viernes, 31 de octubre de 2008

Atrapada en el chip

C firmó el recibo del mensajero y abrió los dos paquetes. Le habían traído los dos artefactos y se disponía a examinarlos con ilusión para emitir su veredicto.
Abrió al azar el primero, y se quedó desconcertada con lo que veía... rara vez había visto tanta complejidad. Tal pretensión de conexiones, materiales nuevos y estructura innovadora, que de llegar a funcionar significaría un hito en su tiempo. Era de verdad, una apuesta al futuro ilusionante, y nunca se le iría de la mente ese amasijo de cables rojos y chips verdes que brillaban, y resultaban tan atractivos al recuerdo.

El otro paquete en elegante envoltorio aguardaba su momento. Se deshizo del papel y cayó a la papelera al descubrir la primitiva estructura del segundo artefacto...
Playskool, la palabra que definía, esa obra científica: simple, rudimentario, equivocado, primitivo y... mala leche, era lo que le provocaba su visión.

C enseguida se puso a manipular el intrincado dispositivo del artefacto de cables rojos. En dos movimientos ya se había cargado dos circuitos y fastidiada empezó a tachar esa complejidad con sus etiquetas mentales previas, entonces ya era un "circuito raro y endeble" pero siguió manipulándolo como siempre lo había hecho. Circuito quemado, antes de funcionar. Manazas al poder en medio del posible hito.

Volvió al segundo. Era una mierda pinchada en un palo, pero era experta en tratar a lo mediocre con la misma o más condescencia que a lo que destacaba. La burda simpleza del objeto pasó a ser eficiencia suficiente, lo asquerosamente primitivo se tornó esquematismo confortable, y los resultados tras manipularlo sin atisbo de problema, promesas eternas a desarrollarse. C era un antropoide con el chip de la igualdad metido, ese que venden en Pricoinsa al lado del chip del socialismo. Un algoritmo simplón que obligaba a tratar a todos los antropoides creyendo que eran iguales, poniéndoles un uniforme de fondo común. Una igualdad burda y piadosa que sólo pretendía que los circuitos emocionales del antropoide no tuvieran una depleción de energía. Nada que ver con la ciencia, nada que ver con la inteligencia, nada que ver con la verdad; un mero ajuste emocional para llegar a viejo.

C se movía en ese incómodo peldaño entre la mediocridad y la excelencia. Se apiadaba de los primeros y era torpe con los segundos. No se quedaba con los primeros, y los segundos no se quedaban con ella. Como el artefacto simple que rechazó y como el artefacto quemado por ella.

Pero todos eran iguales. Todas las personas debían ser iguales.
Si no, qué pasaría??

Le daba miedo...

Chip.

Ahí ya estaba el chip.
Todo quedaba a salvo

domingo, 26 de octubre de 2008

Despedida del experimento novelesco

Último trozo de esto-que-no-sé si será una novela o qué
A partir de ahora tendrá su propio espacio en otro blog que estoy creando. Ahí va

Marta cambió en un mes 3 de sus cinco números favoritos en la factura de su teléfono móvil. Empezó rescatando a su amiga de la infancia Malena, de una vida condenada a la soledad, y así tener a alguien junto a ti en el cine de los domingos, y que tu móvil suene no sólo por el despertador y la llamada de los padres. Marta había dejado a Malena más veces que a cualquier novio. La había abandonado sin darle explicaciones una y otra vez desde los 14 años. Le había dejado tiempo suficiente a solas para que ella pintase y pintase, cuadernos, cuadros, servilletas y paredes. Malena era una tímida diseñadora gráfica reconocida, apodada gorfea (de gorda y fea) perpetuamente por los compañeros de colegio que ahora reencontraba en el Facebook. Y no tenía rencor a Marta ahora tras el enésimo abandono, porque Malena no había aprendido a resentirse con la gente, ella simplemente se había amargado y reducido la vida a las dimensiones de su cuerpo y la fachada de su rostro, una manera calculada de no complicarse la vida, una forma aprendida de valorar el sabor amargo, y una larga travesía en el desierto asumida.

A Malena le encantaban las luces de neón, los rótulos de llegada a los sitios, las últimas cucharadas de los helados. Disfrutaba con los finales de las cosas y su email pregonaba theend@designia.com. Era una niña herida con una venda de 30 años, que le tapaba las magulladuras y los ojos. Creía fervorosamente en un Dios, un dios esculpido y aderezado con las trazas de su amiga Marta, aquella persona que veneraba y envidiaba sanamente a gajos iguales. Las intersecciones y muescas de las vidas paralelas desde la infancia, acaban siendo tan íntimas y profundas, que pueden hacer teóloga a una persona de la otra, sin saberlo ninguna de las dos.
Malena quería ser como Marta, y no se atrevía, o no la dejaban, o no debía. Marta quería ser como Marta, pese a no saber quién era. Malena vivía confiada en que estaba en una travesía hacia algo, que su camino desembocaba en otra vida, y sólo la excelencia en su trabajo bastaba de pilar último para seguir aguantando esa fe, aunque a los 30 años empezaba a experimentar temblores cada vez más perceptibles.

El otro número telefónico de rescate era el de Sofía Madel, amiga de la facultad, antónimo de Malena y entonces alejada de Marta también por un novio. Sofía era aquella típica amiga que se hace en la cola de la primera asignatura a matricular en el primer día que se acude a la facultad. Nunca casarse fue menos complicado. Y nunca la afinidad estuvo tanto en entredicho. Son estas uniones parecidas al troquelaje de los patos siguiendo a la mamá. En un mundo nuevo y desconocido en la universidad, se acepta y apoya el compañero de viaje que está más a mano, y se crea una sólida fidelidad, conformista pero suficiente. A nadie le dirás "es mi amiga de la cola de la matrícula de la facultad", si no, Sofía, mi mejor amiga de Relaciones Laborales.
Ya, el roce hace hasta el cariño. Marta y Sofía se odiaban, eran expertas en el esgrima de la ostentación, en el yo más pero te lo digo sutil porque soy educada. Y falso, ellas en la cola de la facultad se hablaron porque eran claramente las más fashion de todo ese pasillo larguísimo, porque en esa pasarela estaban a la misma altura y la cuestión era aliarse o derrocarse en el primer combate. Como ambas eran pésimas reinas de nada, intentaron ser marquesas de la facultad de Relaciones Laborales ex aequo.

El tercer número de teléfono era el de un hombre mayor...

sábado, 25 de octubre de 2008

Escribiendo espero

Wroclaw, Polonia, mañana de sábado en otoño... preparado ya para hacer un paseo hace cuartos de hora... mientras David se retrasa y retrasa en acicalarsus y acondicionarsus. Un poco de escritura furtiva en el blog mientras acaba de ducharse...

Escribir... ¿Esa corriente mental de frases y palabras conjuntadas, cómo llega por infusión a precipitarse en grafías escritas?
A veces escribir es una necesidad, otras un exhibicionismo, e incluso la vanidad de plasmar en tinta parte de la cabeza de uno, para que quede inmortal. Escribir debe tener unos gramos de vanidad, sea generosa o ególatra. En este mundo nunca escribir en público, o al menos creer que se hace, fue tan extendido. Hoy en día con internet es fácil sentirse escritor, pese a que haya muchos gritos en el desierto, en los secarrales.

Escribir nace de un sentimiento, una sintonización, un proceso orondamente sintético, que tiene cero coma de análisis (que puede haberlo mucho antes y luego en la mente del escritor, pero no en ese momento). Y bien, esa radio de sentimientos líquida y resbaladamente precisa, que mezcla esencias de mil realidades, las superpone en un instante, y destila las palabras blandamente exactas y justas, todo en una milésima de segundo, en el tiempo que tarda en sonreír el escritor... pues sí, debe tener un mecanismo como todo detrás.
Una maquinaria de andamios y tramoyas, estiletes y escayolas, miles de neuronas y regiones cerebrales, un gadget humano de última generación poética, un lujo de la evolución. Arte, o aquello que no nos hace animales.

Pero el acto de escribir es una actividad humana más... como cortar carne, pilotar un avión, barrer la casa, o comprar calzoncillos. Tiene de especial lo que produce, pero llegar a ella requiere de toda la mediatez de nuestra cotidianiedad, y su práctica termina siendo... azarosa. A veces no escribimos por pereza, a veces por hacer 30 cosas más, otras porque no tenemos público que nos ob-ligue, y algunas porque eso de sentarse a hablar con uno mismo siempre tuvo y tendrá algo de locura innecesaria. El hombre por naturalidad habla, lo de escribir ya es algo mucho más mediato y retorcido.

Cuando una voz emerge entre la multitud y vacía un vasto mundo interior, se produce la magia de que capte y enganche a la gente, de que se invada y conquiste un cerebro. No de forma sectaria sino puramente estética, y de repente otra persona tenga las paredes mentales pintadas con tu color y relieve.

(...) David ya está listo, se acabó este paréntesis escritor en medio de un viaje. Escribo más desde estas islas de tiempo, que no desde el continente./Escritor de temporada.

martes, 21 de octubre de 2008

La inmunidad vitalicia del negocio de la banca

Parecía que llovían dólares. Fajos de billetes que golpeaban la tela de los paraguas desde Wall Street a Broadway Avenue. Y un Smith o Thompson cualquiera, con un traje mileurista, miraba a su chófer con los ojos ensoñados mientras perseguía cifras cada vez más ascendentes con su imaginación. El gusano de la ambición, invisible, enano, reptante, había hecho el agujerito necesario para entrar en la gran, manzana. El virus de Wall Street, el gusano que todo lo pudre, había metido la cabecita en el meollo. Y Smith, Johnson, Black... tenían la cabeza ya girada, como una epidemia, como una secta, todos los despachos estaban infectados en sucesión piramidal, techos con pajaritos revoloteando y coreando cifras astronómicas. La orgía del dinero, la bacanal del bonus por venir. Parecía que llovían dólares.

Y qué pasa cuando no ves la realidad, cuando lo soñado se impone a los ojos. Cuando un gusano, fútil como un pedo, los pedos de esos sueños, va insuflando día tras día aire a una burbuja que todo el mundo esconde en el baúl o en el armario, una burbuja que tan bien parece acoplarse a los espacios vacíos, que da hasta comodidad al apoyarse, que parece incluso que va a juego como mueble social.
Apoyémonos en los bienes inmuebles, en el suelo, inventémosnos una rentabilidad sobre el aire, aceleremos hasta salirnos de la curva-aunque puedo perderlo todo-ay-ya es demasiado tarde-pum Bernanke te necesito.
Bueno, Tom, ya nos la hemos pegado, hostiazo del quince no? Sí Merrill, hacemos unos hoyos esta tarde?

Los bancos de inversión estadounidenses, los bancos de los ricos y máquinas de moneda-timbre, crearon un boquete al haber destruido dinero apostando en la posible "alta" rentabilidad de las hipotecas de "alto" riesgo. Ergo, la crisis financiera.
Falta liquidez privada para financiar el mundo porque se la han soplado Tom y Merrill, y todos nos hemos de sacar varios duros del pantalón para prestárselos a Tom y Merrill, y así la máquina global pueda volver a acelerarse con la lubricación financiera necesaria.
Es como si las empresas productoras de carne dopan a clombuterol todas las reses de medio mundo para aumentar beneficios, y después se descubre el pastel y se destruyen. Los Estados (nosotros) tendrían que suplir ese agujero de "carne" como fuera con el dinero de carniceros y no carniceros.
Pero un banquero sólo es procesado si roba dinero, no si lo destruye. Ahhhhhhhh
Viva la regularización de EEUU. Tercer mundissta

domingo, 12 de octubre de 2008

Novela pág. 3?

Lo que Nacho iba a confesar a Marta esa mañana entre bambalinas íntimas, era su determinación a cambiarse el sexo o irse a vivir a un país con guerra o decirle si quería volver con él. Nacho era un artefacto a punto de explotar en cualquier cocina de un barrio cualquiera. Pero las probabilidades de hacerlo en la de Marta eran claramente superiores. Al entrar en la cocina, Marta ponía la cafetera en el fuego de espaldas a él.

Se dirigió hacia Marta como quien aborda un barco lleno de billetes con sueños. Marta lo esquivó en un impulso intelectual que simplemente los volvió a encarar, esta vez girados. Habían bailado, como un puño violento arrepentido que se desvanece y baila por accidente un instante en el aire.
Tensión y palabras en el pecho... milésimas de silencio expandiéndose... y un escaneo urgente de la mirada del otro... - Fein.
Nacho sabe que ha dicho fein, y esa palabra se mete en un cajón de su mente y se cierra a la misma velocidad que incrementa el escaneo a la mirada de ella. Fein es nerviosismo, vacilación, error, desbarajuste, pérdida en la ciudad.
Sabe entonces que es una cuestión de tono, que da igual lo que finalmente le vaya a decir, lo que planificara en un mes en relación a Marta, las decenas de libros que leyera sobre psicología femenina o filosofía de la ciencia; era una pura cuestión de tono dominar ese momento, ser amo de la situación. Era una solución de brusquedad que había aparecido fortuita y que no iba a permitirse desaprovechar.

Se abalanzó sobre ella e iba a besarla objetivamente la boca, en un entregado beso con lengua introductor. Como mandan los guiones mentales que seguimos todos en el sexo, apuntadores de una estructura suficiente, en esa conducta ocasional tan diferente de forma, al resto de las conductas humanas que es el sexo.
Pero no, no podía arriesgarse con gramos de convencionalidad, tenía que mantener el tono silvestre, salvaje, nuevo entre lo usado. Había surgido una chispa de novedad entre la nada y era cuestión de usarla, disfrutarla, consumirla.
Antes de tocarle los labios tenían que tocarse las lenguas, y lamerse, sólo un exceso de lascivia era acorde con el momento. Eso, y una brutalidad de cariño siguiente, una sucesión de baños en frío y calor, una montaña rusa sexo-emocional.
Porque ella había dicho fein, Nacho quería eternizar el lapsus, y que nunca encontrara la calle que siempre le alejaba de su morada, quería a Marta perdida toda la vida, porque cuando se perdía era suya. Y no se iba.

No paraba de mirarla con los ojos más compasivos de los humanos. Sólo chillaba que la necesitaba con los ojos. Con su cuerpo era un ingenio sexual y el mejor provocador con sus palabras. Ella no tenía otro remedio que dejarse llevar y aprovechar la ocasión. Él vio la luz en el túnel, estaba poseído e inspirado, rozaba la excelencia, y la poseía literalmente a ella. En una coreografía carnal sobresaliente, los cuerpos cuadraban, los lametazos inflamaban, el sexo parecía llegar a lo perfecto y cuando se daban cuenta se miraban a los ojos con un cariño posesivo que fundía lo carnal, olvidaba lo lascivo unos segundos, en una bondad anti-excesos para volver a emerger irrefrenablamente, en un limbo cíclico de sexo perfecto y algo que parecía chorrear y chorrear amor.

Nacho esa tarde acabó cogiendo un avión a un país con niveles de pobreza suficientes para ir a juego con la tragedia, compró unos libros en el aeropuerto, y llamó a sus padres para decirles que estaría fuera indefinidamente.
Se envío un sms a su móvil del trabajo que contaba: "Dejarse llevar no es algo malo ni idiota con desconocidos. Hacerlo con muy conocidos es una estupidez supina muy lamentable. Empieza a desconfíar de tus padres a partir de ahora".

viernes, 3 de octubre de 2008

Los efectos del barbecho

Sería interesante un día llamar a los tímidos, inhibidos, y decir por qué me da por limpiar esa palabra tan llena de tierra y postizo.
Los tímidos tenemos un nudo en alguna parte de nuestra esencia, que no permite el fluir natural de la vida cercana a nuestra atmósfera.
Esto de las autopistas psicológicas da para mucho. La inteligencia no es más que aquella manera de funcionar que siempre prefiere la carretera paronámica para ir a los sitios, aquel pensamiento caprichoso asfaltado genéticamente para dar Rodeos.
Y la tontura es un invento de toda la vida, esas rondas de las murallas, estas rondas de hoy en día, tiralineadas, evidentes, directas y masificadas. Al pensamiento inteligente le da por circular en angostas callejas de la ciudad vieja, de espaldas a la Arquitectura moderna fría, de belleza hueca y eficacia superior.

Volvamos tímidamente a la timidez. ¿Los tímidos secoaltamos la hybris? Somos como un universo en contracción, un error cósmico, una ventana puesta en el rellano, una voluntad condenada a lo invisible. Somos capaces de dejar pasar mil doscientas oportunidades como un torpe colador de vida que selecciona tanto como balbucea. En el fondo unos minusválidos en el mundo de la jeta y el fair play, el juego ajustado de las posibilidades, alevines frente aquella persona espontánea y directa que resuelve una conversación cuando aún nosotros no hemos inventado la rueda del mecanismo que rompe el hielo. La prehistoria de la sociabilidad, y la Groenlandia del fluir.

Y me imagino que no veo más abajo de las raíces, que todo iceberg-persona sólo muestra su punta. Es difícil atinar el núcleo de uno o de todo donde las palabras no son palabras ni están inventadas ni quizás existe la verbalización; en un fundiente magma cognoscitivo al que quizás sólo se llega con organizaciones o agencias de siglas L.S.D. o similares. Hoy me levanté inspirado y con ganas de volar más que de caminar por agosto. Bueno, es mi forma habitual de levantarme y conducir lustro tras lustro, con la felicidad o el desasosiego del tímido que canaliza su espesa hybris y sufre meandros, sedimentos y heladas de la casa.

El tímido es el que especula con su vitalidad (qi, libido, élan vital), el que tiene algo que perder. El único que regula sus esclusas, y las bloquea. El que piensa que va sobrado y cree que puede hacerlo. El que aún, todavía, no está desesperado. El de la madre de la ciencia.

¿Y qué valor le hemos de dar a la vida? ¿Cuáles son las pesas justas para equilibrar su balanza?
El que no tiene nada que perder, el favorito, el principiante, el post-deprimido...
La forma de jugar las finales.
El axioma de las expectativas.
El esqueleto sinusoidal de la felicidad.