viernes, 3 de octubre de 2014

Una mañana cualquiera


Chocan los contenedores de gente, sorprenden los cargueros, esa remesa masiva de individuos bajando al andén y siendo depositados a trabajar. A la hora, bien pronto, cuando toca. 
Como se consigue doblegar a esa criatura caprichosa, salvaje, escapista, que es el ser común, y acaba vencida por la obligación. Tras veinte o treinta años de preformateo en colegios y cunetas, se instala con calzador en los engranajes civiles. 
Como un reo se desfoga en el gratuito facebook, clamando las horas que restan del encierro laboral, y empapela todas sus paredes virtuales y ningunas, con los pósters de sus vacaciones. A veces fantasea con escapar, otras veces lo sueña. De joven flirteó con la vida bohemia, lasciva y beoda, hasta que se acabó la vida subvencionada.
La gran trinchera de esta esclavitud civilizada recae en aliarse con alguien bell@, showm@n, psicólog@ y mag@ con chistera, que transfigure una vida mediocre. Después se despierta de la idealización forzada, aka espejismo, y se suman los costes de abogado al divorciarse. Entre medio se tienen hijos, todo el mundo los tiene che. Y acaban convirtiéndose en la última cuerda para redimirse, son la tabla de salvación definitiva, la brega consoladora para que su vida sea algo mejor que la propia. Y todo por este mal endémico que es no ser aristócrata.

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