viernes, 14 de junio de 2013
Menorcado
He tardado dos meses en rectificar mi error biográfico de no plantarme en Menorca hasta los 36. Ocho semanas después retorno a conciencia, a recorrerla metro a metro, como un enamorado tardío. Es un homenaje peatón que le hago a esta isla.
Un autobús torpe me traslada en 30 minutos la distancia que yo emplearé cuatro días como pulga en el mapa. El primer muro de guijarros, se me presenta como un órgano, una parte biológica, mitad mineral mitad animal, de Menorca. La isla está más parda, el verde flamante de abril, encendido con rojos y amarillos, lo raptó un verano precoz y envidioso. Hay prados pajizos y rubios, alternados con verdes discretos que resisten la dictadura del sol. Hay prados tostados, barbudos y recios, que han bebido cerveza. Alguna parcela verde claro cuasi plata, verde canoso, que expresa toda la dignidad de la primavera consumiéndose. El paisaje ya no es ese despliegue exhuberante de frescor y colores que desafiaba al Mediterráneo y se creía alpino. El verde, por alguna razón, ha dejado de brillar, por alguna causa hídrica y celular, ya no es exhibicionista y prefiere ser secundario. Contiene el marrón, el color que todo lo apaga sibilinamente, el esbirro del negro, la fase dramática de lo quemado.
El marrón es el color del verano fruido, y por eso lo abandonamos como un paisaje de Urano ardiendo y descolorido. Migramos, y la playa y lo alpino nos redimen de los paisajes secarrales medianos.
Y ahora seré un peatón en Menorca. Seré un peregrino. Laico, estético, y entregado. Feligrés de una religión estética que cree en calas y se salva pregondamente por los colores. Que quiere enconarse los ojos y tatuarse en ellos una costa agreste y mágica, por virgen, brava y extraña. Granatemente bella.
Me han secado Menorca, pero el autobús prosigue cabalgando ya a las puertas de Ciutadella, donde empezará la singladura, la penitencia estética. Así descolorzada, más cualquiera, siento estúpidamente que me necesita, que el chupóctero no sólo voy a ser yo. Te ha aguijoneado el verano y te ha sorbido el color, tan mimada, tan respetada, tan virgen.
Desciendo, petate en mano, y dejo que tú me hables de este verano desolador.
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