lunes, 7 de enero de 2013

Ricachón


He dicho alguna vez que una manera de sobrevivir sin mucho dinero es borrar a los ricos de la faz de la imaginación. Ignorarlos de forma supina, y que sólo existan para difamarlos. Entonces se convierten en otra raza, una especie de criaturas extraterrestres, muñecos de la imaginación que se dejan en un margen de la realidad, y sólo aparecen para atizarlos y desahogar la injusticia lotera traumática de la existencia.

Es una perogrullada decir que los ricos son la misma criatura que los pobres, pero no lo es tanto sugerir que su comportamiento sería el mismo en la piel del otro. A todos nos corrompe el dinero, si por corrupción se entiende acostumbrarse al status quo económico que toque. El dinero verde agrada cuando se toma, no es bueno ni malo, es una mera representación simbólica de un valor. No lo hacen ni una obra de arte, ni un andrajo, sólo un cuadro arreglado y suficiente con colores de dinero, sin pretensión artística. La factura de los billetes es cosa de economistas y banqueros, con un alma de Le Corbusier siempre detrás. Pero esa eficacia del dinero es una tentación y tiene gravedad de astro, a menos que te castres la ambición y con ella la inconformidad y tu esencia de superación.

La única motivación más que razonable de su primera acumulación no es otra que la secular confirmación de seguridad. A todos desazona la falta de seguridad económica, saber si no nos faltará la comida, si alguna vez dormiremos en raso, si podremos mantener a los nuestros. Cualquier persona cabal funciona con este "rinconcinismo por si los acasos". Muchas veces ese baremo que amarra nunca es fijo, y a mayor neuroticismo, el rincón puede acabar siendo un bastión esquinero a prueba de cracks y crisis multiseculares. Que no me diga Rockefeller que hacía rincón para los suyos, porque hizo para varios siglos de suyos.

Pero hay un principio sustentador que modula esa motivación última de acumular bienes. No es otro que el hábito. Todo a lo que nos hemos acostumbrado, intentaremos mantenerlo. Si partimos de una infancia holgada, y nos tocaron unas comodidades, lucharemos por mantenerlas. Si en la lucha por su obtención post-adolescente, encima nos viene un plus de mejora económica, tardaremos poco en acostumbrarnos e intentaremos no perderlo. Esto, curiosamente, no tiene nada que ver con nuestra consecución de felicidad. Siempre vamos a tender a poseer más riqueza que nuestros antepasados, progreso mediante, pero eso de la felicidad es otra historia. Ricos lo vamos a ser cada vez más, incluso con crisis de por medio. Desgraciados no lo sé, depende de más grupos de cifras.

Si a cualquiera le dan a elegir entre ser rico o pobre, como mínimo diría "deja los millones ahí", yo sigo de pobre, pero déjalos por si las moscas si me das a elegir. La quema de dinero es un fenómeno raro raro. Y a cualquier persona - a menos que esté colmada de satisfacción, cosa que no suele durar mucho - el tener más dinero no le molesta. Para que lo tenga otro, y haga burradas como aquel, dáme y ya lo administro yo.
Después el dinero es una cera entre las manos muy voluble, engañosa de tantos ojos números fijados. Es escurridizo y dudón a la vez. Transfigura como un fogonazo para los ojos de los que miran. El dinero es una sustancia, otro estado físico, un resumen malo de la película ésta.
El dinero escaso no es dinero, es pan y sueño, la mejor inversión. El dinero restante de arriba sí es dinero, ya comienza a ser ocioso, especulable, ya se puede empezar a infectar, tornarse obeso, importante de sí mismo, hasta creer en el lujo, el homenaje fastuoso de un yo. Todo dinero fácil, el que nunca ha sudado, sabe él mismo que tiene truco. Que en la vida hay un baremo cabal entre dinero y entrega, un sistema monetario de la felicidad, y que cualquier chollo de la vida lleva su rabo de tristeza postrera adherido.
La gratuidad no la inventa nadie, permanece sólo si nombras el "gracias" y no rompes el hechizo.

1 comentario:

carmen dijo...

"Cualquier chollo de la vida lleva su rabo de tristeza"...

Porque somos lo que somos y quienes somos. Y nuestra melodía tiene muchas notas...
Que cada quién la entone!

Y que la palabra CABAL dice mucho. También para pensarlo.
Y qure cada cual tiene un perfil cuasipatológico más o menos, que llevado hasta la patología a veces da resultados fuera de lo normal,-los fenómenos en diferentes materias..- pero unido a mucha carga de otras cosas también. Porque el alma y el cuerpo tieneden a la homeostasis, al equilibrio. Y si los camboyanos se equilibran con su eterna sonrisa, los que lo tienen todo- material- acusan déficits por la parte espiritual

Y no digo más...