miércoles, 31 de julio de 2013

Arconada


- Mira yaya, el francés chutó y se le escapó así, rebotó entre las piernas así - y la pelota se fregaba como un gato contra las piernas, para acabar esquivándolas y causar ese primer gol en mi jardín y en el Parque de los Príncipes. Arconada. The first idol. Ángel María Arconada, Luis María Arconada, no sé, circulaban varios nombres. Uno siempre ha sabido que aparte de parar y mucho, la razón de esa elección era de tipo homosexual. Resultaba el más atractivo de los jugadores de antaño, y el niño a veces es muy maricón para sus elecciones. Siendo heterosexual, la homoerótica yace en nuestras vidas como un pajarillo que a veces canta y se le oyen silbar sus notas.

Los niños de hoy en día pueden ser politeístas en cuestiones de ídolos, tienen de donde escoger. Xavi, Messi, Iniesta, el Padre, el Hijo, o el Espíritu Santo, según gustos. En aquel entonces, sudábamos contra Honduras. El niño es una criatura fiel, no se divorcia de su primer ídolo en mucho tiempo, pese a los nuevos valores y las críticas de sus iguales. Por él, se hace de un equipo guipuzcoano y blanquiazul, y sin quererlo se le van los años y es realista jubilado ya el guardameta. Contagia a algún amigo del que uno es ídolo, se forma una colonia, pero éste no se entera de la caducidad de mis filias, y creo que aún la Real Sociedad sigue siendo su equipo a fecha de hoy.

Las dos únicas ligas de un equipo de Donosti, titular indiscutido en la selección española, llega a la gran gala de su carrera esa noche en Paris en plena final de una Eurocopa. Aquella noche miles de adultos pusieron fin a la carrera de Arconada. Su tropa de niños, explicamos a las abuelas con detalle la desgracia, intentando entenderla, aspirando todavía a detener esa pelota macabra en alguna repetición. Luego sí, nos esperamos a que Luis Miguel terminase su carrera, agradecidos, para olvidarle con dignidad. Y si quieres ahora te volvería a explicar cómo la pelota se le durmió entre las piernas.

lunes, 29 de julio de 2013

Mi primera adicción


Mi primera adicción fueron las bebidas gaseosas de dos litros ingeridas a morro con la puerta de la nevera abierta. Mi enclenque cuerpo de un metro cuarenta se plantaba ahí y se administraba ese botellón voluptuoso más allá de la sed.
Siempre se nos atrancan las comidas masoquistas. La trufa, es intensidad y distinción en sabor sin parangón, pero tiene sus notas de petróleo al mismo tiempo. El vino, magia desinhibidora aparte, es un sabor macho, matizado, de madureces cronometradas, en el que también aparecen hígados de amargura. La guayaba, castiga igual que deleita, a un bocado hedonista le sigue otro de disgusto, con su amargor tangible, nada volátil, así consigue suspender el juicio, dejar insatisfecho. A una ola que apunta a rico le sigue una duda, insuficiente para detestarla, aceptable. Es una forma de dar cuerpo, de dar envés, complejidad a una comida. El pollo rebozado y la pasta nos gustan sin más, sin rodeos, son directos como lo favorito. Los sabores masoquistas son más fetiche, semidirectos, una historia de amor-odio de las de toda la vida.
Las bebidas azucaradas eran como golosinas líquidas, que a mí, ser de paladar dulce, me producían fruición. Pero ese anhídrido carbónico de los refrescos del siglo XX, quien sabe si un cepo pavloviano de la coca-cola contra el mundo, jodía mi absorción de naranjada o limonada. Me dejaba insatisfecho. Un niño no tolera como le restriega ese gas las fosas nosales, la garganta, esófago, y su cascada efervescente en el estómago. Se deleita con el sabor de panal de fruta, mientras que por otro vial siente el picor y molestia del gas mostaza para niños. No vale la promesa, repetimos. Ese rico sabor nunca se cierra, porque en su ola aparece la molestia paralela del gas. Repetimos.
Así mamaba los botellones de refresco carbonatado. Sin solucionar esa frustración que llevaba pegadas la golosina y el anhídrido carbónico, como una trampa del mundo empresarial a los pequeños osos de los ochenta. De mayor no hago más que beber refrescos desbravados, soy aquel que los escancia de la lata, el que agita la botella de pet y le va sacando el gas lentamente. Soy un adulto desbravador de refrescos. De niño no podía más que ir de noche al lavadero, abrir la nevera, y mamar con cierta compulsión esa golosina fresca, líquida y masoquista. En toda adicción, hasta las más inocentes, el placer y el castigo van de la mano.

sábado, 27 de julio de 2013

Fecha de consumo preferente de las vocaciones


Las vocaciones son impuras, pese a que emerjan y ondeen tan auténticas. Suelen florecer en una época temprana y adolescente, con el brío y vigor de ese tiempo, y sin apenas poso, contraste o desenmascaramiento. Son tan identitarias, faciales de la personalidad, como una primera piel adulta y blanda.

Pero una vocación es sentir la necesidad de. Imperiosamente. Si alguna vez acumulamos un imperio personal, el manantial remite a esa necesidad. Sentimos una fuerza motriz enorme, la plenitud de un yacimiento de combustible, hasta el stand-by centrifugador de unos motores a reacción esperándonos. Esa gran mariposa del vientre que se quedará ahí toda la vida, si no se la deja volar. La simiente de aquello que llamamos nuestra realización. Como si fuéramos todos un espectro inacabado, un borrador biológico fabricado pero no firmado, un objeto con una herida que sangra sentido. Y cada cual siente su imperiosa necesidad, su vocación, que ya no sabemos si es la casilla optimizada de nuestras potencialidades, o el modo encubierto de curarnos toda nuestra herida acumulada.

La vocación suele ser generosa, noble, nada colérica si no la atendemos. Se guarda como un pequeño tesoro que se enseña brevemente en conversaciones íntimas de madrugada. No hay elucubración antes de una vocación, es intuición, olfato, imantación conductual. Después podemos hacer treinta oficios distintos, nadie muere por sólo no satisfacer una vocación. Pero sirve de campo base suficiente, propicia, dota, aventaja, allana. Se precisarán luego grandes capazos de mala suerte para trastabillar ese convencimiento de ocupar un destino.

Pero sí, detrás de una vocación yacen necesidades insatisfechas. La pulpa, los bultos gelatinosos de nuestra psique, que claman un equilibrio desde la infancia, en la penumbra, muy bien camuflados, y blindados. Nuestro foco vulnerable, perentorio, mendicante, apenas ventilado, muscula esa cadena motriz que llega a la vocación, y se airea, se relaja. Es nuestro modo pacífico de realizar nuestro yo y redimir nuestro ego. Existen otros mucho menos civilizados, que empiezan con una metamorfosis maligna de esa mariposa abdominal no atendida. Las vocaciones podridas acaban generando bárcenas y monstruos.

jueves, 25 de julio de 2013

Mi poblado de adosados


Las cigarras, las chicharras, atronan una esquina del bosque con sus conciertos a pedaladas de ruido. Su insolente discreción, su golpe de estado al equilibrio del bosque, no sé si es un acto suicida para que algo se las lleve por delante. Son el heavy traidor de la naturaleza, el métal adolescente con su cuota de agresividad gratuita.

De repente me he socializado con mis vecinos. Cosas del verano. Con los niños futboleros, no os vayáis a creer. Y algunos adultos. Se necesita ese sentimiento de manada, de colegueo, atender esa sed social que tenemos hasta los más antisociales. Todo el mundo ama una tribu. Será que la compañía apaga el interruptor del pensamiento, bendita desconexión, menos inteligente, pero balsámica, necesaria y buscada. Se dan conversaciones banales, mucha servilleta social, emisiones para llenar el vacío enorme e incómodo. Nunca puede ganar ese vacío inconmensurable, mirarse a la cara, notar una distancia sideral, acabar dictaminando que el otro es un imbécil, que tu vecino es odioso hasta por ondas. Todos evitamos esa torpeza que supondría condenar la convivencia. Nos ha tocado por azar, venir a parar a vivir encima de unos y al lado de otros, compartir sí o sí una intimidad por sorteo. Protegemos con un 5-4-1 un decoro amarrategui libre de conflictos. Nos olisqueamos durante meses, lanzamos a la pareja más hábil en distancias cortas, nos replegamos, evitamos fusiones familiares gratuitas. Cada clan y su efervescencia a dos metros del otro en ebullición. Toda esa normativa tácita de reverencias sobre el tiempo, lamentaciones en batería sobre los chiquillos, el país así en general, el vecino chivo expiatorio. Nadie se atreve a intimar o puede que la intimidad que haya sea de papel couché. Un día coges y subes a tu casa a alguien, ha pasado los códigos, ha entrado en tu choza, ya es amigo del clan. O te llevas al hijo de los de enfrente a ver un partido del mundial de waterpolo femenino.

La cronica climática se ha detenido en verano como un adolescente. Las notas de la naturaleza en esta época no velan con tanta facilidad mi cuadernillo mental. Camino, escribo esto y sudo. También ha sido el parón de escritura más prolongado desde mi arranque bautismal de octubre del 2012. Que no es más que una vocación societaria con don Francisco Umbral, espuela personal del periplo.
Quien tuvo, retuvo. El escribir reverdece incluso entre la aridez de este periodo tonto y mal alumno que es el verano. Un tiempo proclive a la laxitud y la barriga. Los humanos hivernamos con el frío como excusa, y nos escaqueamos con el verano alegando plenitud. En la primavera ya se requiere ser alérgico, pero del otoño no se libra nadie, hay que levantar el año, el país, el universo.
Yo alego este estío cacofónico, tener que hacer un trabajo de fin de licenciatura que no quiero hacer, con toda la estúpida brega interior de la contradicción. Como buen mamífero holgazán y estúpido, regalo páginas de literatura al más allá. Sólo me queda hacer el Agosto, literariamente hablando.

Los padres electrónicos y el tiempo Q


Está esa fase como hijo en que los padres de uno son ancianos. Ya de baja de la situación laboral, es una recta final donde dignamente ocupan su tiempo, en una nueva vida ya de vuelta de casi todo. Se esfuerzan en que no les rebase el tiempo y su rodillo tecnológico, chapotean sin tocar pie entre la cibernética y los gadgets, un poco sentados en una parada que lleva a un descanso definitivo. Te llaman naufragados en esos mares de la modernidad, con toda la inercia de un vida llevándoles a modo de trasatlántico. Y ellos deben soltar un pequeño bote que les libere de un rumbo tan marcado, y les permita transitar por una tercera edad llena de exploraciones y detalles.

Giro de timón 360 grados. Treinta y dos minutos es el tiempo Q. Aquel lapso de magma y enfado en una pareja, tiempo que se vuelve combustible e inflamable, y cuando el menor azuce provoca una deflagración. Son los terrenos prohibidos de la pareja, los ríos de lava y cólera que existen en una relación, y no están incorporados a ningún mapa o previsión. Las laderas mutuas de unas circunstancias desafortunadas convergen, preparan el fenómeno, van horadando el piso y facilitan que el interior magmático se vaya filtrando. Empieza a burbujear, se eleva el calor y se puede constatar que la explosión está cercana y desencadenada en ambos continentes. Dos no se discuten si uno no quiere. Hay debilidad, carestía puntual de recursos en ambos hemisferios, uno con el pie roto otro con tormenta en el trabajo o viceversa. La lava inunda el pecho, calienta la boca, se crea un río ígneo que separa a la dupla. Los locos lo pisan y se queman, acumulan más magulladuras. Los lúcidos se retiran y se dan la vuelta, con lava en el pecho, desterrados y solteros puntuales... hasta que pasa el lapso del tiempo Q, y lo magmático amaina. Se puede caminar sobre la ceniza, el pecho ha absorbido la lava, la cabeza ya ha abierto todas sus ventanas.
Saber que hay riadas de lava entre nosotros, que existe un tiempo Q razonable que las hace desaparecer, debería servir para evitar una vida en común volcánica y perecedera.

martes, 23 de julio de 2013

El tiempo pasmado de los adolescentes


El tiempo pasmado de los adolescentes, pues un adolescente es un pasmarote, un auténtico especulador. Un estúpido atlético que cambia su programa, su rutina, y aplica una disciplina infantil y laxa, en la sala de espera perpetua de la adultez. El púber forja una imagen, una marca, se contiene, empieza a ser contenedor de algo, y emplea mucho tiempo en desprender un honor imberbe y consumista. Antes era un fruidor, un rebañavida como niño, famélico de momentos. Ahora se contiene, se sexualiza, se empata, se ruste un solitario cósmico, y lo percibe como se percibe el equilibrio, no hay visión, no hay olor, no hay sonido, sólo unas nuevas coordenadas. Un adolescente es un diletante, un escaqueador vocacional, su reacción instintiva ante la metamorfosis de su vida es contemporizar, para el tiempo digestivamente sin saberlo.
El centro de gravedad bascula, cambia de posturas, de plato y piñón, y muy humanamente pasa a detenerse, a sentarse en escaleras y pasar horas y eras, a desgranar un mundo violado, una infancia arrebatada un verano de hormonas. No hay trauma, la naturaleza ha depurado en eones un atraco perfecto, un robo inconsciente y a goteo, despistando al corazón con una nueva fase trepidante, intensa, y protagonista.
Algunos adolescentes con papeles de reparto, gregarios, de pelotón, se desdibujan para siempre en la adultez y más allá. La niñez ha enjaulado y domesticado las emociones, el ego ha ido a la escuela y sabe inglés. Empieza la adolescencia, que no se acaba nunca, y que sea primordialmente iniciática se nos olvida. En nuestras latitudes la adolescencia es un rito de paso eternamente aplazado, económicamente nefasto.
Aquellos púberes tribales que al menor bigotillo eran drogados con psicotrópicos y abandonados en la selva, parecen una broma macabra.
La historia de la civilización, para bien o para mal, ha hecho que nosotros, al pisar la adolescencia, nos sentemos en unas escaleras, en una acera, en pleno verano, a no hacer nada. Nos sentemos en grupo de iguales, como una tropa generacional conspirada, detenidos, y dejemos la fantasía motriz de la infancia. Como si nos acopláramos maquinalmente al vacío que hay en el mundo, dosificando tiempo y energía, en una peluquería del porvenir. Los adolescentes fundamentalmente se paran, remugantes, paciendo tiempo, y especulan con él como sus mayores lo hacen con los mercados o sus octagenarias vidas.

miércoles, 10 de julio de 2013

La aluminosis de Mariano


Mariajo Rajoy va a caer. El linchamiento del pueblo es ordenado. Lo de menos ahora es si había pastamen en las cajas de puros, lo trascendente aquí es el cohecho. Pero eso la plebe, y la prensa, lo han aplazado. El pueblo maquina inconscientemente. Los esbirros mediáticos de la derecha también contemporizan, porque ya no saben de dónde les vienen. Duro oponente la sociedad española de mediados de los años diez, toreada y llena de hartazgo. Huelen, olemos, que Rajoy tiembla con los papeles manuscritos. Y vamos a mover el árbol hasta que ceda. Es una oportunidad tener el presidente a tiro para purgar el sistema unos, el pp otros, un pp específico y acotado unos terceros.
Es más, han sido estos últimos quienes están administrando el proceso. Pedro J. el ejecutador, tal vez los mellizos Aznar-Esperanza como ideólogo e instrumenta. Se ha abierto una ventana acotada de la contabilidad del PP, un período elegido donde el malparado es Mariano. De momento el amo del ventilador de mierda del pp, ha convenido con el ministro Pedro J. airear sólo lo que enfervorice a las masas para depauperar a Rajoy y Cospedal. Ya se oye un sinfónico: Rajoy y Cospedal, a Soto del Real!!

Esperemos que el crucial a estas alturas, juez Ruz, pida todos los manuscritos a Bárcenas, no sólo los que Pedro J. convenga.
Ya que aquí lo de menos son los sobresueldos.
Hay sobresueldos opacos y no hubo sueldos abultados pero legales, porque las inyecciones de dinero de empresas y constructoras no podían ser transparentes! No eran transparentes porque para poder devolver esos favores con adjudicaciones se tenía que crear una contabilidad paralela. Y tamaña arquitectura y cuantía fue decidida y aprobada desde altas esferas, de forma que ese riesgo y negocio era compensado con sobresueldos.
Pero claro, se hace raro que esta mafia estuviera ejecutada y regida por un chorizo como Manuel Pimentel, ah no coño, que era el nada sospechoso y decente Luis Bárcenas.

La caída de Rajoy hará ruido europeo y planetario. Esa ansia aznarista por salvarnos, como la franquista en su tiempo, no repara en hostias. Saben que la izquierda sigue bambi y rosa, porque a Izquierda Unida directamente les obvian, no existen y sus 50 escaños serían una ilusión óptica. Con UPyD deben tener guardada alguna confesión de Trashorras que los haría desaparecer, porque no me explico la estrategia pedrojotil una vez esquilmados Rajoy y Cospedal. Aznar, que estará pringado hasta las cejas en la contabilidad de los últimos 20 años, debe hacer patada y melé hacia adelante, y si vamos a caer que sea intentando volver a tener las riendas de España, huida hacia delante gloriosa a la desesperada.
Total, que este minicapítulo de la dimisión de Rajoy, que vaya pronto que tocará salir a la calle muchas tardes y aquí la plebe trabajamos y no podemos estar para dramatismos de tocador, ea.

lunes, 8 de julio de 2013

Panfletos


Semos organismos que se pasan 40, 80 años viendo publicidad. Otra definición del ser humano. ¿Cuántos anuncios nos hemos zampado en nuestra vida? Es imposible bajarse de esta noria publicitaria, en la radio, en la tele, con panfletos, en el metro, en el centímetro inferior de tu smartphone. La existencia es una vida anuncio. Ese bullicio asiático mercader que nos recuerda al infinito al viajar a esos países, resulta equivalente en esta vida pancarta que no se acaba nunca.

Sabemos hace tiempo sin ser tema de debate en bares, que empresas y publicistas buscan alegrarnos la vida, disimular su anzuelo, mientras nos dan la chapa con su producto prescindible. Hay un pacto tácito entre terrícolas y empresas, con el cual aceptamos barco a cambio de un chascarrillo. La publicidad virtuosa consigue ser simpática y nada latosa. La peor, es aquella que se queda a medias. Toda publicidad es pretenciosa por naturaleza, busca colocarte un producto como target. Cuando va de simpática sin conseguirlo, se le ven todas las costuras, toda la intención mercantilista mal hecha, es pillarla con el disfraz de "soy tu amigo" a medio poner. Esta publicidad es la pesada, la que va de cool, te cansa, esa sociedad de una marca mediocre y un publicista iluminado. La de las gracietas, la notarrona.

Hay que llamar la atención, y nosotros somos las víctimas. A veces salen disparos cognitivos de la pantalla, perdigones sensacionalistas, bromas macabras, sustantivos chonibarrocos como mierdecilla en las orejas. Otras marcas antiguas tienen que reinventarse, como la cocacola y todas sus arrugas, taca taca, bolsa marronosa de la sonda. Aquí ya hay arqueólogos, neurólogos y restauradores. La impronta que buscan es mucho más honda, con diana en las tripas cognitivas.
cocacola se suele agazapar ahora detrás de un arbusto en sus anuncios, empiezan con un plurireportaje, un tema alegórico, que parece hasta gubernamental, y después salta del arbusto con su marca y pone título a un trailer de una vida, y ya no sabemos si pretende ser una omniteoría de la cotidianiedad, si de verdad se quiere poner a la altura del oxígeno, con toda una inocencia musical detrás rebajando el souflé de la doctrina, con todo el arte de la subliminidad a reacción.
En el último año esta bebida para obesos pretendía con un anuncio publireportaje de los suyos, hacer un canto a la salud y el equilibrio dietético, saltando de los arbustos al final y propugnándose como una referencia de equilibrio alimenticio. Me parece una de las mayores imposturas y tomaduras de pelo de la historia, tan pérfida con toda la música y la matemática de imágenes que la acompañaba.
Creo que es un acto flagrantemente decadente. El de una compañía a la que se le viene encima una jauría de tasas por ser precisamente perjudicial contra la salud, con su puto 10 % calórico del total diario en una mierda de lata de 33 cl. Cocacola es una sarta de azúcar, una historia de glucosa estimulante en vena, la bebida oficial de un imperio de obesos y diabéticos tipo 2.

domingo, 7 de julio de 2013

Las gargantas infinitas en ti


Desperezarse. En el siglo veintiuno nos desperezamos con la calderilla de twitters, facebooks, países, de nuestros gadgets. Sirven para aletear el cerebro y tonificarlo de su melopea somnífera. La cabeza es ese desván oscuro donde se acumula un pasadizo de datos que a algunos les llega hasta los pies y trescientos metros dentro de la tierra. Cuándo parará está prospección minera en el cerebro, una garganta geológica de imágenes y recuerdos que con la madurez adquiere unas dimensiones cada vez más monstruosas. Cuánto valen los kilómetros de profundidad de la mina mental de un anciano, cuándo inventarán la manera social de asomarse, de oír el eco lejano al tirar una palabra a su fondo. Dónde está ese fondo de nuestra garganta vivencial y memorística. Ay los discos duros biológicos, tan comprimidos en centímetros cuadrados de corteza cerebral, qué mullida invisibilidad. A veces tengo miedo que a tu caja de pandora le de un ataque de verborrea y ya no pueda volver a comer.

Qué multitud de sedimentos guardamos en la memoria, qué largo el pasadizo aquel cuyo circuito de bombillas siempre está en modo económico. A veces nos arrancamos con la linterna y recuperamos datos y emociones adheridas. Tenemos la sensación de archivero que todo está controlado, en su sitio, pese a que su extensión sea monumental. Bendito sistema de archivo biológico, que peina y trenza la memoria en una epilepsia de datos. Esa cabellera que llevamos a cuestas, se porta pero no se ve. Los niños la cosen con fantasía y automatismo, y después la tenemos que encuadernar para que huela a identidad. Siempre hay detrás una traducción, una interpretación biográfica. Ser adolescente es crear un biblioeconomista, dotar un código de vientos para la memoria.
Pocas veces acaece un terremoto biográfico que violenta ese código y obliga a la reinterpretación de todo nuestro archivo museístico. Esa mudanza titánica duele por el esfuerzo que requiere, conlleva borrarnos un poco, transitar la nada, y reinventarse de nuevo.

Nos es cómodo olvidarnos de nuestras cuevas subterráneas que nos recorren y se hacen infinitas con la edad. Nos sentimos acompañados íntimamente cuando nos topamos con alguien que nos hace sentarnos en su reborde, tira una moneda al fondo, y nos recuerda nuestra inmensidad.

sábado, 6 de julio de 2013

Chirin


Sesenta apartamentos flotan en un estanque de tiempo dormido. La autovía rasga las siestas de lejos. Un perro oloroso de pelo y carne, a medio hacer de canícula, parece disecado en su dormitar. Me cuesta escribir, me cuesta arrancarle teclas a la escritura, con una lírica entaponada, cobarde y despistada hace tiempo. Que la lírica tiene un muro, tan leve y pugnaz como un tímpano. Una membrana que se merienda muralla. Leve es la onda cerebral lírica como una forma de respirar, una intuitiva forma de concentración, repentina, la lírica es repentina y arrebatada, luego flotante. Pero meteorológica en el cuerpo de uno, caprichosa, de barbechos y treguas.

El tiempo, sábado sobado de julio, derretido, hormonas espachurradas en sangre de calor, menos roja y más horchata. El calor hipnotiza al tiempo, provoca el horchatismo en vena. En estas coordenadas se inventó y patentó la siesta, y no fue un iluminado, fueron unos miles de parroquianos postrados. Porque aguantar el calorazo desde las 11 es ya una cosa de fondo después de comer, para bereberes y beduinos. La primera tarde en verano, de 16 h en adelante, no es tiempo lineal ni tiempo circular, es tiempo oblongo, un cronos sureño que consiste en un naderío suficiente hasta que el solano claudique. Allí en ese claustro se enquistó el Tour, fenómeno-de-julio como las Navidades en diciembre. Turra-salitre y tour, bendecido sea el verano; con poco calor, sin sal en la piel, sin tour y perico, no regreso al hogar, vuelva a tirar dados. Nuestro olfato perruno para los deportes a veces se despista, llegado junio, pero acaba reencontrando el rastro en las secuelas del verano. Los yonkis de los deportes, que se picaron por primera vez con Olga Viza y esos Estadio 2 de ocho horas los sábados por la tarde, hoy tratan su politoxicomanía con ligas alevines, ligas holandesas, y curling si hace falta atarse los machos.

Qué placenteras aquellas siestas a la plancha en la terraza, sobre un colchón color azul esponja, sudando y soltando baba, como un lomo echando líquido a la parrilla. Yo creo que soñaba cocerme, quedar bien hecho, vuelta y vuelta, un adolescente-bistec que parecía funcionar mejor con las células cocidas, antes del alcohol. Niño a feira, niño enharinado en arena blanca y ardiente de playa. Zanganear, amamos el verano porque en él somos más nosotros, sin ropajes, animalicos, mezclándonos con la arena y el agua, paciendo, hartándonos de gambas y vino con gaseosa, y porque zanganeamos, la excusa del calor bien vale tres siestas, ocho chapuzones, quince gambones, dieciseis copazos, y con todos ellos un fermoso sentido del humor, un vivir pachorro, una felicidad apresada y abdominal.

Un escuadrón de gambas atraviesa las cortinas y me evoca una freidora tosca, sin menciones al perejil y al ajo. Es el olor a butrón del verano. El olor es absolutamente naranja, como una camiseta florescente de ese color. El aceite culpable transmuta la cinestesia en mi evocar. Se carga todo el rosa y rojo de una gamba gastronómica. El marisco es rosa, el barniz anaranjado no es más que aceite veterano tataracalentado.
El modo lírico te permite escribir de todo.

viernes, 5 de julio de 2013

Se vende fe


La gente tiene derecho a pensar que si toma té verde, suplementos o jugos de apio, serán supermán. Paseo por un barrio que fue desarrollista, del "segundo mundo" que nunca aparece en los libros, y me topo con un mural de unas flores espléndidas en primer plano, tras ellas un lago prístino, y enmarcándolo unos arbustos frondosos de un verde jade. La naturaleza en su apogeo. Un mural dos por diez que capitanea una tienda de reiki, terapias naturales y tarot del futuro. Se agranda tanto la imagen de la naturaleza-balneario en medio de la ciudad, que el mural se convierte en un monumento de la sugestión callejero. Con las inspecciones que hay hoy en día, regulaciones, códigos de buenas prácticas, qué libres aún campan todos los chiringuitos esotéricos por estar bajo el paraguas laxo de las creencias. Seguro que los consumidores de esoterismo, encuentran escucha, calma y altruistas actitudes en los sanadores que los regentan. Pero son comercios, quién va a dictaminar cuánto cuesta una limpieza, de espíritus, una tirada de cartas, o un informe sobre tu futuro leyendo los posos del café? Si es de cápsulas o descafeinado de sobre, el futuro es en UHF o por wifi se soluciona? Arrás.

Quiero decir, que al frutero de enfrente que le abren expediente los inspectores de sanidad o consumo respectivos, se le hincharán los bemoles cuando vea que su vecino impone manos a cincuenta euros la palma, se lleva el póster vitaminado de la naturaleza que él sí provee, y allí no regula la farsa nadie. Los sanadores son esos salvadores altruistas a cincuenta euros la hora, que para suerte de todos están elegidos para ser mesiánicos y sanar a los tontos de barrio y analfabetos del pensamiento crítico. Esos que pueblan las madrugadas neuróticas de la televisión.
En Francia, han comenzado la purga, obligan a todos los oráculos de las ondas, a poner un rótulo perpetuo para su clientela de analfabetos que reza: Esto es ficción.

lunes, 1 de julio de 2013

Literatura de pipicán


Los capuchones algodonosos han mutado a verbenas, esa flor lila de San Juan, que junto a la paniculata son la retaguarda de la primavera. El suelo suena crujiente de pinaza, en una resaca térmica. La sombra es el único alegato dispensador de la vida ante la dictadura del sol. Los árboles como astas salvan con sus copas los cuatro arbustos protegidos que cubren. El mundo está escindido en sol y sombra como una tauromaquia solar.
Uno se acaba mimetizando, patrificando, con el entorno que pasea y le ilustra el pensamiento y la lírica. Ahora resulto más bosquimano, más pináceo. Me interesan los bosques de otras latitudes cuando viajo, colecciono piñas de diferente clase y tamaño, me he hecho una criatura más de este bosque que me acoge.

Mi antinovela climática se ha detenido unos días porque su modo de funcionamiento con Kobe se rompió un tiempo. Esto es literatura de pipicán, de sacar al perro, es mi Sancho Panza literario. La fractura del año escolar, la proliferación de los niños consecuente, ha cambiado horarios. Esa tímida marabunta que las puertas cerradas de un colegio ocasionan, transforma el verano con unos enanos huracanados, que parecen tres en uno, cargados de años y años nerviosos por vivir.

La seca realidad está tumefacta y grogui en el crepúsculo. El sol parece tener una guarida de oro en su ocaso, termina sobrado la jornada detrás de las montañas, resplandeciendo como si tuviera una fundición ahí detrás. Es su era avasalladora.
Su retirada es un derrocamiento, una hora independentista. La exhuberancia sensorial del verano llega plena cuando el calor bruto se va, y la tarde se refresca en una muerte lenta, azul y malva. Cada atardecer del verano es una misa estética, el ambiente se posa embriagado. Un aire hecho, relleno. Una luz de verbena, de escenario feliz. Una temperatura álgida de lo humano. Unos cielos burros de arte, museos espontáneos de las nubes. Un silencio pacífico, rampa de paraísos. El alma grácil, el cuerpo ligero. Todo aquello que queda tras catorce horas de sol y verano, ese apagado exhausto, glorioso y lento. Hay algo que vive y no se ve, es una coordenada telúrica. Sin duda es el tiempo más inspirador y henchido de posibilidad de todo el año, una joya temporal que se desgrana.