jueves, 6 de junio de 2013

Lo coriáceo


Aparecen las espigas algodonosas, que brindan al viento quinientos algodones en su capuchón, como la bandera de un matorral moteado. Ya caen los primeros prados, pajizos, con el verde desmantelado. Llegará un punto en que más que cambiar el paisaje, sumido en lo pajizo añorando la lluvia, herido de una nostalgia seca, cambiaremos nosotros. Una actitud cada vez más nudista, una condición más tostada, un deseo de baño.

El suelo que algún día fue algo más que polvo y tuvo un color, carraspea sequedad. Ahora se da la maquinación de los frutos, toda esa industria vegetal que se concreta en producto, esencia, objeto o satélite. El fruto, la producción, su descendencia-objeto. Luego llegamos todos nosotros, los coleópteros, los kobes, los autistas y las vacas. El ser comepiñas y comenaranjas nos hizo elegibles para perpetuarnos un rato, mientras nos comíamos los unos a los otros. Ahora recomiendan ser comeinsectos y comemedusas, por cierto.
Y así los vegetales trabajan para nosotros. Su producción redundante y masiva nos sirve de supermercado. Somos recolectores. Nos merendamos a todos sus hijos, inertes y sabrosos.

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