jueves, 27 de junio de 2013
Doma de humanos orgullosos
Dónde está el substrato biológico de la humildad, su órgano cerebral, ahora que sabemos que el corazón es un burdo émbolo, tan creativo como una piedra. Los anatomo-forenses de la humildad la sitúan en los músculos circundantes de las orejas. Les ayudó la fábula cotidiana de los perros, y su configuración bipolar de oreja tiesa-oreja abatida, que a su vez los geeks japoneses han convertido en gadget con diadema incluida.
Un niño con TDAH, trastorno por déficit de atención y hiperactividad, es un trastorno en boga y de moda, en que el niño no abate la oreja tiesa, y es que el bullicio de su efervescente cabeza hace de tapón previo a cualquier pabellón auditivo. Es un problema de membranas, que conlleva medicación y reajuste de filtros.
La humildad y el orgullo también tienen que ver con filtrar. Las observaciones del exterior pueden ser dardos lesivos, dañinos o impertinentes con nuestro flujo marcado. El espíritu de la crítica de la razón propia, siempre plausible, inextinguible, se lleva portazos con estruendo y tiene levantado un dispositivo de la cia personal con radares y drones preventivos en los humanos con el orgullo a flor de piel. Seres como flanes si son puestos en duda que mutan en plomo severo y dictatorial ante un dardo diminuto que les roza su autoconcepto. Son seres dobbermans de orejas plastificadas, con un sistema de alarmas y seguridad desplegado e hiperdesarrollado. Blindan y construyen un sistema de defensas, para proteger un núcleo vulnerable y medio deshecho. En su núcleo, rodeado de plomo verbal y hiedras de desconfianza, existe una fragilidad quebradiza que exhala. El mínimo soplo, la más leve interferencia penetrando esa coraza, causa esa reacción explosiva de retaguardia. Basta mantenerles la amenaza unos segundos y las orejas ceden a la tensión, ya gachas, y desvalidos, humillados, pasan a esa segunda conducta definitiva que es huir, con la cola entre las piernas. Y la impotencia, sí sabemos donde deja de ser metáfora en el cuerpo.
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