viernes, 30 de noviembre de 2012

Pensamiento de andén opuesto


Iniciados en el frío, ya no es tan antipático y dramático, es una lección gradual más y nos hemos vuelto seres invernales, se nos ha girado la piel. Sabemos movernos en este entorno frigorífico, que alternará un trimestre. Hay quien sueña ya en el esquí, el tejido de borlas y bufandas para los nietos, y otras formas de celebración de lo helado. La aceptación y digestión anual del invierno, y sus anticuerpos emocionales.

Yo estoy rodeado de mujercitas. - Conferencias finales de cuarto de psicología. Volví a la facultad a acabar la faena, dos asignaturas, tras 11 años de gira en otros asuntos -. Reconstruyo las generaciones que me siguen a partir del esquema de mis sobrinos. Me rodean jovencitas 800 metros más allá de Alba, que a sus 12 años se le ven las pegatinas de joven sobre su figura infantil y su voz de personaje de Bob Esponja. Aquí siguen mudando a mujeres, verdes todavía, en perpetuo ensayo hasta esa meseta. Sus voces son afectadas, la sala es un gallineo, todavía no se han templado todos los fuegos internos, sigue habiendo lava en el aula, con olor a plastilina. Camisas de leñador, maquillaje de revista, carpetas a gogó, mucha capucha...

Alguna muestra rasgos de la batalla adulta ya dominada, y aquella, ah no, es un chico en un aula de psicología, sísí carga a la derecha. El cerebro está escoltado por un regimiento de mujeres que se meten en sus circunvoluciones y duermen en él.

La conferencia creo que va a ser un hiperestimulante para la escritura y para todo en general, se podría escribir media novela hasta las cinco de la tarde. Reconozco que una de las veces que más me ha brotado el pensamiento paralelo, o pensamiento de andén opuesto, fue en el Palau de la Música con un concierto de música clásica. Pensé sobre todo lo pensable, me recluí en mi cubículo de la azotea como un anacoreta, y fuera, seguía el mundo, los músicos tañiendo, pero yo con una película espontánea que me recubría y me aislaba en otra realidad.
También era una manera endógena de insultar a la música clásica, más ignorancia no se le podía prestar, era un niño muy decoroso al que se la traía al pairo esa perorata musical, y callado había cerrado todas las puertas menos la que comunicaba la oreja de entrada con la de salida.
Porque la música seguía sonando, yo la seguía oyendo en mi butaca. No creo que fuera casual mi reacción, ni tan iconoclasta como parece. Mi cuerpo prefirió oír el concierto, más que ver un concierto, y el cuerpo siempre tiene razón y es más pragmático que nadie. Luego ya al filtro personal todo lo que sonaba le pareció eso, clásico, o colmo de lo clásico, como un esqueleto o mobiliario estético ya incluido de toda la vida en las cosas, las voces y los lugares, como si su lugar ya estuviera ocupado, copado, en la mente. De ahí el frenesí de pensamiento que rebotaba, toda esa música no aburría, decía nada diciéndose, era acompañamiento, estancia, no originaba ni generaba las ideas, más bien huir de ella lo aprovechaba el pensamiento para fugarse.
Como se fuga ahora por el arrabal de la escritura con el conferenciante de turno pasando diapositivas.

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