sábado, 13 de abril de 2013

Los poetas bizcos


El lenguaje unívoco de la ciencia, dictatorial y amante del prójimo a la vez, respetuoso y tirano, como un terremoto evacuado. El lenguaje equívoco de la literatura, o el arte de la anarquía precisa, o de la precision caótica. Las palabras de la ciencia como niños escogidos y aplicados en fila previsible, o los zagales desordenados y nuevos que ofrecen un espectáculo dispar en la literatura. Cada cual en su jardín de infancia con sus placas, verjas y su renglón particular en los listines telefónicos.

Parece un sacrilegio hacer híbridos. Si en un artículo científico el biólogo se vuelve poético, aunque le catapulte la lucidez, está cometiendo un acto sacrílego y contaminante. La ciencia tiene un plano de su reino cuadriculado y monocolor, exigente metódicamente a veces con cilicio, y como institución tiene miles de alarmas que se disparan si un poeta penetra su reino y contamina el aire, el método, con un lenguaje que no sea unívoco.
Doctores, una cosa es la especulación, y otra es la lírica, que a ustedes en miligramos les da de comer, cuando les hace parir ideas innovadoras. El lenguaje unívoco es estéril como investigador, el propio lenguaje carcamal debe mutar, experimento mediante, para dar una nueva palabra-realidad creativa y experimental que faltaba.

El lenguaje, como dispositivo transido de lógica, también es un instrumento generador de hipótesis. Cercenarlo, extirparle todos los matices posibles, en el lenguaje hueco y aséptico de la ciencia, es también mutilar su capacidad de ilustración lógica y toda la sugestibilidad de las metáforas.
Debe existir un código unívoco para comunicarse la comunidad científica, pero los apartados poéticos, metáforicos, bien diferenciados, no son lucimientos baladíes. Es científico y epistemológico, negar a la religión que distorsione a la ciencia, porque no es cosa de este mundo y atenta contra el espíritu científico. Pero el arte participa de ese afán de conocimiento, cultivo filosófico en apertura, sin cierre último, donde transita muy profesionalmente la ciencia.

La literatura por otro lado vive igualmente muy ajena y desvinculada de la ciencia. Los escritores intentan parir una realidad, y olvidan que en la ciencia se dan auténticos partos de realidad retransmitidos, grandes descubrimientos de lo ignoto, espectáculo lúcido y faraónico de todo un mecanismo de leyes causales. El escritor sueña con toda esa concatenación de lucidez lógica, inteligencia que mana, fluyente, a borbotón, una vez revelada la pieza que explica el todo. Aparece el círculo virtuoso, la rueda mágica de la lucidez.
La ciencia es poesía, y la poesía es ciencia, así de bizcos hemos de ir, no se engañen.

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