martes, 22 de enero de 2013

Turismo de cementerios


Vengo a parar a una ciudad nunca pisada. La sensación de ser como azúcar glas cognitivo que cae sobre el nuevo lugar, extraviado y desorientado. Los 4 puntos cardinales dan vueltas, alterados y plausibles. Encarnamos el tropiezo cognitivo y la virginidad en la orientación. Estamos perdidos en una vasta habitación parcelada de la geografia, sin ningún mapa insertado en los adentros. Exploramos, intentamos hacer el dibujo cabal, esquemático de la ciudad.
Después volverá a ser geografía domesticada, coordenadas en un establo ya conocido. El paseo va uniendo piezas giradas del puzzle y se cose el mapa 3d propio del lugar.

Me reafirmo en que se ha borrado el Valladolid antiguo. Hasta la fidelidad de la foto. Valladolid ya no es provinciana, no puede estar desfasada a una hora a caballo de la capital. La provincianidad es una facultad secular con un umbral cambiante, que se desplaza con la modernidad. El eco capitalino alcanza distancias inferiores a las 2 horas de travesía sin problemas. Valladolid es ya una pedanía permeable del noroeste de la capital.

Las tensiones y apreturas de la represión, han legado a Barcelona un centro antiguo enorme. Se ha conservado el siglo XIX y la primera mitad del XX tras su ortopedia geográfica, diseminados en fachadas y ambientes, en el espacio abarcable por seis distritos de capacidad. Barcelona tiene un patrimonio post-represión sin parangón, único y peleado, gótico, ahí es nada.
A Valladolid le han destripado el centro porque no había nada que pelear, los arquitectos campaban libres entre la paz, las maquetas, y el tiempo y espacios libres, o liberados. Valladolid es una ciudad mansa, más modernizada, más cualquiera.

La lengua gélida del río es un radiador de frío, un pariente inoportuno e insustituible, que estaba antes que todos. Estas familiaridades presentan a la ciudad nada vulnerable al frío, ya mutada y adaptada a ese primo que incordia con visitas prefijadas.
Creo que me va bien estar en remojo vallisoletano. Nos va bien pulular por espacios personales encontrados que nos maceran. Una salmuera para mi cuerpo imberbe y literario. Feng shui umbraliano. Inalámbrico, inarticulable, esóterico, como todo lo oriental, que marcha hiper-intuitivo.
No hago más que turismo afectivo y de cementerio. Visito la ciudad de un primo querido, un pariente, o la tumba episódica de un maestro.

A punto de marchar, penetro el blanco mineral de las iglesias. Y me encuentro la antípoda pegada, separada por la lámina de madera. Ahí se esconde toda la oscuridad, antigüedad y el universo lóbrego del lugar. La gran bodega de los siglos dormida y palpitando, la reserva del tiempo preso en el recinto eclesial.
Es tarde, sé que volveré, y ya tomaré esta atmósfera para embriagarme de su densidad. En la parada del bus de la plaza de poniente, han venido a despedirme los bloques de pisos norteños, con su sombrero de pizarra a la otra orilla del río. Les digo adiós como primos espigados, y hojeo el marronoso Las ánimas del purgatorio, que he sacado de una librería de viejo de la ciudad. Pucela se aleja y Umbral me sigue a todas partes

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