jueves, 19 de junio de 2014

Ragusa, Modica y Noto: no las recomiendo


Ragusa no aparece nunca. En sus cercanías entro en un looping viario que me extravía treinta kilómetros. En 1693 hubo un terremoto que devastó la zona. El núcleo de la tierra tiene una válvula de escape en el sur de Italia, escupiendo fuego por sus volcanes o sacudiendo las ciudades con los sismos. Las turísticas Ragusa, Modica y Noto, son tres localidades de interior que se han subido allá arriba a las copas de las montañas donde un posible terremoto será más benigno. Ragusa Ibla es Ragusa la vieja vamos, y al igual que las otras dos me decepciona, pese a dorar las guías sus tesoros y palacios barrocos. Llego a Modica muy temprano y no se ha levantado ni el tato, más con la resaca de Manaos liderada por un pirlo casi inmortal. Después me dirigiré a Noto, otra "perla barroca" donde tampoco se salvará ni el que dicen es el mejor helado de toda Sicilia. Si Chicote probara el de pistacho, saldría extasiado y dinosaurio del bar dirigiéndose a la cámara, para decir que tiene el mismo rockanroll que el canto gregoriano de Silos.

Los colores demasiado muertos de los muros de estas ciudades, de un sahara inerte e igual, mejorando un poco el aspecto de la Malta poligonera, esa indeferencia que provoca la arquitectura de la arena. Estas piedras son muy sosas. Y las "perlas barrocas" no escapan al cariz pueblerino, de secano y de interior, con un gran halo campesino adosado. Ciudades apenas cromáticas, descoloridas, rahídas pictóricamente. El corpus de pueblacho no se lo sacan de encima por mucha Unesco. Y la poca gracia del barroco. El barroco es la modernidad e irreverencia de la curva, frente al gótico y otros estilos, más todo el progreso condensado en los nuevos adornos. Hay una metafísica de la geometría, las líneas y ángulos del arte trascienden toda una cosmovisión y hasta una moral detrás. En alguna vida haré un libro sobre eso.

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