miércoles, 1 de octubre de 2014

Los niños como desinversión


Los cursos de Primero de Egb olían a campo y bocadillo, mirábamos alrededor a cuál era más nuevo, en una situación convulsa de estreno colectivo, caminando con más cuidado sin darnos cuenta. A nuestra profesora la acabamos amando todos en silencio, no lo dudo, aunque no nos lo hemos dicho nunca. Los niños de pequeños sólo concebimos y concedemos el amor a nuestra figura materna. Si hiciesen la estrambótica encuesta sobre parejas y amor erótico a niños de seis años, la madre sería lo más cercano a la pareja elegida. Después de las monjas del parvulario, que eran ángeles asexuados o bien lechuzas, pero no eran civiles, pasábamos a convivir seis horas al día con una mujer joven que velaba por nosotros. Como pequeños hombres manteníamos nuestras microfichas con la profe, y ella nos devolvía ese 0,01 % de tensión erótica hacia nosotros. Así que bajo una atmósfera tan idílica como vacía iban pasando los meses, y claro, llegado el día de la despedida antes de las vacaciones, fue dando un beso a todos, menos a mí, que por hacerme el interesante conseguí eludir ser uno más de los besuqueados por trámite. Y ahí terminó todo.
Primero de Egb tenía el profesorado todo féminas, pero de segundo en adelante la proporción macho dominaba de forma totalitaria.

En los países emergentes, los que rugen, y España lo era en los ochenta tras la eterna dictadura militar de derechas, en esos países la educación cobra una importancia radical. Los padres han probado el bocado acre de la vida al tener que hacerse un porvenir sin estudios, a base de sudor e incomodidades. En España un tiempo, o en la India en otro, pueden ahorrar a sus hijos esa brega ingrata y asegurarles un futuro feliz con la garantía de unos estudios. Las instituciones escolares se comparan en esos tiempos, se miden las instalaciones, se hacen rankings minuciosos, como si caer en una o en otra pudiera deparar un porvenir seguro frente a otro mucho peor. En nuestro colegio palpábamos esas referencias de prestigio. Para entrar debías pasar una prueba de aptitud; los profesores eran elegidos entre bastantes candidatos; ellos hacían referencias a ir a Maristas o no; por instalaciones había un cine mastodóntico, un museo de ciencias, una piscina, bar, varios laboratorios, tres patios, iglesia, y todo lo que los religiosos habían podido rapiñar en cuarenta años de nacionalcatolicismo. Así que los dos mil hombrecitos que acudíamos a aquella escuela en pleno Eixample de Barcelona éramos unos privilegiados por obra y gracia de unos padres que se rompían los cuernos para llevarnos ahí sin tener nosotros ni pajolera idea de todo aquello.

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