viernes, 5 de abril de 2013

Sobre arroces


El primer bronceado precoz de abril siempre es gamba. El termostato de la tostadera está desentrenado, da morenos prematuros, como bien atestigua el retrovisor del coche. Esquivamos erizos atropellados y dejamos atrás laderas carmín. Entre Binividi y Binivinci. Los árboles frutales portan una cabellera afro de flores. Un árbol, sin flores, es esquelético y moribundo, el invierno como una uci de árboles.
A estas mitades de 2013, te topas acústicamente con Melendi en cualquier frecuencia, menuda omnipresencia radiofónica. El turismo por El camí dels cavalls da apetito, y una paella de grano al punto tiene su qué de musa, embriaga a las papilas, con el espectáculo de su textura, y puede bien inspirar escritos.

El arroz de una paella ha de ser
grano al dente. Más allá de los arroces caldosos, cápsulas blandengues preñadas de sabor, el resto de arroces blandos son una pifia común. España no es Italia porque el grano de arroz callejero, de locanda o de bar, dista mucho de ser tan disciplinada y exitosamente al dente como la pasta de paisano en Italia. Las texturas marcan y discriminan realidades: arroces de verdad, superlativos, y otras cosas, granos blancos blandurrios manchados con alguna salsa, comida de trámite al uso.
La pasta blanda en Italia es un pecado civil.

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