jueves, 29 de mayo de 2014

Madrugón


Dormir en un albergue es que te pongan una gorda vieja de un país chungo al lado, que ronque como un ñu en celo, deje su luz abierta, te despierte tres horas, y se haya traído a sus tres acompañantes de concierto de cámara de gas a interpretar toda la musicalidad ronca de sus fosas nasales. Saldo: tres horas dormidas.

4:43 h de la mañana en la helada estación de autobuses de una provincia del norte. Luces, andenes, frío y silencio. Nadie ha venido a grabar el videoclip. ¿No era aquí? ¿No ha salido ya mi primer long play? 
Estas horas inhumanas de despegar los aviones.
Antes se vivía menos porque la sanidad estaba menos evolucionada, y porque se viajaba en autocar. Antes había dictadura y guerras, porque se viajaba en autocar, por muy coche de línea que se llamase. Hoy en día ilusión negativa es meterte en un autocar a no dormir toda la noche, acabar con la lengua pastosa y la cara entumecida.

Dejo una Girona más que atractiva, aunque creo que en una tarde primaveral el mundo es en sí anfitrión, atractivo y sonriente. Me dirijo a Cracovia donde estuve por primera vez hace siete años, la perla escondida de centroeuropa, sin el marketing de Praga, pero con realidades más convincentes. 

Cracovia


Nueve de la mañana del domingo en Cracovia, tras doscientos metros me cruzo con la primera monjita. La arquitectura civil de la ciudad también va vestida con sotanas por muchas calles, mansurrona, marrón, discreta. Caserones mudos que optan por la abstención urbana, en una obra color pastel. Edificios practicantes, bonachones y geométricos, que apenas se rizan y no lucen detalles, como llanas paredes con ventanas y ralla al medio.
Cracovia es selvática a su manera. La fronda es una protagonista bordeando la ciudad, las murallas son aquí una arboleda centroeuropea circular, proliferada, ocupando la mirada con su verde rana e igual. Es la emboscada común de Cracovia cada vez que sales de la ciudad vieja. 

Me desmarco de mi anfitrión, Sander Van Klinken, holandés errante, un niño de cuatro décadas que también se dedica a la doma de números en Wall Street. 
Llama mucho la atención como interpretan lo extranjero en el Este. Lo mediterráneo, lo oriental, lo exótico, no sería reconocido al instante por un ciudadano originario de esos lugares. Viendo los restaurantes, tiendas, que aluden esos orígenes, se nota que los propietarios no han estado allí o lo hicieron un fin de semana de refilón. Le añaden una cobertura claramente eslava, un filtro entre centroeuropeo y alpino que no viene a cuento y sólo da una miríada de semi-mediterráneo, semi-oriental, de pseudoexoticismo. Nada impacta más que un mediterráneo desértico para ellos, pero no saben reproducirlo, quizás porque no se lo imaginan. El único exoticismo que no falla es lo japonés, tan nítido de perfiles, zen y sobrio, que se suele reproducir adecuadamente a veces hasta en los woks de polígono españoles.

Como ya he dicho, los religiosos campan libres por las calles como en la canción de Serrat el señor párroco a su misa, una constante atípica en estos dos miles vertiginosos. No se han extinguido tal vez porque la respuesta natural de los polacos en la pobreza entreguerras era la religión, pero esta consolación natural fue reprimida por un comunismo bolchevique y ateo. No se pueden poner puertas al mar en una ciudad con 250 iglesias, y la religión ha rebrotado como cualquier mala hierba se cuela al cemento. 
Este debate social surge fácil en cualquier rutina de un turista por la ciudad. En los restaurantes acabamos hablando de ello con el cocinero, o en los folletos de los tours incluyen un coffee break con debate sociopolítico, tal cual.
El marcador cronológico indica un -15 años respecto de su despegue postdictadura versus el despegue postfranquista en España. Traducido estamos en un 1999 capitalista hispano-polaco. La religión, el debate social, se irán diluyendo a la occidental, con más centros comerciales, grandes hermanos y mayor poder adquisitivo. Lo que yo denomino macdonalización, y que puede diluir religiones, terrorismo o cualquier conciencia social al uso. Lo que no es ni malo ni bueno, es nuestro panem et circenses y nuestra pax romana.

miércoles, 28 de mayo de 2014

Mañana en la rynek


Desayuno en la rynek. La plaza mayor de la ciudad vieja, la stare rynek, se abrevia con una fonética plenamente eslava en the "rynek". El café me mide treinta centímetros. La Europa occidental del espresso, Italia, Francia, España y Portugal, frente a la Europa del café en cubo de Holanda a Grecia. La Europa resistente, frente a la americanización, frente al gusto protestante.

Hago una paseata de domingo, liviana, plácida, sin rumbo. Con los turistas cerrados, y las ferias de primavera abiertas. Cracovia tiene un domingo mañana, la delicia de lo báltico con buen tiempo. Florecen las tiendas de artesanía para el explorador tempranero, y las breves hordas de turistas que aparecen se duermen o se amansan en la matinal solitaria.

Cracovia es una capital brillante, humilde y desconocida, con vitalidad a toda hora, y rezumando sangre estudiantil que suma un cuarto de millón de sus habitantes. Se palpa que es una urbe donde los estudiantes son felices, y por ende el resto también, incluyendo al fugaz visitante.

El tiempo aquí está ya herido de verano. Me ha sorprendido un clima cercano a los treinta grados en mayo, con el contador de lo veraniego ya rodando, donde de vez en cuando un gris azulado y metálico toma el cielo y descarga una tormenta violenta y repentina para calmarse y aclararse la voz luego. Las nevadas usuales cada año en esta ciudad de interior, ya quedan atrás.

martes, 27 de mayo de 2014

Polacos


Yo fui varias veces a Eslavia, Polonia, países del Este, con uno de esos follarines empachados, uno de esos hombres que miden el mundo a coños cuadrados, única medida cultural. Él sólo viajaba con la rutina de comer, arreglarse, cenar y salir a cazar pibones eslavos, si era necesario de día tomando cafés en centros comerciales. Si Cracovia, Bratislava o Moscú estuviesen montadas en un parking, le hubiese resultado igual. Su cultura era vaga y llanamente vaginal.
[La leyenda de algunas camisetas para turistas en la rynek menta el mito de las mujeres polacas. Quien visita Polonia se entera del secreto y sólo lo transmite a allegados, como un rito iniciático.]

Esta vez me alojo en casa de un ex-compañero de fatigas bursátiles y abandono mi modo usual de viaje en solitario. Se trata de un holandés orgulloso de serlo, hiperactivo aunque no diagnosticado, capaz de pronunciar 300 palabras por minuto, durante unos cuantos de ellos. Llegó a trabajar en las subastas de stocks en Amsterdam cantando números. Persona dominante, que paseando va tres metros avanzado, gesticula con vehemencia, y hace balance de las mañanas, los meses, en alto informándote con varios adjetivos de ello. Uno cede de primeras ante ese clima de energía chillona y desatada que no cesa nunca. Bonachón, orgulloso de sí más incluso que de su pequeño país, bromista, cosmopolita y granjero, no permite apenas fisuras en el estar acompañado, ya sin mi habitual inercia solitaria y escritora de los viajes.

Vemos la final de la champions en una cueva irlandesa abarrotada y con formas de pub. Entre trogloditas que llaman indios a los atléticos, atléticos maldiciendo a macacos, escaso fútbol, y armarios roperos polacos, tíos que te fostian y te enchinchetan, que yo tengo media hostia con estos polacos. Por las calles hueles y ves el color de la humildad de esta gente, sometida por unos y por otros que pasaban por allí durante siglos. También compruebas ese estar alelados que deja el comunismo, un invento que nadie de la calle entendía, trapero, austero y corrupto. Un estupefaciente made in siglo XX tomado durante décadas.

Do widzenia


Paseo el atardecer por el parque-muralla, la fronda circundante a la ciudad, caminando en la húmeda sombra de robles y alamedas con sus hojas enésimamente verdes.
La tarde se apaga ingrávida y lenta sobre ellas, olvidándose, como un susurro tardío del día. Es el cinturón vegetal y pacífico de las tardes. Se da hoy una calma chicha en centroeuropa, la ciudad vive el relajo de la vuelta a casa, primavera bien alta, trabajo acabado. El centro de la ciudad en el ocaso se muestra medieval, abierto, limpio y pausado, como una previa de una obra de teatro rural. Nada que ver con la crispación comercial y latina de nuestros centros.

Deambulan muchos borrachos y mendigos bruscos que rondan la cincuentena. Se les llama la lost generation, aquellos criados y preparados para el sueño comunista que no aguantaron la verónica de comunismo a capitalismo repentina con que les lidió el Ello, el Sistema. Habitan la corona boscosa y entran a la ciudad vieja para abordar a algún turista. Son presa de los tiempos y rehenes del alcohol, este gángster institucionalizado de las latitudes frías. Algunos tienen los tabiques nasales acabando cerca de la oreja, fruto de las peleas, de la desinhibición homicida del alcohol. Son las víctimas vivientes de un país, de una cultura, y el turista ve estos personajes trágicos, los deshechos humanos de una sociedad, que no sabe que hacer con ellos salvo orillarse.

Ocupo ya el asiento 23D de vuelta a casa. Mi embarque -por fin a solas sin mi amigo megáfono hiperactivo-, es un frenesí escritor recopilando estas vivencias eslavas. Compro la sugerencia de volver a Cracovia en Navidad, blanca navidad como las de las canciones de la infancia. Compro cualquier sugerencia de regresar a Cracovia, como lo hago con Amsterdam, New York, Oporto o Irlanda. Ciudad en la que podría vivir, quien sabe si lo haga, con esa magia de la sencillez y las escasas vanidades, capital todavía no descubierta a gran escala, y por tanto más pura e incorrupta de todas las tonterías chic y modernas que vienen con la masa, plagiadas, mercantilistas, burdas e idiotas de capital.

jueves, 22 de mayo de 2014

Escriure és referencial


De sobte l'espurna d'una segona llengua dins la meva carrera literària ha aparegut. Bilingüe ho sóc fa dècades, i en la meva intimitat castellà no es parla. 

Escriure en dues llengües és com tocar dos instruments, fins i tot un de percusió i un de corda, i les partitures també responen a masses lingüístiques prèvies diferents. Perquè un escriptor porta al cap tots els antecedents de la llengua, aquí la clau d'un bon escrit, no és tant crear-lo sinó saber trobar el lloc on desar-lo enmig de la excel-lència ja creada. Tothom escriu per referències, escriure és un acte referencial, i depenent de l'amplitud, qualitat i mestissatge d'aquests referents artístics un s'acaba repetint o bé troba una nova veu.

El primer de tot és trobar una veu. En castellà ho tinc molt clar perquè ja porto el meu temps. Aquí em falta trencar amb la correcció del bon català, ja que la nostra llengua sol sonar assenyada, en part previsible, poc canallesca, i s'hauran de trobar els mots per no dir canalla, ni fer una literatura plena de castellanismes.

El pensament, les idees, com en el segon paràgraf, no entenen d'idioma, ni es solen picar d'adjectius. La resta de la vida sí que demana la perpendicularitat de l'adjectiu per a què ens atravessi al llegir-la en el seu codi imprès. Després tot el migcampisme de verbs i substantius (l'adjectiu fa el gol) han de fer la seva feina, les passades horitzontals dels verbs i les verticals dels substantius, amb la única defensa de la puntuació. I a vegades fer, que un adjectiu baixi a defensar.
Estem començant a rodar i em falten molts quilòmetres de literatura catalana.

martes, 20 de mayo de 2014

Belleza y aguarrás


Asomo por la escalera, bajando a Kobe, y me aparece un pibón maduro y grácil que se dedica a limpiar escaleras. Durará lo que un caramelo en un colegio. Se le ven sus facciones emigrantes, su honradez proletaria, y la estela de que acaba de caer en el puesto, en ese lugar en el mundo de fregonas y riñonadas, con su cara y porte disonante de princesa. Encarna cada mañana una excepción, que lleva una fecha de caducidad. Su empleador, algún señorito de las escaleras, la trasplantará a su parterre interior, a hacer de cónyuge cenicienta, que no cesará de limpiar tras los sueños preliminares, por bien que empezara el cuento romántico de la empleada y el abogado. Pero hoy su situación tiene un tic tac adosado, al que le llueven decenas de ofertas al día, porque la belleza y la escoba repelen a los ojos posesivos del que mira, y ve una estampa que le resulta barata en el inconsciente. Ella, maquillada y óptima de aspecto en su labor, postula unas cotas mayores. El cuento de las princesas que limpian escaleras en el siglo XXI. El veneno infantil de la estética, inoculado por el vial de los cuentos en forma de princesas impolutas. Manual de citología pija. El innecesario fomento de la belleza en el ser humano, que tiende a ella, y que hasta en un despiste de cuarenta años, la colecciona en casa. El princesismo barato que resulta de la unión de pobreza y belleza. Pese a que lo pobre sea siempre por definición económica barato. La belleza es un salvoconducto, que a veces hace olvidar la guerra. La belleza es un vehículo más potente y rotundo, de mucho mantenimiento, más veloz y peligroso.

domingo, 18 de mayo de 2014

Paranoias barra novelas


La casa quedó deshabitada once años. Las plantas treparon paredes y altillos, en una melancolía azul y vegetal, de un descampado colonizando una familia. El polvo fichó cada mes y votó cada cuatro años, poniendo en duda otra vez que el big bang no fuera polvo primigenio expandido. La penumbra fue el notario de aquellla era, y los hilos de luz se colaron desde el inicio como si aquel vecino hubiese tenido manos de escenógrafo al cerrar la persiana. Las noticias y el mundo golpeaban las persianas del apartamento inerte durante más de una década, decenas de transehúntes miraron sus párpados desde la calle, mientras la casa se volvía cueva. La familia Serna Suñer acababa en cueva, con todos esos marcos de fotos refrigerados y polvorientos, la ropa de una vida levitando en los armarios, y la cubertería durmiendo un sueño eterno en la cocina.
Once años hasta que el hijo del vecino ya fallecido encuentra la llave de los Serna y se decide a entrar en el piso. Al recorrerlo encuentra a faltar un casco con luz de espeleólogo y un papel para escribir esa nevera de tiempo, donde el viento o la vida silban en cada objeto detenido de la casa. Prefiere retener esa lírica metálica, no tocar ningún objeto ni tema legal, y mantener ese reservorio del vacío. A lo sumo visita el museo fortuito cada par de años, alguna vez acompañado de un ser querido. Se subsumen en ese piso embalsamado media hora y se dejan apabullar de muerte sostenida, de vida suspensiva, de flashes biográficos enteros. Espectadores de la premuerte de los otros, de una obra familiar abierta y acabada, en un más allá irreal en Fuencarral esquina con Velarde.

miércoles, 14 de mayo de 2014

Los pis de los perros


Los pis de los perros, su única tarjeta de presentación. Su colonia, su esencia, depositada egoicamente por el mundo. El pequeño yo del perro, propagándose, haciendo marketing, muchas veces más allá del cupo de la necesidad, casi colgando carteles electorales en las farolas y los árboles. Y cómo leen esos pises, cómo la calle es una biblioteca de orín, y como los examinan con sus anteojos olfativos, discriminando notas y estirando matices. Son unos archiveros, sólo contrasta concienzudamente el que contiene un almacén de experiencia, sólo busca con ansia el que tiene una colección. Repasan bosques enteros, escanean la ciudad, detectan aquel husmeo de caldo seis calles más allá, su router es el viento. Nuestras computadoras no entienden de olfato, la informática es apenas sensorial, una historia cognitiva y visual, nada lírica. El perro nos chotea a bytes olfativos. Al final en sus libros, buscan historias de los suyos, competencia de su raza, pibones caninos, aperitivos, aventuras de caza, únicamente leen novela del mundo animal. El humano, que perfuma la rasmia, camufla su bestialidad, y elimina su olor a animal, es ignorado como las notas del metal. Sólo se filtra el olor antropoide de su familia, de su manada humana. Luego sueñan escaramuzas con dogos atlantes, romances con caniches modelo, y su vaporoso mundo es una caldera de perfumes y olores, tanto que se derriten las imágenes y se vuelven intermitentes, tal como su vida visual parpadea y se disipa siempre en espera del próximo movimiento de hocico.

martes, 13 de mayo de 2014

Retaguardistas


Nos sabemos los más vanguardistas del mundo, pensamos que somos el último grito en la historia, pero nos olvidamos que así se sentían nuestros padres y abuelos con su círculo de amistades, a los que miramos en una foto y nos parecen carcas, obsoletos y desfasados. Nuestro smartphone ya empieza a arder de tiempo como un walkman o como una gramola. La música que oímos se apolillará como un charlestón 2.0 y sonrojará a nuestros nietos. Somos vanguardistas por casualidad, por un efecto mecánico de la historia. La crisis subprime nos ridiculizará junto al show electoraloide y las corruptelas, como en su tiempo lo hicieron la esclavitud o las dictaduras. Porque el ser humano es una criatura moderna no por definición, sino por nacimiento. Hasta nos gusta pintar la historia como una mañana eterna medieval, y en cinco minutos de modernidad renacimos y transfiguramos el mundo. Nos gusta vender modernidad, nos da seguridad y autoestima a nivel de especie. Se nos van cayendo las membranas de los miedos, mudamos la piel piadosa y religiosa, se arrugaron las monarquías y los condes, recuperamos la genitalidad del infierno mental... y hoy twiteamos impunemente sobre todo y no hay nada sagrado bajo el sol. O puede que lo sagrado sea nosotros mismos, o que la libertad sea un canto comercial que nos ata subliminalmente a un smartphone controlado y espíado por una cuenta de resultados.

miércoles, 7 de mayo de 2014

La revolución principia por los calendarios


Me levanto ya antes que el perro, que los perros, que las bestias, y me he de ir a cortar el e-mail. Me lo he dejado crecer, greñas de no-leídos, y toca ir a la barbería a darle al eliminar.
A estas horas empalmo una tubería con la caldera de la música, y se vierten fluidos musicales en la cabeza, cierta ducha cerebral. Lucha de gigantes, Pereza, esas cosas. Nombres muy actitudinales por cierto.
Esta es una crónica del despertar, tan desangelada y selenita como suelen ser estas horas. 
Hace ya mes y medio que nos birlaron una hora en el reloj, y la luz se expande como un verano ártico hasta el telediario noche. No hay prácticamente un festivo aún vinculado a la naturaleza. Estos días que violamos el tiempo de Einstein dos veces al año, en los que se precipita la negrura, y el otoño con el invierno atado; o amanece la primavera y alguien se deja abierto el grifo de la luz... deberían ser festividades como lo eran en tiempo celta, porque al final lo único sagrado es la naturaleza, y el único motor compartido más incluso que cualquier transplante de dios, es ese diferencial de luz que empieza por las hormonas y acaba configurando todo el cuerpo, hasta esas inflorescencias llamativas que son los sentimientos. Las fiestas colectivas son aquellos acontecimientos sociales que nos preparan para unas nuevas coordenadas o bien nos retroalimentan las raíces. Qué bonito sería celebrar sólo la naturaleza y dejarse de fes y mitos polvorientos. San Juan, su víspera es tal vez la más natural de estas fiestas, pese a que ya no se hacen tantas hogueras. El verano bien merece una bienvenida y un rito. Y su fin tendría que ser un buen carnaval, verdadero entierro de la sardina, las terrazas, el nudismo y la dicha extrovertida de vivir. Un carnaval en invierno es más esquizoide, y previo a eso de la cuaresma, oigan, que por ahí se brinca al ramadán. Ding dong. Así que por revolucionario, quien quiera se apunte a esta restauración del calendario, que como toda prenda de vestir huele y está vieja, devolvamos un calendario más naturista, laico y afinado con la vida terrenal, terrestre, bípeda, y del siglo XXI.

sábado, 3 de mayo de 2014

Mis patios


Gamarra hace el saque inicial con un patadón neutral hacia arriba al estilo del baloncesto, Gibert ya va hacia la pelota y se la lleva, regatea a 'Manolo', esquiva a un niño de séptimo, y choca contra uno de tercero de Bup. La pelota le cae a Marín que no se complica la vida y la cuelga al área contraria a cincuenta metros - Guardiola gime - le da en la cabeza al prefecto y el esférico de goma lo controla con el pecho Riba, se prepara para dejarlo en la escuadra y, un planchazo de Soto Ripoll a la altura del hombro devuelve la pelota a Gibert, o al Gíbert, que regatea a Vicenç, o al Vícenç, cruza medio campo y asiste a Chichi Alonso, pura técnica inmóvil, poste bajo. Riba de mientras se enzarza con Soto, si no fue a por la pelota rápido a cogerla con la mano, parar el partido, reivindicar e imponer su penalty, las reglas del patio de colegio son febriles y dicen -jueguen! -jueguen!. Pero la pelea sigue y los de alrededor empiezan a bramar, a chillar, por el mero cachondeo, a lo bruto, y el rumor se extiende y concéntricamente abarca medio patio, que se contagia del salvajismo cachondo y se precipita sobre el foco de la pelea. Entonces, trescientos tíos que ni les va ni les venía se agolpan acompasadamente como una horda en pánico hacia Riba y Soto, en una onda de chillido cavernícola o mamífero, perfectamente sincronizada en círculo hacia adentro. Es una gamberrada espontánea de a trescientos, un erupto de rebelión cómico y bestia. Los profesores desde las balconadas de las galerías, ven el espectáculo troglodita tan bien ejecutado, que Simeó, franco como es él suelta: què fills de la gran puta!
Es un recordatorio que somos bárbaros, que somos libres, que unidos en la masa somos invencibles. El tumulto y griterío dura justo doce segundos de exhibición y después cada cual prosigue sus quehaceres como si nada. Riba llora y Soto escupe mientras habla. Gibert, aprovecha el vacío en la otra punta, y recibe la pared de Alonso, todo técnica, y se prepara para fusilar a Barquet. Pelota rasa junto a la columna que lo bate y ya en la línea es despedida por el Peluco, el cap d'estudis, el Hermano Bernardo, que sale apresurado de su despacho a ver qué tribu subsahariana estaba de guerra bramando en el patio central. Gibert reclama el gol, corre presto hacia el rebote, coge el balón, y se va hacia el centro del campo donde planta la pelota para que saque el contrario. Nadie se mete con el Gíbert. 1-0 y dos minutos para colgar la pelota antes que el timbre del patio fulmine el partido.

Las Olimpiadas de Maristas


Los hermanos maristas, como los religiosos de otras congregaciones, eran rebaños de solteros, que compartían piso, pero como todo soltero, disponían de bolsas de tiempo. Los vínculos y ligaduras familiares de primer grado se sustituían por su relación con dios, y como éste era omnipresente y omnipotente, estaba siempre a mano de un contacto telepático en décimas de segundo. Sus oraciones eran más rápidas que el fax y no tenían coste, con lo cual eran hombres sobrados de tiempo. Eso explica cómo se originaban aquellos acontecimientos extraescolares, a los que sólo les faltaba ser retransmitidos por televisión. Ayudaba ser un colegio con solera y toda la tradición acumulada y transmitida década a década. Sobresalían dos de ellos, las Olimpiadas y el concurso "Més i Millor". La olimpiada era un día del deporte sí, siempre alrededor del 8 de diciembre en Maristas la Inmaculada, aquel día que en su vigilia te ibas a dormir fabulando, fantaseando, elevado y excitado. Estar lesionado ese día era la auténtica tragedia infantil, no se lloraba, no se berreaba, se asumía trágicamente, como una pérdida adulta, y se paseaba un luto maduro por el colegio. Nos despertábamos ese día con fuerzas, divisando que sería un día largo, recordando los highlights del día y las horas asignadas a nuestro curso. El espectáculo del atletismo, la batalla en la piscina de la natación donde siempre saltaban las sorpresas, el reto del baloncesto y el fatricidio entre federados de distintas clases, y la cúspide del fútbol con el patio abarrotado, que a veces justificaba el día pero valía dos puntos como el ajedrez, el balontiro, una de las cuatro pruebas del atletismo, el tiro con cuerda, el ping-pong, los dardos, el salto de altura, el peso... Una veintena de pruebas con sus horarios asignados para los ocho cursos de EGB un día, y para los cuatro cursos de BUP y COU otro. Semanas antes en cada clase, se habían distribuido los participantes de las pruebas durante una asamblea discutida, rellenando los formularios de inscripción correspondientes. Toda la jornada repleta de competiciones y partidos cada diez o veinte minutos, todos presididos por el profesor correspondiente cronometrando o arbitrando, los alumnos que no participaban haciendo de afición, y los ires y venires a una pizarra de ocho por diez, cuadriculada, pulcra y a colores, donde se iban actualizando las puntuaciones con belleza caligráfica. Sin fallos, sin errores, sin retrasos, en una envidia organizativa. Aquel día nuestras vidas fluían y se desbocaban, en puro y sano deporte. Un verdadero festival con 1200 mocosos coordinados, disfrutando al máximo sin conflictos. El éxito de la organización es proporcional al sentimiento, que treinta años después aún despierta el recuerdo de aquel día en nosotros porque colmaba nuestros sueños de niño, que conseguía para muchos, ser el día más feliz de nuestras vidas, pese a derrumbarnos en la cama por la noche como pequeños héroes tocados por la magia. Y por habernos regalado ese día aquel colegio y sus gentes, por haber vivido y paseado aquella excelencia organizativa, detallista, inteligente y estética, sin ser conscientes nos prometimos por dentro ofrecer nosotros esa excelencia un día, nos hicimos nuestra esa calidad para gozarla y para exigirnósla. Que fue tal vez la lección más honda que nos podrían dar en el colegio.

jueves, 1 de mayo de 2014

El cáncer de la piedad


Pero un gran peligro del cristianismo a escala masiva era la piedad. El buenismo fomentado por su doctrina acababa dando mártires en un mundo de pillos y cristianos. La gente que se tomaba en serio eso de ser buenos, y quedaba impreso para siempre en sus instintos. Gente piadosa que entre el bien y la tomadura de pelo, ponía la otra mejilla, y eran el lado hendido del mundo, el flanco de los parásitos desligados de cualquier moral. Una masa blanda que votaba la abstención moral frente a los escándalos, un colectivo dominado que sí cuchicheaba pero no iba más allá. Toda su potencialidad como personas y profesionales, iba cercada con ese collar buenista, que relegaba frente al prójimo, paralizaba las aspiraciones personales, para que siempre viniese el listo de turno que se colaba en la fila de los sueños, y la vida se iba con una desventaja autoimpuesta y católica.
Al final la piedad se ponía rancia con las décadas y con el balance devastador frente al vecino provocador. Aparece entonces un fundamentalismo, un morir con el cilicio puesto, y se acaba campeón de la intolerancia.

Nos enseñaban a ser buenos por ser buenos, por un mandamiento divino, algebraico y vetusto. Nos mentaban el Sinaí y las tablas de la ley, empollábamos los mandamientos como las capitales y los ríos, y ya no llamábamos de usted a los profesores ni madre a nuestras madres, pero aún había una distancia sideral entre las generaciones, si es que treinta años no ha dejado de ser nunca una distancia psicológica sideral entre la tradición y las nuevas generaciones.
La bondad impuesta y examinada, con calificaciones, como una asignatura, como las matemáticas. Y el pecado sobrevolando, la daga de la culpa prefrabricada para cada uno de nosotros, para írnosla clavando poco a poco de ahí en adelante. Un mundo justiciero, castigador, donde se inaguró nuestro masoquismo marca de la casa.

La educación rascacielos


Lo sobrenatural iba poblando nuestras vidas como una infancia de espíritus, que se sustentaban en los iconos de cera de vírgenes y santos, los tótems dramáticos de nuestra tribu. Nuestra devoción paralela, también hacía uso de la imaginación y la fantasía, y los superhéroes y duendes de dibujos animados pobablan nuestras vidas, apoyadas en sus figuras de goma nada dramáticas y sonrientes. Eran los dos reinos de la fantasía, uno instrumentalizado, hebreo y regulativo; otro excitante, americano, desbordante y comercial.

Las generaciones de los ochenta y precedentes recibimos una educación espoleados. Existía una sobrenaturalidad, un vector del absoluto, que tiraba de fondo en nuestra escolarización. No se iba instruyendo en una naturalidad pareja al crecimiento, campechana de las edades, sino que se daban pretensiones totalitarias en el desarrollo de nuestra conducta. Era una educación en tensión, axial y verticalísima, con prescripciones y prohibiciones bien marcadas. Fuimos niños espoleados por el absoluto, y de mayores se nos quedaron las marcas, en forma de idealismo, inconformismo, rebelión o sometimiento, según nuestro desenlace en esa escalada vertical y menorera, por los desmontes de Dios.

No vivimos el relajo de una educación horizontal, relativista, nihilista de absolutos, sin más pretensiones que lo que tocaba para cada edad, desde las tabas hasta la física cuántica. Y de mayores se nos mantienen los dejes en la psique, y el absolutismo aparece, tensionado, y empezamos a operar en vertical, algo abismados, y demasiado polares.