miércoles, 16 de enero de 2013

4rto C, Aula 36


MHYV, Mujeres Hombres y Viceversa, ese zoo al que acudo cada mediodía a hacer de zoólogo, ha pervertido su formato. Destierra la golfería de los jóvenes, algo desesperados, por las multas medioambientales que podían condenar al programa por tanta acumulación de plástico, poliuretano y residuo adolescente.
De repente, traen una osamenta de viejos, sí tú, ponemos viejos a ver qué pasa, que los golfos y golfas no paran de dárnosla con queso. Estamos hartos de la juventud, su chaqueterismo, su irresistible presencia que nada tiene que ver con la dupla, sino que es un continuo malabarismo esquivando la monogamia.

Y la pasarela de modelos buscando bolos se vuelve una clase de filosofía, revenida o no. Los seniles candidatos de vuelta, teorizan y descargan toda la adunación de la edad, buscando lo mismo, no quedarse impares, solos. Son egos ya descalzos, solitarios, que deben lidiar con compartir sus esplanadas, sus solares de libertad, el no-ruido de atardeceres consagrados al mimo propio.

Todos sentados, como mucho levantarse para bailar un agarrao. Una sexagenaria hace suya como himno una canción de la Movida, como si la Historia fuera espasmódica y regurgitase.
Y los efebos al paro, que no sirven ni para eso, ser estatuas, tronistas, dueños de un buffet de pretendientas ateridas a una silla. Era una ruleta de muñequitas, la cinta de una cadena de fábrica en serie donde circulaban rubias, morenas y viceversa. Me gustaban esas galas de absurdismo, el apogeo era cuando aquello descendía dos peldaños más y se convertía en turullo adolescente, melé en plató de clase de cuarto de Eso, todos con sus barbas y sus entradas a los treinta, soltando interjecciones oseznas desde la última fila de la clase, jugando a ser Rafa Mora, nuestro tonto oficial. Era una plácida siesta de mediodía, un reseteamiento oportuno, una desconexión paralela a mi punzante trabajo de apicultor del dinero.

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