingüista. Porque él hacía tratado del mundo a través y sólo del lenguaje. Tenía esa aversión o pereza de los inteligentes silvestres al academicismo, incluso de coger libros para versar de un tema. En parte creía y sabía que el lenguaje ya contiene las soluciones a un problema político, si se le sabe exprimir. Él hacía retratos con palabras y pese a no aportar soluciones, ni ser político o sociólogo, dibujaba la instantánea de asuntos y embrollos de una forma tan perfilada donde la solución era fácilmente desprendible. El lenguaje cirujano como ilustración y desvelamiento, nada diferente a la poesía.

Y de las heridas brota literatura. Curiosamente hoy, apaleado por el trabajo, duplico producción escrita y ya viene siendo una constante vital. A la creación literaria me la aparco cuando el trabajo titular me funciona, y luego sale como suplente ejemplar a trotar cuando hace falta. Me encantaría que un día le discutiera la titularidad y se cambiasen las tornas. Es ya casi un deseo, y según Trueba:
"El deseo trabaja como el viento. Sin esfuerzo aparente. Si encuentra las velas extendidas nos arrastrará a velocidad de vértigo. Si las puertas y contraventanas están cerradas, golpeará durante un rato en busca de las grietas o ranuras que le permitan filtrarse."
Me lamo las heridas y soy mi yo perro y básico y ancestral cuando escribo.
Al fin y al cabo pocas cosas hay tan primitivas como escribir, pocas cosas contienen tanto a la soledad y la nada.

La fotografía y los fantasmas


La infancia de nuestros hijos quedará sitiada de fotos. Una fotografía no es más que una boya a rescatar del océano de la memoria. Para los líricos, fotografiar lugares comunes, paisajes y parajes de la infancia, que se fueron, hubiese sido posible con los smartphones del futuro. Las grúas y la modernidad se llevaron aquellos descampados y desmontes, que hoy serían una imagen de felpa donante de abrigo emocional.

Coleccionamos instantáneas que visitamos muy de vez en cuando. Antes aparcadas en las estanterías ahora sumidas en los gigas, mañana en los teras... Nunca esas visitas son programadas, sobrevienen una tarde sin más. Las acumulamos y lanzamos así un córner al espacio, rematado por uno de nuestros yoes fortuitamente, cuando saca una tarde esa boya de la memoria. 

Los que somos bienquedas de raíz y nervio, encima trabajamos haciendo fotos. Buscamos cierta perfección, creamos sets ordenados, y moriremos sin que nadie fuera de nuestro entorno los vea. Una condición recomendable para ser tenido en cuenta es ser fantasma, creo que en nuestros tiempos el apelativo ha quedado obsoleto, pese a ser poético. En otros tiempos más moralistas, y en consecuencia más morales, el fantasma era calado y desactivado como espejismo psíquico. Hoy en día el fantasma es el Florescente, aquel que aprovecha el volumen medio cortés para sobresalir y ser oído involuntariamente, no usa los rodeos del fanfarrón de antaño, sino que emerge como un cometa mastodóntico súbitamente en primer plano. Y hay gente que simplemente son spam.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Inicio libro sobre viajes


Corría el año 2001, tenía 24 años. Acababa de terminar mi más prolongada actividad como asalariado hasta entonces, tres meses trabajando los fines de semana en una empresa de seguros. Hasta ese momento no había sido lo que soy, un viajero. Sólo había viajado por cuestiones académicas, y simplemente no me planteaba la cuestión de los viajes. En parte por niño en parte por ausencia de presupuesto, aquellos precios inasumibles de la industria aeronáutica de entonces, todo hizo que ese instinto no hubiera empezado a operar. Así que con los primeros salarios continuados, hacía mi debut en el reino laboral, y empezaba a tener presupuestos. Mi querencia por el reino laboral siempre ha permanecido escasa, como la de los jóvenes, aunque tarde o temprano se entreguen a ese régimen tras años de aclimatamiento y olviden esos años laxos en que coleaba la libertad y un sinfín de futuribles. Nunca he tenido un trabajo. La idea general y común de trabajo consiste en acudir de lunes a viernes a un sitio y realizar unas funciones usualmente durante ocho horas. Yo hice eso dos navidades en El Corte Inglés a los veintipocos. Luego trabajé año y medio los fines de semana, y después he tenido una profesión gruyeresca donde las haya. Yo era estudiante a conciencia, con vocación y ganas de serlo siempre, encadenando carreras, doctorados, y yendo a parar a la docencia universitaria y así casi nunca dejar un aula. Mi élan natural apuntaba esa trayectoria. Todo aquello se truncó y me salí de órbita del academicismo para siempre, en buena parte porque no me gustaba lo que había en esos puestos a ocupar. No acabé ninguna de las tres carreras comenzadas, algunas a un paso de acabar, y terminé tímidamente entrando en el enorme y confuso planeta laboral común.
Ya en él, decía que los primeros sueldos dieron paso a los primeros caprichos. Que si un ordenador autofinanciado, que si un primer viaje pagado de mi bolsillo. Aquel primer viaje a solas por el mero hecho de viajar, debió haber sido a Ginebra. Pero en dos ocasiones lo aplacé pagando una pequeña tasa, y finalmente lo transformé en un viaje a Amsterdam, aprovechando las bondades flexibles de las nuevas aerolíneas. Era final de septiembre de 2001, si no creo recordar mal un viernes, y ponía mis huesos por primera vez en Centraal Station. 

lunes, 10 de noviembre de 2014

10 de noviembre


Los humanos, hasta los más autosuficientes, hacen nido. Sus alas imaginan otras vidas paralelas en latitudes diversas, pero para ello es preciso desmantelar un presente estable y operativo. 

A los escritores jugones les gusta producir olas en sus párrafos, corrientes de aire, idas y venidas, batiburrillo de sartén, que en la física de la escritura no es más que la magnitud creativa de la aceleración. Así el escrito cobra más vida, con un quiebro, una finta, una verónica, es también como una pequeña exhibición de fuerza, de que se es malabarista de las ideas por parte del autor.

A falta de grandes vanguardias en décadas, la más destacada es estrenar clima después de siglos. Como en la Gran Glaciación pero al revés, tenemos una realidad diferente que es el Nuevo Frío. Cuando nuestro clima no era californiano, hasta la literatura de aquellos inviernos recios era otra. Incluso la industria del Turismo va a tener que reinventar su oferta, y un noviembre primaveral o un diciembre en mangas de camisa, ya pueden ser nuevos reclamos para un Bilbao tropical o una Barcelona canaria.
Yo celebro este frío benigno y generoso, pese a que todo se dirija al garete. Si los yankees pasan de Kyoto poco más se puede hacer, quien tenga ojos que mire.

Y sí, hoy es 10 de noviembre, el mismo amor la misma lluvia, y un país diferente. Los catalanes tenemos que votar de mentirijilla y no nos pasa nada. Al final, obstáculo a obstáculo, el proceso es una demostración al mundo que somos diferentes, como si esto fuera una prueba de identidad, y una tranquila y madura afirmación colectiva frente a la negación. Va a resultar que en la Península sí hay una Galia ejemplar, un pueblo que va a acabar siendo admirado en Europa y en el mundo, y que va a hacer una Declaración Unilateral de Independencia con una sonrisa radiante y pacífica en la boca. Ya vislumbro las fiestas, las celebraciones por calles, plazas y casas, en que las cosas se harán a la catalana, invitando y abrazando a aquel vecino facha, extinguiéndose aquel rencor atávico a Franco y adláteres, en forma de humor, y extendiendo ayudas post-independencia a regiones de España que lo necesiten. 
Els catalans que ahir vam anar a votar som els catalans d'Ìtaca, aquells pioners que van creuar un sender de la Història fins a arribar a un Estat, i com ens sentim així l'orgull de ser català és innegociable inexpugnable i etern.

sábado, 8 de noviembre de 2014

El noreste obrero de Barcelona


En Barcelona hay un meridiano invisible y oblicuo por el que traspasas a la misma ciudad pero ya en una estética obrera y proletaria. No es más que una sutil frontera estética, parecida a la que se obra al atravesar la corona metropolitana, pero en este caso ubicada en el triángulo noreste de la ciudad. 

En ojos de un arquitecto las diferencias puntuales serían enumeradas en términos de materiales, colores y estilos, pero para el paseante todo ello es un ambiente con una temperatura diferente, un perfil más agresivo y seco de lo cotidiano. Sigue siendo la misma ciudad, mantiene las facciones sin ser extranjera, pero mutan los detalles hasta tornarse barrio obrero. En unas zonas fronterizas apenas es perceptible como en el Clot, en otras ya con efluvios plenamente moscovitas como en Nou Barris. Ahora, paseando por el Guinardó, una hippie rústica con hijos, aquí se llama Trini, es saludada de punta a punta en esta calle mayor de barrio por su padre taxista.

Mi discurso suena llanamente clasista, y no van por ahí los tiros. Constatar la pobreza en la ciudad es siempre hablar de una estética perversa, es toparse en mayor o menor grado con esa tumoración que es el desarrollismo. En Barcelona ciudad, los espasmos de desarrollismo son breves y decentes, todos al fin y al cabo hemos salido de un barrio más o menos obrero y no nos ha condenado la vida como a un Jorge Javier Vázquez a rebuscar en la basura toda la existencia. 
Pero los que habitamos Barcelona bien sabemos que hay un corazón gótico, transhumante y cool a la vez, condal e hindú; circundado por el bosque en cursiva de l'Eixample, geómetrico y menestral, cuco y modernista; donde la burguesía prolifera y en flecha se adinera hacia el noroeste. La versión humilde de la ciudad se pliega de norte a este, en la única zona alta que se dejó por colonizar la riqueza, y fue coronada por emigrantes.

Hoy, toda esta historia demográfica se disuelve en tiempos en que el metro democratiza las rentas por medio de la velocidad. Algo tan junto como en cinco minutos, no puede ser otro para la mente. Pese a que las murallas de hoy en día, las rondas, muros con rodapiés, nos permitan apenas pasar por ellas.
Estos días circulaba por las redes un mapa del metro de Barcelona con las rentas por cápita de cada parada. Algo parecido se ha hecho en este post, pero qué bien aceptan las diferencias sociales la exactitud y la matemática, y qué mal podría llegar a sentar una verdad no abstracta como los números.

jueves, 16 de octubre de 2014

Nombres de otra pila


Cuajaban motes benignos como chichi, señalando las chichas de un empollón trozo de pan y hasta corrigiendo su sobrepeso de forma aceptada y con cariño, en ese tribunal de pulgares arriba y abajo que era la poética de los motes. Para otro gordito cuajó un simpático chorchete, para un tercero se perdió más el respeto con Toci. A un cabezón de Cou al verlo y saber su mote "la Tele",  no hacía falta hacer más clase de literatura, era telegráfico. Al que iba de transgresor y quemaetapas de forma bocazas le cayó un lúcido "Mayor" como seña. Al insoportable y repulsivo de trato, se le conocía directamente por el "Pégame".

El bullying, algo no descubierto todavía pero corriente, sentenciaba a los marginados con "Mofeta" "Gitano", apelativos que no dejaban dudas sobre la opinión de la clase. Estaban los motes ligeros y positivos, como "buñuelo", "crispeta", "potato" o "espárrago", y todas las abreviaturas de apellidos "canti", "santa", "turi" o "lechu". Frente a otros de clara antipatía como llamar "búho" a uno con cara de conde draqui, descartando la opción amable; poner "el huevo" al que era chorras como un huevo; "camilo" al que era tan resabiado y repelente como Cela, o simplemente pronunciar un apellido salibando y escupiendo porque esa persona inadaptable, entre otras cosas no sabía hablar de otra manera. Aunque el episodio más cruel jamás visto fue una masa de niños vociferar idos desde el patio al primer piso, "Piu dimite la clase no te admite" como si de la toma de la Bastilla se tratase.

Los profesores de los pacíficos cursos de primaria no tenían motes y eran llamados por sus nombres de pila, Manoli, José Carlos, Agustí... pero en sexto de Egb empezaba la selva, crecían pelos en las ingles, y comenzaba el hostigamiento entre la clase y los profesores. En sexto nos esperaba "el Bacterio", vivo retrato de los cómics de Mortadelo. En inglés tocaría "el Chino", un chino muy cabrón y con poca vocación. El mote más usado del colegio era el de "Porky" para el prefecto, su verdadero nombre Gabriel Cervós, era desconocido por madres, padres y pequeños. El cap d'estudis de Egb se ganó a pulso el mote de "el Peluco", cuando optó por abandonar su calva y aparecer con una rata gris poblando su cabeza. Circulaban otros más suaves y obvios como, "Barrilete", "Heeman" o "Bruja". En Bup esperaba "el Rana", feo y cazamoscas; al buenazo de literatura su voz le sentenció como "Alf"; al parias de Historia le llamábamos "Paco" porque no éramos tan mala gente como para llamarlo "Truño"; y al casposo Valverde de matemáticas le llamábamos "Lonchas" como digno personaje del programa "Al ataque".

martes, 14 de octubre de 2014

Apogeo y perigeo de un verano


Nunca había vivido un agosto tan calvo, arrasado de televisión, cine y noticias. Aquí todo el mundo ha desertado, se ha ido de vacaciones hasta la última neurona de la península. Sólo da para narrar el último minuto del traslado del cura con ébola, que si ha tomado tal calle tras parar a cambiar una rueda. Eso es este agosto, otro modo de hibernar, como si la realidad se preparase para un festival de referéndums y segundas transiciones en otoño.

De momento diez reporteros se plantan en Queralbs, siguiendo por calles empedradas y pirenaicas si Jordi Pujol ha comprado un pan con un billete de quinientos, o si ha ido al bosque a desenterrar un bote de nesquik con toda la información de la vacunación de sus hijos. Faltan tres cámaras más haciendo un reportaje del esperpento periodista. La realidad está de baja, está cansada. Ahora se recurre al hueso de Gibraltar, que cada verano se lanza a los españoles a ver si lo roen. El prime time también  se ha ido de vacaciones, el país ha cerrado la persiana como nunca. 

[...]

Hoy 22 de septiembre sí que se reinicia la cara A del día a día. Hoy vuelve a apetecer tomar té caliente, y lo manda el cuerpo, que es aquel que preside la vida, ya que mi yo no es más que un asesor adjunto. La lluvia de hoy no concede ninguna impresión más acerca que hoy se reinicia la gran rueda del año. También dejamos las conductas alternativas, y antes de tomar conciencia del inicio del reseteo, ya había retomado el desperazarme leyendo periódicos en el iphone, poner a Basté en la radio, o empezar a escribir y publicar mis adentros. Kobe espera en la parrilla del sofá su momento de paseo. Hasta hoy por fin los abogados se pondrán a trabajar y estaremos embarazados. Hoy es más lunes que nunca. 

A septiembre primero llegó el fútbol, después los cuerpos, y al final el ferrocarril de la cotidianeidad. Mecánicamente, la ciudad vuelve a estar atestada de nuevo; y en el campo se hace patente la luz ronca de septiembre.

domingo, 12 de octubre de 2014

24 horas en Verona



Los tenderetes del centro de las ciudades tales como los puestos cazaturistas de fruta cortada, en macedonia o brochetas, son muy absurdos. Apenas los vecinos de la ciudad pueden encontrarlos por sus barrios, pero se convierten en el recurso manido de los comerciantes del centro con las simples frutas a precios desorbitados.

Paseo Verona a las nueve de la mañana de un sábado de octubre, paseo el clasicismo tumefacto de las paredes de sus monumentos. Entro y salgo de sus interiores rupestres y medievales. Llegué ayer al mediodía, pero no estuve en Verona, mi cabeza era una cesta repleta de hierbas salientes y rastrojos que pinchaban. Madrugadora, desordenada, convulsionada de cotizaciones, desterrada de internet, estresada, desesperada, y rendida. Con horas de sueño y el caos bursátil resuelto, vuelvo a estar en Verona, Veneto, Italia septentrional.



Resulta que yo estaba alojado por el culo de Verona, su parte trasera. La faccia la tiene al otro lado, por el Duomo y el puente de piedra sobre el río. Allí ella es única, con esas vistas abiertas en plena ciudad a colinas con palacios y cipreses pintados por algún ser supremo. Te asomas y ves todo aquello, en un mirador accesible y peatón. El ciprés como obra de arte y especie vegetal, flecha esbelta y sobria que apunta al cielo. Quien diga que el ciprés es un árbol miente. Es más una pluma que un árbol. Sentarte en la ribera, sentir la serenidad del río fluyendo otro siglo más, acompañado por el canto oceánico de las gaviotas, que es un himno de la soledad y lo remoto. Verona, sede de la historia y la mercadotecnia de Romeo y Julieta, tendría que ser un paraje romántico de forma obligada por definición. Y lo es lánguida y medievalmente en los entornos del río y el Ponte di Pietra, como lo es en sus ventanas arabizantes y románicas a la vez, veronesas, europeas, soñadoras y flamígeras.


Las catedrales blancas y puras, menos terrenales, imperfectas y atractivas que las oscuras y barrocas en sus fachadas. La mañana avanza y con ella la masa, como sucede en todo núcleo turístico. Aquí los nobles y señores de la región, también emulaban a los faraones en el medievo dos mil años después. Plantaban en la calle sus mausoleos monumentales, esculturas barrocas y ostensibles, para, ilusos y ególatras, ser cadáveres y piedra famosa toda la vida, para un montón de desconocidos desafectos.


Las italianas por otro lado tienden a miniaturizarse, aparte de morenizarse con teñido o bronceado. Tal vez es de los pocos países en que se busca ser morena antes que bionda. Y Julieta, y el Balcón. La marabunta lo custodia, que viene a ser como el averno. El lugar está chicleteado, literalmente, centenares de gomas de mascar aplastadas contra los muros del patio donde Romeo trepaba al balcón de Julieta. Allí, over the che-gum, la tribu de los suertudos del amor graba sus nombres, y si no, atan candados a las enredaderas del patio, y si no, grafitean las paredes del largo corredor de la entrada, donde millones de nombres superpuestos ya no dejan verse entre sí, tachándose, en una pandemia del amor, y ahora se usan post-its encima, o los graban en las papeleras, o ya en las señales de tráfico cercanas, y hasta en mi mismísimo perineo si lo aparcase allí a un lado. El amor es asín de histérico y propagandístico, frente al balcón de Violeta, oh Violeta, perdón, Julieta!, se convocan los espíritus de un ejército itinerante. Los fanes y fanas del amor. Y Shakespeare por allí en medio. La condición circense del género humano y el marketing puro.




Pasaba por allí tras entrar en boxes gastronómicos. Pasta al dente y una baccalà que devolví por oler a muerto, me cambiaron, disculparon, compensaron, y recomendación que se ganaron [Ristorante Shakespeare, cómo si no]. Uno de los pecados capitales de este mundo es hacer la pasta blanda, pasada. En Italia jamás la encontrarás. En otras latitudes sí y sin condena. Es mera cuestión de texturas, pero estos aspectos sutiles de la vida despiertan o adormecen las emociones en el día a día rutinario.



El centro antiguo de Verona tiene demasiadas calles desiertas, sin presencia animal o humana, le confiere un ambiente desangelado casi báltico, falta de vida vamos. Los veroneses habitan la ciudad moderna alrededor, y pocos de ellos ocupan las construcciones palaciegas e impolutas de la ciudad vieja. Y en un visto y no visto subo a la colina de la ciudad y veo por primera vez a la urbe extendida a la vez que me despido. Veinticuatro horas en Verona que han cundido, y permiten tener el presentimiento que regresaré a pisar esta ciudad más tarde o más temprano.



lunes, 6 de octubre de 2014

Los mercadillos


El progreso hasta nuestros días ha obrado una mejora en la tecnificación, pero progreso también ha sido sinónimo de crecimiento en oferta comercial. Antes peregrinábamos a Andorra o la frontera, donde la libertad, a hacer las grandes compras. O bien atravesábamos la ciudad para llenar la despensa, en el único Pryca o Baricentro pionero que existía. Para ir a un Pokin's o un McDonald's debías acudir al centro de la capital, con una de esas tarjetas de autobús alargadas que ofrecían un descuento en su reverso. El Corte Inglés sí fue un invento antiguo, y entonces reinaba junto a Galerías Preciados como grandes almacenes. Llegada la Navidad era un acontecimiento la decoración articulada y magna de su fachada, pero dejó de reinar ante la apertura de miles de tiendas, se acabó el medievo comercial, y se empequeñecieron las representaciones de Navidad.

Lo que nuncá cambió fueron los mercadillos. Vendiendo melones, trapos, aceitunas y artesanía a mano del Camerún. Son entes inmutables al tiempo, puertas del espaciotiempo. Su condición básica y espontánea, una mesa improvisada y un telar recubriéndola, es más vieja que Matusalén, y se remonta a tiempos inmemoriales, y algún día los gitanos le llamarán lou-cos. Los mercadillos son un lugar ideal para el expolio caprichoso del niño, que aprovecha el caminar abarrotado y cansino, para suplicar a la madre desesperadamente por chuches y juguetes de los tendereres infantiles. Allí sacábamos esas pistolas con cargas en cubiletes de pólvora, los monederos colgantes de playa, las pistolas de agua con profundo olor a plástico, o los videojuegos de la época, acuajuegos, que se movían por palancas de agua.
La plazoleta del mercadillo era un lugar conocido por todos, locales o foráneos, uno de los epicentros del pueblo donde la chavalería iba luego a jugar entre cajas caídas y sandía espachurrada. Con el pasar de los años, ese mercadillo creció a la par nuestra, y rebentó el cinturón de la plazoleta, teniendo que emigrar al aparcamiento del nuevo mercado. Más adelante un mercadona lo hizo reubicar en el paseo hacia el pueblo viejo. Y así, como una bestia transhumante, ha ido resistiendo los embates de la modernidad.
El martes, los martes, el mercadillo de mi pueblo es y será ese día como las misas han pertenecido a los domingos hasta el fin de los tiempos.

viernes, 3 de octubre de 2014

Una mañana cualquiera


Chocan los contenedores de gente, sorprenden los cargueros, esa remesa masiva de individuos bajando al andén y siendo depositados a trabajar. A la hora, bien pronto, cuando toca. 
Como se consigue doblegar a esa criatura caprichosa, salvaje, escapista, que es el ser común, y acaba vencida por la obligación. Tras veinte o treinta años de preformateo en colegios y cunetas, se instala con calzador en los engranajes civiles. 
Como un reo se desfoga en el gratuito facebook, clamando las horas que restan del encierro laboral, y empapela todas sus paredes virtuales y ningunas, con los pósters de sus vacaciones. A veces fantasea con escapar, otras veces lo sueña. De joven flirteó con la vida bohemia, lasciva y beoda, hasta que se acabó la vida subvencionada.
La gran trinchera de esta esclavitud civilizada recae en aliarse con alguien bell@, showm@n, psicólog@ y mag@ con chistera, que transfigure una vida mediocre. Después se despierta de la idealización forzada, aka espejismo, y se suman los costes de abogado al divorciarse. Entre medio se tienen hijos, todo el mundo los tiene che. Y acaban convirtiéndose en la última cuerda para redimirse, son la tabla de salvación definitiva, la brega consoladora para que su vida sea algo mejor que la propia. Y todo por este mal endémico que es no ser aristócrata.

jueves, 2 de octubre de 2014

Los 80 domésticos


El día a día de una familia se concretaba en breves desayunos, para correr con la madre sobre calles empedradas en un Seat 127 al colegio. Comprobar antes de entrar si alguna editorial nos regalaba paquetes de cromos en la puerta como cebo, mientras una masa de niños abusaba del pobre repartidor-presa. Cuando las puertas del aula se cerraban, nunca  pensábamos lo que les había deparado la mañana a nuestros padres. Estaba más que asumido socialmente en la época, que el padre salía de casa a pelearse el jornal. Nosotros pasábamos cuatro horas de forma más o menos profesional en el colegio, y saboreábamos los caminos de la escuela a casa, el avituallamiento, la sobremesa con juegos, y el regreso más escopeteado a la tarde colegial. Nuestra madre se había pasado el día arreglando la casa, sin llamadas de móvil de su marido. Bajo sus gobiernos matriarcales estaba el cuidado de los hijos. Los maridos se peleaban con números, toda suerte de piezas metálicas, o mercaderes de humo. Las madres moldeaban niños necesitados. No es de extrañar pues la generación de padres de posguerra tallados con hielo, y el papel redentor en la esfera emocional de las madres. En un mundo marcadamente desigual entre los géneros, la tendencia para un niño fue que las madres salvaran lo que los padres traumaran. En ese artefacto chapucero, todoterreno y sideral, que son las familias, el equilibrio del sistema se conseguía con un padre fajador, una operativa restrictiva para los niños, una madre-pilar colmada de paciencia, un perfume religioso, y unos veranos libres y callejeros.
Tras el colegio le dábamos al deporte, a los dibujos, o al juego de muñecos que también hacían deporte. Nos poníamos a hacer deberes en posturas de equilibristas, y pronto llegaba la cena, cuando aparecía bregado nuestro padre. El día estaba coronado por algún programa esperado de televisión, El precio justo, el Un-dos-tres, la Copa de Europa de baloncesto. Y nos dormíamos o rezábamos o caíamos en el sofá. Nuestra vida y nuestra felicidad era aquella cadena de idas al colegio, chasquidos de juegos, dosis de deporte, entretenimiento de televisión, y estancia familiar a la vera de nuestra madre. La infancia es un viaje, con doble órbita, es un tránsito, y va acompañado del sentir de los exploradores y los descubrimientos, porque el mundo se iba moviendo y se nos iba apareciendo mes a mes, y a la vez nosotros cambiábamos, mutábamos progresivamente, en una metamorfosis suave y excitante.

miércoles, 1 de octubre de 2014

Los niños como desinversión


Los cursos de Primero de Egb olían a campo y bocadillo, mirábamos alrededor a cuál era más nuevo, en una situación convulsa de estreno colectivo, caminando con más cuidado sin darnos cuenta. A nuestra profesora la acabamos amando todos en silencio, no lo dudo, aunque no nos lo hemos dicho nunca. Los niños de pequeños sólo concebimos y concedemos el amor a nuestra figura materna. Si hiciesen la estrambótica encuesta sobre parejas y amor erótico a niños de seis años, la madre sería lo más cercano a la pareja elegida. Después de las monjas del parvulario, que eran ángeles asexuados o bien lechuzas, pero no eran civiles, pasábamos a convivir seis horas al día con una mujer joven que velaba por nosotros. Como pequeños hombres manteníamos nuestras microfichas con la profe, y ella nos devolvía ese 0,01 % de tensión erótica hacia nosotros. Así que bajo una atmósfera tan idílica como vacía iban pasando los meses, y claro, llegado el día de la despedida antes de las vacaciones, fue dando un beso a todos, menos a mí, que por hacerme el interesante conseguí eludir ser uno más de los besuqueados por trámite. Y ahí terminó todo.
Primero de Egb tenía el profesorado todo féminas, pero de segundo en adelante la proporción macho dominaba de forma totalitaria.

En los países emergentes, los que rugen, y España lo era en los ochenta tras la eterna dictadura militar de derechas, en esos países la educación cobra una importancia radical. Los padres han probado el bocado acre de la vida al tener que hacerse un porvenir sin estudios, a base de sudor e incomodidades. En España un tiempo, o en la India en otro, pueden ahorrar a sus hijos esa brega ingrata y asegurarles un futuro feliz con la garantía de unos estudios. Las instituciones escolares se comparan en esos tiempos, se miden las instalaciones, se hacen rankings minuciosos, como si caer en una o en otra pudiera deparar un porvenir seguro frente a otro mucho peor. En nuestro colegio palpábamos esas referencias de prestigio. Para entrar debías pasar una prueba de aptitud; los profesores eran elegidos entre bastantes candidatos; ellos hacían referencias a ir a Maristas o no; por instalaciones había un cine mastodóntico, un museo de ciencias, una piscina, bar, varios laboratorios, tres patios, iglesia, y todo lo que los religiosos habían podido rapiñar en cuarenta años de nacionalcatolicismo. Así que los dos mil hombrecitos que acudíamos a aquella escuela en pleno Eixample de Barcelona éramos unos privilegiados por obra y gracia de unos padres que se rompían los cuernos para llevarnos ahí sin tener nosotros ni pajolera idea de todo aquello.

martes, 30 de septiembre de 2014

El léxico de mis abuelas


El léxico de mis abuelas siempre fue peculiar. La tía Marina, maestra de ceremonias de meriendas, nos ofrecía un mantecao, que era su forma de llamar al helado. Nos contaba que al tío Rafael le había dado un paralís, y que si teníamos ganas de hacer un pipinolis. Mi abuela era sencilla y auténtica como sus patatas fritas. Nos preguntaba si queríamos más norcilla, al color rojo lo llamaba encarnao, y nos decía lo bien que estaba Emilio Aragón en el vin noche. La tía Marina peinaba a domicilio señoras pudientes como la señora Baldovín, y exportaba de esas casas a su vida una aristocracia de segunda mano, algo incoherente que mi abuela llana siempre le tildaba de fantasías. También le recriminaba su servidumbre comercial a la señora Cardina, la dueña de un colmado que colocaba a mi tía los productos más caros contándole una procedencia legendaria de los mismos. Ellas eran muy diferentes y convivieron como viudas mucho tiempo. Una asentada y tranquila, la otra más infantil y sin hijos. La coquetería de mi tía no cejó hasta los noventa, y su última década la pasó ennoviada de un noventón al que nosotros llamábamos Arturito, que le recitaba versos en las comidas familiares hasta que un día decidió dejarla entre visitas a la uci. Mi tía consiguió preservar la ligereza de la adolescencia hasta más allá la tercera edad, en un acto egoísta, despreocupado e inocente. Su piso forma parte del museo de mi memoria, ese piso alargado con tanta madera marrón oscuro, que imagino al leer las memorias de los años cuarenta en Umbral, pisos que son un fondo de la memoria de todos nosotros. 
Allí batalló su lugar coqueto en el mundo, con mucho cristal y vitrina, revistas de celebridades, colorete e historias domésticas de marquesas; mientras mi abuela tiraba su pan duro en el café con leche, arrastrando con él la posguerra, y escuchaba a su querida hermana fantástica, como una versión plausible de ella, mientras releía las cartas rizadas de azul de sus hermanas de Irún y se evadía pensando en sus cinco nietos.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Juicio a tu escuela


Nadie ha llevado a juicio su escuela una vez ha salido de ella, por motivos educacionales. Probablemente nadie lo hará, los adolescentes no están para eso. Los padres y las instituciones de la generación anterior, forman parte del establishment educacional de los colegios del momento. El problema es que un niño es un artefacto propulsado en el tiempo por la vida, entra como un enano al sistema educativo y no sale de allí hasta los veinte, y de mientras el mundo se ha desplazado, ha cambiado, a un niño paradójicamente se le ha de preparar para un mundo desconocido y venidero. Los esquemas, incluso hábitos, de la generación anterior pueden quedarse obsoletos. Y la tendencia más común del ser humano es educar de acuerdo a lo vivido, sin proyectarse en el tiempo o dejar los esquemas abiertos, sino aplicar los patrones del pasado a un mundo que está mutando y ya no será el mismo.

Cuando relato la educación religiosa que recibimos, soy muy crítico y es fácil caer en ello a toro pasado. Los juicios tardíos a la escuela, llegan a partir de los treinta, en que uno sintoniza o rechaza esos órganos trasplantados que en las aulas se produjeron. Hoy testimonialmente sentaré a esa escuela en el banquillo, para intentar subrayar más lo bueno porque lo malo con los años se ha hecho más desvelador y acaba saliendo más que lo primero. En especial el hecho de formarnos en lo sobrenatural, y desde allí toda su ramificación cerebral en lo moral mientras ese cerebro vacío iba siendo inaugurado. El prepararnos para otra vida del más allá recién nacidos a ésta, cuando lo que más necesitábamos era adaptarnos lo mejor posible a la única que existía. Nos daban igual los siglos pasados como horizonte, porque hubiese sido preferible forjarnos en emprenduría, finanzas, educación sexual, humorismo, tecnología, soledad del siglo XXI o compromiso político. Pero adorábamos iconos en madera y no rezábamos ni la ley de Moore ni las bondades del Apple II. Tal vez hubiese sido un gran colegio si le quitamos toda esa parte supersticiosa, estigmatizante e invasiva que era la religión. Que es como decirle a la Historia que hubiese podido prescindir de lo supersticioso mil billones de veces. Pero en los ochenta, la educación todavía permanecía mayoritariamente en manos de la Iglesia, y la Historia es un proceso natural y consumado que tiene sus circunstancias y sus estadios irreversibles.


Sin embargo, sí teníamos ordenadores Apple en plenos ochenta en el colegio. La vanguardia aparecía entre enseñanzas monásticas. Papá colegio nos estigmatizaba con la religión, pero llegaba a casa tarde después de traernos medios punteros para el aprendizaje. De aquel colegio salías bien preparado para comerte la universidad, pasando sus cribas y utilizando todos sus medios e instalaciones. Era un colegio efectivo, donde tampoco faltaban los recursos necesarios para divertirte y no convertir aquello en un encierro. Actividades extraescolares, deporte sobre todo, festivales, torneos, salidas, colonias... Tenías todo lo necesario para ser un hombre de provecho, hacer una buena carrera, acabar copando una clase media-alta... supongo de forma paralela a todos aquellos que iban a salles, jesuitas, escolapios, de la misma ciudad. Lo de la religión iba en la factura, era la muleta que todo el mundo llevaba en la época, y la traspasaban a todo hijo de vecino porque los tiempos no permitían apenas otra solución. Esa cojera de la especie no te la curaban. Tenías que ser tú con el tiempo quien se desvinculase de una mitología hebrea, quien desligase su vida de la superstición y el más allá absolutista, quien se extirpase las balas masoquistas y uniformadoras de la culpa, y quien se pusiese a sorber el mundo y la vida como lo único real, a la vez que se iba extinguiendo.

viernes, 26 de septiembre de 2014

Sucedió este verano


He hecho unas carreras por la banda del sueño. De cuando al dormir parece que corras en una cama nueva intentando atrapar al sueño que va más rápido que tú. Sucede cuando todo tu engranaje de hombre gigante está orquestado para desvelarte de forma precoz, herido de insomnio leve. Mi sueño lleva el dorsal 7, pues a esa hora se ha afincado hace tiempo para empezarme los días.

Me busco la horma estirada de mi cuerpo en los sofás de esta casa nueva, estirando el descanso. Me he levantado con los espíritus de Mortal y Rosa en la voz, y mi escritura resuena en su eco aquella obra tan densa. Dicho de otra manera, me he despertado con el aliento exhalando lucidez en el vacío frío del Norte. Será que esta vivienda es más una dacha, umbraliana, gélida, continental y esteparia, a años luz de mi ático mediterráneo, tan pacífico y ligero.

También es que llevo una densidad orbitándome, asuntos pesados en las alforjas de la mente, y eso le da este toque trágico y rosa a lo que vierto, aparte de producir el leve insomnio, que me roe dos horas al día este verano. Puede que mi estado rime con la campiña helada portuguesa de las siete de la mañana, con la densidad de esta casa centenaria y sus paredes de bloques inmensos de piedra, que la rima haga el empalme con mis catacumbas líricas, y salga este texto denso y pausado enfocándome un amanecer más de un verano convulso.

El Sol se lo llevará todo, hasta mi oficio de escribir. Me dejará sin trabajo una vez más, pues el trabajo sólo entiende de madrugadas, encierro y la hostilidad del frío. El trabajo se ha levantado conmigo al mismo tiempo, este oficio de descifrador de los estados mentales y líricos, pintor de la propia biografía o psicólogo exhibicionista. Buscamos formular la realidad con un pentagrama nuevo, lo que pasa todos los días despojado de lo manido, hecho convencional, tópico y que causa un virus de gente arrojándose cubos de agua helada por encima, como playmobils movidos por las redes sociales de una marioneta global.
Las campanas de las dos iglesias del pueblo estrellan el silencio, con un gong bruto. Pretenden escoltar la vida de las gentes, son los esbirros sonoros de la religión, que percute los sueños cada media hora instaurando rutinas subliminales. En aquel "Dios está en todas partes", había un plan staliniano de controlar la mente hasta en la forma de cortar el pan. Dios es un absoluto filosófico y el motor de un régimen absolutista en la práctica. 

Mi sombra perruna, mi escudero literario, no aguanta el ritmo de mi desvelo y se queda un rato más en la cama. Hasta que su radar de compañía se percata y viene a verme, alargando los buenos días. Necesita unas cuantas caricias más en el lomo, pues hemos alquilado una casa a mil kilómetros de nuestra cueva, y está algo desnortado. Enseguida, se mete bajo mis piernas y prosigue el sueño en mi regazo. Uno no sabe que hará cuando le falte un ángel peludo y particular alrededor suyo, cosa que pienso unas cuatro veces por semana.

El Sol empieza a entrar en la casa, como un gas benigno. Comienza a darle un baño de verano y ligereza a los campos y las casas, hasta entrar por nuestras fosas nasales y quitarnos lastre. Tal vez enseñando el pasaporte de mi mañana densa y gélida puedan dejarme seguir escribiendo, atravesando este país que no entiende de estaciones.
En la casa están todos muertos, lo que las paredes y los objetos, lo hacen mejor. Como las canciones en inglés al conocer su letra y asentarla, la espléndida casa va perdiendo magia a medida que mis ojos la poseen. Puede que pase también con las personas, cuando ya nos las sabemos. Esa portezuela del cerebro donde van a parar las cosas que ya no deparan sorpresas ni alteran temperaturas. 
Esta casa de paredes tan de aldea y justamente colorida y actualizada, con la decoración mimada en una cerámica apagada, antigua, y sugerente. Las lámparas azules donde deben estar, y los cortineros rojos de solistas en su preciso momento. Una moderna casa de paredes centenarias en armonía, que da gusto medrar.

Kobe y yo nos izaremos, tras la prórroga estirada del trabajo. Nos pondremos al fin en perpendicular. Revisaremos el jardín mojado de rocío, yo con la vista, él con nariz y vejiga. Cazaremos algo muerto en la cocina, o tal vez lo lleve a apresar algo vivo por el monte, aunque nunca lo consiga. Y luego cobrarán vida mi sombra humana y su hija. Entonces ya será mi hija, y empezará la brega de hacerla mayor otro día, eludiendo al tiempo e inventando protésis que la alejen de un padre que no la quiere. De aquí quince días activaremos un mecanismo para que un juez constate que no la quiere, y ella pueda ser libre y no moneda de ninguna vida resentida. De momento tiene unos bichitos de poca autoestima, nerviosismo y tosquedad, que cada día lavamos y ponemos tiritas. Pero hemos de llegar antes que el tiempo la haga mayor, antes de que crea firmemente que somos unos carcas trasnochados y antiguos.

jueves, 25 de septiembre de 2014

Apartamento de época


Por grandes y pequeñas razones el piso de la tía Marina fue un piso protagonista. Nosotros vivíamos en el 751 de la Gran Vía, ella en el 755, a una calle y media, que es lo que tienen las grandes avenidas. Mi abuela tenía un piso seiscientos metros más allá, pero la vida de ambas y las visitas familiares se iban a llevar a cabo en el 755 de forma casi exclusiva. Fue una visita clásica la que hacía con mis padres el domingo por la noche después de misa. Porque yo llegué a ir a misa de forma piadosa, aunque ya parezca de otra vida lejana.
Aquel piso era peculiar, el más remoto en el tiempo que entonces pisaba. Ellas habían nacido en 1915 y 1920, y ese piso no respondía a los cánones del tiempo. Era alargado y oblongo, con más penumbra de lo normal. La distribución de las habitaciones era extraña y tenía algo novelesco. El salón estaba ocupado por una gran mesa de madera oscura, recubierta de tapetes de ganchillo, y era el epicentro de la casa. No tenía sofás, apenas un sofá bajo en un extremo, habitado de forma perpetua por el tío Rafael, que mucho mayor que mi tía se fue paralizando, petrificando, vegetalizando, hasta que un día ya no estuvo más en aquel sofá bajo. 
El resto habitábamos las sillas, recias y mullidas. Mi abuela escribía allí las cartas a sus hermanas de Irún, disgregada la familia desde la guerra, y miraba a la ventana del frente del salón que daba a un patio interior, y veía allí a sus hermanas, a Irún, y la distancia.  La ventana pertenecía a una zona del salón separada, una mini-galería, con una cómoda, un revistero y algo de decoración. El resto del salón lo poblaban muebles heptagenarios, vitrinas de pitiminí, y un reloj como de banco que presidía la mirada y parecía engordar.
Junto al salón estaba la habitación de las ropas. Una especie de desván textil donde iban a parar retales, algo familiar a la ocupación costurera de mi abuela. Al pasar la gran vitrina de las vitrinas hacia el resto de la casa, a mano izquierda había como una habitación de cuento donde no dormía nadie, sólo los personajes de ficción que rondaban nuestras cabezas. Tenía una cama principesca donde alguna Navidad caía una siesta de niño. Enfrente, estaba la habitación de casada, soltera y novia, de la tía Marina. Una habitación cuidada y fémina, propia de la entrañable y presumida tía Marina. Al fondo estaba la cocina mínima y artera, años cincuenta, de alguien coqueto y sin hijos algo profana del cocinar. Junto a él un baño de posguerra, básico y alicatado en un verde color uniforme de guerra. En la salida de la casa tenía su lugar la mesita del teléfono con su flexo, y hacia la puerta un oscuro vestíbulo donde la tía nos remachaba a besos, mofletudos, percutidos, a razón de veinte cada diez segundos, en varias batidas. Nosotros vagamente entendíamos que aquello debía ser un arrebato de amor descontrolado, pero era un ritual bien sabido y propio.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

El rapto matrimonial kirguizo



El artículo sobre los raptos matrimoniales en Kirguizistán me convulsiona cognitivamente como pocas cosas habían hecho en mucho tiempo. Ok, mi tesis es que es un juego de las siete diferencias invertido. 

Al compararse con lo nuestro, muchos abominarán y sentenciarán automáticamente que son unos bárbaros a años luz de nuestra realidad evolucionada y cívica. Las feministas satanizarán de forma vitalicia cualquier aspecto de la cultura kirguiza desde su aristocrática atalaya occidental. Pero lo que sucede en la sociedad kirguiza es tan estrambóticamente chocante que todos estos análisis me parecen únicamente sensacionalismo. Epidermis, primera reacción, visceralidad trajeada de principios.

Yo, que soy más listo, abogo más por templarlo a un juego de las siete similitudes, entre dos panoramas culturales que se parecen en principio como un huevo a una castaña. Uno, condenable y cruel, otro, evolucionado y no tan flagrantemente misógino.
Ellos, la sociedad kirguiza, no son aliens, ni una tribu en el escondite milenario del Amazonas. No son otra especie, ni son tan radicalmente diferentes a nosotros. Un martes, una joven coge el bus a las ocho y media de la mañana para ir a la universidad, desayuna un café de camino, busca el pase rojo a rayas blancas en su bolso de piel, y se le acerca un chico que la sube al coche y la rapta de por vida con la connivencia de su familia, y la aceptación negociada de la familia de ella. Un matrimonio detonado y unilateral. Una de las cosas más bestialmente radicales que he oído en la vida. Te rapté porque eras mía, y tú no tenías ni idea. Pero no rascar todo lo que hay detrás de esa sociedad que consiente el robo de familias, creer que es una cultura enferma y merece nuestro correccional, me parece una cosa de imbéciles neomoralistas.
La neomoral de hoy en día reside en el amor. El romanticismo en tiempos consumistas es el opio del pueblo. Que a las kirguizas se les extirpe la posibilidad del amor romántico es como sentir que les retiran la bombona de oxígeno para algunas.
Cuando el axioma del amor, uno de los bienes de este mundo, olvida que es una realidad completamente lotera basada en la afinidad. Una consecuencia más del cálculo, fortuita, que poco tiene que ver con el esfuerzo y la nobleza. Amamos porque nos sentimos enchufados y adictos a una persona que nos maravilla, que apareció una tarde como el premio de la tapa de un yogur entre todas las anodinas tardes. Amamos porque estar con ella es como un combustible de plasma para nuestra nave que antes no levitaba. Amamos, joder, por interés. Es algo totalmente voluntario, apetitivo, aparte de fortuito. Después al cabo de dos años, tras el chute y los yonkies, no somos tan diferentes como los kirguizos no me jodas. Los kirguizos están juntos toda la vida. Muchos matrimonios de la generación de nuestros padres se han puteado mil día tras día durante cincuenta años. Los kirguizos -varones y su familia detrás-, fusilan el romanticismo a primeras, lo aniquilan, y después siguen viviendo sesenta años. Aquí los nacidos en los ochenta y los noventa se drogan cada semana hasta las cejas de alcohol para desinhibirse y poder entablar una aventura erótica con el otro sexo igual e inmobiliario. Se da este gran paripé o teatro de la discoteca oscura, ebria y comedera, para follarse los unos a los otros, como en su día bailábamos con pelucas afrancesadas los minués y se follaba entonces poco y mal. En el Kirguizistán islámico, los mulás condenan la apropiación de mujeres y las juezas no tanto, mientras que en nuestra civilización la iglesia vía casta política va a dictar sobre el derecho a la vida de todos, incluso de los que no sean del betis.
No soy abogado del diablo kirguizo que caza mujeres, sólo modero la escandalización que no ve la viga en el propio ojo, y renuncia a cualquier análisis étnico o antropológico de la sociedad kirguiza, como si fueran franceses de la Camarga de aquí al lado. El rapto kirguizo nos guste o no es un elemento funcional de la cultura kirguiza. Tiene el apoyo y la preparación de la familia del raptor, está insertado en una cultura que tiene sus mecanismos y equilibrios para aguantarlo, de forma que a veces es "hereditario", y obtiene unidades familiares duraderas con resultado equivalente en otras culturas.
Es una puta mierda ok, lo realizan sólo aquellos hombres cuya capacidad de seducción es nula, y su mediocridad apesta por los cuatro costados. En la captación, pueden haber detrás razones románticas, y también otras basadas en un mero coleccionismo de caprichos. Es tal vez la manifestación más machista que puede existir sólo superado por el homicidio de la pareja. En la mayoría de países de este mundo sería juzgado y condenado gravemente. Pero hasta ahí, no satanicemos porque somos los primeros en contener conductas satánicas en nuestra sociedad y permitirlas, igual que el pueblo kirguizo jamás permitiría. Ellos no vendrán a denunciarnos ni a llamarnos hijos de puta por permitir tener mendigos y estar obesos, ni por pasar horas al día pendientes y absortos de las tetas asquerosas de la mosquera. Todas esas porteras que consumen droga rosa, en la sociedad kirguiza serían como esa jueza del artículo que no entiende para nada no aceptar ser raptada por un desconocido de por vida. Y el amor y Dios, qué coño, es más de pobres de alma o bolsillo.

lunes, 22 de septiembre de 2014

El papagayo titán


En España existe el tremendismo y el marhuendismo. El gran exponente actual del primero es Pedro Piqueras, del segundo no hay que explicar mucho más. Marhuenda es el bulldog de la derecha, el perro de peleas, su abogado oficial, tertuliano a todas horas y director de periódico estatal nombrado como cargo-hobby. Trabaja y brega para el pp sin nómina directa, con una fuerza y determinación bestial de cuando España era una grande y libre. Fue mano derecha de Rajoy ministro, y ha ascendido al top mediático junto a él. Forma parte de aquel reducido número de personas en la Historia, que sin tener cualidades excepcionales es capaz de ser protagonista principal de la actualidad del país, junto a Franco, Primo de Rivera, Giménez Losantos... el motivo es que su figura encaja en los goznes de este país como hicieron aquellos. Para ser un Marhuenda hay que estar muy blindado existencialmente en una ideología de derechas para toda la vida, es decir, se ha de ser un tipo carca, feote, rígido, católico, tenaz, gafudo, estoico, bien rodeado de margaritas reaccionarias. La fijación y no evolución de su pensamiento debe estar garantizada. Aparte, a uno le ha de gustar, perdón, ha de necesitar ser la starlette de la derecha, el bastión primero y último, dejarse la piel en ello, ser vitoreado como héroe de algo. Y el nacional-liberalismo pone mucho, ser misionero del pensamiento económico de Dios más. Franco era un militar acomplejado, llano y determinado, que consiguió con mano dura y armas regir España durante 40 años. Marhuenda es otro pelele, pero igual de determinado y acomplejado como para no evolucionar jamás su doctrina un centímetro. Representa la esencia del conservadurismo, es su máximo exponente. Y es un propagandista ideal para ellos, un papagayo titán. Giménez Losantos iba pasado de revoluciones, él tan converso, y se salió en una curva. Ahora menta las tetas de Miriam Sánchez en sus peroratas como antaño llamaba diabólico al talante de Zapatero. A Marhuenda también le orbitan las tetas que nunca probará ni en once vidas, le orbitan hijas que lo han padecido en la intimidad, pero costará muchísimo moverle un ápice del credo existencial donde se halla agarrado cual lapa liberal-católica.

viernes, 15 de agosto de 2014

La mirada panorámica de los 20


Poco tiene que ver la mirada a la vida desde los treinta y tantos, con la que teníamos a los veinte años. Entonces, la vida se veía como desde un mirador, era una mirada panorámica, que es como se mira a lo desconocido, a lo inexplorado, subidos a todas las referencias de oídas que nos habían dado. Desde un mirador todo parece abarcable, al alcance de la vista, en una escala tramposa que nos hace gigantes.

Luego toca ser una parte pequeña engranada en aquel todo-resumen, una de esas figuritas que se ven a lo lejos desde nuestro yo gigante que todo lo abarca. Puede que a los veinte, el superego ya haya sido domesticado en su versión personal, pero ese ego inflamado aún resista en su dimensión social, pues eso de la sociedad todavía no lo hemos experimentado más que en su modo alevín y juvenil, sin muchas presiones de por medio. Nadie se visualiza como un bregador de la vida, que es lo que la mayoría acabamos siendo, como un luchador de pelotón que resopla y nunca gana etapas. Al contrario, nuestro plan es nítido y limpio, acabar los estudios, trabajar de aquello, formar una equilibrada familia, disfrutar de la vida. Como una línea de metro, con cuatro paradas, a toda máquina y con olor a nuevo.

La realidad, tiene más que ver con despertar de ese sueño y encontrarte metido a los treinta en un ruidoso y tupido maizal de la guerra del vietnam simulada. Quedó atrás la visión panorámica, ya es tiempo real, todo cobra una mirada más cortoplacista, es cuestión de hacer caso al cholo e ir partido a partido, el soñómetro ya se quedó en el trastero. Digamos que las expectativas tiralineadas de línea de metro, comenzaron a ganar en tortuosidad, desvíos y laberintos. A cambio, aquella mente simplista e inflamable pasa a ser robusta, creativa y a prueba de huracanes. Entremedio, envejecemos, que es la putada más grande, y a eso, como a la sequía de dios, sólo le salva el sentido del humor y tomárselo todo como un chiste, la vida como una fiesta, en que se celebra eso, estar vivo, a pesar de todos los sueños que nos vendieron por el camino.

lunes, 11 de agosto de 2014

Desgraciado y amado


Mi explosión filosófica a partir de los diecisiete años bien pudo deberse al Epanutín, o al fenorbarbital, quién sabe. Es lo de menos. Empezó una tendencia a la hiperreflexión, una dinámica que de los cinco circuitos de nuestro cerebro activaba y se decantaba por uno mayoritariamente. Y esto ya es historia consumada, hace más de media vida de ello.

Recuerdo exactamente el día de la primera erupción. [...]
Con mi mente me convertí a primeras, en un minero, un escalador, pasaba mi vida entre oscuras grutas conceptuales y cumbres escarpadas de silogismos. La tormentosa búsqueda del Ser, la paulatina corroboración de que el Ser no existe, con sus respectivas estaciones de la ruta: tomistas, existencialistas, nitzscheanas. Nada más que clicar "sí" durante tres años sin darme cuenta, al formateo cultural en mi cabeza.
Tocaba fajarse, tocaba equivocarse, época de mi rito iniciático, pero no podía durar mucho, como cierta gente que se queda en el hoyo de la filosofía toda la vida. Una disciplina que sólo sirve para hacerse preguntas sí, magnas, cósmicas, metafísicas, y no responde francamente ninguna. La religión sí da respuesta a todas las preguntas e incertidumbres del ser humano, sólo tienes a cambio que convertirte en su esclavo. Así, la filosofía, como motín liberador del esclavismo cristiano, de la seriación de la personalidad, bien vale su existencia. Quedarse allí colgado toda la vida, diseccionando platones y poppers, peinando humes en una cátedra, es como acabar de ganadero de reses enfermas.

Y ser pastor de lo etéreo del cosmos, trabajar la Nada cada día, afecta seriamente la autoestima, como toda profesión mediocre. Por suerte, cada día esprinté en mi proyecto universitario. Salía a la cancha cada mañana con el mismo espíritu de máximos en que se había convertido mi etapa escolar. Esta vez formateado y llevando yo el timón. Hacia las cumbres de la filosofía, hasta estampar mis huesos en un naufragio sin precedentes. Iba a ser dueño de mi fracaso biográfico.
Eso sí, como decía, mi autoestima no iba a ser dañada. Se mantendría en sus niveles altos y correctos pese a estar moribundo varias veces en la aventura. Duraría un día en la facultad pública de filosofía, simultanearía a partir de segundo de filosofía, la carrera de psicología; pese a estar matriculado en doce asignaturas por semestre, apenas acudía a dos y construía mi currículo en las bibliotecas con monografías seleccionadas; al estar en tercero de ambas, probaría con Farmacia, acorde con mi investigación de artículos científicos sobre la aplicación de los psiquedélicos en nuestra cultura. Y finalmente haría las maletas para acabar la carrera de Filosofía en Deusto, siguiendo al catedrático de Metafísica de la misma, el cual fui a conocer en una primavera gélida tras leer todos sus libros. Y deshice las maletas unos meses más tarde al comprobar que el mejor filósofo europeo me propuso mandanga así, sin empujar con pan: "Jordi, podemos tener una relación discípulo-alumno al uso, o bien una relación homoerótica...", después de eso, hice una mochila y fui bajando de las cumbres de la filosofía paso a paso, hasta la planicie donde todos vivimos y morimos.

Era el año 98, poco antes que Francia y Zidane arrasaran a Brasil en el estadio de Saint Denis. Después mi cuerpo se dedicó a enfermar gravemente, aquellos fueron mis funestos años de doctorado. Los alterné con esa culebrilla mortal de todos que son los primeros trabajos. El extravío clareó cuando se formó una panda excesiva, etílica, genial y espejista, de amigos. Su nombre, Galaxia Maquilec. Vivió cuatro años. Su tumba reza, 2003-2007. 
Y hasta ese último año no empecé un blog, descubrí a Umbral, y tomé la voz literaria para vertir mi pensamiento y sus gestos. Ahora con ya casi 38 años, este cerebro criado en los mejores establos, sigue en venta.

domingo, 10 de agosto de 2014

Análisis psicológico del chonismo


Ser quillo, choni o cani, no depende de la educación. Incluso si una institución se propusiese diseñar e implementar un plan para disminuir chonismo y quillerío, dudo que lo consiguiera. Son contadas las alusiones y críticas que aparecen en medios y/o libros a un tema, que en décadas pasadas se denominaba quillos, y desde hace unos años se acuñaron nuevas palabras como choni y cani. Digo yo que es un fenómeno de raíces demasiado profundas para cambiarlo con campañas así como así. El quillerío es un mal en el mundo, uno de ellos, es estructural.

El quillo nace, crece y se reproduce. Pero para serlo se ha de tener conciencia cero de ser quillo. Son como negros escandinavos muy seguros de ser japoneses. Osease, intentando hacer un estudio sociológico del chonismo, primero ha de existir una capa seria de orgullo que permita la ceguera de lo que se es. Una creencia última en que all the world debería ser como uno/a es, un quillaco soez del copón, y que the world is wrong. La incultura es otra condición sinequanon para aislarse como cani o choni. Una voluntad decidida de no mezclarse, no apender, tener temor a la mente abierta, renegar de los estudios, reivindicar lo suyo, la polla, el barrio (marginal), el padre mongolo. Cierta creencia que aprender es malo, es embrollado, no se necesita. Dicha megavirtud se hereda, los padres inculcan poco a poco este rechazo al saber y sólo les queda el valerse por sí mismos, por los huevos. El orgullo inconsciente del quillo, muy grande, es que prescinde de lo más elaborado, décadas de evolución, y sale adelante con la grandeza de su chocho y de sus huevos. Su inconsciente tarde a tarde ve como prescinde de lo sofisticado y cultural, y eso le pone, como el borracho que coge el coche por la noche, incrementa la dificultad, hace pesas en la vida, se la complica, y eso le pone, porque en todo situación límite o sacas orgullo o te despeñas. Les ha tocado el papel residual de guerreros en una tribu tecnócrata. Y si tocase alistarse, sabemos quienes serían los primeros en hacer cola, pues tienen un sentido paisista y abanderado muy fino, digámoslo asín.
El quillo cree que es la mejor persona que pisa el planeta Tierra. Y sólo ese mecanismo instaurado le permite ver otro planeta diferente al que habitamos el resto, esto es, procesar las imágenes y sonidos sin llegar a caer en el Mal Gusto. Los pendientacos de aro, las blusas fosforescentes con encaje, el castellano gangoso y amoral, los tatuajes de paquete de galletas, los tintes dudosos e irreversibles, los cortes de pelo apocalípticos. Tanto que podrían trabajar de estatua en un antimuseo, un museo del mal gusto, que tarde o temprano lo habrá. O tal vez es que los antimuseos ya existen, y fuera de recinto, y los que pagan no son los transeúntes, sino los expositores, con una vida presa, ciega y soez. 
¿Qué tiene que ver la pobreza con el mal gusto? Si vienen de árboles distintos. Si un pijoaparte con el cerebro fundido es intercambiable con la jennifer y el kevin de turno. Existen sagas, troncos familiares, que llevan lo soez instalado, una vulgaridad demasiado honda que se sigue transmitiendo de padres a hijos, y ningún programa o campaña podría borrar. Es como la droga zombie, sólo un terremoto biográfico o un rayo cabalgando en el desierto puede oh palabra, desquillizar, al cani o la choni que se tercie.

sábado, 9 de agosto de 2014

Los hombres paja


La adolescencia fue el segundo piso de mi vida, tras habitar los bajos de la infancia. El verano de 1987 fue el último puramente infantil, pues a lo largo de sexto de EGB empezaron a salir las primeras noticias sobre nuestra metamorfosis. Nadie creo que nos avisó antes, acerca de la pubertad pura y dura, la cual tampoco vivimos con especial tragedia. En sexto de EGB el par de listillos procaces de la clase - un repetidor y un pajillero vocacional y precoz con la cara llena de granos - se mantuvieron meses dando voces sobre las pajas, pajotes, manolas, zambombas, como si no hubiera mañana. Colaban la palabra pajas en cualquier intervención, pronunciada con devoción, y acompañaban sus letanías con dibujetes de pollas por libros y apuntes. Eran los hombres paja, dos sujetos que la naturaleza escogía por clase para transmitir el mensaje de la genitalidad. ¿Tú para qué has sido escogido en esta vida? Yo fui profeta de la paja, estuve pajeado de pies a cabeza un año hasta extender su mensaje. Tal cual.
Con tanto pajerío en las orejas, nos olíamos el resto de piadosos alumnos de la clase, que algo estaba pasando. También nos preguntábamos qué diantres era exactamente una paja. Así es como aterrizó la adolescencia como concepto a la vida de niños de once años, con los poseídos de la paja. Poco a poco el sexo nos poseería hasta tomar todo nuestro cuerpo y nuestra mente. Entonces, los pelillos en el pubis fueron el primer bastión animal que tomó la metamorfosis. Pero unos teníamos y los otros no. Y francamente era preferible no tener esa pelambrera negra y simiesca, cavernícola comparada con el aparatín de bebé imberbe que era el pito de toda la vida. Así que para evitar burlas, de los hombres pajote y demás ultras de lo imbécil, decidí tomar la ardua faena de ocultar mis pelacos precoces un añito o dos. Requería mucho disimulo cada miércoles en los vestuarios de natación, taparse de forma tranquila e inocente; requería saltarse las duchas después del entreno de baloncesto, donde les daba por mirarse las pijas o hacer meo de longitud. Pero conseguí evitar al fin algún mote tipo El Cavernas, Troglodita o Capitán Cavernícola. Porque en nuestro imaginario una pinga con melena sólo era asociable a los de la prehistoria, la corrección de la época y nuestra separación impuesta de los primos cavernícolas de los setenta, hacía de esos pubis un pecado estético.

viernes, 8 de agosto de 2014

Los jardines versallescos de los polígonos


Matinal en un barrio desarrollista. Áticos con vistas a polígonos orientalizados, calle Augusto César Sandino. Edificios de doce plantas pintados de marrón, o piel pintada de discreción. En las ciudades se viene a adecentar la pobreza. Barrio emergente que quiere decir barrio no naufragable. Bien le hubieran ido a estos edificios un color de piel esperanza. Blancos, azules, llamaradas de cielo y pureza en las retinas de sus inquilinos. Barrios chillones y llamativos, cariocas, que responden más a su realidad optimista y emergente. Sus propios nombres como trozos de salmos, con el júbilo del que emerge y prospera pues no hay fuerza más potente que la del hambre.

[...] Aquí se jalea mucho a Messi y Cristiano, se pueden encontrar capillas. Aceptamos que Benji y Oliver cobren míseros 3.500 €, nos escandalizamos que un político cobre el doble. Ah, que benji y oliver, los dos dioses hispanos, lo cobran a la hora, las veinticuatro horas. Esto es un portugués y un argentino, que dan patadas a un balón, y diez millones de monos españoles les honran con 3.500 € a la hora. ¿Os imagináis que un político cobrase siempre un euro más que el sueldo máximo de un país? La fórmula CEO top + 1 €. Los Ceos top del Ibex cobran mínimo diez milloncejos de euros por administrar empresas que son como mucho una décima parte del volumen económico de la cosa España. Los presidentes de gobierno que administran un billón de euros, cobran cien veces menos. Y roban. A manos llenas roban. Comparativamente, el día a día de las decisiones de un político frente a un banquero difiere en las cantidades astrónomicas que aprueban/adjudican versus el salario de mierda de los primeros.
- Hoy he tenido que aprobar un presupuesto de cien mil millones de euros.
- Yo unas líneas de crédito de mil doscientos millones de euros.
- Este café está frío.
- Por haberte ido al lavabo.
- Yo pago una hipoteca de medio millón de euros.
- Lo veo y doblo, jaja. Pago el café y el adosado en cash.
- Venga.
Dedicarse a la política como una cosa noble, el corazón zaherido de la Hipocresía nacional. "Entre mítines y pósters adolescentes", aula de bachillerato, año 2120. 
La política ya es una melopea, con mucha gente mediocre, muchos aspirantes rebotados de la empresa privada y la vida triunfalista. Los militantes son los ultras misioneros que aseguran la continuación de esta gran mentira.
Pero los jardines, incluso en un barrio desarrollista, son mansamente versallescos.

jueves, 7 de agosto de 2014

La mística de los caballitos


Los caballitos eran la gloria. No sé quién fue el primer constructor de atracciones para niños, no sé si ser juguetero requiere ser antes un padre excepcionalmente vocacional. Tenemos dos chips en la vida, el de antes y después de la pubertad, dos configuraciones neuroquímicas que dan dos tipos de personalidad. Existen dos seres en nosotros, uno ya apagado y extinguido, el otro funcionando.
En los parques de atracciones esos yoes se dilatan y confunden. A la fantasía visual de los bajitos se le acaba imponiendo el movimiento, ya agresivo, de lo vertiginoso. Como si los niños fuesen futuros amigos del puenting. Nos encandilaban los caballitos por simple cuquería. Paladeábamos todo ese escenario fantasioso, reluciente y mágico, que apenas se movía, más bien se suspendía por un cielo, en medio de un descampado de las afueras. Esperábamos la visita mensual a la feria como una eucaristía a la tierra prometida. Nos vestíamos y peinábamos para la ocasión, suplicábamos luego por una manzana de caramelo, por un algodón de azúcar.
A un niño le basta esa escenografía para creer en la magia, subirse en los juguetes que cobran vida, saturado de música luz y color. Un niño grande necesita saturarse de vértigo y aceleración para llegar a la frontera. Dopamos a los niños de fantasía, y tal vez así de mayores no se dedican tanto a la guerra. La civilización consiste en incrementar el cemento en la tierra y en el pecho. Tratar a los niños como emperadores de siglos atrás, y ebrios de privilegios, repartan esa suerte de forma generosa y constructiva. Con el peligro de que no salgan del culto al yo, que se confunda amor con necesidad, quererse con desesperarse. La infancia es un inocente parque de atracciones con música a todo trapo, donde se posan todas las enfermedades mentales como grises polillas en su puesta de huevos.
El alma de un niño como ese hilo de música que sale del saxofón, vital y delicado, custodiado mientras suena y se extingue por unos padres que dopan la fantasía y extirpan ego hipertrófico a la vez, en una cirugía de la personalidad a pecho abierto con lo más amado, dudando si esa música es alarma de quirófano o notas de un canto celestial.

miércoles, 6 de agosto de 2014

La economía de guerrilla


La publicidad tuvo su cambio climático, su fenómeno tal que una glaciación. Y ese incremento de las precipitaciones repercutió de forma progresiva en la economía de las familias. El bombardeo publicitario contagió a las nuevas generaciones estimulando las antenas consumistas del ser humano, pues las tiene de serie, y basta una repetición masiva de imágenes asociadas a un precio asequible, para que la zanahoria ante el burro funcione.

Mis padres pueden vivir durante cuarenta años con los mismos muebles prestados. No han pisado Ikea. Se han quedado en una oquedad del tiempo y desarrollan su vida sin problemas. No saben de marcas. Los muebles no han cedido, siguen antiguos y válidos, más funcionarios que feos. Ya no siguen a juego con las greñas descuidadas de sus habitantes, o con bañadores ajustados y arteros, pero a ellos muebles les va mejor ese estatismo. Mis padres tienen tres grandes casas. El meridiano de su ejercicio de supervivencia familiar pasa por ahí. Tipos austeros, hipertrabajadores, bruscos, caseros, generosos, coléricos, donantes. Ninguno de nosotros jóvenes ha hecho un viaje a los años cuarenta. Ni ganas. De esos fangos vinieron estos lodos. 

La ingeniería de la obsolescencia vino después. Nuestra anterior generación y su hormiguismo ahorrativo representa otro país. Tal que la economía de Noruega multiplica por tres otra sureña, la economía de nuestros padres es otra, extranjera de tiempo, respecto a la nuestra. En un país fluyen varios países aunque cueste verlo, varias culturas y economías opuestas, hasta en un mismo tronco familiar. La apisonadora de los céntimos, la abstención consumista, la estética como valor accesorio, la poca simpatía con la publicidad enrollada, hacen que día a día el gasto se contenga, y a final de año su economía arañe un quinto o un cuarto a la nuestra. En una década, todo ese ascetismo económico se traduce en una segunda residencia, su economía milagrosa se saca un apartamento de la manga del mar menor.

La aristocracia del tiempo


Procrastino, me levanto y durante una hora vacacioneo. En la infancia y adolescencia se daba la vacación pura, el abandono aristocrático y efebo de cualquier terreno laboral. Digo aristocrático y no edénico, porque ni ciertas afueras privilegiadas de la burguesía implican felicidad automática. La vida de un aristócrata o las vacaciones de un niño de clase media acusan la condición gruyère de su tiempo. Para un animal primate con lóbulo frontal desarrollado, aka lo humano, el exceso de tiempo liberado suele producir hastío y problemas. Lo padece una minoría y es incomprensible desde la otra orilla. A diferencia del exceso de dinero que crea bancos y cajas de ahorro, el exceso de tiempo no puede meter tuppers de tiempo en el congelador o dejar días en salmuera. El tiempo es un bien íntimo y personal, de difícil reciclaje. Al fin y al cabo el tiempo así, a modo de disposición, no es otra cosa que Vida, contante y sonante. Tampoco es que se viva más, pero sucede algo parecido a poder mirar el reloj reiteradamente dando la sensación de que el tiempo pasa más despacio. ¿Has vivido más? He vivido más rato creo, no me va a salir quejarme. 

Llegados a una edad la gente suele entregar su tiempo a criar réplicas vagamente enamoradas de sí. El proyecto inicial era crear en aras del amor un círculo virtuoso con los genes de por medio. Uno-una se mete en ese barco que a poco no deja de alejarse de una costa otra, soltera, intrépida, banal y sola, hasta que su reactivación obliga a una travesía de náufrago. Llega un momento en la vida que pasamos de ser unos veraneantes aristócratas con amistades sindicalistas e inoxidables, a unos marinos en alta mar hostil, con la brújula laboral macabra, un billete de enamorado caducado, y la vida picada de hijos. Jaja, más o menos. Alguien nos vendió la moto, ya sólo nos quedan toneladas de status de facebook para intentar maquillar eso.

jueves, 24 de julio de 2014

Los spots de tus viajes


Cuando uno piensa en un viaje que está a punto de hacer, lo visualiza en su cabeza con un "corto" de apenas dos segundos. Es como una pancarta publicitaria del propio viaje, en la que se resume lo esencial del destino y el tono con el que uno se dirige, es un flash de las expectativas. Norte de Portugal, el atlántico y unos bosques tupidos de eucaliptus en un fresco verano, esa es por ejemplo la bandera de mi próximo viaje. Esta imagen autogestionada dejará de existir una vez pisado el destino, y será sustituida por la realidad. Hay aciertos y fiascos de la mente que juega a acertar lo nunca visto, como ese casco empedrado y pulcro que me sugería Estambul, y que luego la realidad agujereó en algo muy distinto. 
En este segundo viaje a Cuba, mi precuela del mismo, mi voluntad de vivirlo, era calcada al videoclip de Buenavista Social Club . El mismo misterio de las primeras notas de la canción, la misma determinación de la cámara en la motocicleta para atravesar perpendicular Centro Habana a continuación, esa velocidad de escáner europea planeando sobre la ciudad a ritmo inflamado de son y mulatismo, la canción hipercaribeña y seria podamdo las ramas de la realidad. Así se formó mi spot del viaje, mi himno breve de la voluntad, ser un explorador espoleado por un orfeón trascendental de músicos longevos e inmortales.
Pese a que los himnos sólo se reservan para pintar las espaldas de las naciones, los espíritus viajeros tienen uno eterno en ese videoclip, y verlo altera la sangre hasta provocar una revolución que abandona sofás y te tira seis mil kilómetros de tu casa.

domingo, 22 de junio de 2014

Historiografía de un jardín


El jardín de nuestra casa sí ha ido mutando, y se pueden repasar sus catacumbas imaginarias, para recordar nuestras diferentes civilizaciones en estos cuarenta años. El cerezo ausente de los años ochenta, que presidía barbacoas pobres entre un frío más agresivo por psicológico, en unos años precarios. El huerto que lo acompañaba, a juego, desordenado y menestral, cuando el jardín apenas tenía una función estética, y la palabra abastos aún se utilizaba. Después vino la grava, que es un césped rudo, que era la diferencia canónica entre la clase media y la clase media-alta. Los solares de estas casas son parcelas de campo reinventadas, que acaban teniendo muchas más plantas que su secarral originario, y por tanto más bichos e insectos. Ir al campo aparte de un relajante vía las vistas de nuestros ojos, ha sido una estancia íntima de tú a tú con una pléyade de bichos certificada en nuestra piel. Esa era la diferencia textil entre el césped y la grava. Pero nos permitía jugar al tenis circular, aquel engendro en que la pelota estaba atada a una espiral de hierro. O al golf de las cien pesetas, comprando palos y pelotas de plástico en prebazares chinos, y haciendo el único agujero en la tierra con las manos. El adictivo y estupefaciente fútbol sólo se jugaba en jardín a una corta edad, cuando nuestras dimensiones no desballestaban una casa. Esos años en que nos disfrazaban con camisetas oficiales para un partido, y se nos hacían fotos con los primos en una época que no alcanzamos a recordar. Luego, el fútbol se salía de las casas tumorado hacia las calles, las plazas, las playas.

La sagrada manguera siempre fue una secundaria insustituible. Al venir de la resecación total de la playa, la lluvia refrescante y salvaje a manguera la hacía imprescindible año tras año, pues de alguna manera nos restituía. Descalzos y desnudos sobre la grava, con esa inundación, experimentábamos un edén meteórico. Nos fundíamos entonces con la naturaleza, nos extirpábamos toda la memoria del asfalto y de los techos de ciudad, y sin saberlo nos estábamos regenerando.

Sólo queda en pie en este jardín fotografiado a smartphones, el hermano de aquel cerezo, un albaricoquero. Primero desapareció el ciruelo, por estar en medio de todo, como un rosal que también se esfumó, luego se fue un manzano treintañero que nunca dio manzanas pero que caía bien. Dicen los mitos que hasta hubo un almendro. Al final los que han desafiado al tiempo han sido un olivo y un madroño, arrugados, retorcidos, dispuestos a sobrevivirnos. Porque los que siempre estuvieron, y nunca se marcharán, los únicos autóctonos del lugar, son tres pinos ancianos y monumentales que no paran de reírse. Saben que ese jardín ha sido preservado por unos padres y que ha sido su obra eterna de cada tarde. Sacar hojas, segar la grava, podar los árboles, cortar el seto, abonarlo todo, y así. Una obra exhibida unos minutos desgranados de otros minutos, una penitencia agradable, el reservorio común de los Santamaría Lasheras, el escenario querido, algo así como el edén parcelado de treinta metros cuadrados. Dicen que mi madre, antes de subir al cielo, arregla feliz un jardín donde aplica su mimo a las plantas, sabia y zen, como antes lo aplicó a unos hijos, al gobierno de una casa, a una vida épica que preside desde sus azaleas y sus mimosas, en una metáfora del retiro merecido de una diosa común y madre.

jueves, 19 de junio de 2014

El Dakar siciliano


Acumulo cálculos de esta singladura siciliana en la vesícula escritora. Ahora, última noche, estoy cenando en el palermo habanero, más cubano y decadente que nunca en pleno verano. Pero hasta llegar aquí han pasado 72 horas con 900 kilómetros en coche dando la vuelta a la isla, en un dakar siciliano sin pausa esquivando coches y más coches, mientras el mío trepaba por las alturas hasta los pueblos colgados de las colinas, estremecidos como un gato para siempre allá arriba, bufando al gran volcán aniquilador. 

Conocí la Sicilia occidental un año ha, y me fascinó su desfase temporal en plena Europa, su condición salvaje entre el gitanismo y la autenticidad. Pero me faltaban los grandes nombres: Ragusa, Siracusa, Taormina... todos en el Este. Así que catorce meses más tarde he vuelto, dispuesto a conquistarla de pleno. Pero es la mitad de la isla condicionada por el volcán de cabo a rabo, algo tan asumido que quizás no sale en las guías. Y ha sido el viaje tal vez con más disonancia con lo que mentaban las guías, y uno con decepción respecto a las expectativas y esos grandes nombres que recordaba de los libros de texto de Historia.

El viaje comenzó en Girona, donde el señor O'Leary tiene una lanzadera de sus vuelos. Me dormí tras el 1-5 de Salvador de Bahía, ciclado o al precipicio de un ciclo. Antes por la tarde paseamos por la ciudad y visitamos la heladería del señor Roca, no el de las tazas de porcelana, sino la de los barrocos de la comida. Mis mujeres se quedaron en tierra, y yo como los ladrones y los donantes en la madrugada, me fui volando a Trapani.

La Sicilia africana


Como quería visitar la Sicilia oriental tenía que cruzar la isla desde Trapani. Sorprende comprobar que existe una "Sicilia africana" en las guías. Y es que atravesando Marsala hacia Mazzara del Vallo vas entrando como en unos asentamientos, con caserones de hormigón apilotonados, algunos de ladrillo eterno, sin pintar ni rebozar para siempre. Aglomeraciones tribales del sur de Europa. Como mediterráneo común empiezo a ofenderme por la falta de pinos, si Serrat viera esto. Es una Sicilia secarral y calva, con transplantes vegetales que lo disimulan. Al lado está Selinunte con sus templos, cuando esta región tenía su plenitud antes de Cristo. Después vino el periplo histórico en que los latinos y helenos se vieron superados por el Norte para siempre. 

Tras un percance al tener que duplicar mi seguro del coche por incompetencias de webs y rentacares, la inspiración no me carbura hasta media mañana pasado el enojo. Me dirijo a Agrigento por una carretera de asfalto blanquecino, a la sombra de los eucaliptus y flanqueada por las espigas ya albinas de junio. Voy con las dos ventanas abiertas sacando el calor, y paro en la playa de Eraclea Minoa a ponerme en remojo. La siguiente parada es otra playa, la Scala dei Turchi, una formación rocosa que es una rampa enorme blanco nuclear junto al mar. El camino hacia ella por la playa no tiene desperdicio. Piscinas naturales de escasa profundidad, hileras de roca  en batería para caminar sobre las aguas, lodo para aplicarse por el cuerpo, peces bólido surcando el mar, y al final la impresionante plataforma de un blanco coralino, moteada por las miniaturas de gente que suben su rampa en diagonal y se hacen fotos en ella.

Me detengo en una tavola calda de la carretera y muevo el bigote. Me quedan unos 170 kilómetros hasta Ragusa Ibl. He dormido tres horas, decido hacer carretera y manta seguida para llegar al nido.
Los olivos encanecen los montes, con la plata cana del reverso de sus hojas movido por el viento. Sicilia se va volviendo más inerte, más marmórea, en las nuevas colinas que aparecen en la carretera. Yo hoy estoy más siciliano que nunca, rebotado, sin haber dormido apenas. En las ciudades se conduce sin ley, y en las carreteras es una constante la de los coches escoltando el rebufo. Se pegan al vehículo de delante y demarran el adelantamiento, es la forma de transitar aquí, no hay otra. Las incorporaciones son sin frenar, así que los morros de los vehículos se entienden en cuestión de centésimas. Yo no estoy para impertinencias, y me hago siciliano inmediatamente. Dos seguros de coche me avalan.

Ragusa, Modica y Noto: no las recomiendo


Ragusa no aparece nunca. En sus cercanías entro en un looping viario que me extravía treinta kilómetros. En 1693 hubo un terremoto que devastó la zona. El núcleo de la tierra tiene una válvula de escape en el sur de Italia, escupiendo fuego por sus volcanes o sacudiendo las ciudades con los sismos. Las turísticas Ragusa, Modica y Noto, son tres localidades de interior que se han subido allá arriba a las copas de las montañas donde un posible terremoto será más benigno. Ragusa Ibla es Ragusa la vieja vamos, y al igual que las otras dos me decepciona, pese a dorar las guías sus tesoros y palacios barrocos. Llego a Modica muy temprano y no se ha levantado ni el tato, más con la resaca de Manaos liderada por un pirlo casi inmortal. Después me dirigiré a Noto, otra "perla barroca" donde tampoco se salvará ni el que dicen es el mejor helado de toda Sicilia. Si Chicote probara el de pistacho, saldría extasiado y dinosaurio del bar dirigiéndose a la cámara, para decir que tiene el mismo rockanroll que el canto gregoriano de Silos.

Los colores demasiado muertos de los muros de estas ciudades, de un sahara inerte e igual, mejorando un poco el aspecto de la Malta poligonera, esa indeferencia que provoca la arquitectura de la arena. Estas piedras son muy sosas. Y las "perlas barrocas" no escapan al cariz pueblerino, de secano y de interior, con un gran halo campesino adosado. Ciudades apenas cromáticas, descoloridas, rahídas pictóricamente. El corpus de pueblacho no se lo sacan de encima por mucha Unesco. Y la poca gracia del barroco. El barroco es la modernidad e irreverencia de la curva, frente al gótico y otros estilos, más todo el progreso condensado en los nuevos adornos. Hay una metafísica de la geometría, las líneas y ángulos del arte trascienden toda una cosmovisión y hasta una moral detrás. En alguna vida haré un libro sobre eso.

De Siracusa a Taormina


Me reencuentro con la Sicilia jugona de nuevo en la naturaleza. Bajo de la encaramada Noto a su litoral, y me doy un baño en la Riserva Oasi de Vindicare. Unas marismas con playas, observatorio de pájaros y flamencos, una antigua atunera abandonada, una bella isla con fortificación, todo muy auténtico. Reanudo la marcha camino de Siracusa, la legendaria capital del mundo antiguo, donde los primeros científicos y filósofos de la humanidad residieron hace más de dos milenios. La ciudad tiene su núcleo en una isla casi pegada al continente, Ortigia, rodeada de aguas turquesa. No es muy grande y tiene una piazza del Duomo refulgente de blanco donde el sol se estrella y nubla un poco la vista. En Piazza Arquimede hay un par de palacios catalanes que despiertan mi orgullo. Paseo por la Giudeca y rodeo la isla por el malecón hasta el parking de Talete antes que los truenos se traigan el aguacero. Como el día de ayer, madrugador, tras la comida, me conjuro a hacer de golpe los casi doscientos kilómetros que me quedan hasta el próximo nido en Taormina, en clásico rally siciliano. No me detengo en el anfiteatro de Siracusa, como tampoco hice en los templos de Agrigento, soy un hijo de puta lo sé, pero os podéis meter las ruinas y las piedras un poco por el Ohio. Cojo la autopista hacia Catania y cae una tormenta burra sobre la carretera. Tras dos horas tomo la salida de Taormina y sorpresa, Taormina aún está más trepada en lo alto de la montaña que las perlas barrocas. Curvas cerradas con 20% de pendiente, pasos elevados estrechos, unas rampas equivalentes a subir seis Montjuïcs seguidos. El hotel vendía vistas, ya las podía haber regalado. Un hotel caro y rancio del 1969 y remodelado en un año posterior a 2014, lo aseguro. Desde la autopista pensaba lo imbécil que era residir en aquel pueblo puesto en sólo la cima de una montaña escarpada. Ahora tengo ese pueblo al alcance de una piedra.
Bajo al centro de Taormina y sudo de entrar a otro anfiteatro en ruinas que ya veo en las postales. No soy de piedras. Paseo sus calles, hago mis fotos, admiro las vistas en picado y ceno una pizza al vuelo. Es una localidad pija con festival de cine estos días donde acuden los pudientes. Que se la confiten. Yo me quedo con la naturaleza del Etna del próximo episodio.

Civismo y Sicilia


Me vuelvo a despertar a las seis y empiezo la expedición hacia el Etna. Hoy para variar también toca encaramarse con el coche a las alturas. Desde Taormina me acerco por el menos concurrido acceso norte. El ascenso ofrece extensiones de piedra volcánica, vistas perpendiculares de la costa, y bosques densos con aire alpino. Otra vez la naturaleza en Sicilia golea a los caóticos núcleos urbanos. De Linguaglossa voy a la Pineta Ragabo, un bosque tupido de pinos, arces y abedules donde hago trekking quince minutos. Oigo ruido en el bosque solitario, un sonido de fábrica a lo lejos, de movimientos de cachivaches... de las entrañas de la Tierra. Es el Etna.
Emprendo el descenso loco hacia Milo desde los dos mil y pico metros de altura. Hoy toca trabajar a media tarde, así que descarto callejear por Catania y me conjuro de nuevo para cruzar la isla de este a oeste y llegar a Palermo a tiempo.

Apretando el acelerador me planto en dos horas en la ciudad que me sorprendió por caótica el año pasado. Las autopistas en Sicilia son un mundo aparte. He transitado por tramos de asfalto peores que los de las urbanizaciones de los ochenta. Las señales de desaceleración son constantes por la frecuencia de baches. Y la vegetación de la mediana invade el carril de aceleración un metro en algunos tramos. Dejadez, Sicilia es eso, dejadez. Eso sí, si Aristóteles Onassis se hizo archimillonario construyendo buques en Grecia, la misma suerte debe haber corrido quien construía puentes y pasos elevados en las autopistas de Sicilia. Los hay a montones, kilómetricos, por todas partes, es un continuo el bachear espaciado del coche al pasar por las juntas de los puentes. Mientras el de atrás te enseña las fauces de de su alfa o de su audi por el cogote frontal de tu retrovisor, y te adelanta con parte de su chasis por tu carril. Hay una agresividad asquerosa en esta isla, incívica, o acívica, digna de un berlusconi gobernante. El colmo ha sido ver como un coche invadía el carril contrario en una carretera con el semáforo en rojo, a la vez que cerraba el paso a una moto grande que venía por el carril contrario. Cuando ésta le pitaba con toda la razón del mundo yéndose al arcén, el cívico le ha lanzado un vaso contra él por la ventana. Abuso, maltrato, Sicilia es una historia de maltrato vecinal cotidiano.