viernes, 30 de noviembre de 2012

Holocausto romántico (El señor Sos II)


Un día al bueno de Paquito, se le ocurrió llevarse un micrófono aparatoso a clase para paliar su afonía, y no poner en peligro la extracción diaria de sal. La venganza desatada en la horda cavernícola que éramos, fue letal. Una clase de 40 energúmenos criados en cautividad, con curas y sin féminas de por medio, es un ejército psicopático perfectamente engranado para desquiciar a las mentes más ponderadas.

Era una sola persona contra cuarenta polizones entrenados, una masa informe que se desplegaba al unísono en perfecto camuflaje, soltaba una ráfaga de manicomio aturullante, y volvía a la tregua de la quietud y el silencio.
Sólo se volvía a rearmar y atacaba, en la siguiente vulnerabilidad del enemigo - el plasta, la autoridad desautorizada - cuando notaba que al profesor se le resbalaba el mando: una paloma que irrumpía en la clase, un tropiezo con la tarima, una respuesta rebelde de Pérez Terol, una tiza cómplice que se resistía a tiznar la pizarra gimiendo. Eso si no se había desplegado un sabotaje previo: la mesa del profesor desplazada al borde de la tarima para venirse abajo a la primera palmada, el borrador pringado para que manchara la pizarra, o el golpeteo de la mesa simulando que picaban a la puerta.

La mafia canallesca vivía para alborotar, liarla y seccionar el aburrimiento, la reclusión, gángsteres expertos, lazarillos que sabían ocultarse en la maleza de las cabezas, mientras vociferaban expulsándose los espíritus como en un bombardeo, o arrojaban bolas de papel sibilinamente que riéte tú de los francotiradores de Leningrado.
Ser profesor despreciado es una putada, unos gángsteres te la tienen jurada y te lían un cristo, una coreografía camuflada de ruido y locura en cinco segundos, que no te da tiempo de nada en el sobresalto. Han sido todos y ninguno, ninguna acción es identificable. Los cerdos ahora callan y miran tranquilos sonriendo, a punto de descojonarse. Es la sonrisa de Satán, han vuelto a triunfar en sus fechorías, tienen el talento y la suerte de los diablillos.

Como un animal, una fiera que se alimenta de travesuras, modulan también a lo largo del curso la potencia y dosificación de sus ofensivas perturbadoras, descolocando a la presa que pretende remontar y descubrir su camuflaje moteado. No podrán. La colmena es más fuerte que el torpe ajusticiado.
Es más, las generaciones se legan instrucciones, motes esclarecedores y anécdotas que son como los récords a batir, los listones de la moral del sentenciado.

Paquito apareció con un micrófono y base de los cuarenta, de segunda guerra mundial, todos ya nos mirábamos con ojos como platos, que era el código espontáneo para activar el cotarro. Latencia mientras camina hacia la mesa, aparente calma, cuando se dispone a enchufar el mamotreco, que escupe los primeros sonidos estúpidos y erráticos...ratatatá empieza la primera metralla de los alumnos, cuerpo ladeado, mano tapando boca: kariaaokeee, cantaa paquetuoon, ueeee, julitooo, pplasssstaaa... sueltan los tenores, porque el mensaje capitular de tres segundos, es encriptado por otras voces esquineras que camuflan el mensaje con otros ruidos y onomatopeyas disuasivas. Los avanzados, de primeras filas, empollones y soseras, amortiguan el matojo con sus caras comedidas y cabales, el consuelo mirado del profesor ante la violación de sus sentidos. Desconcierto total de su cabeza, un mar límpido de monaguillos luce ahora enfrente, perversamente estático, colmo de paz diabólica. Frustración de reprimir espumarajos e insultos que azoten esas caras, constatación escénica de la definición de caraduras. Castigos, rebajación de estatus humano, humillación, desprecio, caricaturización... intentos vanos de hacer mella en el enemigo, que engulle los golpes en grupo y se quedan por entre los pupitres, con las virutas caídas de los sacapuntas.

Toda la jauría de una selva, ocultada en el seno de un aula con cuatro decenas de monaguillos escolares, un terremoto perturbador plegado y sentado en 45• en un pupitre escolar, a punto de detonar. El horror y tortura del docente diseminado en caras angelicales y espíritus etarras. Es la gran batalla, el holocausto romántico de una pandilla y una alegoría del linchamiento a la falta de vocación universal ejecutada por un Tribunal de niños tiranos.

No hay comentarios: