lunes, 24 de noviembre de 2008

Fotografías quinto viaje de Colón

Espacio ahora para actualizar tema fotos de este viaje. Aquí abajo están los links de los cuatro álbumes hasta la fecha en formato slideshow, que cada cual los pase más o menos rápido y dosifique las más de 200 fotografías seleccionadas. Recomiendo activar show info y en options variar el slideshow al gusto...

- Excursión a Parque Nacional Cahuita en la costa del Caribe:

http://www.flickr.com/photos/jordiny/sets/72157609509596934/show/

- Fotografías de San José ciudad:

http://www.flickr.com/photos/jordiny/sets/72157609338218488/show/

- Excursión a Reserva Natural del bosque nuboso de Monteverde:

http://www.flickr.com/photos/jordiny/sets/72157609639168282/show/

- Fotografías de la estancia en Panamá. Casco viejo, Downtown y excursión al valle de Antón (*añadido Panamá vieja y Canal):

http://www.flickr.com/photos/jordiny/sets/72157609906011163/show/

- *Viaje posterior que hice a Guanacaste:

http://www.flickr.com/photos/jordiny/sets/72157611254480577/show/

domingo, 23 de noviembre de 2008

La brecha heptagenaria


Escribí ya sobre los mayores y sobre la idoneidad que era acumular años de vida frente a la juventud en términos de satisfacción existencial (http://jordiny.blogspot.com/2008/09/mis-viejos.html).
Quiero añadir alguna que otra excepción.

Tal como sucede a Leandro, personaje anciano de la novela de David Trueba Saber Perder, el grupo de personas de la generación austera, las de guerra, post-guerra y dictadura media, las de la laboriosidad y el ahorro, las beatas comparadas con lo de después... son susceptibles de sufrir la brecha heptagenaria.
Una invasión y desbordamiento de la modernidad en ellos, aturullante y desintegradora, que zozobra la estabilidad decente y encorsetada que les ha sustentado. Su psiquismo se ha sustentado como un istmo entre las aldeas y los aviones con wifi, en un pasadizo vertiginoso de la historia, donde todo lo de siempre parece haber mutado. Ellos resistieron como lapa agarrada a unas ideas conservadoras, teístas, corteses y ejemplificantes, basadas en la idea de lo correcto.

Toda esa estructura de carne se ha deshilachado y les resulta incómoda para posarse en la mayoría de interacciones del mundo de las nuevas generaciones, a cual más liberada. Una incomodidad consciente que les hace sentir dignos pero extraños en su mundo de siempre, su todo. O una incomodidad inconsciente que avanza como un virus y causa una ansiedad filosófica con lo contemporáneo.

Y es que el virus de la post-modernidad es muy potente, y ellos aprendieron a vacunarse sólo contra la creciente, ingenua y transitoria modernidad. La post-modernidad trajo un ablandamiento de todos los fundamentos, un ablandamiento desigual y particular, individual, que mejora el arte e hipertrofia la libertad a la vez, un baile con el relativismo que no todo el mundo sabe no llenarlo de pasos nihilistas.
Esa invasión del "todo vale", de lo irreverente, del descuartizamiento de ideales pasados... indigna o seduce, a los desencorsetados, entre la vergüenza y la tentación.
Leandro se ve invadido hasta ser poseído, por una libido mundana que en medio de su tiralineada y tradicional familia con nietos, le hace ir de burdel en burdel comprando sexo y buscando cariño.
No toda la generación se ve desprotegida, huera frente al virus postmoderno de inicio del siglo XXI. Los hay más vacunados, preparados por méritos vitales de flexibilidad mental adquirida, forzada o no. Alejados de un conservadurismo algo casposo, que parece correlacionar con la desintegración senil postmoderna.

Hematología austral

Ayer fui al laboratorio de análisis de patrias en sangre a un chequeo rutinario. Esperadamente, los niveles ticos ya alcanzan el 1% sanguíneo ajustándose a su cronología en mi vida. Igualan ese 1 % anglosajón de veranos de estudio y trabajo en Inglaterra. Mis niveles de catalanidad van subiendo mestizados con los españoles, a medida que me alejo de mi educación pasada más españolizada, y prosigo mi devenir en el seno de la sociedad catalana de generaciones post-franquistas como la mía. Soy donante AB de ambas.

El etnógrafo doctor me recomendó subir mi nivel de leucocitos irlandeses, y evité la receta de baileys y guiness en vena comunicándole mi pronta visita en navidades, así como una transfusión ocasional en Amsterdam este fin de año. Y van nueve transfusiones.

Me felicitó por la líquida tropicalidad, lo multicolor de mi sangre, pese a seguir sufriendo cosmopolitismo, y para ello me asesoré sobre unas vacaciones de verano por las Castillas Mancha y León, amén de Andalucías y Extremaduras, para subir colesteroles manchegos y darle terruzno a la sangre.

Vio tonos castizos madrileños nunca vistos, y hasta lugar para peces o pirañas cubanas en la sangre. También alguna toxicidad yankee en el suero, pero ya sabe doctor, es deformación profesional.
- Modere los atracones eslavos, ya sabe que usted no es muy compatible.
- Sí doctor.
Y África o Asia le han hecho algo? - No doctor, pero es que no hay muchas calles o comen muy raro con salsas. Asia no me llama, son mu chinos, pero Japón parece un viaje interesante. Australia para cuando esté muy aburrido.
- Ayyy, señor Santamaría, no tiene usted solución, con lo bien que se está en Torrepacheco.
- Ya.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Sociología austral


Filosofaba al amanecer mientras esperaba unos huevos revueltos en el comedor del hotel, que América pájaros no ha pasao por el feudalimo, ya sabéih, la zapatienta aquella de lo señore y los isclavo a media! Hoy no tengo ganas de escribir normal, so sorry.

Pues eso chátiros, que una de la cosa que má me sobreviene en los viajejicos a las Américas es la delgada línea que ostenta la clase media en la sociedá. Que vas por el metro oye y too son pobres, y vas por el eskailain ese y too son tíos de perrah gordas, naa que ver con el bar del pueblo, que hasta el Marcial se compró un tovolumen desos!
Y barruntaba yo, ej que lo sistema sociale se materializan en escenarios ma o meno esculpido... y en Lamérica como que no deben haber esa zanjah y relieve de lah cosah y el pasao... como nus pasa en Europa pájaros, que el trigo etá ya muy molio.

Y de ahí he saltao, porque loh huevo no vea tús como tardaban, a pensá no sé muy bien cómo, sobre q lo hombre nu hemo basao toda la vida en una divinidá! El espejo que todos los días y siglos mirábamos, una divinidad a semejanza, ingenuamente humana, con los mismos anhelos e inestabilidades de los hombres. Y la muerte de Dios quizás es una mutación de la especie afuera del ansia de perfección, y adentro de la ociosidad y lo pagano. Como cuando a un pobre le llega dinero en el siglo XX y mata su naciente ociosidad, quitando del altar de la estoica austeridad ese espejo de perfección y no limitación que en su día sustituyó a los mitos de la aldea.
En los estantes, hoy se amontonan multitud de periódicos deportivos y copiosos botes de cremas estéticas, donde antes sólo había frío y objetos no manufacturados de la casa.

Y ese q habla quién ehh, q ma quitao el micrófonos. Pué nada pájaros, q ha llegao el desayuno y q he seguio comiendo la pitanza, mu rica etaba con su huevitos, su cebolleta.., y q me voy descursión a ver pajarracos desos del pico como una zapatienta, lo tucanes, y lo monos, y jaguarses. Q pensá no hace ná, solo q decí coño-mira lo q he pensao, y hay que sembrá los bancales!
Un abrazoo



viernes, 21 de noviembre de 2008

New blog (novela)

Breve post para anunciar que ya he abierto un espacio para el experimento novelístico. Aún falta adecentarlo pero la dirección es: http://eltallerdeunanovela.blogspot.com/
La intención es ir escribiendo las partes de esa historia, a la vez que se comenta su proceso creativo y se reflexiona sobre el novelar en sí. Un taller, con el producto acabado y su proceso de elaboración. A ver como sale el melón

Furthur ibérico


En Centroamérica se ven a menudo autobuses escolares amarillos de USA readaptados. Yo, os voy a relatar una de mis fantasías emprendedoras ocultas.


Nació tras la lectura de la novela basada en hechos reales “Ponche de ácido lisérgico” de Tom Wolfe. Allí, en pleno bloom (no boom) psiquedélico, Ken Kesey, autor del exitoso “Alguien voló sobre el nido del cuco”, emplea parte de su fortuna por las ventas del libro para promover un anhelo surgido en ese momento histórico. Restaurar un autobús escolar amarillo, adornarlo con tintes psiquedélicos, convocar a sus compañeros más liberados e intrépidamente humanos, y salir a patearse Estados Unidos sin empujar con pan.


Los conocidos Merry Pranksters. Una aventura del siglo XX sí, en plena civilización y urbanismo, una originalidad mítica de verdaderos argonautas. Una rotura ejemplar con todo, un sabatismo sobresaliente. Un poder decir que se ha vivido. El autobús rotulado Furthur (de further), el imposible Neil Cassidy (protagonista de En el camino) al volante, un conductor suicida pero nacido para la fórmula uno; el novelista Ken Kesey al timón, un joven Tom Wolfe de grumete, y una serie de criaturas surreales e inolvidables en la tripulación... sorteando América con la energía de una batería que no para de empezar su compás una y otra vez.


La vida se iba creando tarde tras tarde en esa singladura, abriéndose camino entre la utopía y el futuro ilusionante, y se parían mil aventuras que nunca más se volverían a contener en tan poco tiempo, entre una sociedad conmocionada y alborozada por la psiquedelia aparecían ellos, el no va más, conteniendo una incidentalidad y vivencia implícita brutal.


Esa fantasía, ese rompimiento de todo y de todos, en inocente viaje multicolor, cruzando España un verano como una bandera psiquedélica en el 2009, que sucede y se extingue... no me digáis que no es sueño.
Algo que jamás pasa por nuestras cabezas ni que nuestros ojos esperan ver para nada. Los hippies no hacen esta parafernalia, es algo más serio. Sin ningún objetivo ni meta concreta, simplemente la aventura. Abanderarse en colores y poco más, sin siglas ni programas. Lo más parecido a un happening de 3 meses huyendo de vanguardismos y colectivismos, nuestro happening.


El de los que ya tienen las plazas ganadas: David, que podría ser conductor cuando no corteja- Corle, lector de mapas físicos y mentales, bálsamo de asperezas en la convivencia... invitaría a monsieur Náufrago Digital, formal pero eminente mente no prescindible, et Sardina rara avis y su juventud... Romina y su gaseosa forma de estar, más fresca y espontánea que nosotros...
y nuevas criaturas maravillantes que brillen por su unicidad y aceptasen tamaña aventura, visitándolas en los puntos de España donde fuera la caravana, uniéndose y desuniéndose a lo formado, sin rumbo fijo, en símil 4amiguil truebiano extendido a más de la decena, una tribu veintiunesca transgresora y comprometida.


Un verano -de los de escuela, de casi 3 meses-, con autobús escolar amarillo diseñado según nuestros pareceres estéticos, inspirados en Furthur, personalizados. Sin preocuparnos de los gastos tal como hizo Jordi Kesey, psiquedelizando España y Ejpaña (psiqué + delos, no tiene por qué ser con drogas, tampoco se excluye), arribando a ciudades y pueblos de Andalucía siguiendo nuestras inquietudes, atravesando la Mancha, uniendo criaturas en Madrid, peinando el levante de colores, haciendo presencia en el País Vasco como extraterrestres, sintiéndonos cercanos a fantasías astures, cántabras, meigas... sonrojando la seriedad catalana... y no sé yo si apareciendo al final en prensa (algo entre inevitable y destinado), para apagarse al final de ese verano como se diluyó Furthur en la década de los sesenta


Y bien... voy mirando de contratar un embarque de bus amarillo escolar a restaurar en Calafell?...

jueves, 20 de noviembre de 2008

Desandador de caminos

Mi teclado tiene vida brincando en el autobús con los disciplinados baches que no cesan de sucederse en horas de carretera, asfalto tico de la casa.
Aparte, gozo de la valiosa fortuna de tener a una cantante espontánea en la treintena, sentada unas filas adelante, con el superpoder de irritar deeply con su odiosa voz. Es una Perséfone cuyo repertorio sólo ofrece canciones de desamor, en un tonillo pachuco, de pantoja de puerto rico lírica, agudo en la distancia, que impide el desarrollo de cualquier otro tipo de actividad humana.

Se calló, se le agotó la inspiración. Alivio. Paz.
Me dirijo a media tarde a la reserva de Monteverde, 5 horejas de autocar hasta llegar al bosque nuboso del lugar, que será visitado ya de día cuando aclare, antes de regresar a San José de nuevo en la tarde.
El paisaje sigue tapizado en verde. Las alcobas interiores sonríen en este viaje en el que de momento ejerzo de pajarillo que va picando lo mejor de aquí y de allá, como en un buffet de experiencias exóticas. Tras Monteverde llega un finde largo en Panamá, viaje que aún no he preparado lo más mínimo y tocará tirar de improvisación.

Meditaba el otro día sobre como monté un castillo en Costa Rica y lo desvanecí en pocas horas. Los seres humanos cuando andamos algo perdidos nos solemos aferrar a un proyecto desarrollándolo e implicándonos sin haberlo medido, en una entrega que nos ocupa los días y sus vacíos, como el operario que va a trabajar sus 8 horas día tras día sabiendo que no tiene y tal vez no puede escoger algo mejor que hacer.
Mi estancia en Costa Rica fue básicamente laboral, cuando ése era quizás el menor objetivo a desarrollar aquí. Monté una oficina con toda la multitud de flecos que montar una empresa conlleva en 6 semanas.

Desde la distancia mirando cafetales por la ventana, veo como me refugié en ese laborioso proceso que una vez empezado tenía que acabar, con mi vertiginosa forma de hacer las cosas. Por algún motivo encendí esa mecha, me pegué al proyecto, y una vez coronado, funcionando y finiquitado, traspasé todo el negocio en 48 horas por el agobio final que me había causado el entretenido pero innecesario pasatiempo empresarial.

Sin más. Fueron casi dos meses, período tampoco demasiado largo, y sí, fue como coger un bus a un lugar lejano para cuando llegas volverte a subir al autobús.
Aunque no lo veo como una pérdida de tiempo, pues me quedo con los dos trayectos y lo transitado, con el viaje a ninguna parte, con un necesario perderse humano y repetible, con un resultado aparentemente estéril pero tal vez cortado a tiempo para evitar pesares mayores, saber perder truebiano quien sabe, je.
A veces la vida consiste en levantar una torre, terminarla, y todo seguido volverla a desarmar. Nos quedamos sin torre, pero también han valido los cigarros de la montura, la mecánica aprendida, los compañeros conocidos...
ser desarmador de torres mientras sea ocasional y no la profesión, no deja de ser otra senda vital más.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Rara forma de escribir

Valle central de Costa Rica, lluvia y nubes ahí afuera sueño y cansancio adentro.
Regreso de un intraviaje por el destino pendiente de la costa caribeña, Cahuita y Limón.
La vegetación en Costa Rica no se acaba nunca, es un país tapizado concienzudamente, donde la playa empieza en la orilla de la selva, la carretera avanza como asfalto forzado entre miles de árboles y, cientos de ardillas nunca pisarán el suelo. Costa Rica sólo puede ser verde oscuro. Una pixelación verde en la mirada al paisaje que acaba fatigando un poco la estética de uno, ese niño profesor de arte que llevamos dentro y se queja de la uniformidad.

¿Y qué combina bien con el verde? Rápido y por lo visto, como respuesta demográfica, como que deben pegar esa tribu de parejas de treintañeros rústicos, de mirada afable, ropas de Decathlón o equivalente, que no de rastro, mochila al hombro, espaldas más bien anchas, clase media y voluntad hippy.
Pero un modisto poético, diría que con el verde costa rica pegaría bien el blanco, y el azul celeste. Zonas y huecos y paredes de blanco a crear, símbolos de civilización y anticiudad, arte humano paralelo, ríos de modernidad zen, bancos asiáticos en este parque natural, rotulaciones de progreso a juego.
Y todo el complementario azul celeste del mundo que frenase cualquier desmesura del progreso suplementario y de lo humano.

Tras esta bandera lírica, ejercicio de utopía que aún no sé muy bien donde la cogí estos días, me remonto al sábado noche, apoyado el mentón entre las manos, sobre el bordillo de la piscina del hotel selvático, y mirando el cielo estrellado sobre la playa a través de palmeras.
Me daba cuenta entonces donde estaba, y de donde venía, tras la magia cognitiva de los vuelos. Y pisaba, escuchaba, olía ese lugar presente, y al mismo tiempo sentía lo remoto que era ese edén, que hasta me parecía a ratos un decorado. Como a quien le cambian su habitación un día, por otra maravillosa, y sabe que la va a tener que dejar pareciéndole entonces menos real o más decorado. Unas vacaciones decoran el paisaje y la tierra de uno, pero no penetran en su identidad.

Y a la vez me parecía excesivo vivir en ese paraíso, y me resultaba extraño también vivir con una mujer ideal, por gastarla, pisarla, consumirlos como un chicle.
Los ticos no deben apreciar tanto su mirada como un habitante del desierto mediterráneo, aunque lo sienten suyo sudando entre salitre y olor a plástico floral, bañados en aceite de coco y viendo en verde oscuro. Seguro que su conciencia es más ecológica, y son más reconciliados, o vacunados contra los gadgets civilizadores.
Y yo no sé hasta qué punto para mí resultará más un Gran decorado, o una ética pendiente conmigo mismo en lo que a habitat se refiere.
¿Se puede ser más feliz en la selva anticiudad. En el retorno a los orígenes. A lo básico, a reinventar una vida sudando entre plácido olor a salitre, y juegos rudimentarios, y naturaleza excelsa, y sonrisas suficientes?

Ah y todos los pueblos costeros de Costa Rica son como calles de camping surferas, pedregosas, polvorientas, con 4 cafés, un súper y dos tiendas de artesanía; guiñando a lo hippy, con árboles de fruta de sobra, robinsonianos, jubiladores de vidas, antisistemas auténticos, pacificadores hasta la saciedad...

sábado, 15 de noviembre de 2008

Levando anclas

Minuto 5 de la singladura-viaje camino a El Prat, el taxista me placa con su verborrea las ganas de empezar a escribir. Como un melón aún sin abrir, intuyo que este viaje va a salir bueno. El taxista sigue. Es curioso la forma de aplacar una conversación que ni te va ni te viene, se hace con palabras sueltas y certeras que añades para resumir toda la perorata del taxista, al menos así no intervienes y te lo miras desde la barrera. Al discurso taxisófico sobre la crisis, he ido añadiendo: desorbitado, poco ecuánime, recalcitrante... intervenciones puntuales que cumplían mi papel en este Congreso económico en el taxi.

Un factor que ayuda a hacer a un viaje bueno es que haga tiempo que no viajas del mismo modo, en este caso, en solitario y cruzando charcos. Así, las 11 horas más escala que aún me quedan pueden tener un sabor agradable.

Una cosa que he de agradecer al Náufrago es el creer que muchas partes de la cotidianeidad pueden ser carne de escritura, me lo han transmitido sus escritos, muchas veces detallistas y cotidianos. Y así ser menos centrípeta, y no apostar sólo por temas profundos, psicológicos o a mi parecer trascendentales.

[...] Ya en el asiento 31D del avión a San José, pasillo, que soy muy inquieto. Justo nos despegamos de la silueta sobre la península ibérica y acometemos el Atlántico.

Iberia ya ha tenido que joder la marrana. Sistema informático en el check-in averiado, retraso del vuelo de enlace de una hora, cambio de avión, retraso de este nuevo avión, y llegada a la puerta de embarque in extremis con una angustia que a ellos les sale gratis y a mí no. Resultado: incremento del odio acumulado a esta compañía. No todos los países deberían tener compañías aéreas nacionales, y me cuestiono si la informal España está preparada para ello, alguna gestora internacional podría poner más sensatez en el mundo aéreo.

Ahora estoy con esa sensación de “drowsyness”: leve sequedad de boca, cuerpo algo entumecido, sueño de fondo, con el hilo sonoro envolvente y sordo de los motores.

No creo que se hayan escrito grandes obras en un vuelo largo. El cerebro se contagia de este entumecimiento y se uniformiza con el paisaje que ve: la decoración mínima y funcional de un aparato aéreo, hospitalizada, gris, de alfombras y plafones como una feria de muestras sobre aparatos eléctricos.

A mi cerebro le cuesta desperezarse y entrar en un modo lírico, ponerse a pensar en las aventuras que me pueden esperar entre la exhuberante vegetación de Centroamérica. Lo intento envolver con música y opto por tirar del recuerdo y situarles en las cuatro visitas anteriores que he hecho este mismo año a Tiquicia, apodado así el país por los costarricenses o ticos...

Tiquicia

Eran otros tiempos en que escribía mucho menos. Hace un año, tras un inocente viaje de 15 días en el que visitaba por primera vez Costa Rica, volví al cabo de 3 semanas con la intención de empezar una vida allí. Novia, nueva oficina y país encantador, fueron los 3 pilares que me convencieron a iniciar esa aventura. Dos meses más tarde los mismos tres pilares no fueron lo suficientemente fuertes como para prolongar mi decisión de cambiar de casa tan lejos. La novia resultó ser poco afín, la oficina un entuerto innecesario, y el país un lugar muy inseguro y amontonado y desagradable en su capital. Dos nuevas visitas más para cerrar capítulos se sucedieron, y hasta la fecha de hoy, 7 meses después, no regreso a Tiquicia.

Costa Rica es exhuberancia, una maravilla vegetal. Esa es la suerte de los turistas, explorar parques naturales a cuál más bello a destajo, moverse entre cafetales, volcanes, playas paradisíacas y selvas, fotografiar paisajes y animales que en su vida volverán a ver, y disfrutar de unos días en el paraíso que no les pertenece.

Yo viví más el país de los ticos, el día a día en la zona de la capital, con sus barriadas normales rozando el chabolismo, las rejas en todo por donde quiera que vayas, el miedo a la inseguridad, y la fealdad y desorden de San José. Ningún turista es animado a patearse la capital, y muchos hoteles esperan a sus inquilinos en las lomas de las afueras.

A pesar de todo mi estancia en esa cotidianeidad hostil fue agradable y la recuerdo con cariño. Contaba con el apoyo de tener una “familia” allí y sus contactos y conocidos, era un españolito asimilado. Se acabó imponiendo el peso desfavorable frente a la vida en Europa, pero no fue por mucho, y es más, aquí estoy, retornando a ese lugar que también forma parte de mí.

Postales del náufrago digital

El “Náufrago digital” va a dejar de ser un blog, a mi cercano blogger Eduardo Laporte ya le han publicado un extracto en forma de libro de su obra en internet, bajo el título “Postales del náufrago digital”, cuando llegue a Barcelona os informaré de donde comprarlo. Un reconocimiento merecido para este escritor.

Hace unos 6 meses que lo descubrí linkeando en la blogosfera y rápidamente lo agregué por la calidad de su escritura. Desde entonces he seguido sus nuevos posts, y este libro me servirá para conocer muchos de los antiguos que desde 2004 él lleva publicando con constancia.

Digamos que es de ese tipo de escritores que no sabe escribir mal aunque quiera, aparte de aunar riqueza léxica y pulcritud sintáctica en sus escritos, es agradable siempre de leer y uno puede aprender del oficio de escribir y del estado de las cosas en general leyendo sus posts. Tiene talento y capacidad para parir una gran obra, que no deje indiferentes a almas grandes en cuanto a arte se refiere. Y pese que recuerdo que hace tiempo que no le comento “gran post Eduardo”, tiene esos tics genialoides que sólo los grandes autores y los diferentes a la masa de la élite escritora tienen.

Actualmente tiene en la incubadora una novela y es de esas personas con las que me gustaría trabajar en un futuro si un proyecto colectivo surge oportunamente, quién sabe, un guión, una película, una editorial...

Mi vida en el trópico

Me levantaba con el sol del trópico, sobre las cinco y media de la mañana, hora de poner las calles en los países más cercanos al ecuador. Lo hacía en la cama de Orlendy, en su casa del barrio de Mozotal (Ipís, Guadalupe) una zona humilde y europeamente chabolar, como otra cualquiera de la periferia o centro de San José.

Con el sueño en los ojos salía de la casa en busca de un taxi para llevarme a trabajar. Conseguí alquilar una casa-oficina en un barrio un poco bien cercano al centro de San José. Stop.

Detengo mi lineal y aburrida narración de mi vida allí. Vamos a intentar ser un poco más explosivos...

Costa Rica fueron los bocadillos en los Subways y Quiznos, tan diferentes al bocadillo del viejo continente. Fue Oriana, la hija de Orlendy de 9 años que me maravillaba cada tarde por su insaciable sed de aprender, su madurez e intelectualidad, alguien destinado a llevar riendas de este mundo por talento y trabajo, si no se tuerce nada. Pocas personas me han impresionado más que mi pequeñaja en el mundo de los adultos y los notables.
Fue el asfalto de sus callles, oloroso y levantado aquí y allá por la vegetación tropical rebelada. Sus palmeras y cocos omnipresentes, la tierra donde mi madre o un botánico serían solteros con el amor ya ocupado.
Los muchos viajes en taxi, los primeros días en el Gran Hotel Costa Rica, monumento arquitectónico, hotel con señorío colonial, caoba, olor a maderas tropicales, campo base ideal para aventuras en el trópico. El bar vegetariano de Katia y mi niña Ainhoa, las canciones de Arjona, las excursiones a parajes naturales que aún me parecen increíbles, playas a pie de selva, jardines del edén, pueblos hippies desiertos, canales en medio del paraíso...

Las tardes en casa de Orlendy, cocinando chayote, soya, piña, gallopinto, en ese suelo de fábrica, con un estado paternal que nunca he tenido y sí disfruté, aprendiendo con Oriana cosas nuevas cada tarde. Las calles salvajes de ese barrio peligroso y propio, las visitas al colmado para comprar queso Pinitos, piña criolla, huevos, culantro, entre un fuerte olor y el cielo inflamado de los países con clima vivo.
Mi vida de tres meses en Costa Rica, mi estancia en el Trópico.

El determinismo novelístico

Cercanos ya al ecuador del vuelo, en algún lugar sobre el oceáno, el escritor Jose María Mendiluce atraviesa el pasillo derecho del avión hacia la cola. Novelista con más de un título ambientado en Costa Rica, parece ambientar folklóricamente este viaje mío relatado a ustedes.

No sé muy bien de lo que hablar, y precisamente de ello voy a hacerlo, del contar. Un novelista puede que cumpla la función ancestral del cuentacuentos que se hacía en las aldeas. Aquel alrededor del cual todos formaban corrillo para oír el relato imaginativo del contador. O aquellos seriales radiofónicos de cuando no existía el televisor.

Sí, puede que una novela no sea más que un cuento largo. Algo que atrape la mente de los que escuchan y los transporte antes de irse a dormir o a trabajar en el metro. El cuento, la ficción, la versión de la vida, se teje de formas varias y complejas, cada maestrillo con su técnica. Los hay que inflan el texto a dragones y crímenes, y otros que intentan hacer sutileza con aguja psicológica y artefactos artesanos de carne y letra.

Todos buscan ser atractivos, tener ese appeal necesario que pegue a la gente al libro. Y los libros son un producto, que nada tiene que ver con una película o unas canciones. La naturaleza audiovisual del hombre hace que una mala película pueda ser tolerada, pero la lectura reflexiva de las letras de un libro sube su nivel de tolerancia hasta niveles mucho más exigentes. El hombre se mueve en escenas durante su vida, y no entre páginas para comer, hacer deporte o bailar. La vida es una sucesión de escenas, hasta algunas con sentido, jeje.

Pero los libros pueden prescindir de todo lo accesorio de las escenas, de la trivialidad de lo cotidiano, de la paja a kilos de una vida. Pueden ser elixires frente al garrafón de la escena. Para ello han de pasar la exigencia del lector, que acude al libro no para ver las mismas escenas de siempre, quiere esa destilación, que concentra el guión y lo oculto de sus películas vitales.

Yo me vuelvo estúpido, o sea, me enamoro, cuando las escenas con ese alguien se tornan espontáneamente como las de una gran película, de esas de autor, de diálogos, gestos y miradas genialoides.

De cada escena humana se podría hacer un estudio taxonómico enciclopédico. Si empezamos a fijarnos en cada detalle, y lo estiramos en todas sus ramificaciones y flecos, la historia de la escena se va haciendo gigantesca y puede ocupar 25 novelas si se quiere. La historia de un simple anillo puede dar para al menos un libro. La historia de las cosas es casi infinita como el mundo.

Por ello un buen creador sabe delimitar ese mundo infinito, sin negarle la complejidad que siempre tiene, para intentar hacer una obra redonda, perfilada, y lo más atractiva posible a una mayoría respetable.
Pero, ¿cuántas versiones tiene Cien años de soledad? ¿Y cuántas novelas diferentes podrían derivarse del mundo de Cien años de soledad?
Si una cosa está clara, es que no existe ni de largo el determinismo novelístico.

Mis destinos ticos

Dos horas a destino, el cuerpo ya se siente más apaleado. Un viaje largo en autocar parece que no desgasta tanto porque en el avión no tienes sensación alguna de movimiento. No hay transiciones, estás parado dentro de una caja sin paisaje, y las 10 horas en la cápsula con el monótono ruido de motores de fondo se hacen tediosas. Vas a 750 km/h pero la sensación dinámica es de salón de té de campiña.

¿Cuál es mi planning en estos 17 días entre Caribe y Pacífico? Como no quería otro viaje en solitario, acumulando jornada tras jornada de 24 h conmigo mismo, elegí Costa Rica por tener allí gente cercana.
Excursiones fijadas sólo tengo el segundo fin de semana con vuelo a Panamá y una estancia en Guanacaste unos días después. He de acabar de decidir si trabajo algo o nada estos días, depende de mis sensaciones después de este fin de semana, las ganas de desconexión que necesite o no, y el jaleo que haya en la bolsa. El resto de días serán cubiertos con excursiones más cortas o largas por los puntos del país que tengo pendientes aún.

La gente suele asociar Costa Rica y Caribe, pero no sabe que éste está inundado y lleno de manglares, así que el Parque Nacional Tortuguero ocupa buena parte de la costa caribeña dejando sólo una pequeña zona de playas al sur con el parque nacional Cahuita. Este es uno de los destinos pendientes. Otro es el bosque nuboso Monteverde, más cercano a la costa Pacífica. Un bosque húmedo tropical espeso y repleto de nubes por estar elevado en altura. En Costa Rica la cámara de fotos es imprescindible y espero gastarla en buena medida. Ya aparecerán fotos en flickr.

También en la costa Pacífica norte está la península de Guanacaste, la zona con mejores playas y olas para el surf. Es también el destino favorito de yankees y donde más se les ve, volando ellos directamente a la ciudad próxima de Liberia. Destacan Playa Conchal y Playa Flamingo, dos enclaves que me gustaría poder visitar en esa escapada prevista con un amigo tico.
Por último, en la zona sur del Pacífico está la península de Osa y el parque natural Corcovado (hay más de 30 parques naturales y el país es la décima parte de España), que reúne un % bestial de la biodiversidad de todo el planeta, es la joya de la corona en cuanto a flora y fauna. También está pending, pero su difícil accesibilidad hace que de momento permanezca en interrogante..

Aparte, estaré días en San José, con excursiones por los alrededores, visitas a la gente conocida allí, y trabajando los días que elija. Esta vez a ver si fotografio más el day-to-day de la capital, cosa que no hice en los meses que allí estuve el año pasado. En flickr podéis ver las fotos de los 3 volcanes principales del país: Arenal, Poás e Irazú; el comentado parque nacional Tortuguero; la franja del pacífico media con el parque Manuel Antonio; el sur de la península de Guanacaste, incluída Isla Tortuga; y otras excursiones pequeñas que hice en su día.

Y bien, aterrizaremos a las 23 hora española, 16 hora tica. El sol aquí también se va sobre las 6 de la tarde. Taxi al Hotel Costa Rica, paseo por el centro de la ciudad para cenar algo, y dormida hasta bien pronto cuando el sol aparezca antes de las 6 de la mañana. Entonces esperará el omnipresente gallopinto para desayunar: arroz-frijoles-ají y culantro con natilla, en medio de frutas tropicales, huevos revueltos de hotel, y café de... Costa Rica.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Moribundo y naranja

Este post de título umbralado, pretende solventar todos los males del mundo.
Últimamente escribo poco, y bien feliz que queda uno; ya lo dije alguna vez, lo de ponerse a hablar una persona sola, aunque sea al papel, no es una conducta muy natural del ser humano. Rara vez acude esa imperiosa necesidad de sincerarte ante el papel, pero de ahí a hacerlo tarde sí tarde también hay un amplio trecho.
Así que, tras malacostumbrar mi lírica a expresarla casi cada día el pasado verano, hay un mono de intensidad que se traduce en querer cambiar el estado de las cosas, mediante esta inspiración que está corriendo y guiñando estas líneas.

No creo que lo haga. Escribir es como mucho arar, arar la tierra del lenguaje que sostiene una parte del mundo, removerla como un jardín zen del sentido y quedarse con esa foto estética resultante, quizás bonita pero perecedera.
Son días vacíos de escritura pero circunscritos a coladas, neveras y carros de la compra. El escritor, esa especie ociosa, baja de las nubes, de la nada, descarga su púmblico cerebro, y se pone a eso que le llaman vivir. Días sin mucho esqueleto como es habitual en mi vida, persona sin estructura, sin rutinas, sin ataduras, con libertad excesiva y sobrante. Días ya previos a otro viaje, transocéanico, colon-ial, periplo todavía abierto que no sé cómo acaecerá, si será una aventura duradera y recordada, o un viaje más nocambianadadevidas.

Época reciente también de encuentros con nuevas personas, en ese bosque espeso que es la vida a veces azarosamente encuentras pequeños tesoros entre cenizas, ortigas, paja. Gadgets último modelo para polemizar muy entretenidamente, y personas llanas de lejos y altas de cerca de esas que se enraizan silenciosamente en cualquier interior de uno.
Al final acabamos hablando de nosotros mismos, porque quizás es lo que tenemos más a mano o lo que más conocemos. Pero sí que parece delimitada ya una categoría temática de mis escritos que podría llamarse "bagatelas íntimas", "confesiones cotidianas al papel", o "el estado de mí mismo", pero llamaré Mortal y rosa, en otro guiño umbralesco (un diario íntimo en el fondo debería ser una elegía).

Épocas en que mi vocación de no ser escritor se cumple con bastante placidez, y como lo de las vocaciones tiene que ver con la felicidad, tiempos más cerca de ella lejos del procesador de textos. El tatuaje sigue en mi piel como una costra de la nada, como el epitafio de una tumba que empieza en la piel de mi tobillo.
Y la verdad sigue ahí suelta corriendo, tirada, en medio de las cosas. Inaprensible. Escasa y generosa y huidiza. En medio de todo a dosis bajas, como una energía nuclear cognoscitiva difícil de recolectar, independiente a la caza. Como ex-filósofo, o como ex filósofo, preciso de almax que alivianen bulimias y empachos de verdad. Buscarla más en contenedores como la caja tonta o demás, donde sea opaca, enana, milimetrada y olvidada. Quedarme con los gramos justos de ese virus esencial tan poco de la existencia, dejarme enraizar por quien se lo merece. Vivir de espaldas a la verdad y que ella amanezca o se publicite cuando quiera.
Es eso, buscar y remover más entre lo falso, aunque a uno le de más la sensación de remover ropa amontonada en un Corte Inglés buscando a la verdad. Pero es que en esta vida se ha de ser muy falso, de nada sirve esa corrección artística para sacar un 10 gimnasta en la vida, puesto por ningún jurado y por todos los que no existen. Sólo hay jurados, y vestuarios, y público, que quiera ver cincos y cincos. Existe un sistema de creencias en el mundo para justificar todos los cincos de los días. Creo en la distribución normal estadística. Y creo poco en lo visceral, irracional y automático. Pero las cosas por su nombre. Este mundo está lleno de falsas y falsos
Falsas vidas como polluelos endebles que tiritan su cerebro. Refugiados en chaquetas de Zara, y en pantallas LCD en sus casas. Pero con un cerebro de plástico también de Mango o Coelho y una vida mediana o mediocre...
Prescindible y con papel en la nevera que recuerda comprar zanahorias.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Epifenómenos: El taxi pre-disco

En esas noches de botellón casero, esquema al uso de nuestro ocio de principios de siglo XXI, todos hemos abandonado la casa del anfitrión y hemos precisado de un taxi para llevarnos a algún lugar donde dar rienda suelta a nuestras neuronas infladas de etanol.

Entonces los colegas en cuestión, inspirados en esa fraternal inhibición rompe-rutinas, en unas pequeñas vacaciones de la cordura, emulando el estado natural libertino de American Pie, y destinando todo el talento creador de sus mentes al cachondeo, la chirigota y la ocurrencia dionisíaca... se topan con la única persona esa noche que está trabajando ajena al ocio, con su chaqueta de punto granate y sus gafas de años ha en la mirada.
Es cuando se produce un bancal humano muy curioso en medio del desnivel de ambas realidades. El trabajador y el borracho, esta vez no se cruzan a las 7 de la mañana en el metro, cuando uno se arrastra con aspecto gastado y aliento inflamable, mientras el otro centrado, ojeroso y periódico en mano, se resigna a levantar el país que el otro ha removido. Esta vez el destino cotidiano los encierra en el mismo habitáculo, y están condenados a relacionarse, por la desinhibición del borracho y la trasnochada verborrea del taxista. De repente, el borracho más bestia inicia las hostilidades con una pregunta bestia o una observación hiperbólica tipo: - hay-que-ver cómo-están-las-mujeres, me-pica-todo-de-pensarlo. A la que le siguen frases aún más bestias, en un tipo de conversación que sólo puede existir en los taxis, y de desaparecer ellos sería una "charla en peligro de extinción". Donde el frenesí es rebajado, frenado, acomodado a las dimensiones semi-serias del trabajador, y se sigue la chirigota en una especie de oficina andante, efímera, caduca, pero los payasos de la noche que somos, por un momento entramos en contacto con la otra cara de la vida y paseamos nuestra locura de puntillas.
Y es curioso como la psicología del gremio taxista no rechaza esa impostura alcoholizada de felicidad, ni esa locura arrolladora que entra y sale de sus asientos traseros. Se da un punto de comunión entre la psicología del taxista y el vicio destapado del borracho discotequero. Es más, parece disfrutar y transitar sin incomodidades por la senda propuesta, y al final, el habitáculo tapizado de cuero acaba siendo una suerte de confesionario donde su dueño puede desvelar sus secretos más oscuros con aquellos desconocidos de la noche que pasarán a mejor vida.

9 treinta por favor.
Tenga 10 y haga bote pa eso que nos ha contado que hace, madrededios!
Y otro taxi anónimo ha sido testimonio de una conversación imposible que se diluye en la ociosidad de la noche y en la ebriedad del momento