jueves, 22 de noviembre de 2012

La posesión imperfecta de las ciudades

Soy como una criatura arácnida moviéndose calles abajo por la ciudad mientras escribo con el teléfono. Tecleo en el intercomunicador mientras camino, moviendo pies y dedos de las manos. Apenas reparo en las escenas que voy dejando atrás, y cuando huelo alguna evocadora, el artrópodo se para y teclea quieto hasta inocular la idea, cerrar la app de notas, y poder alzar la mirada. Y así proseguir.

La ciudad cría inquietos. Esperar 7 minutos al autobús, defrauda y hace ir a buscar la alternativa del metro. Es una colmena compartida llena de opcione, y abortos de planes.

Una gran ciudad tiene muchos rincones que son de uno levemente. Tan extensa, uno se hace de ella, siente los lugares suyos al pasar por ellos, pero los transita de pasada, los posee por los ojos, pero no se cosifica en ellos. Sí ha vivido, ha trabajado, se ha mezclado con algunos trozos urbanos, incluso hasta la médula, pero es imposible haber hecho vida cotidiana en tanto lugar. La ciudad está llena de primos, de pedazos de ella familiares pero no tallados en uno. Lugares parientes a los que se visita y nos imaginamos como sería la vida íntima desplegada en ellos.

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