viernes, 11 de febrero de 2011

Los que nos sobrevivirán

¿A qué distancia generacional, la gesticulación es disonante, y nuestros gestos se han vuelto carcas para una nueva hornada de gente más joven?

Los gestos no se eligen, se sedimentan más bien, a partir de lo que vamos mamando con la mirada del tacto.
Pasados los años nuestros gestos se miden por un reloj diferente al que llevamos, porque, la actualidad siempre existe a pesar de nosotros, y como una ola que se regenera ya mutada, no nos moja, ni nos da opción de remontar el tiempo como un salmón cuántico.

Entonces, aparte de oxidarnos, nuestros gestos pierden fuelle, y se les adosa una etiqueta-generacional, nos catalogan sin querer, y nos distinguen de un futuro que no veremos aunque queramos.
Todos acabamos teniendo gestos de viejos, al igual que nuestros deportistas coétaneos parecen antiguos al volverlos a ver en televisión, por una ley estética implacable que arrolla lo que se aleja del latido de lo reciente.

Nos volvemos carquillas sin darnos cuenta, al igual que se quedan sumidas unas monedas en el bolsillo de un pantalón. Pero es que ya no nos criamos con smartphones táctiles, ni los de ahora con los payasos de la tele en blanco y negro, no bailarán el Saturday night noventero, y sí un ultra Lady Ga Ga venidero y apocalíptico, ni serán marineritos pastel haciendo la primera comunión, y sí tal vez antes de los 20 habrán catado trío, bacanal y tirabuzón derecha.

La rebeldía, el pavo, el brío, son animales que mutan constantemente, y siempre en versión más sofisticada, con el trabajo de miles de millones de personas acumulándose. Los que vienen tienen todo a su favor para ser mejores.

Y nosotros nos vamos extinguiendo de una forma simpática, ordenada, y lo más armónica posible.