jueves, 1 de noviembre de 2012

Más fenomenología del despertar


El día normalmente se desprecinta violento, urgente. Nos plantan en el trabajo bien pronto, o nos acuestan los shows bien tarde. La boca está pastosa y la piel congestionada en la cara. La amenaza latente de perder todos los ingresos por retrasos, es una roca de las mañanas. Cuando es bien fácil madrugar cuando no podemos dormir de ilusión por hacer algo.
No es el caso.

Ya dije que el café era nuestro pacto. Nos tomamos el elixir del trabajador, a años luz del aguachirri, hoy cafés de emperador, cremosos y profundos, templos del tirabuzón cafetero al otro lado del charco. Nos inoculamos cafeína, nos pegamos el chute leve y suficiente para alcanzar al día que siempre se levanta y no espera. Las cafeterías viven de este sacramento laboral, de esta necesidad perentoria de espabilarse. El bocado matinal, el poético tentempié y no te caigas, se toma sí o sí o por ese agujero se acaba yendo toda la energía habida y por haber, el sumidero estomacal humano de las mañanas. Comer es algo aplazable a las alturas de la tarde, cenar un hábito que hasta se puede olvidar, pero des-ayunar sí que es un gusano mutante que se hincha en la panza.

Y en Barcelona despunta un restaurante de desayunos ahí donde va a morir la calle Granados. Una brunchería, un local del brunch americano, porque luekfast quedaba francamente mal. Ni desayuno, ni comida, un híbrido. Para los festivos, cuando uno se levanta tarde y mal, resacoso o desubicado. Huevos cocinados, bocadillos-ensalada, infusiones-batido. Desayunos de más presupuesto que harían agosto en barrios altos de oficinas en laborables, y típico local para citas y guías, novedad que visitar acompañado, buen paisaje de tren al que subirse con alguien.

Yo, me izo y procedo al mío, que tira de té y apunta al huevo al haber sido apuntado. El madrugar es el llano donde escribo, por eso se da esta fenomenología del despertar en los posts, pues es eso, mi actualidad contigua a la escritura.

No hay comentarios: