miércoles, 3 de abril de 2013

Prender


Toda la naturaleza se pone para la foto en este auge primaveral. Alcanza su perfil espléndido, es cuando más liga con los fotógrafos, cuando más liga con la inmortalidad.

Las puestas de sol también flirtean con la audiencia, cambian su hora de programación hacia el prime time, cercano a las 21, con mucha más sintonía con el horario laboral.
¿Hemos empujado nosotros el día? ¿Hemos movido las luces y las horas hasta adentrarlo en esta claridad vespertina? Más bien sí, el brusco adelanto del reloj un domingo cualquiera, provoca los primeros días una extraña sensación de verano ártico, de día alargado quirúrgicamente.

Los penachos de los palmones se alzan como llamas de la primavera en los campos. Las flores en las cunetas son las llamas de la muerte en las carreteras. Un homenaje tembloroso al último lugar con vida del difunto amado, que en unas macabras centésimas nunca pudo despedirse. Esas flores secas, se inflaman con la mirada del conductor ajeno y ya son llamarada de la muerte, lugar lacrado de ella, tumba fortuita. Es el intento postrero y ciego de las víctimas, de los que se quedan, de amplificar una muerte, una tragedia siniestra, y consolarse con que su antónimo, la vida, se propague por el mundo y borre para siempre cualquier milímetro de ella, hasta en las miradas pasajeras de los demás.

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