domingo, 21 de abril de 2013

Ciudad cochambre


6 am, Trapani, noroeste de Sicilia. Contenido estomacal: spaguetti trapanese, arancia rossa spremuta, cagnoli. Grado inspirativo: desconocido. Todo es muy Csi a tales horas en estos apartamentos que todavía duermen.
El que escribe es bocachancla como todos, ignorante que larga sin saber. Resulta que Palermo la vieja era la guarra, que si caminas un kilómetro hacia el exterior te encontrabas una ciudad normal y tal, con hechuras civilizadas, recogedores de basura y edificios sin prácticamente derrumbes.

Mañana queremos ir a ver un museo de muertos, las Catacumbas de los capuchinos, un lugar fresco y húmedo ideal para la momificación a lo largo de los siglos. Ahora es un museo donde te enseñan los fiambres por gremios y siglos, así que a sacudir el espíritu goonie que todavía recala. (Spoil: el tráfico esquizofrénico de la capital nos hizo desistir ayer de la visita). En este rebelarse contra la lógica común, ejemplo sumo en el conducir temerario, parece que flote subyacente un ánimo de venganza. Una vendetta continua y cotidiana por véte a saber tú que injusticias de los siglos.

No entiendo la dejadez y descuido del patrimonio como política de vida. Me asombra la exhibición pública de ello a todo visitante. La pobreza, la precariedad africana o hindú, no contiene todo el índice de deterioro de La Habana o de Palermo. Las dos fueron flamantes urbes abundosas de palacios y casas nobles, y su estado tercermundista de degradación en la actualidad es más grave. La cochambre campa por todas partes, la decadencia es lastimante. En África hay urbanismo primario y a la vez vanguardista para ellos, aquí el ambiente es dantesco, inaudito, el único ejército que debió ser temido por los antepasados era el de la propia dejadez de sus descendientes. Hace 500 años Palermo era cincuenta veces mejor que en su estado ruinoso actual. No llega a la categoría de ultrajante el deterioro y no pasan coches de los 50 como en la Habana, sólo triciclos motorizados. Más que nada es cerdo, pero muy literario.
A pesar que aquí uno se entrega a la fotografía, se hace notario de la cochambrez, frente a las miradas no muy preocupadas de sus habitantes. Pero no hace falta haber salido alguna vez de su ciudad ni ser muy conspicuo, para sospecharse el porqué los turistas retratan tanto la decadencia y el derrumbe de mis calles.
[Los niños aplicados fotografiamos hasta la saciedad. Y la saciedad misma si podemos también la inmortalizamos].

Sólo en estas latitudes depauperadas, se cultiva espontáneamente lo kitsch. La cutrez ha formado parte ya de una infancia palermitana y ha sido ingerida y asimilada. De mayores algunos prosiguen esa tendencia ortera extendiéndola con nuevos giros y rizos. Palermo viejo tiene altares callejeros con leds. Y ya pueden sus contemporáneos buscarse los tesoros esfumados, como los griegos se buscan ahora sus genios, filósofos y plenitud "aC".

Palermo antiguo es una ciudad propicia para borrachos. Toda ella es una borrachera arquitectónica tras una noche dejada de los tiempos. Refleja el estado pocilguero de una casa cuando sus dioses se levantan por la mañana tras nueve siglos de juerga y alcohol. Un lugar donde sólo se siente bien un erasmus, que suelen tener ya la cosa plasmática mullidita de alcohol. Tiene su mérito, amanecer cada mañana con apariencia de haber acogido eternamente, un macrobotellón.

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