jueves, 18 de abril de 2013

Hasta que todo llega a Palermo


La zona de l'Eixample de Barcelona donde me crié, tiene una nomenclatura de calles que hacen referencia a las posesiones catalanas en el Mediterráneo de antaño. En cinco minutos de Nápoles pasas a Sicilia, de allí a Cerdeña y subes por Valencia, Mallorca hasta Rosselló. Este mes de Abril simulamos un recorrido parecido, o emulamos al toro que mató a Manolete, el Islero. Tras Menorca e Ibiza, nuestros huesos dan hoy con Sicilia antes de que acabe el mes.

Salimos de Trapani hacia Palermo en una autovía ochentera y costera. Escoltada por adelfas amarillas, y eucaliptus desmejorados. Son eucaliptus mal maquillados en primavera con verdes polvorientos y rojos fucsias de vieja. Isla magna, igual de grande que Cataluña, llanura a dos niveles con las estanterías de las montañas. Planicies con unos verdes pastel en los campos, alternado a parcelas marrones, viñas, pedazos amarillos o rojos de flores. Prados peludos de espigas, cabelleras de verdura. Viñas recién plantadas, con estacas, en disposición de cementerio. La muerte metafórica en las laderas que precede a la sangre y al vino.
Paisaje toscano sin cipreses ni verdes oscuros, y con molicies peladas asomándose junto al mar. La omnipresencia de las flores carmín, besando las miradas, flor simultánea en Menorca, igualmente bendecida. Y un bardo italiano musita en la radio una balada vaga.
Llegando a Palermo, las montañas son las tías abuelas, verrugosas, y algo obesas. Vigilan, sueltan alguna reprimenda, examinan los pueblos. La arquitectura se asoma básica y primaria, barracones lisos y cuadrados.

Hasta que todo llega a Palermo. En el cinturón de las afueras, el tráfico se colapsa y amontona. Súbitamente la fila se descompone y surgen cuatro carriles desordenados luchando en los dos existentes, mientras avanzan por el arcén como cuchillos pitando. Conseguimos salir de la carrera de autos locos y cruzamos la ciudad hacia el centro. Comprobamos el hábito natural a jugarse la integridad de un palermitano. Una norma es que en un cruce primero te incorporas y luego miras, primero limpias la sangre y luego matas. Dos, que sólo tengas metro y medio para aparcar no significa que no debas dejar el coche en oblicuo con el morro ocupando el sitio libre. Allá tú para pilotar el rally. Tres, que haya asfalto en el suelo ya es condición suficiente para que sea paso de zebra, sin descartarse que un peatón pueda circular frontalmente y en contradirección a tu coche. Cuatro, la marcha atrás y la marcha atrás perpendicular son modalidades que se pueden practicar a discreción. Cinco, si consigues no impactar tu coche ni rallarlo hasta el centro, una vez en él la amplitud de las calles hace que circules sin retrovisores y que reces fervorosamente a San Genaro.

Hasta que todo llega a Palermo. Que viene a responder al sumatorio, Roma + Kosovo - La Habana = Palermo. Ramalazos de la capital cubana aparecen por doquier, pues Palermo es una ciudad cochambre. Edificios dejados, hace decenios, que no son ni okupados, en ruinas, con la selva apareciendo en sus ventanales. Espectáculo de la decadencia ya superado, una integrante más del día a día, hasta tener zonas de ocio y de bares en medio de una plaza con todos los edificios desvencijados, destrozados, vacíos. Desolación a juego con montañas de basura como monumentos en medio de plazas. El mercado de la Vuccirie (Boucherie, Boqueria) lleno de mierda a la vez que se vende pescado de día y se bebe por la noche. Espíritu kosovar. Tal que un trozo de tierra pateado por todo un continente, o una isla que quiere remar hace siglos para África, pero que las olas retienen.
Palermo es anormal. Infinidad de detalles que se saltan las normas, singularidades a su olla, una cacerolada de lo que me sale del pairo. La individualidad por encima de todo y un facto comunitario inevitable. Locus del libertinaje. La voluntad de saltarse la lógica, rebeldes de todo, para crear otra lógica imposible y no vivir más que en el absurdo. Pero ya después, con una lógica removida y un día de brega a cuestas, para dormirse y pelearse con la lógica hasta agotarse el día siguiente. Y el otro.


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