jueves, 13 de noviembre de 2014

La fotografía y los fantasmas


La infancia de nuestros hijos quedará sitiada de fotos. Una fotografía no es más que una boya a rescatar del océano de la memoria. Para los líricos, fotografiar lugares comunes, paisajes y parajes de la infancia, que se fueron, hubiese sido posible con los smartphones del futuro. Las grúas y la modernidad se llevaron aquellos descampados y desmontes, que hoy serían una imagen de felpa donante de abrigo emocional.

Coleccionamos instantáneas que visitamos muy de vez en cuando. Antes aparcadas en las estanterías ahora sumidas en los gigas, mañana en los teras... Nunca esas visitas son programadas, sobrevienen una tarde sin más. Las acumulamos y lanzamos así un córner al espacio, rematado por uno de nuestros yoes fortuitamente, cuando saca una tarde esa boya de la memoria. 

Los que somos bienquedas de raíz y nervio, encima trabajamos haciendo fotos. Buscamos cierta perfección, creamos sets ordenados, y moriremos sin que nadie fuera de nuestro entorno los vea. Una condición recomendable para ser tenido en cuenta es ser fantasma, creo que en nuestros tiempos el apelativo ha quedado obsoleto, pese a ser poético. En otros tiempos más moralistas, y en consecuencia más morales, el fantasma era calado y desactivado como espejismo psíquico. Hoy en día el fantasma es el Florescente, aquel que aprovecha el volumen medio cortés para sobresalir y ser oído involuntariamente, no usa los rodeos del fanfarrón de antaño, sino que emerge como un cometa mastodóntico súbitamente en primer plano. Y hay gente que simplemente son spam.

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