miércoles, 17 de abril de 2013

Carnaval climático


Las espigas vígias y debiles proliferan. Los prados y el sotobosco están más altos que nunca, cubren de pleno las pantorrillas, y se creen invasores esta semana. Florece hasta el tato, incluso las plantas más anónimas, arbustos de relleno, sacan sus inflorescencias estos días. Tantas flores no son más que genitalidad vegetal, y a algún amigo alérgico las flores se le corren en la cara, y se hincha y cura con antihistamínicos.

Vigor y belleza se van a desmoronar. Como en toda primavera en que lo álgido sucumbe al calor, primero seducidos plácidamente, y luego atrapados en el cepo del achicharre. Los cantos de sirena del calor son irreversibles y herbicidas.
De ahí la piel cicatrizada y cuarterada de los pinos, como una costra continua. En ella ven los sabios las heridas de los inviernos y los veranos.

[...] El canto de los pájaros como serpentinas de sonido, reverberado el canto de los adultos por los recién nacidos.
Esta hora tan tibia de la puesta de sol cuando hay buen tiempo. Hora de energía tumefacta, voluble y hechizante. Si todo el día tuviese estos púrpuras, malvas y naranjas quemados, todo el planeta transmutaría su estética, desde la ropa hasta la pintura de las casas.

Una hora zen, plástica y fugazmente extraterrestre, donde la cabeza se contagia de un cielo inspirado. El colmo llega en verano fundiéndose con la escena en un baño, y erosionándonos el propio escenario de calor, hasta oler nosotros a verano. De momento somos espectadores en primavera, de los abrumadores cuadros sangrantes del sol en su ocaso, mientras cesan las serpentinas de sonido de los pájaros, seres que se apagan con el interruptor de la penumbra.
Yo acudo a estos acontecimientos del paisaje llevado por el lazarillo de mi perro, que obliga a unos paseos diarios. Si falta cuando se queda de colonias en casa de la abuela, nadie vehicula estas expediciones al bosque.

El día parece olvidarse de sí mismo, oscureciendo, como en una anestesia de vida. Los fucsias inflamados del cielo son violetas en diez minutos, ya fríos, hasta desactivarse en azules y grises, engullidos por la noche.

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