jueves, 30 de marzo de 2017

No quiero ser una persona equilibrada


No quiero ser una persona equilibrada. Lo he sido toda la vida. Mi cabeza ha estado bien amueblada y la he llevado a cuestas a multitud de ferias de la cordura. Creo que eso permitió hasta jubilarme un buen tiempo.

No quiero contener desequilibrios. Quiero sostenerme, tener una robustez mental, una consistencia de carácter lejos de ser veleta. No quiero caerme de mí mismo como norma. Ni berrinches, ni euforias súbitas, e inmune contra la desesperación no excepcional.

Pero repito que no quiero la estabilidad de una mente cabal.
Eso es muy estático. No basta con una mente ponderada y madura. Ese chasis ya lo pongo, no quiero limitarlo conduciendo cabalmente. Se acabó cierto equilibrio estático. No quiero una mente equilibrada. Quiero una mente equilibrada y gimnástica.

Ya es hora de saltar al vacío. Que allí funcione el equilibrio. Ese tan ejercitado durante cuatro décadas. Nos va a empezar a gustar no lo complicado - de lo que ya somos profesionales - porque lo complicado proviene de un cálculo. La ruta de lo complicado ya se vislumbra de primeras, es ardua y costosa, pero es cuestión de tesón y afrontarla en etapas.

No vamos a seguir ganando esas ligas. Esos proyectos a medio plazo tan ataditos y épicos. Vamos a por lo que nunca hemos acometido. Lo que siempre ha permanecido bloqueado. Lo que siempre nos ha dado respeto. Lo que siempre ha surgido de un miedo atávico al que nunca hemos podido llamarle miedo.

Afrontar lo que psíquicamente siempre ha estado pendiente es ese vacío. Un ejemplo en mí es la timidez. Está tan enclastada en uno, ha funcionado toda la vida así, que uno ni identifica la ansiedad previa y mínima al contacto social, de todo tímido. 

Tenemos más vacíos en nosotros. Más bloqueos. Más límites infranqueables que damos por hecho que están ahí para quedarse toda la vida.

No quiero una sabia mente equilibrada que también está paralizada como en un régimen del 36. Puestos a elegir quiero una mente equilibrada y gimnástica. Que poco a poco se entrene en esos saltos al vacío de uno. Con algún coscorrón de novato, pero que vaya dominando los límites de mi ser y ultrapasarlos.

Una mente virtuosa y fibrada que se supere a sí misma. Pero no por fuerza de voluntad amigos. Eso ya está muy visto. Esa es la superación low cost que pulula por los perfiles públicos en todas partes. Eso es la tenacidad de lo complicado picadito en etapas que ya hemos dicho. Eso es forzado.

La vida es más fácil. Se puede hacer en un segundo. Sólo es ver el vacío del miedo y dejarte caer. No es sacar ningún músculo. Es dejarte vencer por el miedo y dejar de luchar. Las manos se pondrán solas al caer.

*no hagan lo que aquí se menciona en sus casas. La chapa del día no es aplicable para todo el mundo, pese a tener ojos en la cabeza y poder leerlo.

miércoles, 29 de marzo de 2017

El amor cardo


Hoy hablaremos de fealdad. Pero de una fealdad muy específica. La fealdad del fin de una relación de pareja.

Pareja es aquella complicidad íntima que comparte meses y años de viaje sin necesidad de moverse, en que pulula la magia y va un día y se despeña.

Porque para matar ese paraíso conyugal ha de suceder cierto crimen. Hay que palmar a dúo tan buena racha y enfermar paulatinamente. La poesía, se ha de volver funesta.

La pareja llega un momento que muere. Y existe un momento en que lo hace de forma muy poco elegante. Para aniquilarla ha de darse un momento verdaderamente feo.

Un no-amor apabullante. Una declaración de indiferencia ensangrentada y envuelta en papel de estraza, sí, como una carnicería negra de los sentimientos vigentes hasta hace poco.

Eso rebienta y deflagra la relación. Vuela por los aires. Aunque no olamos para nada la pólvora, tan sólo una puta presión en el estómago.
(sí, a mí también me ha pasado)

No creo que la expresión sea que el amor se pudra. No se pudre. No es cuestión de descomposición para nada. Todo es igual de enérgico, pasional y potente. 

Tampoco creo que mute en su hermano bastardo, el Desamor. Yo creo que los amores mueren por locos. Por excesivos. Por tumorizarse. Se salen de la carretera y la palman en un accidente sin ninguno de los dos ya al volante.

Y esa tarde en que ya nos estamos precipitando a dúo hacia el más allá, solemos darle matarile antes que se estrelle contra el suelo. 

Lo matamos antes que se muera, con alguna burrada que queda para la posteridad. Nuestro testamento en la vuelta de campana es cierta ida de olla que ya es un boleto para tú a Boston y yo a California.

Los amores, llegados su momento feo y horrible, se acaban por expulsión.

lunes, 27 de marzo de 2017

Las canciones del más allá




La felicidad al final reside en las canciones que aparecen o no en nuestra cabeza al empezar el día por la mañana.

La vida es un musical sutil lo queramos o no. Y está bien que haya un indicador que no nos mienta.

No sé si existe un Dios, pero sí que hay algo superior a nosotros, más lúcido y cien veces más rápido, que en un instante automático emite un resumen certero de nuestra vida y además con arte.

Otras veces la música adveniza de nuestro jukebox lúcido es aún más francotiradora (en femenino, se hace extraño!). Porque no sólo es el tono de la música, la letra exacta es la que dicta y descifra nuestro estado interior.

Qué curioso que eso suceda en forma de música. Es como si hubiera una estrecha rendija de la lucidez y sólo la música, líquida ella, disuelto su mensaje en ritmo, pudiera colarse en la rendija del oráculo.

Los tentempiés espirituales que la música nos regala con estos cocktails emocionales y cápsulas cifradas a lo largo de nuestra vida son incontables. Nuestra vida en ochenta años se podría resumir y transportarnos perfectamente en un medley clavado de las canciones que nos han elevado y mecido.

A veces hemos vivido literalmente en una canción. Hemos tenido la sensación de morar en ella y sentido plenamente identificados durante tres minutos que no parábamos de reproducir.

Los salmos y mantras directamente son boletos de viaje hacia lo divino, puras herramientas talladas en la ferretería de lo espiritual.
Es difícil vivir sin las transfusiones habituales de la música, bregar descargados de música provoca cólicos al alma. Pero esto de la música es una droga muy juan palomo. El sistema alimenticio y excretor de la música funciona de manera muy privada.

La musicoterapia empieza a expandirse. Y sí, que menos que en el siglo XXI haya doctores musicales. Radiografías de esas mañanas sin música o con mensajes cifrados de dolor.

Gente, aparte de los agricultores, granjeros y cazadores de música, llámese músicos, que redistribuyan la exhuberancia de la música en el tercer mundo de los sin música. Que lo hay, distribuido aleatoriamente en los domicilios de cualquier ciudad.

Y al igual que Nietzsche sólo creía en un Dios que supiera bailar, parece que lo superior a nosotros no se manifiesta con el lenguaje lógico, las palabras y todo lo sólido de nuestro mundo civilizado. Parece que el misterio y las revoluciones en esta vida siempre brotan en el seno de la paradoja y de la música, donde no se las espera.

sábado, 25 de marzo de 2017

Densidad de ser


Cito a Claudio Naranjo cuando dice que la presencia de una persona frente a otra podría ser explicada como densidad de ser

Muy en boga está hoy en día la sugerencia de estar Presente en la corriente del Mindfulness. Que a la vez se inspira en tradiciones milenarias de toda la vida como el budismo o el Tao. 
No hemos inventado nada.

A nadie le gusta el vacío. Ni físico ni mental. 
Por otro lado la saturación, la obesidad de pensamiento y vivencias, a veces resultan en una torpeza de movimiento. Donde mejor se mueve la pluma es en el vacío.




Mindfulness y filosofías orientales aman el vacío. Promocionan un bono de transporte a él. Recurren al vacío. Se dirigen a él como a unas cascadas de inspiración.

Cada persona pasa décadas y décadas inseparable de sí misma. Nos acompañamos 24 horas 7 días a la semana eternamente. El budismo siempre ha aborrecido esta compañía persecutoria.

Para ver que hay más allá de este yo perruno, doméstico y ordinario, intentan olvidarse de él. Provocar una cita con alguna instancia de nosotros más especial.

Para ello detienen el pensamiento, el caudal habitual de la mente, todos esos trenes ya programados que circulan en nuestra gran red rutinaria. El gran mapa de vías de la cabeza se va apagando.

Aún así la mente nunca se detiene. Pero entonces, de detrás de las piedras van apareciendo una serie de pensamientos como duendes. Los que esperaban su turno. Los tímidos que no se atreven a levantar la mano tras el barullo del día a día. Un yo profundo. Diferente, no habitual.

Si nos hemos olvidado de nosotros mismos bajo la pila de obligaciones y rutinas, un yo más auténtico saca la pata en ese vacío. Empieza a cobrar forma. Es un yo más vivo y más fuerte que el yo más esclavo. Pero también es más frágil y debe superar aún la derrota de una tiranía.

Si fuésemos completamente espontáneos a una determinada edad, si no nos cogiéramos a las riendas de cierto control sobre la realidad, ese yo auténtico siempre aparecería. Es en el vacío puro donde brota la espontaniedad pura, y esa falta de control y filtros nos atemoriza.

Nuestro yo es todo ese conjunto de filtros. Esa es nuestra personalidad. Allí están soldadas nuestras partes más orgullosas, nuestros defectos, lo virtuoso y los excesos.

Y si pudiésemos mantener lo justo de esa construcción sin dejar de ser nosotros... 
Y si economizásemos esa estructura para fluir sin entorpecernos... 

Cumplir años no sería otra cosa que ser ingenieros del yo. Quitar carcasas, reciclar nuevos materiales más densos, y volver al esqueleto mental de los niños. Igual de reducido pero inmensamente más denso. Con todas las vivencias ahí metidas sublimadas. 

Vivimos en un mundo de ruido y en una realidad abarrotada. En nuestro día a día sólo nos queda nuestro jardín trasero. Nuestro espacio regenerativo que compensa y estabiliza la jauría de delante.

Ese es nuestro taller para densificarnos. El vacío siempre es bienvendido en un mundo occidental megapoblado de estímulos. Es supervivencia.

O dicho de otro modo, existe un gran riesgo en Occidente de acabar clonado como en una cadena de circuitos impresos de smartphone. Probablemente eso tenga muy poco que ver con la aventura de vivir. O con la maravilla de llevar a pasear a tu niño de 5 años contigo de la mano cuando tienes ochenta, y estar en plena paz y sentido con tu existencia. 
  

jueves, 9 de marzo de 2017

Infelicidad


Hay una clara moda psicológica en salir cada día a pescar la felicidad como quien se dedica profesionalmente a la pesca del atún. 
Gente mentalizada y convencida de que la felicidad nos espera a la vuelta de esta esquina o la otra. 

¿Y en qué BOE se publicó que la felicidad se había quedado en paro, o incluso le habían dado la minusvalía?

Porque salir cada día a una cita con la felicidad, arreglados... como todos decís "con actitud", implica un desplante a la infelicidad. 

Que un artículo se llame infelicidad, ya es cierto tabú psicológico en esta era del pensamiento positivo. 
Suena mal, da yuyu, ya que es una realidad desterrada de nuestro horizonte.



Entiendo la expulsión de la infelicidad. Es más, con esta actitud se la está aún agarrando de la camiseta y de alguna manera se la está echando.


- No te quiero más.

Por eso cada mañana en un facebook me/te/nos lo recuerdas.

Por eso Mr. Wonderful hace tazas, alfombrillas de ratón, toallas, diademas y todos los objetos visibles imaginables. 

El merchandising de las aspiraciones personales. Hay que visibilizar la felicidad, pancartearla, hacer una manifestación de ella porque no está.

El "yo quiero ser feliz" es un grito para que le siga el cuerpo, es una orden.

Luego, como en el rugby, se placará todo aquello que huela a incertidumbre sobre sus efectos beneficiosos para nosotros. 

Al final, la búsqueda crónica de la felicidad no es más que un sistema defensivo.
El "yo quiero ser feliz" va más por lo que se filtra. 

La campaña es ruidosa, como toda proclama, como todo comportamiento que contiene un miedo detrás, la reciente infelicidad y su fragancia...

Y es un primer movimiento inteligente, dejemos de permitir la entrada por nuestros flancos vulnerables. 

Sellemos las fugas.

Y una vez aprendido... volvámonos a reconciliar con la infelicidad.
También está allí, a la vuelta de una esquina, la hemos de acompañar un rato, porque los noviazgos con la felicidad duran menos si los extendemos a toda costa.

Hagamos tazas de "tengo unos cuantos miedos", "felicidad, deja una nota cuando te vayas",
"unhappines, I will learn to hug you...

La infelicidad es real, existe, y hay que saber alternar con ella y llevarla de copas. Si no se le tiene miedo se acaba yendo con otro...


Probemos a decir "Yo quiero ser infeliz!", así, en broma, dislocando al destino y tendiéndole una gran trampa cómica (!)