domingo, 25 de noviembre de 2012

Domingo rojo


Domingos trepidantes, algo costoso como melones crujientes. El domingo es el día destartalado de oficinas y semana, bonachón como los torteles que se le compran, blando como una misa, neblinoso como un día sin marcar, amarillento del asueto de veraneo. Los domingos y el verano son amarillos.

Cuando son trepidantes, uno o dos al año, es porque tenemos que empujar desde la casa o el sofá algún acontecimiento. Aquí hay elecciones, y no hay que elegir un equipo de gobierno, sino un equipo de argonautas que naveguen hasta la independencia. La gente en parte irá a darles toneles de vino, especias, lana y libros amados, a algún puerto imaginario. Puede que hoy Catalunya zarpe de modo oficial hacia Ítaca, o puede que se quede atracada en los muelles, medio siglo más, retenida o presa de un sabotaje de un polizón zaplanesco de Madrid. Queramos o no, la plasta de enésimas y benditas elecciones, hoy burbujea, es imposible olvidarse de las burbujas que trascienden mesa y papeleta en urna, hoy el día asciende como un zumbante fuego artificial que hasta que no estalle en lo alto no sabremos su dibujo. Tras el estallido, cuatro o cinco polizontes de España deben zarpar de noche con nuestro cayuco catalán para recorrer mundo y llegar a Bruselas un día con una fragata.

Después está amarrarse al cuento, la fantasía, la metáfora televisiva de los dibujos animados de la Fórmula 1. Creerse Alonso, o su sancho panza 1024, como nos creíamos Sports Billy, Mark Lenders, o Michael Knight. Estar incierto y preocupado como un indio americano, por si lloverá sobre el circuito de Interlagos. Ir comprobando el parte del tiempo de Sao Paolo hasta que llegue la mitad del día, sobre las 17 h. Y una vez obrado el caos, revivir las extemporáneas aventuras de Pierre nodoyuna y su perro Patán, Penélope Glamour y Charles Pic, porque al final la gran batalla de la vida se juega en un barrizal, con la puta al río, y si no se gana da igual, porque todos nos damos cuenta que cuando hay espectáculo, ni orden impuesto, sólo el talento prevalece, y sólo puede ganar el mejor.

Y Catalunya puede descorchar su independencia en un mar de músicas cruzadas, será un canon. Mientras suena el himno del Barça en Levante, y se cuela una estrofa del himno español en Sao Paolo, y continua la música de Convergència i Unió en el Hotel Majestic, y algún desalmado se consuela con el Cara al Sol. Síntomas de que algo está cambiando, algo está moviéndose, algunos muebles peninsulares deslizándose, y que esperemos que se resuelva con una canción, que tardará una década o tres en ser compuesta.

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