jueves, 24 de septiembre de 2009

La belleza interior

En una aldea, nadie madrugaba para trabajar y antes se ponía guapa. Aún menos se acicalaba como para ir de fiesta. Sin embargo en nuestro mundo de la imagen, se da todo un carnaval para ir al tajo. La gente se arregla, hasta se emperifolla, y desde fuera parece que hasta vayan de celebración, o nos sugieren también un retorno a una matutina soltería, que acabará sodomizada por el tirano deber laboral.

Uno supone que hay una gran mano negra o tonta detrás, un inconsciente colectivo a la deriva, que suma esfuerzos para cubrir con una película el mundo, una fina capa que lo haga parecer bonito, o nos lo presente seductor.
Los vagones transportan masas de gente a su pico y pala particular, pero en estas latitudes de los siglos se contentan con una planta y etiqueta impoluta. Hasta puede que se crean por anchos instantes que el metro parará en el campo, junto a su palacio, para vivir la vida que su ropa no puede vivir.

Después tropeles de gente charlotean sobre la belleza interior, dándose cheques en blanco de tópicos. Una persona pobre es la que tiene una chequera de tópicos siempre dispuesta en la boca. Lo más parecido a no ser humano.
La belleza interior, alias invisible, no existe para que multitudes de perdedores se llenen la boca con ello. Es algo muy serio como para tenerlo de muletilla psíquica. Es de esas cosas que no se dicen y sí se hacen. Hay mucho trilero que clama que la bolita de la belleza está ahí adentro. El recurso manido del que no tiene belleza exterior y tampoco la tiene interior, y lo que hace es escudarse en algo que no es visible, ni tangible con rapidez para el conocimiento, para que así cuele e ir tirando, un atrincheramiento poco valiente en la deducción.

La belleza interior hablada no existe no, sólo existe hecha,
o sólo existe recreada en medio de ese verso

martes, 22 de septiembre de 2009

Daniel Sánchez Arévalo

Este post tiene la finalidad de recomendar encarecidamente la visualización del largometraje Gordos. Su director, culpable de mucho, es Daniel Sánchez Arévalo, realizador de Azuloscurocasinegro. Simplemente, hay un nivel de expresión en el arte al que sólo llega quien puede, y no quien lo aspira. Y la gran ambición en esa expresión tiene que ver mucho con un elevado compromiso con la verdad, la metafísica y la doméstica. Sánchez Arévalo, con larga experiencia como guionista, es un tejedor, se ha pasado tejiendo, emborronando, esquematizando y repuntando todo ese organismo psicológico en orquesta que es su película. Otra historia coral más como las que pueblan estanterías de bibliotecas y videotecas, pero facturada con una maestría en el conocimiento de la psique humana de genio.

Lo de menos en la pelicula es la gordura, como lo de menos a veces en la vida es vivir. Me parece que el gran mérito del arte de S. Arévalo es llegar a un ámbito de verdad somática, una obra que llega a tratar la psicosomática de una forma creíble e intuitivamente certera. La peli nos cuenta aventuras y desventuras de parejas, familias e individuos desparejados. Pero pretende desvelar los mecanismos compensatorios de las relaciones, las dinámicas ocultas que producen fachadas, versiones oficiales y máscaras, y no lo hace desde la psicología sino desde la cinematografía.

Hay algún pespunte más dudoso, algún final discutible, pero el visionado de la película es una maravillosa experiencia de descubrimiento, un subidón cultural, y una consecuente intención comprometida de seguir la pista de Daniel Sánchez Arévalo allén de los años.

sábado, 19 de septiembre de 2009