martes, 31 de agosto de 2010

Soy gordo

Creo que he tenido pecados, defectos, fracasos, muy veniales.
Mis defectos y mis fracasos nunca han sido denunciados, ni casi dichos. Nadie ha hablado mal de mí a la cara, casi absolutamente nadie.
Eso es muy malo. Porque si no me han hablado las personas, me ha juzgado y sentenciado el mundo.

Por ejemplo, es venial haber fracasado tanto tiempo en dejar de ser gordo.
Pese a ser un deseo vigente en el transcurrir de los meses, falla su materialización año tras año. Es un fracaso venial, nadie osa llamarme bien alto gordito de mierda, o milímetrosexual asqueroso; pero es el mundo el que da con el látigo y sentencia. Me deja claro que no estoy en el club de los bellos (porque la belleza física sepa yo, existe), que mi estampa y mi cuerpo pertenecen a una tercera división de barrio. Eso es fácil de notar palpado y sentenciado porque es así, yo no juego en primera, yo soy rechazado cada día de ahí. No hacen falta carteles, los signos sutiles a diario bastan.
Y cualquier gorderas miente si dice que eso afecta cero, a no ser que esté uno muy muy gordo. Al tonto le jode notarlo, al feo verse, al gordo perderse, al malo en algo no por años luz, sino por márgenes salvables, a todos ellos les jode recordáselo. No me merenguéis piadosamente, es así.

Y éste puede que sea el comunicado oficial de mi gordura.
Porque siempre tenemos una ventana a medio cerrar, por si se cuela un régimen, o una vara mágica que nos cambie en 10 segundos, así de ilusos, ilusionados, viven los fracasados, hasta negando toda la verdad, hasta no saliendo en ninguna foto como si eso arreglase algo. Lo mismo hace el poco inteligente, haciéndose invisible ante demandas cognitivas del mundo, o el feo muta su cuerpo en un gimnasio con vigor hasta disimular su faz.

Yo fracaso, tú fracasas, él fracasa. Es sano conjugarlo.
Todos necesitamos el éxito. Llámelo recompensa . Sea éxito de etapa o de regularidad. O de supervivencia robusta.
Todos queremos una conclusión. Un punto final de algo con buen sabor de boca. Un sentido, cosido. Fracasar es haber hecho algo, y concluir que no se ha hecho, aquello que creíamos que estábamos haciendo. Muchas veces era algo no resuelto, una ilusión de. Pero todos hemos besado la amargura de la lengua del fracaso.
Yo, no he fracasado, sólo estoy fuedtecito Jeje!

domingo, 29 de agosto de 2010

Dos vectores como saetas gravitan y parten mi vida.
Uno, continuar asociado al club de la Introversión, que tanta prospección petrolífera en uno está claro que acaba resultando como salario y pecunio; o dos, continuar asociado al club de... la Introversión, y arañar a mi cueva de ermitaño centímetros de sociabilidad y seguir escalando la montaña de la publicidad literaria.

Uno, contener toda mi literatura en la vida propia, no gastarla en papeles. Dos, hacer de mi carrera de escritura sayo y ondearla cual fabricante de letreros artesanos.
Viajar el mundo por los mil costados, o vender palabras, vamos.

Es que una tienda cuca de palabras, con su toldo, sus flyers, sus ofertas, pues es algo cuco sí. Yo no, yo en mi tienda el toldo negro sobrio y con amago de amenazante, las letras sobrias, blancas, pequeñas, y todo como muy elegantamente serio, vagamente misterioso.
Y dentro sí, potes de colores de esos que saltan al abrirlos y ocupan la tienda sin manchar, en unas corrientes tipo fuente, que luego retornan a la caja y reposan, y yo dependiente de la tienda, les miro y saludo sin hablar.

Pero viajar el mundo, como nunca se ha viajado, habiendo vivido de veras en más de 200 regiones del planeta. Eso vamos, que si ser escritor es montar una tienda de palabras, lo otro es ser de oficio y profesión: viajero. Viajar como trabajo. ¿En qué punto el viajar se fastidia y el trabajo se dulcifica? Pares o nones. Churras o merinas?

Y ahora me he quedao callao, callado de mente digo. Se ha cerrado la tubería del idear.
Esperamos o ya pongo la pegatina de fin de post?
Qué hacemos

Pues añadir que los blogs con sus posts en potes, son las hortalizas más frescas de la literatura. Por qué los posts no pueden ser un género literario? Unas hortalizas de literatura más?
Sí, lo sabemos, son muy frescas, muy espontáneas, poco ahumadas por un tiempo diletado de creación, poco asadas por los días y sus calles, poco aderezadas con salsas ligadas de estructuras y divina coherencia. Pero y qué? Donde hay pelo no hay calvicie. Los posts pueden ser literarios. Acepto una primera apariencia de menores, de niños, pero cuánta página de novela, ensayo y poesía podría ser quemada por insustancial y banal. Lo que importa es la tinta, como sangre, como líquido lúcido, como producto que inhale lo hondo de una mente

sábado, 28 de agosto de 2010

Ser rockero es dadaísta

Ya no sé muy bien qué es el rock. Parecía que era un deje con fundamentalismo de actitud, una filosofía?!, una pegatina adhesiva de identidad para sus seguidores, una proclamación como de principios ¿pero el rock fue alguna vez más allá de la música? ¿No llegó a similar estado religioso que el surfer? ¿No es el rock un pop algo más rizado, estilado y rebelde? No ha sido el órdago más usado por gurús de poca monta, filósofos de barra y predicadores de puerta de WC?

Porque al fin y al cabo, alguno hizo otra cosa que repetir 500 veces sus 20 canciones en un escenario? O era la droga aquello que les ponía en un altar de sabiduría de un segundo, y les hacía repetir su vision profética y catátonica del rock como forma de vida sempiterna más alla de la radio. Porque que yo sepa, el rock tenía su fábrica en la radio, y su iglesia en las tiendas de ropa.

No me cae mal el rock y los rockeros. Pero veo en ellos el canto más de cuero de lo naïf, de lo dadaísta. Ser rockero es dadaísta. Esa ingenuidad de perogrullo de creer que hay detrás una forma de vida única sustentada por cuatro acordes salvajes. Jugarse algo de vida entre olas de 12 metros todavía es algo como polinésico y ancestral que admito como épica cual correa de transmision de una forma metáforica de vivir.
¿Pero el rock? tan dependiente de la moda, de lo estadístico y caprichoso, que no. Que se ha quedado como un deje, una muletilla de afirmacion psicológica, un fardar, un farol. Muertos los monstruos, muertos los grandes líricos del rock, si hubo alguno, el rock está muerto como doctrina y casi como género musical amigos.


viernes, 27 de agosto de 2010

Una casa es nuestros signos de puntuación [Disciplina de: Filosofía del hogar o lo doméstico]

Vivo en un piso que no tiene personalidad alguna. A lo sumo, algún objeto escogido puede aportar algo de nosotros al hogar. Es un piso de trasbordo, aunque los trasbordos a veces se alarguen, hay gente que acabó viviendo toda la vida en un pasillo hacia otros mundos.

Seguro que un indígena para vivir también optaría por la primera línea atractiva, llámese la cascada más bella del lugar o el prado más florescentemente verde del páramo. Y qué polar resulta en esa línea, pasarse y hacer de la casa museo, una cueva intocable y marmolada, donde siempre hay que ir con cuidado. Porque la casa se gasta se pisa se rasca, la casa se observa demasiado. Hace falta tal vez una segunda piel nuestra en la casa, un lugar cómodo y estimulante a pesar de la eternidad de minutos. Mejor, un lugar terriblemente cómodo. Y sobre la estética, puede que una casa sea lo más parecido a los puntos, las comas y los puntos-coma. Tiene un papel de signos de puntuación en nosotros. Sin significado, pero un protagonista de hiatos, de transiciones, de distribuidor. La decoración de una casa puede ser nuestro estilo de no ver. De tanto que se ve. Un lugar manoseado, una entraña que se usa, pero que tiene su personalidad sutil propia, separada de uno. No soy yo pero es la parte cóncava de mi personalidad. Mi lámina adherida, mi atmósfera como planeta de persona.

Los objetos demasiado bonitos, en una casa estorban, captan demasiado la atención entrehoras, la mala, la que acaba zapeando las cosas. En una casa, al menos en la mía oye, me gustaría que triunfara lo sugerente. Esos objetos inacabados, esas formas estilizadas pero indefinidas. No en los muebles, los muebles vinieron al mundo para aguantar el clasicismo a toda costa, que se sepa.
Y también haría falta un buen palabrón, ahí explícito, ante tanta nada suspendida de los inacabado sugerente. Una palabra mejor que bocata de calamares, una palabra castiza y con empaque, una palabra viva vamos.
Y si la casa habla, yo le contesto. Una pizarra para escribirle cosas a la casa, que al fin y al cabo debe tener orejas, resonar, y ser transistor como todas las cosas. Nadie se comunica con su casa.
Pero una pizarra no de grima, o sea de tiza; no una pizarra de pringue, de rotulador; una pizarra inédita que deje escribir con los dedos y sea inteligente como un ordenador; o sea el i-post, el próximo gadget que Apple aún no ha ideado.
Y olores, amigos. Un kit de frascos de olores. Porque ése, sí que es el teléfono a veces con el resto del mundo.
Y una terraza con una Zona de suelos diversos. Estimular las plantas de los pies, borrarles su amnesia calluda, excitar al ser dormido que llevamos allí.
En fin, éste ha sido un ejercicio para poder glosar líricamente lo más pegado y usado, un ejercicio sobre el manido hogar que creo que ha sido muy extenso en el concepto extenso de extenso.
:)

Amor de robot

¿Cuál es el opuesto del amor señores? Hablo del amor merengue, el amor postre, el guinda, el de foto íntima, de rizo, de accesorio de lujo.
Pues yo creo que debe ser una salsa como salada, y algo también accesorio por fallido. El contrario del amor ha de contener hiperreflexividad, un racionalismo de secarral, ha de ser algo calvo, y tremendamente inconcluso. Hasta olvidadizo. El opuesto del amor es una carta cerebral y sesuda, que está mal escrita, y que ni siquiera se firma ni envía. Si el amor es hiperpegadizo, su contrario es yermo y áspero. Es una salsa seca que no quiere ser salsa, y que hiela todo lo que se posa en ella. Esta sustancia tan nada ingenua, es un producto engendrado por un psicópata, por un triste autista.

Y es que el amor dulcificado, que es azúcar puro pero disfrazado en caliente, como el caramelo sólo se camufla... es bien necesario en monodosis o en cubos, según el gusto de cada cual. Esa sequedad de atontamiento, de sometimiento canino a la persona admirada, es algo psicópata, allá en los precipicios últimos de lo humano.
El que odia es un poeta engolado, un cornudo ruidoso, un soldado traidor que cambia de bando. El desamor, es un título bastardo para la patada, para el desmarque, para el error supino contado en diferido. Oye, eso de que te amaba fue un error/sorry/me equivoqué. Porque en el amor también juegan los tontos, los torpes a rabiar, los amantes malos que nunca asumirán una señora tara.

Pero el indiferente, ése es la bestia, el que un día es lapa y el otro un insecto palo sin sentimientos. El que te hace cosa, picaporte o baldosa, mientras se acaba un café en las antípodas y no recuerda quién eras tú. El que te pisa cada día como todos pisamos nuestro pasado al andar. Y no te reconoce. El que en sus ojos hay una neblina azul de frío y una vida ya disecada, que topa con todo lo blando del mundo por no ser los otros, también un robot.

jueves, 26 de agosto de 2010

Todo el mundo ondea

Quizás ha llegado mi hora de escribir.
Hora de era. Momento de luchar contra todo ese ser no-escritor que hay dentro de mí. Salir de este anonimato donde me señalan cientos de dedos campeones y mediocres cada día, y dedicarme a lo mejor que puedo hacer. Me he quedado solo con una pluma. Con el trailer de la ciencia, la escalada de la empresa, nos hemos esquivado hasta ya no entendernos. La colina de los 33 es medio Himalaya si miras a los 20. Nadie ha remontado una década, nadie descamina 3650 días en menos de 3649. El último hombre que quiso remontar una década perdió 20 años.

Soy de esos que no se metió en ningún carril. Esos carriles facilitados sociales que te llevan a algún sitio: a ser ingeniero, médico, hombre de empresa, cualquier ocupación que se dilate 35 años. Esos trabajos comunes troquelados, que alguien ha montado, con muebles, y tertulias en el café, con reuniones, y moquetas colectivas. Ese saber que nadie va a desmontarlo, que se mantendrá imperturbable después de las vacaciones. Esa estabilidad de escenario, básica para el teatro del vivir.

Así, uno siente que ha caído más en esta colina, siguiendo senderos desiertos y solares vírgenes. Uno está solo sin esa multitud de actores secundarios con frase, que no cuentan, pero que son las falanges del esqueleto de un día, y el sabor de todo se vuelve setentero, como con colores menos vivos y con un gusto desaliñado.

¿Me faltan un conserje, una señora de la limpieza, y un compañero pesado? Con ellos tres cada día sería suficiente? Me falta, tal vez, ser Jordi Santamaria.
Al fin y al cabo, se concluye que hemos venido a este mundo para afirmarnos. Para pasear por la calle y se consiga ver bien claro el concepto Soy. El sentido de la vida parece acabar en ser bandera. Ondear. ¿Qué es el ser humano? Una personalidad que ondea. Que ondea y se muere.
Todo el mundo ondea. Creo que me entendéis. Cualquier bandera es una tímida que hace un día el ademán de exhibirse. El viento hace todo lo demás. La gente se mantiene exhibida, con sus gafas de pasta, con su silueta de Gran premio, con su prole distinguida, con su guarida de diseño, con la virtud más pura, con lo que sea. Todos tenemos que ondear al sol, afirmarnos. Si no los demás te niegan. Los golpes de síes son rotundos cada día, hay quien ondea con virulencia.
Es necesaria la violencia de afirmarse, de delimitar bien quién es uno.
Y los demás quieren ser tú.
Y Yo soy: Escritor

miércoles, 4 de agosto de 2010

Cabina cross check

Pues hoy podría haber empezado un libro. Ha empezado un borbotón lírico que si bien no tiene tema alguno, va silbando con aires de largo plazo, de escritura de fondo.
Yoeces en parte, pero a la vez muy poco mías y raptadas por mi lente generalista, que me refracta y aleja.

Estoy en un avión, un autobús de Ryanair, esa empresa que vende pasajes de avión a Europa por 5 € y cotiza en el Nasdaq. Empresa que come terreno a las compañías viejas, esas empresas de corte aristocrático y modales anquilosados, que han sido sacudidas por una compañía adolescente y gritona.
La luna en el mar riela, sí, y mete una mano a Robben en final! [El magma del almacén léxico lanza eruptos y los grita en forma de muletillas, pequeñas estereotipias].

Kerouac, creo que con su "En el camino" baja de cotización a medida que se aleja en el horizonte su tiempo. Fue la primera pateada de Estados Unidos moderna, y ése es el país del road trip, ese pinball aventurero entre ciudades de Norteamérica, la manera artesana y natural de recorrerla, con un utilitario salido de sus tripas, absorbiendo la tradición que aún queda "on the road", antes que se acabe.
Lo de Kerouac es un diario irregular, discutiblemente transgresor, e interesante a ratos cortos. Neil Cassidy es lo delicioso de esos diarios, bendita personalidad hueca y extrema.

El escritor de viajes siempre tiene el momento felpudo. El momento en que enlentece el ritmo del escrito, inspira, y enumera las perlas teóricas del destino.
Procedo. Arena más blanca que lo que pueda la imaginación; trópico, ese punto justo de temperatura, humedad y exhuberancia natural; aguas de lcd que filman mundos dentro de ellas; animales raros y a la vez con ese punto humano tan familiar; exotismo, una película encarnada en que los colores son distintos y los matices dejan de ser pequeños, para ser gruesos y fáciles de ver...

Mònica, en plena razón, maquina grapar las bocas de las "arpías" de atrás. Unas treint, unas cuarentonas con volumen de voz "soy alguien importante" leyendo el periódico mientras vociferan. Nos estamos enterando del color de sus bragas y de la talla de sus cuernos, aún cambiándonos de sitio. Es una algarabía de a dos donde se ha perdido todo rastro de intimidad... ahora nos enteramos de los antidepresivos que toman y demás. Aunque a veces... la solución es mejor si acaba en dos ostias.

Y escribo desde el borbotón en las hojas en blanco que deja un libro de Murakami sobre el/la maratón. Que no creo que acabe de leer nunca.
¿Y qué me dicen de El Secreto? Ese libro triunfador esóterico, que cada año vende cien miles, y que intenta lavar el cerebro a a gente diciendo que para conseguir algo en la vida no hay que parar de desearlo. Otra galleta en plena cara le daría un budista a Ronda Byrne. Hijos, la vida es una montaña rusa, Ronda se sube al éxtasis, a la euforia, para catapultarte un poco arriba en tu pico sinusoidal de buena racha, y luego dejarte en la posterior bajada inevitable. Porque eso es muy de superventas.
Nuestra cenefa sinusoidal de la felicidad, mandala fáctico, pasa por picos y simas, en saint Tropez, y en Alpedrete. Es ventajista hacer de letrero luminoso en plena ascensión, ser la zanahoria que te lleve a la cima. Pero luego no hay deseo ni polichinela que valga, luego viene el descenso, y cuanto más se ha subido, más dura será la caída.

El budismo es dosificación del deseo. El budismo no puede extirparlo, pero lo clasifica como fuente de insatisfacciones inevitables, y sabiamente lo mitiga. Fóllate a ésa pero aténte a las consecuencias. Lucha por ese sueño tan bonito y realizante, pero prevee cierta pensión de fracaso, por realismo vamos.
Los libros de autoayuda tiene su parte de indignos. De folletos que suplen a médicos, a la ciencia, con palabras golosineras. Hay algo de parche, personas parcheras, que por vagancia o por desidia no afrontan por los cuernos las carencias, y sí lo hacen cuando el toro duerme o muere. Los libros de autoayuda son un catálogo de las miserabilidades de los que los leen.
Cabina, cross check.
Llegamos a Barajas.

martes, 3 de agosto de 2010

Atletismo de avión

Verano y esencias de Amsterdam, dan blogorrea. Es un síndrome estacional. Mi amigo Emilio hace emails, un alter ego.
Estamos crípticos? Es el verso la prosa en críptico? Creo que sí. Criptas del lenguaje, concéntricas y mínimas.

Pues vaya post. Pues vaya embarque en Iberworld a Cancún. A ecosistemas parias, pots parias. Zapato rojo, kiwi rojo.
Me parece gustoso, destraducir "posts" por la palabra "postes". Postes de escritura ocasionales que se yerguen, tótems resúmenes de lo vivido.

Un vuelo transocéanico tiene algo de maratón en que la gente se va rindiendo. Después del almuerzo, a las tres horas de vuelo, empiezan a caer los primeros espíritus. Gente que se descuelga, que pone el cartel de off, y se desengancha de la vida, en un lapso de franca inutilidad, desasosiego en prisión de Boeing. Después están los rebeldes, los que no se resignan a ser rehenes de un avión. Van aguantando, han preparado el maratón de previo, llevan una mochila con hobbies, maquetas construibles, obras completas de Corín Tellado, álbumes de fotos a ordenar del último viaje a las Urdes... Pero ésos también pinchan, les puede las expectativas, se creen herméticos ante el tedio, favoritos del ocio. Y pinchan.

Los más suertudos, son los que viajan en pandilla. Rescatan del pasado esos veranos para adolescentes sentados en una escaleras, ora butacas, sin barcos de fantasía infantiles pero dejando crecer las enredaderas de las hormonas. Y se pasan las diez horas entre chanza y chiste, sacando punta a cualquier turbulencia o pelo del menú.
O los dormidos, benditos campeones. Ellos sí que saben triunfar en una maratón de vuelo. Se despiertan con la megafonía cuando el capitán anuncia el aterrizaje. Miran por la ventana desperezándose, se colocan la huevada, se acaban de despertar como si aquí no hubiera pasado nada, mientras el vecino mira aterrado la hora en el reloj, bajan del avión, y plantan su bandera en destino, frescos para su conquista.

Cózumel rabo

Lo estoy pasando muy mal aquí en el Caribe. Tengo siempre un aura de sudor infalible, y el mar Caribe es un mar pis. El agua fría no existe en cancúnlandia, y la experiencia del frío parece reprimida.

Y estoy en constante amenaza de engrosar. Engordar 5 kilos como 5 fardos, pues hay un comedero perpetuo y rebosante en tres de los cuatro puntos cardinales. En esta especie de paraíso a lo Botero que un Dios empresario ha designado construir aquí.
Encima me da por operar, traerme a la obra maléfica del demiurgo empresario, al edén tropical con LP´s de sirenas, una manada de lobos crueles de Wall Street, para que me zarandeen las mañanas.

Qué se hace en un Todo-incluído, en un no-cabe-más-en-mí?
Contar los cacharros que se pide el grupo de greñudos de Lasarte? Hacer un concurso mental de la camarera mejicana más mostachuda, miss mostacho de agosto?? Apuntarse a las clases de tiro a la pachuca de las seis? Beber??
Qué se hace en este paraíso post-colonialista? Porque aquí venimos sin armadura ni carabela, pero ejercemos nuestro rol de conquistadores, con cien mayas por barba limpiando y aguantando nuestro paso.

Estoy por quedarme aquí y escribir un libro de memorias de un todo incluído. Porque estoy más vigoroso que nunca en esto de abocarle al papel. Creo en ese libro de memorias entre lo vacuo, pues siento que hasta de una estancia en un acrópolis vacía, mal conservada, y sin presencia humana 10 años, se podrían hacer 11 libros.

Desde este muelle sarcástico y socarrón, parte la actitud con la que nos tomamos estas vacaciones M. y yo. Bastante sabedores de lo vacuo que se baraja tan a menudo con la realidad. Haciendo sorna de todo, y pidiéndole a Martín el camarero marrón grumo, otra papaya colada menos, otra historia colada más.
Empiezan unas vacaciones con sorna y coco, ironía y estrellas de mar. Esperemos que cada día no sea un lunes, y un martes, y un jueves. Y que acabe siendo un gusano troquelado mejicano que luego se pueda poner tangible, como un souvenir querido de vivencias, allí en la estantería de lo cruzado

domingo, 1 de agosto de 2010

Otro trozo de novela

La boda sin novia urdida por Nacho de forma impulsiva, se estampó contra la pared . Todos vieron como Marta entraba en la iglesia engalanada, repleta de invitados disfrazados de día glorioso, y caminaba hacia el altar sola, vestida con un traje chaqueta marrón y unas sandalias de verano. Vieron como se aproximaba a un Nacho con los ojos cerrados, caminando sin solemnidad como quien va a comprar el pan, en calma chicha y sin nervios.
La inmensidad de la iglesia cobijó un rumor sonoro y colectivo de golpe, un bramido de estupor y peligro. Al subir el último peldaño cualquier ruido se extinguió y noventa y cinco personas enfocaban un desenlace.
Marta no miró a Nacho. Con tranquilidad, continuó hasta el microfóno y sonrió.
Creo que ha habido un error, amigos. Nacho se ha querido casar con sí mismo – continuaba sonriendo – y vengo a desearle que sea muy feliz juntos. - engulló saliba -. Gracias.
Consiguió mantener el silencio sepulcral previo a sus palabras. Había articulado algo inteligente y sentido. Y todo el mundo había entendido en un segundo, las interioridades que suceden en la cueva que es una relación de pareja durante años.
Marta recorrió la alfombra de vuelta, de la misma manera pausada y tranquila que hacía sólo cuarenta segundos. A veces los puñales se clavan en una cámara lenta inolvidable. Fue en la salida, cruzando el semáforo de la carretera, cuando rompió a llorar. Se había quedado demasiado sola en ese asesinato silencioso de una relación, nadie la siguió, porque nadie parecía más entera que ella, y las personas apoyan a los desvalidos. Pero al fin y al cabo, había segado de una vez su compañía eterna de los días. Y sí, debía hacerlo en soledad. Pero las lágrimas a borbotón eran más bien cascadas, de sentimientos, cascadas de agua que eran el fin de un caudal enorme de recuerdos y compromisos, que caía por fin en un precipicio ancho y definitivo.

Nacho permanecía estupefacto. Era la llave visual de cien personas en ese teatro de la realidad, todos pendientes de él, no había ya otro protagonista. Contagió esa estupefacción al resto de la manada. Debía seguir con el micrófono, y continuar o poner fin a la ceremonia, pero no respondían sus músculos. La gente al verle tetrapléjico, empezó a lanzarle miradas compasivas, le echaban limosna. Leandro, su tío cura el que más.
La situación no se sabe por qué se alargó más de la cuenta. Había una paralización incomodísima y sudorosa de cien personas trajeadas en un templo religioso. Los ángeles miraban todos hacia arriba, el coro, que no les iba y les venía, soltaba alguna sonrisilla de descojone ante Nacho y su autoenlace. Los niños empezaban a oírse diciendo la verdad: - se va a casar con él mismo?. Matías, el primo cachondo susurró: este no se casa con nadie eh.
Nacho al final, que sabía en el fondo que todo había sido un show suyo, que el había desplegado toda esa carpa, y la fiesta se había ido desafortunadamente al garete, se acercó al micro y dijo:
Sí, quiero.
La cara del padre de Marta se volvió la de un pit bull.
Perdón por haberme inventado una boda. Perdón por haceros hipotecar un día de vuestra vida y engañaros que había una novia, en esta boda. - calló y miro abajo -. No tengo más que decir, a veces empiezas un intento desesperado, y todo se viene abajo arrasándolo todo. Lo siento. Espero compensároslo de alguna manera.
Esto, esto. Esto es una mierda.

Todos los invitados se fueron con regusto a mierda, y estuvieron la media hora del coche y una semana más, especulando y debatiendo sobre el espectáculo espontáneo que Nacho y Marta les ofrecieron el día de su boda. Al menos pasaba algo en una boda, al menos la trascendencia interna era al fin mayor que toda la parafernalia externa. Nadie les guardó rencor, hasta se les agradecía en silencio su episodio. Menos Félix Vallejo claro, ese estúpido estudiante de geografía había vuelto a dar otro cante público.

Nadie todavía sabe de esas noventa y cinco confesoras personas, que Nacho y Marta pasaron juntos esa noche de bodas...