martes, 9 de abril de 2013

La violenta desidia


De pequeños nos pegamos a torta limpia, en el colegio, en la calle jugando, en casa con los hermanos. Los niños hasta se tiran piedras, arrojadizos ellos, y crean motes crueles con mucho arte.

De mayores lo de pegarse no se lleva. Probablemente porque el niño pega con zarpas, entre sollozos, y el adulto se mueve en lo bélico, tira de diplomacia, y su maquinaria sólo declara más que guerras. La violencia en los adultos se mueve en lo penal.

En períodos de guerra tampoco cuenta mucho eso de sembrar cadáveres, la violencia es impune mientras hay sables, y suele acabar en amnistía y algarabía.
Violento viene de violar. Los peques se violan el espacio, los turnos, los objetos poseídos. Digamos que en los adultos, los colocadores de preferentes fueron extremadamente violentos. No se explica por qué nuestro concepto de violencia está tan estereotipado de agresión física o verbal. Por qué el Derecho está ancorado en la integridad física y no contempla la violencia comercial, tan de nuestro día a día. Por qué los poetas no se han rebelado por no adjetivar la desidia, la vagueza, y su implacable violencia vírica.

Lo vago, en el mundo animal, recibe el trámite de la muerte. En el mundo humano parece que os libráis campantes, pero vagos del mundo, estáis heridos de muerte. A todo vago le llega su San Martín, y si no los demás lo lapidamos. Un vago es un virus que no puede propagarse, a nadie le enseñan a ser vago o currante, eso se plagia, se copia, se aprende por imitación.

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