miércoles, 19 de junio de 2013

Fisiología familiar


No sé si casi 7 años de distancia con un hermano empieza a ser un muro generacional, a los 10 años supone un 70 % de diferencias, a los 20 ya se reduce a un tercio.
Las familias vistas en su conjunto, completas, acaban siendo una especie de organismo. La fotografía entera nos da un ente orgánico, con sus núcleos, extremidades, y todas las compensaciones y pesos entre sus miembros que suelen explicarlo todo y entre sí. Una familia está articulada, responde a una generación espontánea científica, y se puede extraer su fisiología, para que al final todas suspiezas acaben encajando. Lo que no quiere decir que sea tarea fácil, requiere varios años y varios tomos de desenmascararse lo íntimo.

Primero hay unos dados genéticos que conforman los anclajes y tamaños de los componentes. Emplear como padr la mera categoría "hijo de" sobre unos raíles fijos esperados, es una crianza ortopédica que acaba dando adultos torcidos. Tener un hijo es abrir un sobre e ir descubriendo la singularidad del desconocido. Y eso de tener clones mixtos en el futuro de los tiempos, que es ser padre, es plantarte un yo extraño y modificado con todo el ego a combustión. Empieza el sabotaje de un yo externo, que a veces parece una autoagresión; se inflama el orgullo y los sueños al descubrir un yo mejorable y prometedor; tienta y planea la manipulación paterna por una superioridad manifiesta; se produce un pinball arriesgado entre rasgos menos afortunados del padre y rasgos insidiosos de la madre con los autores delante a puerta gayola. Al final se levanta la estructura con todos estos condicionantes, y se acaba generando una dinámica resistente, con sus remiendos, con sus parches, sus truquillos, con pinta más de artilugio zozobrante, pero pasando etapas y reparándose muchas tardes en taller. Una familia es una cosa de mucho taller.

Mi casa obedecía a una maniquea separación del trabajo, y de las diferencias de género. De forma cromañón, mi padre se dedicaba a recorrer los bosques de la maquinaria eléctrica para recoger el sustento, y mi madre se ocupaba de nosotros y faenaba en una casa perfecta.
Unos progenitores aplicados y laboriosos, frutos de la postguerra, totalmente concienzados de lo que era ganarse el pan, negro o blando. Ambos no paraban, nada ociosos, el ocio es toda aquella agua que puede entrar tras la presa del trabajo, y su época era de diques variados y férreos. Algunos coetáneos suyos acabaron en campos de concentración, macabros tiempos, otros exiliados, o más comúnmente hartos de tuberculosis. Su élan vital siempre estuvo de alguna manera erizado, con una distante amenaza, un eco hostil que forjó ese convencimiento de la laboriosidad y el provecho. Eran la generación del provecho. Del porvenir recio, decidido, sano y esperanzador.
Su psicología siempre fue tosca, no fue nuestra psicología estilizada. Los hombre estaban tallados con hielo emocional. Alguien debía asumir el hemisferio del amparo, la ternura, el mimo. Y todo recaía en las madres.

Luego se dejarían de tener hijos, la natalidad se reduciría, vendría otra historia. ¿Por qué en aquellos tiempos precarios se complicaba la existencia con más hijos, en una contradicción biológica y organizativa a todas luces? Había una motivación religiosa-supersticiosa de fondo, colectiva, de civilización, comunitaria. Llanamente estaba bien visto tener prole, aceptado, y estaba mal visto no tenerla, ni honraba al Señor. Vaya intromisión en la vida íntima y nominal de las personas. Aparte, segundo vector, la anticoncepción - tal vez el mayor factor explicativo de la historia moderna - ni estaba tan desarrollada ni se aceptaba tampoco su uso por motivos supersticiosos y mágicos.
Hoy en día se venden millones de condones al mes y ni tutía va a misa, es otro mundo y casi otra civilización. Pero la decisión más importante de la biografía de una persona estaba entonces con la pistola de la religión en la sien de la gente, y con unos condones rudimentarios y falibles como vía rebelde de liberación.

No hay comentarios: