viernes, 14 de junio de 2013

Menorcamente


Me hieren los anuncios de cerveza, mediterráneamente burdos. Una idea explotada, ya tartamuda, un formato sorbido que no se lo cree nadie. Tanto, que si lo escuchas para atrás nos llama comemierdas. El cocacola es así, la juventud feliz, ya pasó. Ese querer representar la dicha de la juventud, especie de iglesia que adosa el sacramento de cebada con nombre al asunto, aún me lo podría tragar si la cerveza estuviese buena. A estos de la Damm y San Miguel sola y únicamente les falta hacer un producto bebible, todo lo demás lo hacen bien, podrían empaquetar mierda y venderla con todas estas fanfarrias.

Me deslizo este viernes postrero en Mahón, dejando posarse el viaje. Caigo en la casilla de autobuses de la capital, y ruleteo en el tablero electrónico un destino de medio día. El dado saca Binibéquer vell.

Esta vida de acumulador de metáforas que cargo en el autobús. Ahora topa sus huesos con el laberinto inmaculado de Binibéquer vell. Ciudadela del blanco nuclear, onírica, donde lo erótico atraca el aliento. Un zoco romántico, con sus calles apulgadas, de blanco virginado, el callejeo de a dos, en deseo par. Un urbanismo íntimo.

Pululo ya por el aeropuerto esperando la puerta de embarque. Denso de alma, cargado, como hay que volver de un viaje. No se ha desaprovechado el tiempo. Sólo me dolían los cordones, el resto del pie ya no lo sentía. Aceleramos hasta centrifugar una caminata bestia en un día sin noche, y nos retiramos dignamente sin cesar de escribir y sentir. Menorcamente hablando.
Las astillas de la isla permanecen dentro, tan inerte y tan cómplice a la vez. Esos treinta minutos a casa la hacen una barriada vecina tentadora a la que terminas enganchándote. Sigue siendo la isla muda, la isla que se deja impasible, dedicada a hacer crecer la belleza. Ése es el veneno, y es lo que acaba generando la adicción.

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