viernes, 26 de septiembre de 2014

Sucedió este verano


He hecho unas carreras por la banda del sueño. De cuando al dormir parece que corras en una cama nueva intentando atrapar al sueño que va más rápido que tú. Sucede cuando todo tu engranaje de hombre gigante está orquestado para desvelarte de forma precoz, herido de insomnio leve. Mi sueño lleva el dorsal 7, pues a esa hora se ha afincado hace tiempo para empezarme los días.

Me busco la horma estirada de mi cuerpo en los sofás de esta casa nueva, estirando el descanso. Me he levantado con los espíritus de Mortal y Rosa en la voz, y mi escritura resuena en su eco aquella obra tan densa. Dicho de otra manera, me he despertado con el aliento exhalando lucidez en el vacío frío del Norte. Será que esta vivienda es más una dacha, umbraliana, gélida, continental y esteparia, a años luz de mi ático mediterráneo, tan pacífico y ligero.

También es que llevo una densidad orbitándome, asuntos pesados en las alforjas de la mente, y eso le da este toque trágico y rosa a lo que vierto, aparte de producir el leve insomnio, que me roe dos horas al día este verano. Puede que mi estado rime con la campiña helada portuguesa de las siete de la mañana, con la densidad de esta casa centenaria y sus paredes de bloques inmensos de piedra, que la rima haga el empalme con mis catacumbas líricas, y salga este texto denso y pausado enfocándome un amanecer más de un verano convulso.

El Sol se lo llevará todo, hasta mi oficio de escribir. Me dejará sin trabajo una vez más, pues el trabajo sólo entiende de madrugadas, encierro y la hostilidad del frío. El trabajo se ha levantado conmigo al mismo tiempo, este oficio de descifrador de los estados mentales y líricos, pintor de la propia biografía o psicólogo exhibicionista. Buscamos formular la realidad con un pentagrama nuevo, lo que pasa todos los días despojado de lo manido, hecho convencional, tópico y que causa un virus de gente arrojándose cubos de agua helada por encima, como playmobils movidos por las redes sociales de una marioneta global.
Las campanas de las dos iglesias del pueblo estrellan el silencio, con un gong bruto. Pretenden escoltar la vida de las gentes, son los esbirros sonoros de la religión, que percute los sueños cada media hora instaurando rutinas subliminales. En aquel "Dios está en todas partes", había un plan staliniano de controlar la mente hasta en la forma de cortar el pan. Dios es un absoluto filosófico y el motor de un régimen absolutista en la práctica. 

Mi sombra perruna, mi escudero literario, no aguanta el ritmo de mi desvelo y se queda un rato más en la cama. Hasta que su radar de compañía se percata y viene a verme, alargando los buenos días. Necesita unas cuantas caricias más en el lomo, pues hemos alquilado una casa a mil kilómetros de nuestra cueva, y está algo desnortado. Enseguida, se mete bajo mis piernas y prosigue el sueño en mi regazo. Uno no sabe que hará cuando le falte un ángel peludo y particular alrededor suyo, cosa que pienso unas cuatro veces por semana.

El Sol empieza a entrar en la casa, como un gas benigno. Comienza a darle un baño de verano y ligereza a los campos y las casas, hasta entrar por nuestras fosas nasales y quitarnos lastre. Tal vez enseñando el pasaporte de mi mañana densa y gélida puedan dejarme seguir escribiendo, atravesando este país que no entiende de estaciones.
En la casa están todos muertos, lo que las paredes y los objetos, lo hacen mejor. Como las canciones en inglés al conocer su letra y asentarla, la espléndida casa va perdiendo magia a medida que mis ojos la poseen. Puede que pase también con las personas, cuando ya nos las sabemos. Esa portezuela del cerebro donde van a parar las cosas que ya no deparan sorpresas ni alteran temperaturas. 
Esta casa de paredes tan de aldea y justamente colorida y actualizada, con la decoración mimada en una cerámica apagada, antigua, y sugerente. Las lámparas azules donde deben estar, y los cortineros rojos de solistas en su preciso momento. Una moderna casa de paredes centenarias en armonía, que da gusto medrar.

Kobe y yo nos izaremos, tras la prórroga estirada del trabajo. Nos pondremos al fin en perpendicular. Revisaremos el jardín mojado de rocío, yo con la vista, él con nariz y vejiga. Cazaremos algo muerto en la cocina, o tal vez lo lleve a apresar algo vivo por el monte, aunque nunca lo consiga. Y luego cobrarán vida mi sombra humana y su hija. Entonces ya será mi hija, y empezará la brega de hacerla mayor otro día, eludiendo al tiempo e inventando protésis que la alejen de un padre que no la quiere. De aquí quince días activaremos un mecanismo para que un juez constate que no la quiere, y ella pueda ser libre y no moneda de ninguna vida resentida. De momento tiene unos bichitos de poca autoestima, nerviosismo y tosquedad, que cada día lavamos y ponemos tiritas. Pero hemos de llegar antes que el tiempo la haga mayor, antes de que crea firmemente que somos unos carcas trasnochados y antiguos.

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