martes, 4 de junio de 2013
Flacidez de primera línea de costa
Los treintaytantos, esa edad tan desagradecida, que tanto flirtea con la decadencia. Primera estampa patente corporal de "lo que fue". La esbeltez fugada hecha cuerpo. Portadores de flacidez, barrigota, piel de naranja y piel de limón. Pelambreras de simio currante, y todo los quieroynopuedos femeninos desmoronándose. La playa es un tribunal de los deshechos humanos, yo a la cabeza.
Empieza el camino de vuelta de la vida a esa edad. Coño, estábamos en medio de un final en vano, de una meta reversible y giratoria, todo lo que apuntaba a lo álgido acabó siendo meseta deshabitada y fin, un paisaje lunar congelado y con un mensaje.
Nacemos, crecemos, vamos de fiesta en fiesta cada sábado, y nos reproducimos. Fin. Pasamos de un sentido exponencial en la infancia, a uno multiplicativo en la adolescencia, a uno de sumas y restas con la pareja, y terminamos a uno divisivo con la prole. Del egoísmo tiránico infantil al altruísmo mártir de la descendencia. En una putrefacción lenta, burguesa, y disimulante.
Pero nos da una sensación de libertad, de dignidad, que es lo que cuenta. Al menos parecer ser espíritus libres y autónomos. Mientras me pasan unos pechotes fugaces y turgentes de tetadegoma a 40 cm de la cara, como una avioneta publicitaria, a la vez que enhebro la siguiente frase en el paseo junto a la orilla.
Que vivir es una barca chicos, según Calderón de la Mierda.
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