domingo, 14 de abril de 2013

La teoría sobre tu hijo


Si a un niño de primero de EGB tardaban en venir a recogerlo, se quedaba el último, sentado en las escaleras, surgía una soledad cósmica y se desmoronaba. Los niños se desmoronan varias veces a la semana. Pero quedarte solo de escuela, y que nadie de tu familia aparciera por el mundo, era permanecer en un hiato abismal donde aumentaba la angustia exponencialmente. El fin del mundo duraba quince minutos, así es como un proyecto de ser humano entoma la soledad, desesperándose. Un niño no sabe esperar solo, suspender su acción trepidante y focalizar una ausencia, sentado en unas escaleras funcionales y frías. En primero de EGB el comadreo era incipiente, todavía no se prestaban niños entre las madres, cubriéndose. En la espera, sin iguales ya recogidos, sin tutor ya ocupado, sin ganas de trastear ya más, se gasificaba la Nada de las esperas, y el niño se asfixiaba de singularidad.

El orgullo hinchable y kilométrico de un niño, se topaba con las pataletas, la almohada empapada de sollozos, la rabia, y los lloriqueos con una canción de quejíos que duraba un par de minutos, hasta que se extinguía animal y ronca. Era nuestro pequeño camino de frustraciones necesarias, nuestro destierro de la omnipotencia que pretendíamos. De niños todos hemos sido viles y mezquinos, insultando a una abuela, mortificando a una madre. Sólo nos cebábamos con quien más nos quería, quienes dejaban un flanco de devoción hacia nosotros descubierto. Por allí la crueldad del niño picoteaba, cuando te limitaban tu egoísmo hambriento, y su amor optimista hacia nosotros redimía nuestro mal, pues confiaban, en último término nos fiaban nuestra mezquindad y la pasaban por alto, sin juzgarnos, sin una condena etiquetadora, y conseguían que nuestra maldad fuera pasajera, pasando ellas por chivos expiatorios generosos, que sufrían las muescas de nuestra frustración contra el mundo. Es una cuestión de modelado con amor, o con sospecha. Los adultos no paran de hacer una "teoría" del niño, que son una personalidad que está en el horno. Las acciones de los tutores son táctiles y moldean, como si la cabeza de los niños fuera de plástico y estuviesen aplicando una cirujía, así de blando es todo. El hijo tiene detrás su verdad, los padres ya están aplicando su teoría clara, la teoría del niño bueno, la del niño inteligente, la del niño tranquilo ni fú ni fa...

De mientras el niño prosigue su singladura habitual de hacer trastadas y joder la vida a los padres. Algunos ingieren el hartazgo, "este niño es malo", malo, malo, malo... Y luego la muletilla y comodín constante de la maldad reverbera en la profesora, los compañeros, los dibujos, las películas, los tíos, la calle, los anuncios... los niños se encuentran con el 2+2 del maniqueísmo por todas partes, la gran sima del bueno-malo como dos vertientes grabadas en su cabeza, casi las primeras de su mente, tanto como grande-pequeño, alto-bajo, y el niño empieza a resbalar por esa vertiente que todos condenan simplonamente, él intenta escalar, y que algunos ya le atribuyen suya como el primer plumier. Y algunos se quedan. Montan tienda de campaña en el mal, lo hacen suyo, y vuelven a él en alguna noche adolescente o atardecer adulto, con un salvoconducto ético falsificado ya en la tierna infancia. Los niños malos se generan, de alguna manera se les abandona.

Las abuelas y madres permanecieron en su teoría de que el mundo estaba después de todo bien hecho, les salía querernos y pensar que estábamos llamados para el bien, a pesar de nuestros atajos. Nos fiaron trastadas y crueldades. Pasaron por alto y no dieron importancia a nuestro espontáneo lado vil. Premiaron nuestra maduración paulatina. Y fueron las principales víctimas de nuestra tortura fortuita, sin recibir mucho a cambio. Muchas de ellas no cobraron un sueldo nunca, ni la vida les colmó de compensaciones inmediatas. Al final nos dieron el puto regalo de moldearnos y hacernos con cariño, dotarnos de esos laboriosos algodones en la cabeza para no hacernos daño, como una inmensa red vitalicia tejida en noches de preocupación y desvelo. Y alguna otra tollina y soplamocos bien dados en toda la cara. Y algún que otro bocata de chopped.

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