miércoles, 14 de enero de 2015

TV3


Y de repente, entre sintonías metalúrgica de sampler, apareció TV3. Cierto era que en aquellos tiempos monolíticos inconscientemente se esperaban canales de televisión como agua de mayo, que fueron como los miembros fantasma ausentes de nuestro siglo veinte. Pero en 1983 un canal "autonómico" debía partir de cero y seducir a niños directivos y adultos exigentes. El éxito fue automático y por nada de patriotismo, que entonces se mantenía anestesiado, sino debido a la calidad. Mérito claro de los profesionales que levantaron TV3 con sus ideas, y los equipos pioneros que las sostenían, con la distinción añadida de nunca doparse con sensacionalismo, y no crecer a base de tetas, destape o tombolismo. Fue un despegue aeronáutico consiguiendo la velocidad de crucero súbitamente tal que un avión virtuoso.
Nosotros nos enganchamos a Filiprim, Tres i l'astròleg, Fes Flash, Oliana Molls, Vostè Jutja, Mag Magazine, Bola de Drac, Els Joves, y todos los programas que iban saliendo de la chistera. Un ejército de niños castellanoparlantes se topaba con un canal cojonudo y quedaba seducido por la calidad de sus formatos. Así claro, cualquiera. Sí, puede ser, acepto la comparación entre KGB, SS y TV3; las tres tuvieron un impacto considerable, salvo que la tercera arrancaba corazones en un sentido artístico el cual la subespecie de la caverna no posee de serie ni de lejos en su anatomía. A algunos nos dejaron empezar a ser catalanes, culturalmente, por ese gol rebuscado y guardiolista en la prórroga de la Transición. Hacer una tele los catalanes seguro que fue visto por el palco rancio de la península, como una suerte de ejercicios astronautas estrambóticos. Y veían monigotes, un astrólogo con una ruleta, un presentador hablando por un zapato, y se iban a dormir tranquilos, y unos. Casualmente, las personitas de esos programas no hablaban bable sino catalán, como la música que nos gustaba era en inglés pese a ser tan alieno, y pronunciar wachimei. Nos normalizamos, eso de hablar la lengua milenaria de donde habitas, por prestigio cultural, y allí empezó nuestro monstruosismo secesionista.

Mención aparte tuvo para mí Oliana Molls i l'Astàleg de Bronze, pues cada niño tiene sus programas fetiche y éstos traspasan la pantalla y convulsionan su vida durante unos meses. Adquieren una dimensión total en su vida y le conquistan inspirándole devoción, humor, temor y magia. Le envuelven totalmente y copan casi el sentido de su vida en un fenómeno fan a los ocho años de vida.

sábado, 10 de enero de 2015

Segundo bloque


6 millones de pesetas en 1988 era el coste de unos flamantes apartamentos de obra nueva en primera línea de mar. Notarios, médicos, abogados y empresarios en su mayor parte, iban a ocupar unos apartamentos de blanco inmaculado, suntuosos, con piscina comunitaria enfrente de la playa. Los párkings de cada bloque eran una exhibición de coches de alta gama por donde uno entendía, si le quedaba alguna duda, que todo aquello era un feudo adinerado.
Uno se sabía humilde, sin ese mucho y sin ese poco, tenía unos padres espartanos que difícilmente se hubieran comprado ciertos lujos ni con dinero - pese a vivir en una casa mucho más grande que la de ellos -, tenía un padre despreocupado en el vestir que hubiese sido llamado un "trapero" por los ojos de los niños de esa comunidad. Era en definitiva, un niño pobre en esa comunidad, pese a que nunca lo sospecharon, pero no era uno de ellos. 
Mi característica falta de asertividad y mi falta de personalidad de entonces, me hacían avergonzar de ello internamente.
Prácticamente no he conservado ninguna amistad de aquella gloriosa adolescencia veraniega y pija. Pero nada de eso quita plomo al período más sagrado, mágico y energético de toda mi existencia.

Hoy abro la veda para abordar de pleno el tema de la adolescencia en mis escritos. Y en la inaguración no podía faltar la mención a esa emigración poco natural de mi infancia. Era un niño de once años que seguía a su mejor amigo, quien se mudaba de la casa de enfrente a un kilómetro de distancia hacia el mar. Pero era el tránsito de la clase media a la clase alta, y mi adolescencia inminente se iba a desarrollar en esas nuevas coordenadas.

martes, 6 de enero de 2015

La segregación escolar


Nos íbamos a pasar el resto de nuestras vidas conviviendo con alguien del sexo opuesto, pero al cristianismo no se le ocurría otra manera mejor de perturbar la existencia que criarnos separados. Así de celestial y antinatural se regía nuestra vida, las pinturas paralizadas de la capilla sixtina como modelo, cuento y escayola del turbión de la vida.

El cristianismo fue una salvajada, una forma de vivir muy animalesca. Ir corriendo a bautizar un neonato, por si el aire lo demonizaba. Clausurarlo todo desde el inicio. Un sometimiento absoluto desde el instante cero de la vida, y cientos de centinelas mentales asediando las leyes de Dios de pensamiento, palabra, obra u omisión. Una dictadura contra los sentires naturales, el atrevimiento científico, el progreso, el goce, la excepcionalidad. Una casta mediocre apoderándose del destino de todos, inoculando culpa, chantajeando al humilde con el Absoluto.
¿Hablamos de la Historia del hombre? No, es la Historia de un mamífero. De un animal que imagina, y piensa, mal, y que rige su vida por la superstición. Consecuentemente, tal inseguridad provoca autoritarismo y sometimiento, y las ideas, aún celestiales, ya son chapuceras y con un sutil veneno preñado.

Nos criaban con una muralla rodeando los sexos, por si con seis años nos daba por follar, y el resto de la vida no hicimos más que pagar esa falta de naturalidad, pues el otro sexo era otro ser apartado, desnaturalizado, extraterrestre. Adolescentes bipolares que o bien les daba un miedo atávico dirigirse al ET, o bien saltaban sobre él en masa y magreaban en un tumulto del patio, a la chica de Cou de turno o a la señu nueva en el correccional de la fe.

El cristianismo, que aún colea, no me parece más, que una realidad tóxica contemporánea.