domingo, 30 de marzo de 2014

miércoles, 26 de marzo de 2014

Los Frankenstein metropolitanos


Hoy visito otra república metropolitana, Hospitalet. Esa pedanía encajonada a Barcelona, que algún plan intentará rescatar del aprisionamiento urbano, si no la acaba incluyendo en la capital, ya que es más bien un barrio camuflado. Su forma para el foráneo es oblonga, pues empieza en un paso de peatón, la surca sin continuidad un tren, una autopista, a veces es polígono industrial y entre medio moteadas las barriadas, iglesias, bibliotecas, ikeas y kioscos. 

En coche la recorres en cinco minutos, y te aparecen casas en mitad de avenidas, en un urbanismo no resuelto ni priorizado del extrarradio; recorres scalextrics olvidados de los setenta, te saludan fábricas abuelas que se quedaron a la fiesta de la postmodernidad, es la puerta de atrás de la guapa Barcelona, en este frankenstein urbano.
Vino la industralización y había que ocupar suelo urgente y barato, y se ocupó. En el extrarradio. Pues hay un radio privilegiado trazado al centro que da para lo que da, y fuera de él hay otras reglas estéticas si alcanza a haberlas, y esta es la lucha de clases topográfica, mal que nos pese, y unos votan a derecha y otros a izquierda, y llegan nuevos immigrantes del extranjero, entrando en la rueda o el tíovivo capitalino que sea esto. Al final la política atañe al urbanismo más de lo que nos pensamos, y los alcaldes acaban siendo los rectores de nuestra felicidad-infelicidad encubiertos.

Paso por un instituto y sale un rebaño de adolescentes. Son menos standard, con más cuota de heavies, barbas, y chicas con flequillos violeta. Con look igual de proletario, pero su estética ya lleva dentro decisiones, posicionamientos, repliegues. Sus iguales de morro más fino de otras zonas son más continuistas, pues la clase media también tiene un fondo conservador que llamamos clásico como a una mascota. 
Unos ven cada día su barrio ajado y  demoradamente fabril, y se van escorando al extremo, a la revolución, de indumentaria, que en un adolescente lo es todo. Esas mechas violetas son un inconsciente colectivo que a los 16 años está a punto de salir a la corteza de lo adulto, ya sin necesidad de ser caricatura, más bien cierta militancia de valores.
No son chonis, para nada, la choni y el cani son casos perdidos, obreros currelas que votarán al pp, en una existencia invertida y errónea, gente humilde pasada por el rodillo del consumismo y la capital, pervertidos de desarrollismo, víctimas humanas del progreso. Son como los barrios dejados del extrarradio, y no sus semillas rebeldes adolescentes. Son rebotes metropolitanos mezclados con prisa y mal gusto, tribus modernas que se quedan con los materiales de peor calidad que escupe la ciudad, como chatarreros humanos de este siglo XXI.

domingo, 23 de marzo de 2014

Palomitas y gremlins cristianos


The ears of the pop corn... Se han encontrado vestigios de palomitas de maíz del 5000 aC en cuevas americanas. Formaban parte de las religiones animistas precolombinas, y Cristóbal Colón se topó con indígenas que llevaban collares y atuendos con palomitas. Im Europe keine palomita, im Asia nanai. Sólo una de las cuatro variedades principales del maíz... popea?, explota?, palomitea? En nuestro léxico no tenemos un verbo como el inglés pop, y ellos no tienen un substantivo como palomitas. Llaman ears, orejas, a las semiesferas de su pop corn. Pero sólo existieron en Europa a partir del descubrimiento de América. 

Es chocante que hoy en día en nuestros restaurantes pseudotecnológicos y creativos, no se hayan inventado palomitas más allá del maíz. Navegando por la red me he topado con palomitas de quinoa y amaranto, aunque no parecen tan espectaculares como el maïs soufflé, las pipocas, o los alborotos, diferentes formas de llamar a la metamorfosis vaticana de una modesta semilla naranja de maíz. Para diseñar una palomita artificial con otros sabores, hay que encerrar una carga explosiva de agua almidonada en una cáscara, que no sea ni demasiado blanda para no sellar la salida de vapor de agua, ni demasiado dura como para contener la explosión de dicho vapor de agua producido al calentar las semillas-cargas. De hecho, el primer horno microondas fue a raíz de calentar maíz palomitero. Al llegar a 175 grados la cáscara no puede contener la fuerza del vapor de agua, más pujante y numeroso, y éste deflagra  al romper la cáscara. Pero al haber menos temperatura fuera de la cáscara que en la caldera a presión que era su interior, la deflagración que empezó como vapor se convierte en espuma en cero coma cero cero cero uno, una espuma almidonada con textura agradable y esponjosa que significó toda una industria a partir del siglo XX.

No sé la distancia media que una semilla de maíz registra en el salto de longitud de unos juegos olímpicos. Pero a nadie se le ocurre poner una sartén al fuego, cerrar la puerta de la cocina, y ver cinco minutos después el espíritu de los gremlins versión palomitas de maíz. Ni un astronauta gañán suelta un cubo de semillas en su camino al sol para joder el Apolo XIII y salir sus palomitas cósmicas en todas las fotos del perfil de Facebook del Hubble. Ni todavía que yo sepa ningún homicida ha usado como arma una explosión masiva de palomitas con alguien encerrado en una habitación, ¿cuántas palomitas hacen falta para matar a un hombre?
Rapa nui, un cristo ladrón de las Honduras actuales, un día transformó por primera vez los maíces en palomas, y no se le llevó al Hormiguero ni se creó una religión tras él, que comía pan y vino, administraba las fincas y terrenos del más allá (antes que Oz), y le sacaba un dineral como api exclusivo del cielo. Aparte de fiscalizar la vida psicológica de los individuos vía sentimiento de culpa, estigmatizando la carnalidad, y asesinando a la élite más inteligente que se dedicaba mansamente a la ciencia y amenazaba a su imperio.

jueves, 20 de marzo de 2014

La cámara acorazada del adn


Tengo una sospecha filogenética hace tiempo. Primero compruebo como a Kobe le sale su despliegue cazador a la mínima, aunque haya sido perro urbanita y coma de buffet de por vida. Lleva un software instalado a prueba de otras rutinas perpetuas. Tampoco su manada, humanoide, le enseñó a cazar. No sé si es más cazador que perro. 
Cierto es que la humanidad lleva filtrando la raza canina miles de años en busca de adjuntos de caza, en selección natural y eugenesia. Allí mana el instinto o alma de depredación - sin segundos para la moralidad. Luego, el vegetarianismo y los conceptos.
La depredación no le sirve de nada a Kobe, nunca matará. Pese a que le fascinen los huesos y muestre fruición haciéndolos añicos. La depredación traducida a lo humano es psicopatía.

Hasta qué punto el instinto no es un software instalado. O es sólo un efecto obligado de hormonas y hambre. ¿Tiene alguna grieta la cámara acorazada del Adn? ¿El entorno llega a modificar el Adn a heredar? Con esta trampilla existiría un feedback de fuera para dentro, sin la dependencia exclusiva y caprichosa de barajar sólo con recombinación genética y mutaciones.

Sin necesidad de remontarnos tantos miles de milllones de años, mi sospecha ronda sobre si de verdad somos tan tábula rasa como la ciencia ortodoxa postula. Si nuestro dispositivo de células, fluidos y órganos, frío y maquinal, no amanece con unos arquetipos culturales ineludibles. Sería el software cazador del perro aplicado a las rutinas humanas. Hoy en día, tan culturizados, informatizados, vagamente corpóreos, nos apoyamos en un segundo mundo otro e invisible. No sé si conceptual o funcionalmente ya somos una especie distinta al homo sapiens medieval, renacentista o ilustrado. Puede, que cultura mediante, nos hayamos escindido de nosotros mismos. Puede también, que estemos modificando nuestra maquinaria celular, que hasta estén mutando nuestros pulgares oponibles de tanto teclear, y de ahí para arriba un par de hormonas reinventadas, e instantáneamente unos arquetipos más postmodernos, que a la vez reprograman nuestra sexualidad y se reinicia el ciclo. Es la filogenia a cámara lenta, el microscopio de los eones, y sólo puedo concluir con esta manera original de decir las cosas, sin respuestas, no más.

lunes, 17 de marzo de 2014

Los equipos federados


Qué pereza. Que fuese federado, o confederado de basket en el colegio arruina a su manera una infancia. La competición, los padres frustrados, los entrenadores-profeta... todos intuimos los peligros clásicos del deporte federado. Una dedicación más o menos exclusivista, caprichosa y contranatura, que es hoguera de veleidades crónica hasta bien entrados en edad.

En mi caso, lo nefasto de haber sido federado, significa haber tenido un grupo de amigos falso. Las inercias operativas de entonces hacen que se junten en gremios amicales los del basket, los del fútbol, los del hockey... su coincidencia continua y mantenida conlleva unos lazos que te disgregan de otras personas a las que no te une la naranja y estúpida afinidad de un balón.
Pero claro, a la edad adulta pasas con un reducto de amiguetes que luego debes dejar en la taza de las heces y tirar la cadena. Entre ellos he tenido a aquel amiguete que como una garrapata llevas adherido al cuerpo, porque es tu vecino, iba a tu parvulario, jugaba en tu equipo de basket, y se copiaba de hasta tu peinado genital porque tenía menos personalidad que un nieto guapo del copito de nieve. Qué pereza. Treinta y cuatro años después, llenos de canas, siguen teniendo la misma envidia que tenían en un banquillo de baloncesto del patio central. Continuarían hostiando porque tú cobrases menos que ellos como otrora pegaban por cromos de los Fraguel o por serse más feos que picio. Y aquel par de amiguetes que se odiaban de pequeños, el vecino y el feo, ahora son íntimos de sobremesas y se regalan los oídos, se felan sus frustraciones de no ser millonetis, mientras el jacobo y el cura ganan pastizales sin querer, etc, etc.

Ahora esta tropa de Amigos de la infancia quiere montar una triste cena bianual y no puede, no le da, todos se profesan un asco creciente, y es que la falsedad ya no aguanta tanta perspectiva. Recuerdo como en los últimos intentos, se entraba en un bucle de anécdotas viejísimas repetidas hasta la saciedad en el encuentro n-1, y todo reverberaba a hueco, como las relaciones humanas de conveniencia. La conveniencia de unos padres al apuntarte al tinglado de los amigos federados y sus penosas consecuencias demoradas.

viernes, 14 de marzo de 2014

Stand-by


Cojo mi intercomunicador. Esto, sobre lo que tecleo, un smartphone. Necesito extravertirme, son las ocho y media de la mañana, llevo dos horas en pie, en casa, de mis padres, ellos a los 72 años duermen, hasta las diez si cabe, soy yo el que lleva el huso horario de los progenitores y los oficinistas. Pero no lo soy, ni he procreado ni piso oficina. Estoy configurado sí, mi vida está montada, aunque sea un período de sismos, en que mi ciudad de cartón-piedra amenace con tener que ser desmontada a solar, y aquí lo de cartón-piedra es un cacofonismo de hogar. Transito la cuerda que me puede hacer perder un hogar. Perder, a quién le gusta perder un hogar? Esa palabra que suena a nido y a inteligencia incubada, mullida, la única estancia en definitiva, donde se ha demostrado que es viable una vida humana. 
París no se acaba nunca. Los litigios conyugales no se acaban nunca. Más allá de las frases, de la literatura, mientras te sientas implicado en esta tropa de dos frente a la vida cíclope de los años y las edades, sigues pedaleando, cayéndote, rasguñándote, y luchando, por esta alianza.

[...]

Vuelven a ser las ocho y media de la mañana. El hombre es un insecto de costumbres. Hay que ir a mover el coche de mi padre a las nueve, que ha dormido en zona azul. Y no sé qué hay que hacer para volver a enhebrar la relación, porque sigue sin pasar por un ojal. Somos dos personas ciegas pendientes de un ojal, más estrecho o más ancho, un istmo que nos peninsulice.
Estos sufrires no se ponen en facebook-carabonita, la gran lavadora de nuestra escoria. Pero sí caben en un diario franco, porque hasta inundarían mis paseatas con Kobe y mi crónica climática. Ese velatorio de lírica, ahora cuando lo baje por el encofrado de asfalto, no se da. Aquí la magia de la naturaleza está encofrada hace tiempo. Pero sigo discutido, en pleitos, con Kobe a mi vera en espera urbana, y es un stand-by que no sé a dónde va a llevar.

miércoles, 12 de marzo de 2014

ColorínDenverColorado


Me cuesta rescatar de las catacumbas de la memoria mis primeros escarceos con internet. Nos remontamos a los años 1997, 1998. Aquella prehistoria que precede esta nueva era de las cosas, y el mundo, en internet.

De cuando usaba Altavista como buscador, ¿quién me enseñó qué era un buscador? Salimos del colegio donde esa planta de internet no le dio tiempo a crecer ni ocupar ningún temario, y ya en la esplanada libre y autónoma de los años universitarios apareció aquel fenómeno que hoy inunda nuestras vidas. Bendita universidad semiprivada o semipública - Pompeu Fabra - que tenía una cañería donde el internet iba rápido, es decir, no con un módem que gemía y se retorcía mientras te daba tiempo a hacerte la manicura, la pedicura, casi incluso la tanatopraxis. Nos colábamos allí los foráneos de su biblioteca, y hasta acabamos navegando, vocablo poético que siempre se ha referido a tener más de tres ventanas abiertas mientras exploras el mundo sentado en un pupitre de madera. La Informática por fin cubría el mundo, lo contenía, se había recreado el mundo de forma virtual al alcance de unos milímetros. La historia nos había regalado un utensilio enciclopédico. Nuestra mente se haría cíclope con sólo pulsar unos botones. Tal vez el mayor regalo que nos hemos hecho en el último siglo. ¿Cuándo será festiva la efeméride de aquel primer intro en internet?
Hasta se podía ligar por ondas. Años de nescafib, pseudónimos, y pesca de caña en grupo y de día en la oscuridad interior de los servidores. La felicidad llegaba por fría vía electrónica incluso hasta nuestro segundo cerebro (o primero).

Después un padre explorador permitiría instalar relativamente rápido el primer módem en casa - el de los ruiditos sufridos y rituales - como un módem tribal que hacía venir la lluvia. Y así acabó la era de la industria de la intermediación  - luego Google devoró a los millones de comisionistas -, y todos viajamos mucho y fuimos muy felices. Colorín colorado.

domingo, 9 de marzo de 2014

Uganda, Putin, los maricones, y la tercera guerra mundial


Modificaron la ley ugandesa que pretendía la pena capital para homosexuales, y ahora conlleva cadena perpetua para las uniones, y años de cárcel para los "delitos" menores. Todo ello viene instigado por la fe religiosa, las doctrinas evangelistas y pentecostales traídas desde la América profunda por misioneros arribistas. 

Año 2014, y la misma historia de siempre. Los parias entre el hombre blanco, un grupúsculo de fracasados oportunistas, que tocan a Dios con las yemas de los dedos,  - sin drogas de por medio -, explotando ese flanco humano del chantaje moral y la pobreza, consiguen conquistar el culo del tercer mundo, hoy las Ugandas, y colonizan o infestan la vida volátil de sus gentes con violencia y asesinatos en nombre de Dios, aka la bondad. Pervierten la verdad, lavan el cerebro, llegan al poder conchabados con un dictador con 28 años de trono, y ellos consiguen su ansia de ser cortesanos y cúspide aunque sea en una kosovo africana. Si Obama los tuviese gordos, enviaría allí a cuatro marines con sus esposas, y en dos días mandaba toda esa morralla de evangelistas proletarios que no llegan a Tea Party y los instalaba en Afganistán cogiendo piñas - instaurando democracia y dejando a dos marines. 
Está muy de moda el rollo homófobo ya sea en las chabolas de Uganda o en el imperio mafioso de Rusia. Perseguir a maricones un día, invadir Europa occidental otro, jartarse a bótox. Esperemos que las manos izquierdas de los gobiernos occidentales, con sus espías, marrullería no oficial, y derrocadores infiltrados, hagan su trabajo y dejen a los maricones y a cualquier ciudadano en general, zoofílico o no, en paz y libre de hijos de la gran puta.

sábado, 8 de marzo de 2014

La sexualidad en los bares parroquianos


En el Eusebio desenvaino mis libros. La barra de este bar es un palomar de hombres maduros acurrucados frente a la damisela que regenta la barra. Sementales mansos y tardíos que se contentan con las sonrisas de su dulcinea, las fantasías que elecubran, y las miradas furtivas que roban cuando se gira, en una prisión sexual con sabor a café y vistas. Están sentenciados a la barra de un bar, y a ella acuden masoquistamente. Mientras, junto a la tragaperras, en el patio de la prisión, otros tertulian acerca de los partes meteorológicos, si aciertan o no, y luego derivan sobre los meteorólogos del franquismo. El tiempo. El principal tema humano. Nuestra vegetalidad delatada. Barça y lluvia, no salir de ahí todo el día, toda la vida, ascensorismo eterno, vidas que recuerdan a la posta de huevos bruta de las ranas como si el origen y valor de la vida viniese de parir giñando. 
Alguna tarde ebria de viernes pasan la raya, y vomitan libidinosamente a la camarera sudamericana todo ese encierro genital que padecen. Carlos, usted ha bebido mucho. Y la santa barra ejerce de cortafuegos como nunca, y Carlos eleva sus apuntes soeces en grado exponencial al tiempo que bebe más, porque sabe que con suerte y un poco más de pacharán no recordará lo que ha hecho y estará dispensado de responsabilidad. Su yo de laborables se levantará sólo con la duda difusa de qué habrá liado otro personaje que a veces habita algún viernes su realidad. Se permite una realidad de ficción, beoda, acosadora, que guarda en algún calabozo del alma y cree tener controlada. 

Únicamente la sonrisa indígena y pura el lunes, de la camarera sudamericana, redime al salido jubilado ibérico. El exceso de bondad de ella y los dos días por medio, olvidan el altercado procaz y faltón del viernes. El propietario del local ya selecciona a las camareras con una paciencia bárbara y una bondad a prueba de imperialismos machistas. Ellas provienen de ciudades aldeanas y no de urbes especulativas, donde la salidez es franca y no se disfraza de lunes a viernes de otra cosa. Pervertir es eso, disfrazar la avidez sexual e ir tejiendo trampas de cazador. Llegan a un mundo de pervertidos con aspecto de señores que sólo van a tomar su café. Entoman su cortesía y esa simpatía algo exagerada, de europeos debe ser. Y cuando la perversión aparece, siempre catapultada por el espíritu del vino, se quedan a cuadros. Y se sienten menos comemierda, por venir de un país chabolero y cobrar seiscientos euros de sueldo, porque captan la tristeza de las vidas de los señores salidos, su decadencia, la entrega al alcohol que los libera cuando los niños aún no han salido de los colegios. Y cuando les espetan, Rosalía te comería todo el coño, ella le responde que han abierto un restaurante gastronómico de los Adriá en el barrio, y él suelta una tontería y se pone a cantar, y ella le sirve la enésima copa que luego le cobra con tarjeta. Mientras ahorra para emprender algo cuando abdique, cuando deje de ser la Reina de ese bar que domina tan fácilmente. 

Diario de un peatón


En la incomodidad de unos calcetines puede empezar y regresar todo un día. ¿Qué has hecho hoy? Luchar contra unos calcetines, y entre medio otras cosas. Camino Barcelona un lunes a las diez de la mañana buscando literatura.

Ladeo el parque de la ciudad sin entrar, demasiado versallesco para estas horas y sentires del día. Los parterres exteriores son microcampos interruptos, descuidados y florecidos como cualquier pradera. ¿Quién acude un lunes manana al parque de la ciudad? Solamente decadentes prematuros que lo convierten en un hospital de almas. El sol mañanero vapulea bellamente al parque, efecto que fotografío desde fuera. El colegio de turno puebla de niños sus grupas. Y yo me dirijo a una mañana menestral en el Born.

El Born está desierto y despertándose todas sus persianas. Sigo buscando vida. Atravieso toda la extremidad del barrio gótico, con el ambiente a drogadismo del bajo raval, hasta llegar a Arc del teatre, la rúa más palermitana de Barcelona, que me recuerda que debo volver a Sicilia pronto y visitar su parte oriental. Acabo mi paseata donde siempre, en la República del Poblesec. Allí me recibe un runner con el pelo malteñido a trozos de un azul liloso, pakistaní haciendo footing con tejanos a juego con clapas del pelo. Sí, acabo de entrar en el Poblesec. El Paralelo es ahora una especie de Rubicón a un programa masivo de Toni Rovira hecho barrio. El lugar donde frotarse los ojos.

domingo, 2 de marzo de 2014

La horma de tu barriada


Llegar a una ciudad es un trasplante. La capital es para el emigrante un gran campo dormido donde plantar unas raíces. Ir a parar a un barrio u otro, conllevará su efecto configurador de personalidades. Para un niño representará gran parte de su destino. Será el pequeño país de nueve calles, que desde el momento de pisar por primera vez sus adoquines, tendrá ya una treintena de compañeros de colegio y vida asignados, de padres con similares ingresos, profesiones no muy dispares, hobbies de los domingos paralelos. Las familias probablemente compren esos mismos domingos la comida preparada en idéntico lugar del barrio, los padres vean el fútbol en el bar parroquiano de turno, y el profesor revolucionario del colegio siga siendo personaje del año un curso más. Podían haber escogido entre cuatro barrios más equivalentes, uno con un toque sureño, otro que fomenta más a la larga ser competitivo, o un tercero que con el tiempo verá sobrepasado el flanco de la droga en el barrio por una mudanza de traficantes estrella. Incluso podían dar con sus huesos en un barrio de clase alta, de clase mayor, y ser cola de león toda la vida, conserjes con derecho a piso en el entresuelo, con niños que miran por encima del hombro a los tuyos, y padres que regañan a los suyos casaderos por encandilarse con la bonita hija de la portera.

Pero cierto es que cada barrio conlleva unas amistades para un hijo; unas pandas que pululen por el barrio o no; unos adolescentes pioneros de los tiempos que revolucionen, degeneren o prosigan las costumbres de la zona; unas asociaciones y un equipamiento del ayuntamiento que ensanchen la actividad rutinaria de los chavales; un clima, en definitiva, que percuta en la psicología basal de sus pequeños vecinos. En los ochenta, pese a haber metros que soldaban la ciudad en diez minutos, no estaba tan revuelta y mezclada como en la actualidad, y presentaba un mapa más compartimentado.