jueves, 16 de agosto de 2012

El sentimiento europeo



Hagamos un poquito de geopolítica-ficción, e imaginemos que en los Juegos Olímpicos, un norteamericano sube a lo más alto del podio, para escuchar el himno de Dakota del Norte y así ganar una medalla más que Massachussets y Colorado. O que un belga y un griego escuchan el himno europeo por un oro, y en el medallero Europa planta cara a China y EEUU.

Es pura ficción, una quimera hoy por hoy en ésto de los Estados sentirse unidos. Se ve que unos Historiadores alienígenas hicieron una prueba parecida al juego Risk, y vieron como unos estados recién formados casi sin historia común, se sentían muchísimo más unidos que unas regiones viejunas y antiguas, con muchas más fronteras físicas y sobre todo psicológicas. Que el motor del asunto siempre iba al ralentí de las desconfianzas mutuas, y poco importaba el hecho americano de ser unos desconocidos unidos y punteros, por muy relegados en la historia se quedaran los otros.

La proximidad geográfica es la misma sí, los bailes folclóricos y tipos de iglesias pueden distar mucho unos de otros. Pero existe un clima aún vigente, una psicología y "geovisión", claramente separatoria. Si Europa tuviera nevera, tendría ochocientos imanes superpuestos ocupando la vista. Hay una práctica de subrayar las especifidades, delimitar claramente las diferencias. Y sí, hay una larga historia detrás, un proceso micro de formación para cada territorio, con su cristalización subiendo de escala siglo tras siglo. La cuestión aquí es, que éso del sentimiento europeo, prácticamente no existe en el ciudadano de a pie. Tampoco creo que se haya hecho mucho para generar ese sentimiento. Bruselas es una perfecta capital funcionarial y gris para el imaginario colectivo, ya podían haber construido de cero una capital de cuento para la leyenda futura. Un americano, enamoradizo de su país, con toda la parafernalia de la Constitución y la campana, entiende perfectamente el error bruselesco. Es decir, los acontecimientos que han dado lugar a la Unión Europea, no han sido históricos, no han trascendido, no han generado esa huella suficiente, entre otras cosas de entusiasmo. Han pasado a la historia por la puerta de atrás, pintada de gris con unos acuerdos y firmas burocráticos un poco porque se tenía que hacer.

Y las identidades también se construyen por oposiciones, que las visualizan. Con el crecimiento de Estados Unidos en siglos pasados, Europa se vuelve a la vez un animal cansado con muchos defectos. Los Estados separados de Europa no advierten el nombre de la nueva potencia mundial, ni parecen reconocer la falta de vigencia de su organización. Los países sedentarios no entienden un principio subyacente a la Unión europea, o americana, que es la movilidad. Para haber unión ha de haber movimiento hormiguista, que ha de dar la mezcla. Y si se quiere crear un sentimiento europeo, creo que éste toma forma cuando se le contrasta con EEUU, las formas de hacer de Europa tan idiosincráticas (históricas) y consolidadas, una mochila más cargada, y una vocación también puntera pero por otro camino. Pero pese a haber muchos programas europeos comunitarios, el del sentimiento parece que será el último que se aplique.

domingo, 12 de agosto de 2012

El precio de la vida (El alma callada)


Quedará siempre en el mundo de lo no calculado, cuánto cuesta una vida. Todo lo invertido por padres y uno mismo, lo gastado, ingerido, usado, y el despliegue de sus prestaciones. Estaríamos hablando de cifras astronómicas, que curiosamente nadie calcula, en esta sociedad que todo lo cifra y cuantifica.

Otra cosa diferente, y quizás relacionada, es el precio de vivir una vida. Me refiero a lo que uno debe dar de sí, porque esa millonada previa en cifras, todos sabemos que no viene gratis. Verbalizamos a menudo, que esta vida es perra, dura, cruel a veces, fría y cruda, una eme otra. El precio a pagar por vivir, las dosis de sufrimiento, son de un coste que cualquier chequera se queda corta. Probablemente, buena parte de la población encuestable, respondería que es mucho más de lo que se esperaba, o que las cotas llegarían a alturas que nunca se hubiese visto capaz de superar.

El alma callada, más de callo que de silencio, es una alma algo fea pero resistente, a prueba de jirones y pellizcos. Una alma atea no militante, por cierto, más sarcástica que otra cosa, con el gran Hacedor de la partida. Y conlleva al verse la ristra de cicatrices, un cómo preparo a ésto a mis hijos. No puedo subirlos blandos, pues las zarzas de la vida se los van a comer, literalmente.
Vivimos un tiempo novedísimo, y no nos damos cuenta que está plagado de trampas psicológicas que nos hemos ido dejando aquí y allá. Un tiempo carísimo para la mente, los sentimientos, ante tanta posibilidad, complejidad, y libertad. Una realidad técnica que hasta a nuestros padres se les iba de las manos por su celeridad, y tal vez no nos pudieron preparar en un mundo cambiante tan rápido, rompedor de esquemas previos.

Un mundo que tenía sus protectores, barreras, quitamiedos. Un mundo rígido, pero mentalmente económico, con esquemas simples y férreos. Con menos grados de libertad. El esquema de Dios delimitándolo todo, leyes sociales levantando direcciones y paredes, sueños cortados por una imposibilidad económica.
Luego todo se desbocó, y vinimos la generación libre, la generación que pintaba su futuro, y hasta lo microdetallaba, ya no se lo pintaban. Y sufrimos ser dueños de nuestra alma, mientras no nos faltaba de nada. Nuestra vida ya no estaba encargada, pero pilotar éso, a veces es una empresa titánica para una pequeña criatura que no modula su alcance. A veces nuestros planes, nos hacen mutar en pequeños peces vulnerables ante mundos hostiles mal calculados. Lejos de aquellas versiones del mundo que nos preceden, llenas de artilugios sociales que hacían de seguros y reaseguros de complicarse la vida, mental, ante tanta escasez material. El progreso ajusta los niveles de esa protección y los disminuye, como un mecanismo cósmico subyacente.

jueves, 2 de agosto de 2012

4/5: El ombliguismo supino y las cosas por su nombre



En este país se ha pasado hambre, pero quedan pocos abuelos que dan fe de ello, son una memoria fósil enterrada a punto de confundirse con la ficción. Estamos instalados en otro carril de la historia, el de décadas de enriquecimiento, cada vez con más ritmo, dejando muy atrás otras realidades pobres de ayer y de otras latitudes.

Y esta gran crisis no deja de ser también un gran teatro, un acontecimiento, lleno de flashes y micrófonos. Pero un teatro donde se proyectan nuestras miserias, nuestras impotencias, nuestro ridículo. Parte del teatro es el ombliguismo supino. Ni se sabe cómo se ha llegado hasta aquí, ni se barrunta cómo salir, ni se admite lo primero ni lo segundo, la técnica reinante es la patada hacia delante. Se piensa con el ombligo, entre énesimas cumbres de topos. Nunca se llaman a las cosas por su nombre, se pone un parche tras otro parche tras otro parche.

Y tan ricos somos que nos olvidamos qué significaba ser pobres, o qué pensarían en cualquier poblado africano ante nuestro rebote monumental por perder la paga extra de Navidad. Hoy en día, que ya somos ricos, son otra realidad, confundida con la ficción. Antes compartíamos alguna vivencia con esos desgraciados, y hasta parece que esta crisis, con sus medios de comunicación pintando el paisaje a diario, se haya propuesto que no aparezcan, y que caigan en el terreno movedizo de la ficción, que sólo se hable, rehable y deshable de la crisis, la gran crisis, que este drama nuestro nos paralice, nos anestesie, nos atonte, y nos haga protagonistas lerdos de la Historia.

Nuestro foco, nuestra referencia en la carrera, es EEUU y el G-7, estamos cuadrados para ir tras ellos. Esos simpáticos etíopes y sudaneses, ya no son referencia alguna. Porque esta crisis, también es un ejercicio estúpido de olvidarse de donde venimos. Año tras año nos hemos acostumbrado a nuevas cotas, vividas, sorbidas, y superadas, por la nueva cota, el nuevo modelo, década a década. Como animales de costumbres, tenemos la mala suerte de habernos acostumbrado a lo bueno, creérnoslo nuestro.

Y esta crisis, que no es cáustica, sólo decapante, nos esquilma beneficios, que duelen a amputación. Pero nadie seguirá sin poder explicar por qué en una latitud una familia tira comida delicatessen a la basura, y en otra los niños tienen panzas infladas a punto de morir de malnutrición. Lo queramos oír o no, nuestra gran crisis es una puta mierda comparada a la vida de requetemierda granguenosa de millones de desgraciados. Pero claro, nosotros estamos acostumbrados a lo bueno, y ellos, a una vida de mierda según nuestros estándares. ¿Quién tiene más a perder, quién tiene más a ganar? ¿Quién tiene más a enseñar??