martes, 15 de enero de 2013

La arquitectura de la desinhibición


Hemos pisado más de un centenar de discotecas diferentes en nuestra juventud. La mayor parte de ellas tenían una apariencia discutible, eran locales apañados sin mucha espectacularidad, con espíritu de almacenes. Que es lo mismo que captar su nervatura de negocio, la inversión justa detrás de una contabilidad sudada. Una discoteca con luz diurna es un ser demacrado que derriba mucha mitología estética.

El empresario discotequero sabía que sus beneficios moraban en las tinieblas, que su negocio era una criatura de la oscuridad, y como tal tenía las ventajas de la vida nocturna. De algún modo, los locales eran tan aceptables como la erótica tardía - la consumada con oscuridad y copas de más - borrosamente preciosos. Formaban parte de ese ecosistema espejista y momentáneo.

En la noche se produce una arquitectura de la desinhibición. No es otro poder el que se busca. La pócima ya sabemos que es el dios etano, con su liturgia economizante y botellonera. Herreros de la música forjan entre la semana los metales que piden los cuerpos espitosos, y los reposteros proveen de canciones mantecosas a los bailongos. Recordemos que en miércoles estos doscientos seres hace cuatro horas que estaban sobando. El alcohol desinhibe, el baile burla al cuerpo y la papa, la oscuridad difumina la realidad. Es la nebulosa oportunista del sábado noche. Todo esto junto, no es más que una escalinata a una habitación del castillo existencial, en que esté un chico y una chica en tensión erótica franca.

En resumen, la chanza con los amiguetes bebiendo es un clásico ineludible de la semana, la fuente de humor secular que va desde el vino en ánforas al cubata en vaso de tubo. La discoteca luego completa el pack, ofrece el momento guindero, presenta la atmósfera sexual franca y civilizada. Es la oficina de la soltería, donde se juega el sino entre la soltura y la soledad, ebrio y trasnochado. "La vida del atacador, es muy dura", obrero de tundra y resaca.
Todas las muchachas asexuadas de las calles de diario son seres sexuales vecinos en la misma habitación, pero aún debemos pasar sus comandos de La Gestapo en el cuerpo a cuerpo. Espermatozoides antropomorfes que tras dispararse alcohólicamente, han podido llegar a la cavidad discotequera, y se mantienen a nado bailando espasmódicos una musicalidad hiper-optimista. No hay marcha atrás, unos ya vienen preparados de gimnasio, los favoritos con su labia intentan no confiarse, el guapo de turno se aburre y amaga en irse. Todo es posible. Parece que una gran cuchara agita ese ponche lisérgico de personas, y nadie acertaría una quiniela de los romances embriagados y los desencuentros que resultan.

No deja de ser un absurdo irse tan alto en la semana, de embriagado y trasnochado, a ese rincón remoto, para conseguir lo que dos personas desean. Es un derroche que la juventud se puede permitir, pero como todo derroche con su estupidez de por medio. Esta sociedad complica el encamarse furtivo hasta tal punto extremo. Es el gran mercadillo de dignidades clandestino.

No son una minoría los aventureros de la noche, los relegados al malabarismo de este cortejo barroco. Como un disloque expansivo, ocupa todo el fin de semana entre su auge y la recuperación, es un buen sustituto de planes si no existen. Se busca romper la semana, como quien rompe el tiempo, regenerándolo, en destructivo, en nada futurible, quemar los hierbajos que no nos gustan de nuestras vidas jóvenes pasables. Es una bicoca excitante y cercana. Todos lo hemos hecho y todos lo seguirán haciendo. Forma parte de la grata imperfección de la vida, de su mediocridad gustosa, y de los efectos adversos a crédito. Es la mortalidad escamosa de la vida, casi imperceptible.

Ya pasados de frenada, cabalmente se amanece desayunando. Los dopados hasta las cejas prosiguen en un after, una ultratumba en el más acá. Se acaba la fiesta, se termina la celebración de estar vivo, que no es poco.
Ni tampoco mucho.
El desfase es un latido semanal de esperanza de otra vida que medra por dentro mientras pueda. Es el envés de la vida laborable con vaho carcelario. Su intermitente revolución libertaria, suspendida y extrema.

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