martes, 18 de junio de 2013
Voces
La voz. En toda escritura, por muy lírica que sea, hay una narración, y en toda narración hay detrás de ella una voz. Me fijo en la voz que veo detrás de mi escrito, y es una voz mía templada, serena, poco atiplada, lectora, pública. Y sé que se vuelve voz de Francisco Umbral a veces mientras piensa, una voz tomada, una voz referenciada, una voz alumna.
En el mundo oral, en pocas ocasiones topamos con una voz carismática, de las que impactan y seducen. No sé si se ha formado un abanico standard de las voces, y entre imitaciones nos normalizamos la voz unos a otros. Nadie tiene pajolera idea de su propia voz, la que oímos es una cosa distinta. Únicamente en las grabaciones nos encontramos con la verdad que oyen los demás desde nuestra poza, y uno se pregunta si no sucedería con el resto de nuestras conductas, hasta qué punto se distorsionan nuestras propias acciones frente a la objetividad.
El timbre de una voz la puede hacer singular, aquella voz femenina cuya palabra más nimia nunca pierde una vitalidad, en que cada frase florece, clava la nota musical, y parece tener un instrumento cálido, frondoso, carnoso, bello y acabado en la garganta. Es tan raro el fenómeno, que le pongo voz pero no le pongo cara por no acordarme.
En los hombres triunfan las voces de madera labrada, las voces añejas, rotas y algo deshilachadas, no las esféricas y afinadas de la mujer, sino algo destruidas y con huellas sonoras de esa debilidad. Mi voz ronca, arrastrada, enferma de faringe, de Leonard Cohen, es la que triunfa. Las voces masculinas frágiles, añejas y dañadas, agradan y lo saben. Es toda aquella corriente de todos los tiempos del hombre interesante, del contraste de su fragilidad en la tópica robustez. El gigantón llorando, vulnerable, el baño frío y baño caliente de golpe, el bilingüismo de la naturaleza en transmisión desbordante y simultánea. A todos nos apasiona lo redondo, lo esférico, lo completo que intuitivamente captamos en las voces predilectas. En la de la mujer, el timbre envolvente y vitalista apuntala un monumento de armonía, copa de ondas sonoras invisibles los huecos que le quedaban al convencimiento, como voces que llenan una estancia solas y suficientes. La voz se ocupa de rellenar los flancos descubiertos de cualquier oyente que se nos acerca, aquellos flancos que no acuden activados y alerta a la interacción, y les alcanzan de costado las flechas sibilantes de la voz. La voz va directa al inconsciente por una cuestión de economía cognitiva, dejo ahí mi tesis.
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