miércoles, 5 de junio de 2013

El lubricante social cenutrio


Se dan constantemente entre las personas intercambios comunicativos fatuos. El lubricante social de tópicos, denuncias sociológicas breves, redundancias climáticas y asombros de ascensor. Es una calderilla informativa que se pasan las personas y de una moneda sin vigencia. No sirven absolutamente para nada, es un rumor deshechable que se replica por doquier, y que sólo es un picahielos para una conducta de pasarle la mano por el lomo al vecino animal. Es la equivalencia supina de olisquearse los culos de los perros, versión homo sapiens. Que-calor, y-que-sinvergüenzas, tu-hijo-está-muy-alto, flexión de comisuras mutua. El despliegue millonario del lenguaje biológico y el iceberg desprendido de la inteligencia, se bloquean en un bucle estereotipado y dan espasmos como en un pinball.

Y aquello del silencio? De la moderación, la ocurrencia o el sentido del humor. Amamos a los chistosos, los cómicos, porque nos redimen de esa condición carcelaria del lenguaje, esa esclavitud del tópico. Rompen el lenguaje, y las expectativas mansas. Un cómico es un altruista desencadenado que no puede evitar hacer de reír como terapia. Y a toda aquella gente sin gracia, que le hablan los codos, que emite ruidos constantemente como huyendo de la audición de algunas verdades anteriores, ejerce una actividad contaminante y vacua que al final resulta tan aislante como una halitosis, a fuerza de cansar unas orejas o unos cerebros.
A veces hay personas tan simpáticas, tan majas, tan espléndidas, que luego no tienen nada más. Super majos y huecos. Todos los recursos empleados en una empatía genial, y una minusvalidez seca detrás que se va haciendo grande. Algo así como una Argentina, caracterial y personificada.

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