lunes, 14 de enero de 2013

Cumpleaños treintayseis


La estepa treintaañera tiene un momento en que mudas a perro viejo, a portera de la existencia. Dejas de ser un señorito de alquiler de los áticos de la vida, y acabas comprando la silla chocha de la portera y su bajos adosado. Coges el alma del viejo zascandil del barrio, el que trapichea y se inventa un negocio cada mes, evangelista canoso del bar. Es un abandono progresivo de las alturas, una pérdida paulatina de nuestra condición de pájaro. Evolucionamos a especies más rastreras, y terrestres. Esto de la vida tiene su qué de rastrero que ningún dibujo animado pregona. Poco a poco se nos va cayendo el himen del inconformismo.

Comprendemos la mendicidad del que sueña, y preferimos la gravedad y cierta pobreza que hay en el piso de la portera. En el buzón se puede leer: señores de Amarrategui. Sin nada que ver con el balbuceo vasco, su onomatopeya temperamental.
Pasamos el boulevard de sugestión de la vida, con todos sus magníficos letreros iluminados y su sonrisa comercial, con las manos en los bolsillos esquivando el pedregal escondido, en el que tantas veces nos hemos tropezado. Formamos parte del ejército consumista que guerrea contra sí mismo, y por eso nos escaqueamos como perros viejos, o desertamos al piso de la portera. La cotización del precio de las alturas no dejó de caer, y ahora ya no son un destino sino un lugar al que a veces se vuelve. La espesura del realismo ya es la sustancia que atravesamos cada día, tras los ingrávidos años 10 y los fulgurantes años 20.

Y no se está mal. Tenemos una gran estepa, y un ganado al que sacamos a pasear. Es un lugar confortable y diurno. Nuestro protagonismo vital ya no es heroico, y progresamos como excelentes actores de reparto. Vamos ganando en sobriedad todo lo que perdemos de precipitación. Hemos abandonado el territorio de las crisis juveniles, abisales y convulsas. Desde nuestra sólida silla de portera, vemos tomar el ascensor a los frágiles candidatos de las alturas. Pronto nos compraremos una casa baja como las de antes, como las de los pueblos. Nuestra educación pervertidora de las ciudades se está acabando. Nacimos en el ojo del huracán, nos atrapó todo el siglo XX ahí, y no pararemos de quitarnos capas de civilización el resto de nuestra vida. Hablo como un lobo estepario, de voz ronca y ojos nihilistas, que escribe sobre un Ipad y cocina platos vanguardistas. Soy esa contradicción que rueda. Al fin he encontrado que uno se ha de limitar a rodar, como un gran tronco, complejo y consciente de sí. Con el peso de cuatro décadas y la velocidad de una hormiga. Mamotreco estirado y reptante en el destino. Engranado al terreno eternamente ondulado de la felicidad, más paciente que pasivo. Revolcándose tan lentamente que no existe la caída.

1 comentario:

carmen dijo...

FELICIDADES?? 36???

Volverán los huéspedes que se han ido cuando cumplas veinte más...Y a lo mejor entonces no traspasas tanto la realidad y te caes. Pero no pasa nada...