martes, 22 de enero de 2013

El peor bar de Valladolid


Necesito un bocado antes de dirigirme a Villanubla, para allí tomar el avión a Barcelona. Ruleteo por el casco viejo de Pucela, escogiendo un lugar con empaque. Al final me decido por lo vetusto, por el Bar Mónaco, que no ha cambiado ni una coma desde su apertura, hará treinta años como mínimo. La condición para perder el nombre de bar y ganarse el apelativo de tasca, es no haber cambiado nada, permanecer inmutable a los tiempos y a cualquier ánimo inversor, entre el conservadurismo y la dejadez.
Las baldosas marronosas de lavabo, siguen en sus paredes, con un descolorido a juego con el frío. El suelo es el mismo de los setenta, y sólo se deja cubrir por cáscaras de gambas, muñones de pinchos, cadáveres de tapas. La madera color castaño laminada forra la lisa decadencia de la mirada. La decoración se basa en dos pósters ochentísimos, que rezan I love New York e Ibiza, carne de obsequio de la caja de ahorros despeinada. Son como un proto-Labanda, con el colorido arcoiris ingenuo y ufano de los ochenta.
Me siento en los taburetes de la barra, escaneando el bocado, y las tapas de repente me asustan. Unas morcillas sudadas y refritas, bañándose en un caldo naranja radioactivo. Un taco de atún, escabechado, macizo y mineral, con un color del ayer ancestral.
La parroquia no habla, no consume, creo que me los han metido de atrezzo cien metros antes para picar el anzuelo. El bar está regentado por dos hombres iguales, primero aparece uno y después de otro lado sale el gemelo al despiste. Supongo que la madre cocina dentro y la soltería está por todas partes, al menos el asunto huele a eso.

Me pido un montal de lomo y una caña. El espectáculo de la decadencia tiene una entrada de 7 euros. Como el cine de hoy, pero sin inversión de mil millones de euros de por medio, sólo quince pesetas por los clavos que sujetan los pósteres de la caja de ahorros. Me estocan el bocadillo lomo-queso a cinco cincuenta en plena espaldilla. Menuda broma. Claro, tienen que recuperar la inversión, ya. Me meto el cambio en el bolsillo, convencido de que he estado en el peor bar de Valladolid, un demérito ganado y trabajado del cual me lleno de certeza. Cumplen una serie de condiciones logradas para imponerse como peor local de restauración de la ciudad, a pecho, y a la vez sobreviven a los tiempos y a los balances. Nadie, lo echará de menos. Pero pervive como museo visitable de lo malo y de la insuficiencia.

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