domingo, 27 de enero de 2013

Viaje capicúa a Bilbao


Menos de dos horas para la salida del vuelo a Bilbao, me alejo en dirección contraria al aeropuerto 20 kilómetros a dejar al perro en su guardería-abuela. Una hora para el cierre del embarque, y rehago esos 20 km para recoger a Mónica. Quince minutos para el cierre de la puerta y aparcamos en un polígono cercano. Caminamos diez por los accesos hasta entrar en la terminal. Los cinco minutos nos sobran para pasar el control, repeinarnos, y llegar a la puerta 32 del embarque. Nadie nos ha seguido. Creo que hasta un espíritu madrugador que me persiguió al dejar la casa, se quedó driblado en el periplo y se perdió.
Llegaremos a las 12 h a Bilbao, y a las 21 h tomaremos el vuelo capicúa de vuelta. Visitaremos librerías de viejo, un casco viejo, un perro florido, practicaremos aplicados el txikiteo, y enfilaremos la Gran Vía de López de Haro en una tertulia de casi tres horas vagando ausentes de frío entre escaparates.

El Bizkaibús sale por los túneles de Artxanda y entra en la ciudad sin avisar, para estamparte visualmente con el Guggenheim, en una atracción de feria fortuita. Nos deja casi a pies de la Librería Boulandier, donde tengo apalabrados unos cuantos libros de ya sabéis quién. Boulandier es un personaje de conversación anárquica, que regenta una librería más de libro antiguo que de viejo.
Fotografíamos al perrete, el simpático y acertado perro florido ya símbolo de la ciudad. Me pregunto por su nombre, y más tarde me entero que se llama pupi, Puppy, pupis. Virgen de Begoña, cómo un perro tan singular puede tener un nombre tan subnormal. Me suicido dos minutos de este mundo y vuelvo. Jackie, Toby, Cuky, Laika... dice más de las circunvoluciones cebrales prepuberales de sus dueños que un scanner. A las miles de Laikas, sacaba un decreto que las llamaba de golpe "Era rusa", junto a una ley que obligaba a poner la conjunción "o" en todo nombre de mascota. "Ada o el ardor", "Mortimer o la ascua", "Rinconete o malabar". Coño.
Para calmarme perpetramos el primer bar de pintxos a tomar unas traineras con txacoli. La gente txiquitea, en el casco viejo lóbrego y mohíno de Bilbao, a veces punk a veces aldeano, tramos desiertos se alternan con nubes y moscardeo de gentes, que hacen de tumulto parroquiano frente a los bares, echando el sábado. Gentío discontínuo, abigarrado a sus bares, secando al sol la semana. Contrasta con el gentío homogéneo que desfila la gran vía, en orden y distribución comercial. El pintxo es otro barroquismo español sobre la onza de pan carpetovetónica. Otro equilibrio entre Ferran Adrià y el potaje. Pero la repostería aquí sin más, es contundente, contestando al frío.
Bilbao es de las pocas ciudades en que los hongos pueden estar a dos minutos del centro. Una anticiudad donde irrumpen las montañas. Una urbe montañesa, tan equivocada como todas. Giras la mirada y ves que la construcción más alta son las propias montañas que piden permiso para entrar en la ciudad.
La gente es recia, no son mis ojos. Las miradas tienen fuerza, escrutan, desafían, no es tierra de ojos blandos. Algunas mujeres lucen un típico exceso de maquillaje vascuence.

Erramos por el ensanche toda la sobremesa vespertina, la parte nueva copada de tiendas, con ciertos lugares anclados fidedignamente en un pasado, es el madrid bilbaíno, lo ancorado en un año y no renovado jamás. Descubro ojiplático en un quiosco de diarios y revistas, la publicación "Todo Lubina", una revista monográfica y actual en torno al Dicentrarchus labrax. Aviso a todas mis amistades del hallazgo y consulto si quieren un ejemplar. El txakoli se metaboliza por mi hígado, añado.
Pasamos el resto del día en conversación conyugal de viaje. Cuando aparece una cita con tu pareja, después de años de coladas y cuentas conjuntas, y descubres trozos del galeón de tu mujer avanzando en una conversación que parecía querer salir de algún mar de la infancia y la juventud. Tres horas de paseo errante y charla suave, dando vueltas a los padres, que al final eso es la vida en un dibujo esquemático, dejando que los copos de conclusiones se fueran posando en un Bilbao que anochecía y se renovaba, como viene haciendo desde que dejó de ser una urbe fea e industrial.

Atravesamos los túneles de Artxanda de nuevo, desapareciendo de la ciudad. El café, el pintxo, el libro, hasta el billete de autobús, han superado de precio al absurdo y fantástico coste del avión, 1,40 € el trayecto. Nos subimos a él, y no nos estrellamos en un descampado de Teruel, pese a la imaginación justiciosa de mucho interlocutor. Ryanair no me paga por este post, y debería hacerlo, pagarme los pintxos coño. Poner un banner de dignidad vasalla aquí debajo, para persuadir a la plebe y arrancarle monedas. Que no es otra cosa el día a día que un robo continuo, de unos a otros y de otros a unos. Somos cacos de energía, hijos mangantes, atravesados por un pincho de culpa, que luego aprendemos el acto de regalar y ser donantes y heridos de energía. Un bebé es un ególatra que pacta unas concesiones por necesidad. Un abuelo un herido de guerra existencial, un optimista reducido y derrotado, que dona su corazón entre el pavor de la hostilidad de la vida. Y yo, no me hagáis mucho caso, me he levantado un pesimista caramelizado de feria, chuchería de palabras que juega al malditismo y espera en su kiosco a ser mordido.


4 comentarios:

carmen dijo...

Yo sé que Bilbao es gris; es botxo entre montañas; es igual y raso para todos los bilbaínos que ya no se alejan desde Neguri del asfalto de lo "vulgar"...
Todo tiene su cara y su cruz, pero es que la ría es de todos y está limpia; y el arenal con su quisosko, y un paseo que arranca desde él y acaba en el mar, kilómetros y kilómetros para más de una charla conyuga; de amigos, o de padres que sienten que el corazón de sus hijos se les ha quedado chico...

Bilbao es para saborearlo en sus gentes, en las bilbainitas como yo, de ojos verdes marinos, profundos y ¡caray! también muy resaladas. Porque ya lo dijo un inglés: vale más una bilbainita con su gracia y su sal, que todas las americanas con su inmenso caudal..( fanfarronada bilbaína, pero si nos llaman" fanfas" habrá que ejercer,¿¿¿ no???)

Bilbao es industria en sus alrededores, negocios serios con poca o ninguna corruptela-toquemos madera-. En Bilbao todavía existe la HONRA de pagar lo que se debe.
Bilbao es mimbre, contenido, señorío de buena gente, de palabra, de camaradería, de compartir con mano por el hombro bacalao o pimientos de Guernika.

Ay , mi Bilbao de falda gris plisada y chaquetón azul marino...
Por tus calles quedarán las huellas de amores juveniles, de amores de dar vueltas al tontódromo. Ampores de verle y temblar, amores sin escarceos de los que ahora acaban con la música candorosa de las miradas...

Ya soy un poco mayor... Pero en mí late la misma bilbaínita que la que vivía al lado de la Virgen de Begoña, tan seria Ella, nuestra Virgen, y a la que le pedía turbada que Iñaki de 15 años, la quisiera...
Huellas en tantos muros donde se sentaba con su "cuadri"...

Y huellas de la niña que cuando sentía miedo por algo llamaba a su amá y se quedaba tranquila porque "aquellas cosas malas, hija, sólo pasan en América". Y América entonces, estaba tan lejos..

Una pena no haberme tomado un par de txikitos en la plazuela de Santiago con dos catalanes de pro....

carmen dijo...

Perdonad. Me esperaban para comer y yo malescribiendo. Ay esta bilbainita impetuosa...

FELICIDADES A LA AMATXO

Jordi Santamaria dijo...

Pues creo que acabo de leer a la Carmen más literaria y bienescrita, pardiez :)
Felicidades por como has exudado ese Bilbao. Posteálo, mujer, postealo.
El botxo (me suena vuestra niebla no?), el tontódromo... palabrón.
Tranquila que a estos precios, pasado mañana estamos ahí de nuevo, y Bilbao siempre espera

Monica dijo...

Hay viajes y ciudades que marcan, por lo que vivimos en ellas, por lo que evocan o por lo que vemos.
Alguer fue una de ellas, una tarde de paseo con confesiones de pareja, y sin duda el sábado se volvió a repetir en Bilbao.
Carmen te esperamos en Barcelona.

Un abrazo