lunes, 6 de octubre de 2014

Los mercadillos


El progreso hasta nuestros días ha obrado una mejora en la tecnificación, pero progreso también ha sido sinónimo de crecimiento en oferta comercial. Antes peregrinábamos a Andorra o la frontera, donde la libertad, a hacer las grandes compras. O bien atravesábamos la ciudad para llenar la despensa, en el único Pryca o Baricentro pionero que existía. Para ir a un Pokin's o un McDonald's debías acudir al centro de la capital, con una de esas tarjetas de autobús alargadas que ofrecían un descuento en su reverso. El Corte Inglés sí fue un invento antiguo, y entonces reinaba junto a Galerías Preciados como grandes almacenes. Llegada la Navidad era un acontecimiento la decoración articulada y magna de su fachada, pero dejó de reinar ante la apertura de miles de tiendas, se acabó el medievo comercial, y se empequeñecieron las representaciones de Navidad.

Lo que nuncá cambió fueron los mercadillos. Vendiendo melones, trapos, aceitunas y artesanía a mano del Camerún. Son entes inmutables al tiempo, puertas del espaciotiempo. Su condición básica y espontánea, una mesa improvisada y un telar recubriéndola, es más vieja que Matusalén, y se remonta a tiempos inmemoriales, y algún día los gitanos le llamarán lou-cos. Los mercadillos son un lugar ideal para el expolio caprichoso del niño, que aprovecha el caminar abarrotado y cansino, para suplicar a la madre desesperadamente por chuches y juguetes de los tendereres infantiles. Allí sacábamos esas pistolas con cargas en cubiletes de pólvora, los monederos colgantes de playa, las pistolas de agua con profundo olor a plástico, o los videojuegos de la época, acuajuegos, que se movían por palancas de agua.
La plazoleta del mercadillo era un lugar conocido por todos, locales o foráneos, uno de los epicentros del pueblo donde la chavalería iba luego a jugar entre cajas caídas y sandía espachurrada. Con el pasar de los años, ese mercadillo creció a la par nuestra, y rebentó el cinturón de la plazoleta, teniendo que emigrar al aparcamiento del nuevo mercado. Más adelante un mercadona lo hizo reubicar en el paseo hacia el pueblo viejo. Y así, como una bestia transhumante, ha ido resistiendo los embates de la modernidad.
El martes, los martes, el mercadillo de mi pueblo es y será ese día como las misas han pertenecido a los domingos hasta el fin de los tiempos.

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