viernes, 14 de junio de 2013

Canícula


Suena Amy Winehouse en esa canción bondiana, de café de tercera guerra mundial, canción montada en una noria de soul, que va de perlas a esta tarde deshilachada y monástica de verano, en que el mundo parece una peladilla paladeada y el tiempo está suspendido por una turra de agosto.

Fueron veinticuatro horas de epopeya peatonal, desatadas, novatas, y locas, treintaytantos kilómetros sin apenas dormir, con dolores, ampollas y quinientas balizas volantes. Una etapa desbocada y única, llegando a las ocho a.m. a la cima coppi, y asumiendo que con sol de agosto y durmiendo en el suelo, tutía acabaría esta forrestgampiada.
Así que me entrego a la piscina de un resort, a la cerveza y la pachorra, desandando, desescaldando y desampollándome las épicas.

Atardece en este recodo de la costa norte, el sol dora las casas con luz de miel antes de irse. Menorca se ha propuesto ser pocos, los suficientes, está prohibido abarrotarse, desustanciarse, enriquecerse también. Una vida con límites, observadora más que soñadora, sin antecedentes de maltratos, que es la razón subyacente de todas las desviaciones altoburguesas. Menorca es un gran estudio para que crezcan tiernos los pulmones de un pintor, y se desarrolle como una tumoración artística lo que lleva cuajado dentro.
Todo el pueblo es un vecindario, con sólo una cornisa sonora de pájaros de fondo. Oyes el chancleteo lejano de una pareja joven con su bebé en el carrito, el chocar ocasional de los cubiertos en un bar intuido, el llegar calado de un coche a la rotonda de entrada. Cada sonido ocupa su espacio. Todo es abarcable y está parado, sin desenvolver, no está roto de tiempo ni crispado de nada. Es una aldea, una lograda aldea de foráneos, con sus almas suspendidas y balsámicas. Hay un pacto tácito y secreto de paz.

Una playa en media luna mulata, hace de plaza, totalmente integrada y visible desde todo el poblado, es como una calle o un monumento natural adosado. El pueblo está en un repecho que permite ver el campo y las colinas que anteceden a la playa. Paisaje cien por cien menorquin de laderas con hierba alta que contienen islotes de fronda verde oscuro en ellas. Ahora más apagadas, con la espectacularidad de la primavera evaporada. La montaña del Toro escolta y vigilante a un lado, en el otro costado el brezo de peluche viejo, copando una colina virgen intrusa, a veinte metros de las casas. Paisaje total, calma bendita, ceremonial ambiental. Despreocupado, virgen, detenido, flotante, y pictórico.

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